viernes, 11 de febrero de 2011

LA ESCUELA QUE RENACIÓ EN LA SELVA


Un proyecto autogestionado y hecho con materiales, mano de obra y tecnologías locales, le devolvió su escuela a la Colonia San Bosco, en Misiones.


Por Daniel Moya


Una pequeña escuela construida enteramente con materiales, mano de obra y tecnologías locales se inauguró en la Colonia San Juan Bosco, justo en el corazón de la provincia de Misiones. Apenas terminada, ganó el premio SCA CPAU de arquitectura 2010 edición del Bicentenario, en la categoría obras construidas en el país; y el premio Weber, a la mejor obra de arquitectura sustentable.
La escuelita, proyectada por el arquitecto Pablo Lavaselli, puede definirse como un proyecto solidario que surgió a partir de un convenio entre la Asociación de Padrinos de Escuelas Rurales (APAER), el Banco Hipotecario y la comunidad del lugar. “APAER donó el proyecto, la dirección y la administración de la obra, el Banco Hipotecario se hizo cargo de los materiales y el equipamiento; y la comunidad aportó la mano de obra”, detalla el arquitecto.
Pero el camino que tuvo que recorrer la comunidad de Colonia San Juan Bosco hasta ver concretada la obra fue un tanto complejo. En el lugar, perdida entre la selva, caminos de tierra y plantaciones de te y yerba, existía una pequeña escuela hecha en madera . Cuenta Lavaselli que, de un día para otro, el predio fiscal que ocupaba fue vendido a una empresa yerbatera y, misteriosamente, en el verano siguiente, la escuelita apareció quemada. “La incendiaron intencionalmente, incluso la gente sabe quien fue”, asegura. La escuela se mudó entonces a la casa de una familia , en donde funcionó hasta que la comunidad, después de pelear bastante, consiguió terrenos para construir las viviendas permanentes para sus 15 familias. ¿Cómo se generó el terreno para la escuela?: cada familia resignó un 20 % de su lote y sumaron 3 hectáreas. Pero, como carecían de medios y ayuda, volvieron a levantar la escuela usando hasta las mismas chapas del viejo edificio incendiado.
En este estado de situación, la Escuela Fishbach Cooperativa, de Buenos Aires, en rol de padrino , se acercó a APAER en la búsqueda de ayuda y fue así como Lavaselli se hizo cargo del proyecto. “Buscábamos una escuela que atendiera las necesidades locales, y era un drama evaluar un proyecto dibujado en una hoja cuadriculada, con una birome”, cuenta. Por eso, el arquitecto viajó al lugar para palpar directamente las necesidades, comprometer a la comunidad para que aportase la mano de obra y hacer un relevamiento de corralones. “Teníamos que ver con qué recursos contábamos”, explica. A partir de estas premisas se gestó el proyecto, acordado con la gente del lugar . “Les presentamos la documentación en forma didáctica y según las etapas en las que se construiría la obra”, agrega.
La propuesta fue una especie de tira con dos aulas de 7 x 7 metros cada una, cocina comedor y los sanitarios. “Pero –agrega– en el medio de la obra le asignaron a la escuela otro cargo de maestro, por lo que el comedor se transformó en otra aula; y el comedor y salón comunitario fueron levantados en una segunda etapa”.
Agrega el arquitecto que, en el proceso, hubo que capacitar a los padres que se ocuparían de la construcción. “Hice 5 viajes, en momentos específicos de la obra”, detalla. Recuerda que, por ejemplo, para construir el techo, hicieron en conjunto el prototipo de una de las cabriadas de madera, de 7 m, y lo montaron. “A las otras 4 las hicieron solos, copiando el modelo que habíamos armado”.
Una de las cuestiones más importantes, y que definió al proyecto, según Lavaselli, fue que no contaba con una aislación térmica eficiente para resolver la cubierta. “Así, arribamos a un techo de una sola agua en la búsqueda de una ventilación laminar”, describe. En relación a cómo funciona, explica que, dentro del aula, el aire caliente circula por la cubierta , desde su parte mas baja, a 2.65 m, hasta la parte más alta 3.85 m. En ese punto, el aire caliente sale al exterior a través de unas carpinterías ubicadas junto a la cubierta, en la fachada noreste. “Y, por la forma del techo, en vez de frenarse, sale generando un centro de baja presión”, asegura. Esto hace que, por las ventanas de la contrafachada, hacia el sudeste, ingrese aire frío y se genere una corriente laminar de aire que recorre todo el plano del techo, aunque no haya una gota de viento.
Otro punto del proyecto fue evitar que la escuela tuviese rejas , y que esto no afectara la seguridad de los objetos que ahí se dejarían. Lavaselli propuso entonces que los frentes de las aulas se resolvieran como grandes bloques que, desde el interior, funcionan como placares. “Tienen puertas de madera maciza y en ellos pueden guardarse los elementos escolares que, al cerrarse la escuela, permanecen resguardados como en una caja fuerte”, describe.
Entre los resultados logrados, el autor detalla que se instaló una red eléctrica, se hizo la perforación para obtener agua y se salvó un montecito emplazado frente a la escuela, que iba a ser talado. Y, en relación con los premios que recibió el proyecto, agrega que resultaron una enorme y grata sorpresa . “Un reconocimiento a una manera de hacer, con responsabilidad y respeto por la gente”, culmina.

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