jueves, 24 de febrero de 2011

FÁBULA DE LOS DRUIDAS PATAGÓNICOS


Por Carlos Cánepa

Los galeses llegaron a Puerto Madryn en 1865. Tuvieron una relación cordial con los tehuelches, sus “hermanos del desierto”. Retrato de una comunidad que hizo de la contemplación un arte.



Corre el 25 de mayo de 1865. Unas ciento sesenta personas caminan en la madrugada, sobre los húmedos adoquines del muelle principal en el puerto de Liverpool, alumbrados por las llamas inquietas de los faroles de gas que proyectan sus sombras sobre las paredes de barracas repletas con mercancías del mundo entero. Los espera el Mimosa, un clipper carguero, veterano de veintisiete viajes hacia todas partes y convertido ahora en barco de pasajeros. Alistado para un periplo de miles de kilómetros, va a entrar en la historia de esa colonización, inspirada por un grupo de intelectuales y líderes políticos encabezados por el reverendo Michael Daniel Jones.Inglaterra se encontraba en plena Revolución Industrial y buscaba, ávidamente, el hierro y el carbón de Gales. La sensación de ocupación, allí, de pérdida en lo político y cultural era inmensa. Se imponía el anglicanismo y se abandonaba, a la fuerza, el uso del idioma galés. La dependencia económica de Gales se manifestaba en la condición de exportadores de materias primas e importadores de manufacturas, siendo los mejores trabajos locales ocupados por ingleses. La emigración hacia Estados Unidos, Canadá y Australia era intensa, con la inevitable pérdida de los valores originales al integrarse en las nuevas sociedades.Frente a esta situación, los nacionalistas galeses entendieron que el viaje hacia una tierra despoblada en donde poder conservar sus tradiciones era encontrar la Tierra Prometida. El proyecto fue respaldado por distintos funcionarios argentinos, entre quienes se destacó el ministro del Interior, Guillermo Rawson. Tenía mucho interés en el asentamiento de población en la Patagonia, consciente de que la soberanía argentina era puramente teórica.Anclaron el 27 de julio de aquel año, frente a lo que hoy es Puerto Madryn. Los primeros tiempos tuvieron todos los problemas, desaciertos e inconvenientes imaginables en semejante empresa. Paulatinamente la colonia se desplazó hacia las márgenes del río Chubut, en donde la introducción del riego –gracias a los ensayos de siembra sobre “la tierra negra pelada” del pionero Aaron Jenkins y su esposa Raquel– inició el ciclo de consolidación del modelo productivo. Las cosechas de trigo se incrementaron y el aumento de maquinaria agrícola llegada desde los Estados Unidos, producto del contacto con grupos de galeses radicados allá, fortaleció el proceso.
Brothers of the desert. Los galeses no eran ingleses y querían dejarlo en claro. Contrariamente a lo sucedido en otros lugares del país, pidieron permiso y desde el primer momento establecieron un vínculo de respeto y mutuo beneficio con los tehuelches. La consigna fue clara: “Tratar a los indios como nos tratamos unos a otros”. John Evans llamaba “hermano del desierto” al hijo del cacique Wisel. La relación con los tehuelches resultó de vital importancia, siendo ellos los articuladores del vínculo con el medio patagónico. Les enseñaron a domesticar y montar al caballo, a cazar con perros entrenados el ganado cimarrón y a usar el lazo y las boleadoras. Les enseñaron, incluso, cierta terminología elemental del castellano que los indios habían aprendido en su contacto con los españoles de Carmen de Patagones.La venta de los productos adquiridos a los indígenas constituía una parte importante de los beneficios y equilibraba los ingresos en los años en que la producción triguera era menor. Este intercambio construido entre ambas partes a lo largo de los años se trastrocó violentamente con la Conquista del Desierto, que alteró el escenario, abriendo, entre otras anomalías y barbaridades conocidas el espacio territorial a nuevas corrientes inmigratorias e iniciando una época distinta.La situación fue muy tensa durante la Conquista del Desierto. El estrecho contacto de los galeses con los indios despertó la desconfianza del gobierno nacional: los colonos exigían moderación y la finalización de los ataques contra los indígenas amigos, a quienes protegieron en numerosas ocasiones. Los galeses consideraban que la política nacional era un juego de fuerza y violencia, y los múltiples negociados, especulación inmobiliaria con las nuevas tierras y ventajas prebendarias ofrecidas a conocidos y amigos, representaban un serio horizonte de peligro para la supervivencia de ese experimento civilizador galés. Se estaban sentando las bases de una voracidad ilimitada, característica distintiva, hasta el presente, de la clase terrateniente.
No somos shilenos, po’. El 1º de mayo de 1894, desde la chacra de Evans, 32 personas, entre hombres mujeres y niños, partieron en dirección a los Andes en un viaje de más de 800 kilómetros, cruzando el desierto del Chubut. Al llegar, establecieron la Colonia 16 de Octubre en la zona que denominaron Cwm Hyfryd, “Valle Encantador”. Esto tendría, años más tarde, gran significación en el conflicto de límites con Chile. El tratado de límites de 1881, en el que se acordó la aplicación de la tesis chilena de la divisoria de aguas y la argentina de las altas cumbres, dejó algunas indefiniciones. Todo fue bien hasta llegar al tramo comprendido entre Pérez Rosales y un punto al noroeste del lago Viedma. En ese sector la naturaleza decidió jugar una mala pasada a los tratadistas de 1881 con cadenas montañosas de orientación cambiante y ríos que nacen en Argentina y desembocan en el Pacífico. La tensión creció y, finalmente, ambas partes decidieron someterse al arbitraje de 1902.El rey de Inglaterra, Eduardo VII, designó como delegado del Tribunal Arbitral Británico a sir Thomas H. Holdich, quien confirma las características geográficas de la zona y decide aplicar, para superar el entredicho, el criterio de verificar la real ocupación del territorio por parte de pobladores afincados y su opinión al respecto. Fue así que en el Plesbicito de 1902, los galeses autoconvocados inclinaron la balanza: recibieron al árbitro Holdich con banderas argentinas y galesas, himnos cantados en galés y cordero patagónico. Reunidos en la escuela de la colonia, manifestaron su pertenencia a la Argentina, dando fin al conflicto.
El arte del asiento. Hoy, algunos de los más bellos lugares de la Patagonia tienen nombres galeses y es posible estudiar ese idioma, como segunda lengua, por parte de personas, descendientes o no, de esos primeros pobladores. En 1997, se inició un proyecto destinado a desarrollar la enseñanza del idioma galés bajo el auspicio de la Asamblea Nacional de Gales y el respaldo de las universidades de Lampeter y Cardiff. Instituciones como la Sociedad Gales-Argentina y Menter Patagonia actúan en esa misma dirección. La Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco realiza simposios acerca del idioma y la colonización galesa e interviene en el intercambio de becarios.Todos los años se celebra el “Eisteddfod” (estar sentado), el festival literario-musical probablemente más antiguo de la colonia de Chubut. Es un encuentro con una antigüedad de más de doce siglos en la que los druidas celtas se reunían en lugares apartados y, en rueda, recitaban sus composiciones literarias. Aunque puede ser sobre cualquier tema, las composiciones mayoritariamente tienen que ver con la relación del hombre con la naturaleza, elemento fundante en la identidad patagónica.En 2010, la medalla entregada al ganador del festival llevaba en una de sus caras las banderas cruzadas de Argentina y Gales como un homenaje al Bicentenario. Otro reconocimiento de “los galensos”, como los llaman por allá, a esa tierra, dura y áspera, que los cobijó hace 146 años.

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