Haydée Frizzi de Langoni fue de las primeras dirigentes del movimiento peronista. Organizó la rama femenina y militó hasta el final. Murió a los 99 años. Su último mensaje.
Por Tali Goldman
Soy peronista antes de que exista el peronismo”, solía repetir Haydée Frizzi de Longoni cada vez que le preguntaban cuándo se había enamorado del movimiento. Y explicaba: “He sido peronista por convicción. No necesitaba nada de lo que el peronismo podía ofrecerme porque ya lo tenía, pero no lo tenían todos mis compañeros argentinos”. Ese fervor y compromiso militante bastaron para que Frizzi de Longoni, que falleció el último 3 de enero, se convirtiera en una amiga entrañable y colaboradora estrecha de Evita y Juan Domingo Perón. Una dirigente que nunca abandonó sus ideales, como demostró el año pasado cuando, con 98 años, se presentó en la Agrupación Oesterheld y expresó: “Si me quieren escuchar por este siglo de militancia, les pediría que si queremos un país mejor tratemos de estar unidos. Perón quería un solo movimiento, una sola cabeza, y tenía una gran confianza en las mujeres. ¿Saben por qué? Porque más que por interés, las mujeres se manejan con el corazón. Y el corazón no se vende ni se prostituye”.La “doctora Longoni”, como la llamaba Evita, era licenciada en Historia. Había estudiado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, cuando pocas mujeres se animaban a los altos estudios. Pero a Haydée no le importaba demasiado esa diferenciación. Como la abanderada de los humildes, era una convencida del rol primordial que la mujer debía ocupar en la historia de la Argentina. Junto a su marido, el médico Guido Longoni –director de Sanidad Escolar–, recorrió el país con el objetivo de mejorar la calidad sanitaria de las instituciones educativas. No tuvo vuelta atrás. Aquel viaje, recuerda hoy su hija Silvia, sentada en el mismo sillón que Haydée y Evita compartían durante sus charlas interminables, fue su primer contacto con una realidad de chicos hambrientos y pobreza extrema que decidió transformar.El destino haría el resto. Años después de la travesía, Guido Longoni se convirtió en el médico personal de la esposa de Alcaraz, el peluquero más famoso entre las actrices de la época. Entre sus clientas figuraba María Eva Duarte, quien ya había hechizado al general Perón, por entonces titular de la Secretaría de Trabajo y Previsión. El coiffeur estimuló un encuentro: “Doctor Longoni, sería muy interesante que su esposa conociera a Eva para que la pueda ayudar”, sugirió. Y sus palabras se hicieron hechos: todos los jueves, mientras la joven artista se pasaba la tintura o esmaltaba sus uñas, Haydée conversaba con ella sobre la realidad del país y los planes que debía considerar Perón si se convertía en presidente.“Si ganamos, usted se tiene que ocupar de los más chicos”, fue lo primero que le recomendó la “doctora”. Y continuó: “Va a tener que crear hogares-escuela y que eso sea una política de Estado, que no sea más un rol de la Iglesia. Y deberá intervenir la sociedad de beneficencia Casa Cuna, allí los chicos son tomados como linyeras para dar lástima”.Evita escuchó a su dama de compañía. A los quince días de la asunción de Perón, rompió con aquella entidad y creó una fundación con su nombre. Haydée fue nombrada como colaboradora y asesora en materia de salud y educación. Y recibió trabajo extra: la mujer de Perón le encomendó escribir algunos de sus discursos y notas periodísticas para publicar en los principales periódicos del momento.La alianza de Evita y Haydée se fortaleció con el tiempo. Viajaron juntas en el auto oficial, compartieron tardes de té en el departamento de Riobamba 133 que tenía “la doctora” y jugaron juntas con los hijos del matrimonio Longoni. Sin embargo, Haydée nunca aceptó los cargos públicos que le ofrecieron tanto Eva como Perón. Amaba su carrera docente así como sus investigaciones en diferentes universidades del país. Una tarea que supo combinar con la militancia a favor de la causa peronista. Una anécdota lo refleja. Era enero de 1946, Longoni estaba embarazada de nueve meses y, junto a su marido, pidió una reunión con Perón porque quería hablar de un tema que la preocupaba: las mujeres. Cuando se encontró con el general, le dijo: “Son la mitad de la población. ¿Qué le parece si hacemos un acto en el Luna Park para que le demuestren su apoyo?”. Quince días antes del gran evento, el 2 de febrero, Haydée indujo el parto de su cuarto hijo para llegar “entera” al acto. Pero Perón acusó estar enfermo y, por primera vez, mandó a su esposa como oradora oficial. Ese día Evita, acompañada por el matrimonio Longoni, debutó ante las masas, aunque no pudo esbozar palabra: las 25 mil mujeres que colmaron el estadio del centro porteño pedían a gritos escuchar a Perón.Ya en la década del ’60, la dirección de Riobamba 133 se convertiría en uno de los destinos de las cartas que Perón mandaba desde el exilio en Madrid. Con el peronismo proscripto, Haydée, Guido y sus hijos desgrababan las indicaciones del general, las tipeaban en un esténcil y luego, con un mimeógrafo que tenían escondido, hacían copias para repartir entre todos los compañeros a lo largo y a lo ancho del país.La última Nochebuena, Haydée pidió que la vistieran. “¿Cómo voy a estar en pijama en esta fecha?”, reclamó a su familia. Era de convicciones fuertes. Dos meses antes, el día que falleció Néstor Kirchner, la sentó a su hija Silvia al borde de la cama y le dijo: “Ahora, todos con Cristina”.
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