Bahiano, cantante y conductor de TV explica el sentido de su “giro de timón”, que lo llevó a grabar diez canciones del inconsciente colectivo de América latina, más dos temas propios. Dice que en su carrera artística había “una idea de reformatear todo”.
Por Gloria Guerrero
Por Gloria Guerrero
Del Trío Los Panchos a Los Wawancó y Víctor Jara; de Jaime Roos y Eduardo Mateo a Chico César; de la salsa a la copla del norte argentino... todo filtrado por la mente con dreadlocks de un hombre calvo. El comienzo de la historia de este nuevo y sorprendente disco solista –el tercero– del Bahiano tiene más de un punto de partida (“aristas”, dice él).
La primera cuerda para la concreción de Rey Mago de las nubes pudo haberse disparado en abril del año pasado, cuando Fernando Hortal (nunca un DNI tuvo menos importancia) fue invitado al Avery Fisher Hall del Centro Lincoln, en Nueva York, para formar parte del Tributo a Mercedes Sosa. Mientras en los camarines bullían Joan Baez, Maridalia Hernández, Eva Aillón, El Sabalero, León Gieco, Tania Libertad, Teresa Parodi y más, Bahiano hizo en escena una rara, rasta y encendida versión de “Duerme negrito”. Todos los presentes quedaron arrobados.
Sin embargo no, ésa no fue la primera cuerda, punta o “arista”; dos años antes de tamaña función de gala, aquel mismo “Duerme negrito” había encontrado su forma en una de las cotidianas reuniones del Bahiano con su productor y amigo, el músico Matías Zapata. Era “una tarde al pedo” (definición del autor), y de aquel viento cayó la semilla.
–¿Por qué justo esa canción?
–¡No sabemos...! (sonríe). Era una tarde al pedo, y había una idea de reformatear todo. En lo personal, yo necesitaba una mutación. Aun con Pericos había propuesto la aventura de hacer una nueva versión de nuestras canciones con música árabe, flamenca, gaitas (Pericos Etnico, espectáculo que llenó varios Gran Rex en 2003)... Después del colapso con la banda, en 2004, vinieron mis primeros discos solistas: BH+ (2005) y Nómade (2008), con los que siempre me sentía como “rindiendo examen...” mientras que parte del público pensaba que yo seguía en lo mismo de siempre. ¡Claro que me gustó lo que hice con Pericos, no desmerezco absolutamente nada y nunca pensé que llegaríamos tan lejos...! Pero a mí me hacía falta otra cosa. Nómade fue un escalón un poco más arriba, con otro tipo de mezclas musicales; estuvo a mitad de camino, y de ahí lo de nómade. Sin embargo, la pelota no terminaba de cerrarme. No estaba la costura.
Pese a este relato, podría decirse que tampoco aquélla fue la “arista” precursora: habrá que remontarse entonces todavía tres años antes de aquella tarde al pedo, a fines de 2005, para comprender el verdadero inicio de esta nueva bahianada. En aquel momento Bahiano se animó a poner la cara en el programa de televisión MP3 (Música para el Tercer Milenio, Canal 7, retransmitido por otras varias otras emisoras latinoamericanas) y desde esa plataforma arriesgarse a un viaje infinito por todo el subcontinente. Esa decisión lo conectó con las músicas que irían, alguna vez, a formar parte de este álbum que ahora lo ocupa: Rey Mago de las nubes. Un viaje que terminó, literalmente, llevándolo por las nubes.
–Durante un lustro, MP3 ganó dos premios Martín Fierro y un aura gigante...
–Fue muy raro. En 2005 el productor Luciano Olivera, de Zona Comunicación, me preguntó si tenía ganas de hacer TV; nos juntamos y tirábamos ideas, pero no sabíamos ni para dónde ir. Le avisé que no quería hacer nada frívolo: “No quiero un concurso, ni tampoco quiero presentar videos...”
–Quedaba la opción divertida: ¡contar “la historia del rock nacional”!
–¡Noooooooooo..! (risas). Mirá: yo no quería separarme demasiado de la música y por eso les hablaba del Show de Jools Holland (programa británico conducido por el ex Squeeze) y de que me animaría a hacer algo parecido, pero como la productora tenía un programa de tevé de interés turístico (Km a Km), empezó a cuajarse una cosa así: “Bueno, vamos a viajar, y hagamos un relevamiento de música”. Filmamos el piloto en Rosario y mi primera nota fue con Adrián Abonizio; con Vudú –la banda rosarina–, Rubén Goldin y otros más, aunque Fito no estuvo. ¿Y a qué canal le podíamos presentar aquello? Dije: “Mirá, con la poca experiencia que tengo, no quiero ir a parar a un canal donde las mediciones sean poderosas... Prefiero ir adonde la música no tenga por qué ser medida en ratings, y que se la tome como algo serio”. Así fuimos a Canal 7. No me importaba cuánto íbamos a medir. Arrancamos por la Argentina y terminamos dando toda la vuelta por América latina.
–¿Quién elegía a dónde ir, a quién ver y, en todo caso, cómo encontraban a quien encontrar?
–¡San Internet! Es un arma importantísima. Había músicos a quienes querías encontrar y no podías porque estaban de gira, pero Internet siempre era la primera opción. La segunda eran las secretarías de Cultura y de Turismo de cada país, para recibir apoyo y estructura logística de viaje. Pero había lugares que se comprometían con vos telefónicamente o por e-mail, y cuando llegabas... no había nadie. Y tenías que remarla. Si encontrabas a uno o a dos músicos, les empezabas a hacer preguntas y a investigar. Te contaban: “Sí, yo tengo un amigo que...”; “y éste toca con aquel otro que hace una música que...”.
–El encuentro después del encuentro...
–Así fue, gracias a los productores del programa que trabajaban y buscaban; y gracias al director; y por último a mi propio aporte, que nos sirvió en Brasil con el axé, el forró y lo demás. Cuando estábamos con Naná Vasconcelos en Pernambuco, en un momento de la charla me dijo: “¿Querés que te invite a una clase abierta?”. “¿De qué?” “De percusión.” “”¿Y dónde va a ser?” “Acá, en este escenario.” Era una plaza con edificación antigua; pensé: bueno, dos tambores... Y empezaron a caer escolas, y escolas, y baterías de diferentes colores, y se pusieron a practicar... A mí me empezó a explotar la cabeza, no lo podía creer... y, apenas subió Naná, el silencio fue total. Silencio total. Y Naná marcó: ¡Y golpes acá, golpes allá! Y veías al tipo moviendo a cientos y cientos y cientos de personas, y yo pensaba: “¿Dónde estoy? ¡Dónde estoy! Había chicos de seis años, chicos de diez, hombres, mujeres... ¡Era tre-men-do! En un momento hice pum y... (se ríe). Era aprender en el camino. De todo tuve que estudiar.
–¿Se “educaba” googleando, antes de llegar a cada puerto?
–Más o menos. Más bien entraba por la parte mundana, desde la pregunta común que haría cualquier pibe: “¿Qué le preguntarías a Carlos Carabajal?”. Emmm, “¿a qué hora se levanta, Carlos?”. Les entraba por otro lado (sonríe), y así todos se acomodaban y empezábamos a hablar de canciones, de cuánto te cuesta armarlas, de si hay temas que te resultan horribles... Y así Carabajal me empezó a cantar “Puente carretero” en La Banda, Santiago del Estero, con toda la familia que nos esperaba con asado y vino... ¡Y el tipo se levantó de la siesta para hacer la nota (se agarra la cabeza) y hacía 50 grados! Cuando fui a ver a don Sixto Palavecino, su enfermera me dijo: “Bahiano, don Sixto no va a tocar el violín, porque don Sixto no puede tocar el violín”. El no estaba bien; dos años después, falleció. Y lo traen a don Sixto. Le comencé a hablar y él me miraba de reojo, de arriba abajo; y me hablaba de la chacarera, del violín, de la bohemia, de que su madre no quería que se metiera en la música por miedo a que volviera borracho por las noches... Me contó que su primer violín se lo hizo a escondidas y que lo guardaba en el monte, en un árbol, y que todos los días le iba a hablar y que se ponía a llorar porque no podía tocarlo... Yo lo escuchaba absorto. Y de golpe manoteó el violín y empezó a tocar. Yo me quedé duro. El hombre se había abierto. Y así me pasó con todo: con las zambas carperas del Norte, con Ramona Galarza... ¡¡Estuve con Ramona Galarza, la Novia del Chamamé!!... Con Mario Bofill, con Los de Imaguaré, con todos los próceres. Pero la idea no era sólo encontrarse con quienes ya tenían su pedestal. Había muchos músicos de ahí para abajo, la mayoría pibes de campo, arrieros, y tocaban para mí; por Dios, me daba vergüenza tener semejante reconocimiento. “Esto es demasiado para mí”, pensaba. Con ellos hicimos una serenata sorpresa para Mercedes Sosa, en Buenos Aires... Ellos son los verdaderos MP3 del programa, el semillero. Después salimos por toda América latina. Empezamos por Uruguay, obvio: Jaime Roos, el Lobo Núñez de Luthier de Tambores, la Catalina, Falta y Resto, músicos de Zitarrosa, las cuerdas de tambores; conocí el Barrio Sur, Palermo. Y fue tremendo. Uruguay nos había abierto otro panorama, porque nos quedó claro que era posible mostrar también lo que sucedía en todo el continente. Esa fue la premisa; y ahí no paramos más. Colombia, Cuba, México... Y cada país fue un abridor de cabezas diferente.
Sin embargo, Rey Mago de las nubes no iba a ser el sucesor de Nómade. Bahiano se había comprometido con su compañía para editar un tercer disco de autor y, con el trabajo ya avanzado y faltando tres meses para entrar en el estudio de grabación, reflexionó junto con Matías Zapata: “Voy a hacer este disco por compromiso, pero no es lo que realmente quiero”. Poco después ya estaban en la empresa y hablando con el productor Rafa Vila, para convencerlo del cambio. “Empecé a borbotear palabras explicándole mi idea –recuerda Bahiano– y el tipo me miraba, hasta que me dijo: ‘Está buenísimo, pero para explicar bien la historia tenemos que ponerle un dvd’. ¡Nunca en mi puta vida tuve un dvd! (risas). ¡Es la primera vez que tengo un dvd, en veinticuatro años de carrera! Así que hicimos la junta con la gente de MP3, y junto con Rey Mago está el dvd: ahí vas a encontrar casi una hora de imágenes, desde Tilcara hasta Sudáfrica...
Rey Mago de las nubes es, casi, un libro de cuentos. Diez canciones del inconsciente colectivo de todas las latitudes latinoamericanas, más dos temas compuestos por el propio Bahiano.
–¿Cómo fue la decisión final de la lista, habiendo tantas opciones?
–”Rey Mago de las nubes” (de León Gieco y Ricardo Vilca) tenía que quedar. Cuando llegué a Tilcara para entrevistar a Vilca (1953-2007) me llamaron para decirme que uno de mis hijos, Tadeo, estaba internado en Buenos Aires en terapia intensiva, por una afección pulmonar. Accedí a hacer la nota con Ricardo y a que me llevaran enseguida al aeropuerto. Apenas vi a Vilca se sentó, me miró, y me empezó a tocar esa canción: (canta) “Los chicos chiquititos del pueblo aquél, sólo quieren pan, agua y juguetes”. Y a mí se me hizo un ardor en el pecho... En el dvd se ve cómo miro el diapasón, tratando de aguantar la angustia. Me quedó rebotando esa canción en la cabeza, y fue el segundo tema que elegí luego de “Duerme negrito”. Todo venía medio nostálgico hasta que en Medellín escuché “El pescador”. Después Matías me pasó “A primera vista”.
–Es la primera vez que en lugar de la mención a Salif Keita asoma... ¡Bob Marley!
–Para la letra en castellano uní las versiones de Pedro Aznar y de Pedro Guerra –el español que fue el primero en traducir el tema de Chico César–. A Salif Keita lo respetaron Aznar y Guerra, ¡pero yo le metí a Bob Marley! (risas).
–Hay invitados de lujo que, con estas propias y nuevas lecturas de cada canción, pueden hacer hasta de una salsa una murga, como sucedió con “Calle Luna Calle Sol” de Willie Colón, con Agarrate Catalina...
–Bueno, no llega a ser murga; tiene un golpeteo del dance hall jamaiquino, pero a esa canción había que llevarla a algún lado... (sonríe). Son dos calles que se cruzan en el viejo San Juan de Puerto Rico, y ahí se juntaban todos los malandras, toda la crema. Yo había estado en San Juan con Pericos y la escuché por Héctor Lavoe, el cantor boricua salsero por excelencia de la salsa. Quería hacer ese tema, pero tenía un par de problemitas: uno era el pregón de la salsa, ese discurso final, y el coro. ¿De dónde saco un coro de salsa, cantador? Me acordé del coro de las murgas, de Falta y Resto y de Yamandú, de Agarrate Catalina; podría haber elegido a cualquiera, pero lo llamé a Yamandú, y los chicos se tomaron su tiempito pero me grabaron las leads, los primos, los sobreprimos, la segunda, la tercera, los tambores, los redoblantes, la batería, me lo mandaron preparadito, producido y todo, con moño. ¡Uy!, pensé. Con lo que dice la letra, y encima cantado así, rioplatense... ¡esto va a hacer un montón de ruido! Quedó buenísimo. A “Doña Ubenza”, la copla popular del Norte, yo le había metido unos coritos medio samba, había flauta traversa. Llamé a Abel Pintos, le gustó mi versión, vino al estudio y la legalizó, le puso una octava muy arriba, llevó el tema a otro lugar, y es mortal. Mis pretensiones de invitados siempre fueron altísimas; para cantar “El burrito”, compuesto por una cubana y que suena a cumbia y me quedaba muy bien, quería a Lila Downs. Como quien quiere cantar con Prince, ¿no? (risas). No pudo ser; ella me contestó muy amablemente, pero acababa de tener familia. Y muy poco después me encontré con la (Ro-ssana) Bonetto, y fue ella quien la cantó. ¡Y quedó tremenda!
–¿Hay más opciones pretenciosas para un futuro Volumen 2?
–Sí (se ríe), desde Totó la Momposina, la cantante colombiana, hasta... Fijate, también quiero poner canciones de Marisa Monte, de Carlinhos Brown. En este ambiente encontré mi suela.
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