Por Karina Micheletto
Juan Moreira: El mito del “gaucho malo”, enfrentado a la ley pero respetado por el pueblo, fue construyendo su camino desde el folletín de Eduardo Gutiérrez hasta la notable película de Leonardo Favio. El Ballet Folklórico Nacional añadirá, a partir de hoy en el Cervantes, la versión coreográfica de esta historia que admite, en la Argentina del siglo XXI, nuevas y cautivantes lecturas.
Revisitar un mito nacional sólo puede ser una tarea complicada, lista a la polémica, incómoda en un punto. Revisitar el mito gaucho nacional, el de Juan Moreira, ese que, a diferencia de Martín Fierro, disciplinado en su vuelta, permaneció rebelde hasta el final, resulta desde el vamos un desafío abierto. A esto se lanzó el Ballet Folklórico Nacional con la producción que se estrena esta noche en el Teatro Cervantes, que toma como puntos de partida tanto el folletín de Eduardo Gutiérrez de 1879, llevado luego al circo criollo por los hermanos Podestá –en aquella aventura que hoy se considera como el hito fundador del teatro rioplatense–, como la relectura que hizo desde el cine Leonardo Favio un siglo después, en 1973. Esta primera presentación del Juan Moreira coreográfico tendrá ocho únicas funciones con entrada gratuita (ver aparte). La famosa música de la película de Favio fue tomada como un leit motiv que atraviesa la obra, y sus autores, Luis María Serra y Agustín Pocho Leyes, fueron los encargados de crear una nueva partitura para esta puesta. Además de las actuaciones de los jóvenes integrantes de este cuerpo fundado por Santiago Ayala “El Chúcaro” y Norma Viola y de la dirección coreográfica de Margarita Fernández, la obra se nutre de aportes como los de Gustavo “Mono” Silva (Nocturna), en la dirección de acróbatas, y de Osvaldo Bermúdez, en el diseño y entrenamiento de las escenas de violencia.
Leonardo Nápoli es el director de la puesta, responsable también de la adaptación junto a Manuel Macarini. Ambos recorren en diálogo con Página/12 algunas claves de lectura sobre las que basaron esta adaptación, aclarando que no se trata de un relato lineal ni de una construcción didáctica: “Nos tomamos licencias para mezclar los niveles narrativos, no nos interesa ‘contar’ desde una linealidad discursiva realista; en cambio, apelamos a rupturas en las que interviene cada una de las expresiones, el circo, la realidad, la fantasía”, explica Macarini.
De hecho, la obra no contiene representaciones ni alusiones a escenas muy recordadas de la película de Favio, como aquella en la que Rodolfo Bebán (aquel Moreira de ojos claros que fueron a ver al cine tres millones de espectadores) se bate al truco con la muerte; o la del velorio del angelito, una de las licencias de Favio que no figuraba en la obra original de Gutiérrez. “A la película de Leonardo la llevamos en el corazón, significa mucho para mi generación”, resalta Nápoli, que pasó los 50 y, siendo un adolescente, descubrió que Favio hacía algo más que cantar con aquella película que ya no recuerda cuántas veces vio y cuyo significado profundo, dice ahora, descubrió mucho tiempo después.
“Si tengo que decir cuál fue el primer esfuerzo para rendirle un homenaje a esta obra de Favio, ese esfuerzo estuvo puesto en olvidarla, en evitar toda tentación de copiarla”, revela el director. “¿Y cómo se le podría haber rendido el mayor homenaje a Favio con su aporte estético en el proceso de mistificación de un hombre? Lo hicimos tomando la música de su película”, completa Macarini. “Hay una melodía básica de ese adagio que también dejó marcada a toda una generación, la intervención de ese coro del Juan Moreira de Favio ya es una marca histórica. En esta nueva partitura, en la que interviene el Coro Nacional de Jóvenes, lo incluimos con una concepción totalmente distinta, con nuevas voces y nuevos elementos.” Aquella música en la que los adaptadores se inspiraron para esta puesta, convocando inclusive a sus autores para la relectura, fue tan famosa en la época que se volvió uno de los temas elegidos por las parejas recién casadas para entrar a sus fiestas.
Generación sin patria
“La primera versión de Juan Moreira aparece en una bisagra de la historia del país, la que fue marcada por la generación del ’80”, analiza Nápoli, volviendo a la historia de este mito criollo. “Juan Moreira aparece en medio de un país sin patria, un país que mira a Europa, un país pensado desde el puerto que excluye a la inmensa mayoría de los habitantes de los extramuros. En ese contexto nace Juan Moreira, y se vuelve muy popular a partir del folletín, esa entrega semanal que sería el antecedente del radioteatro y de la telenovela. La historia real del hombre que inspiró Juan Moreira no tiene importancia, pero sí ese cúmulo de artistas populares que, interpretando quizás inconscientemente el fenómeno que se estaba viviendo, reconstruyen la tragedia del hombre acosado por el poder.”
“En medio de una generación sin patria, Gutiérrez encontró en los artistas de la arena el vehículo que necesitaba para que el gaucho histórico dejara paso a la leyenda, el mito de un hombre acosado por las fuerzas del orden, injustamente perseguido y finalmente asesinado contra la pared de un prostíbulo en la localidad de Lobos. El pueblo de campaña hizo propia su historia y encontró la redención en los representantes circenses”, completa Nápoli en la presentación del programa, recordando aquel circo criollo que despertó una de los relatos también míticos del nacimiento del teatro argentino, el de los gauchos que, como espectadores, se abalanzaban sobre el soldado Chirino en la escena final en la que da muerte por la espalda a Moreira.
–¿Cuál creen que fue la clave en la que acertó Favio, cómo analizan su relectura del mito, hecha a principios de los ’70?
Leonardo Nápoli: –Creo que Favio hace una versión que tiene que ver con un desafío a la muerte, aparece un Juan Moreira que enfrenta a la injusticia casi desde lo irremediable de la muerte.
Manuel Macarini: –Y anticipa el baño de sangre que vendría después. La película de Favio tiene esa claridad, la misma claridad que tuvo Gutiérrez cuando tomó la historia a partir de un hecho policial. Gutiérrez va a iniciar la primera parte de un proceso estético que interviene en la construcción de un mito.
–¿Cómo analiza esa construcción?
M. M.: –Lo fascinante de Juan Moreira es que muestra muy claramente el proceso de construcción de un mito en tiempos contemporáneos, por necesidad del pueblo. Acá interviene Gutiérrez desde la literatura y hace su folletín por entrega, ya en esa época él construye, desde la estética, un mito por necesidad de voluntades populares. Luego intervienen los Podestá; en este momento el mito va a ser amplificado y completado por el circo criollo. Es fascinante, decía, seguir el proceso de cómo y por qué un hombre real, concreto –no un Cristo-hombre–, se convierte en este estandarte del pueblo en muy poco tiempo. El aporte que hacen Gutiérrez desde la literatura y Podestá desde el circo y el teatro, lo completa Favio, con un título en el que lo musical interviene fuertemente.
–¿Por qué, aquí y ahora, esta versión de Juan Moreira? ¿Qué significados adquiere hoy el mito?
L. N.: –Moreira hoy es el hombre acosado por las circunstancias de la exclusión, que encuentra el camino de la redención a partir de la imposición de justicia. Lo que estos días están marcando es un paradigma de cambio de visión de la justicia, en definitiva, un nuevo paradigma de justicia. Lo central de la historia no es el hecho de que Moreira tome venganza por mano propia, es que se anima a rebelarse ante la injusticia. Y ese es a mi entender el paradigma de estos años, el gran acontecimiento popular que significa rebelarse hacia lo establecido. Los que durante años compraron el diario Clarín creyendo que era la verdad revelada, hoy empiezan a ponerlo en duda. Los que compraban La Nación diciendo que era de derecha pero decía la verdad, hoy descubren que era de derecha y encima mentía. Hay un paradigma cultural que viene cambiando, y entendimos que Juan Moreira lo pasaba exactamente por una de sus claves: la de hacerle frente a la injusticia.
–¿Quién sería entonces hoy Juan Moreira?
L. N.: –Ese que es estigmatizado como “el negrito de mierda”. Ese negrito de mierda que molesta justamente porque no se resigna, porque no acepta, ese es hoy Juan Moreira. El excluido que no adopta una actitud sumisa, que sale a decir acá estoy. El pibe que limpia el vidrio en una esquina y que exige a cambio la moneda. En ese pibe vive hoy Juan Moreira.
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