Por Matilde Sánchez
En qué clase de comunidad se convierte una sociedad de supervivencia, donde se llama trabajar al cirujeo en desechos industriales, que se nutre con alimentos descartados por los frigoríficos y grandes supermercados desde la infancia y donde el 30 por ciento de los niños no tienen padre a la vista? Este es uno de los corolarios a la salida de la villa La Cárcova –a la que sus habitantes nombran quitándole la esdrújula, el más escolar de los acentos.
Se trata de una villa en José León Suárez, ni más populosa ni más violenta que cualquier otra , que pasó al primer plano hace diez días cuando el descarrilamiento y saqueo de un carguero, a pocas cuadras de ahí, terminó con dos menores muertos –Franco Almirón y Gabriel Ramos-, en un aparente episodio de “gatillo fácil” por parte de la Policía bonaerense.
Se entra en La Cárcova cuando una calle ancha típica de barrio deja el asfalto y se convierte en avenida Central: no hay carteles en ella pero sí varias agencias de remís y una Unidad Básica cerrada con candados, sobre el camino de barro y relleno de tosca. En la Cárcova, el grueso de las mil familias se solventan mediante el cartoneo de papel, polímeros PET y alimentos, en las calles de la capital pero sobre todo en las descargas de basura de la Ceamse , ubicada a pocos kilómetros sobre la autopista del Buen Ayre. Una nutrida parte de quienes lo hacen, cada tarde y con autorización para cartonear solo por una hora, son jóvenes y menores. Aunque las visiones de ese festín entre la basura –cuyo recorrido fue publicado en la edición dominical- horripile a la más elemental política de Salud Pública, la chance de que se les bloquee el acceso a la montaña pródiga de la Ceamse desespera a la mayoría por una sencilla razón: lo resuelve casi todo en un territorio donde todas las necesidades son básicas.
La fundación Educar, integrar y crecer, que lleva algunos años en La Cárcova dando apoyo escolar a los chicos en edad primaria, es la única fuente de información poblacional sobre esta villa. En su último informe (de 2010), comparten el censo a sus 100 familias y 150 alumnos: el 70 por ciento de los mayores no tiene trabajo formal y entre las madres, no lo tiene el 84 por ciento . El 66 por ciento de estas mujeres no terminó la escuela primaria, es decir, son analfabetas funcionales, y la mitad de los niños está en riesgo de trabajo infantil. La cifra de niños que trabajan empeora si miramos a las nenas: además de cartonear, la tarea doméstica de largas horas por día, cuidando a los hermanos, lavando o cocinando para el grupo, está completamente naturalizado.
La directora de la fundación, Madgalena Benvenuto, afirma que tuvo que enfrentar con realismo el cirujeo en la llamada “quema” de la Ceamse. Dice en charla telefónica: “A priori, ir a cartonear al centro parece más digno o saludable pero tiene la desventaja de que es un trabajo infantil sin horario, se prolonga hasta bien entrada la noche. Cuando los chicos vuelven muy tarde, faltan a la escuela; directamente están fundidos. Si van a la Ceamse, a las 20 están en casa, cenan y pueden madrugar”.
Con todo, no hay manera de que el basural no sea foco de infecciones . El 90 por ciento de esta villa no tiene acceso al agua de red; la que llega, por una trama de mangueras de PVC, no es potable. Muchos de sus habitantes carecen de cloacas, dado que el suelo es de puro cascote. No existe el gas en La Cárcova, la electricidad es de tendido clandestino.
Sin embargo, el cirujeo en el gran basural de San Martín tiene sus teóricos y defensores. Ernesto “Lalo” Paret es uno de sus referentes. Ciruja de tercera generación, hoy estudia sociología y ha hecho varios proyectos para dar sustento industrial a la actividad del reciclado de residuos. Su manera de mirar la basura es creativa. No es broma. En su enfoque, que se vincula con iniciativas semejantes en otras partes del mundo, uno se siente tentado de tomar la basura no como desperdicio, lo que por definición sobra y por lo tanto, debe ser sepultado, sino como la materia prima -¿pasta base?- para una industria secundaria a la que se puede agregar valor.
Cuando uno le pregunta cómo es posible que a pocas horas de ser desechados en la Ceamse, los alimentos reingresen en el sistema comercial, me rectifica: “¿De qué sistema me habla?, si, por definición, los cirujas son los extranjeros del sistema . Lo que usted concibe como consumo es para quienes están integrados. Los de afuera tenemos otro circuito propio, con todas las posibilidades”. Y continúa: “la mercadería no reingresa al sistema que usted conoce, sino a un circuito que corre en paralelo, que termina en granjas de porcinos, por ejemplo. Los sectores marginales son de un pragmatismo extremo. El 90 por ciento del reciclado de vidrio y cartón está en manos del ciruja callejero. Es preciso hacer políticas públicas que incorporen al ciruja, que es el que más sabe de basura, dado que es el mayor factor de reconversión ambiental”.
En la Red de Bancos de Alimentos, sin embargo, aportan otras soluciones para este disparate que sigue siendo el hambre en el país de los commodities, los cereales y el ganado. Señalan que ya llevan más de un año estancados dos proyectos de ley, aprobados en la Cámara de Diputados, uno de ellos, la ley Donal, del diputado Daniel Filmus, que permitirían a estos polos de carenciados acceder a grandes donativos de alimentos no vencidos directamente de las bocas fabriles, sin pasar por la quema.
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