A 200 años de su nacimiento la falta de homenajes de relevancia actualiza la controversia sobre su legado y el proyecto de país que defendía. Intelectuales e historiadores opinan con pasión.
Por Diego Rojas
Es cierto. Parece que desde el año pasado estamos acostumbrados a la celebración. Acostumbrados al homenaje, insaciables, pedimos más. Es que los grandes festejos por el Bicentenario de la Revolución de Mayo dejaron en todos un gustito placentero que provoca el deseo de repetición ante cada acontecimiento ocurrido hace doscientos años. Entonces la revisión del calendario se convierte en una costumbre que responde a la pregunta: “¿Qué conmemoramos este mes?”. Febrero, además de muy corto, tiene entre sus virtudes haber sido el mes que Domingo Faustino Sarmiento eligió para nacer.“Bien, sale homenaje, entonces”, podría pensar cualquier incauto. Pero no. Es decir, están programados eventos institucionales –como la emisión de una moneda con su efigie o la edición de sus obras por la Biblioteca del Congreso–, pero no está planificado ningún acto de gran relevancia. Es más, los festejos en San Juan, provincia natal de Sarmiento, tampoco estaban completamente organizados, según El Diario de Cuyo. “Todavía no está definida cómo será la agenda de actos oficiales que se llevará a cabo en la provincia –señaló el diario–. Según el presidente de la comisión que se conformó para organizar las actividades, Eduardo Bustelo, el retraso se debe a que la mayoría de los integrantes de la Comisión de Homenajes del Bicentenario ‘estuvieron de vacaciones’”. El mismo diario publicó que se había decidido invitar al eventual acto, del que participarían los abanderados de todas las escuelas de la provincia, a sus pares de las escuelas chilenas fundadas por Sarmiento. Sin embargo, sería una misión imposible, ya que esos establecimientos hace mucho tiempo dejaron de existir.Más allá de los homenajes concretos que se realizarán, queda la duda sobre las razones de la falta de uno de envergadura. Es que la figura de Sarmiento fue siempre, incluso mientras vivía, controversial. Una controversia que se extiende hasta nuestros días, en los que sus protagonistas no se deciden por definirlo como el genial padre del aula o como un cipayo ideólogo antinacional.“Sarmiento es un personaje de intensos claroscuros –explica el escritor e historiador Pacho O’Donnell–. Como siempre se han privilegiado y difundido sus aspectos más positivos, por ejemplo, los referidos a la concepción de la educación como necesidad civilizatoria, quizás sea la oportunidad de hablar de los aspectos menos loables. En ese sentido el revisionismo histórico siempre ha tenido una posición crítica hacia las posturas de Domingo Faustino Sarmiento. Fue el portavoz de los vencedores de las guerras civiles, el representante de los unitarios devenidos y rebautizados liberales, pero liberales a la argentina, es decir, autoritarios”. O’Donell, que hace poco publicó La gran epopeya, sobre la batalla de Vuelta de Obligado, continúa exponiendo su visión: “Definió muy bien el proyecto de organización nacional elitista, porteñista, antipopular y extranjerizante cuando propuso el dilema ‘Civilización o Barbarie’. ‘Civilización’ era su grupo y ‘barbarie’ todo lo demás: los federales, las provincias, los sectores populares, las tradiciones cristianas y criollas, todo aquello contra lo que habían guerreado. El proyecto del que fue vocero, ideólogo y ejecutor, fue derrotado. Este país es absolutamente unitario y centralista, se denigra lo nacional en beneficio de lo extranjero, ser provinciano es un demérito y siempre hubo élites sociales pendientes de los intereses imperiales del momento. Muy groseramente podría decirse que si a alguien le gusta ese modelo, alabará a Sarmiento sin dudar. Si le gusta un mapa federal, donde se tengan en cuenta los intereses populares y lo nacional, seguramente se lo objetará en algún punto”.La historiadora Lucía Gálvez es taxativa: “Era un genio. Con contradicciones, pero un genio. Tenía un proyecto para el país que planteaba la construcción de la civilización sobre una acción educativa y que fomentara la inmigración. Defendió los derechos de la mujer como un adelantado para su época y llegó a decir que la civilización se detiene a la puerta de las naciones donde no se respeta a las mujeres. Le interesaba todo al punto que aprendió idiomas de manera autodidacta y analizó la gimnasia y el deporte para incluirlos en su proyecto de país. Fue, además, un gran escritor: Unamuno dijo que fue el mayor escritor de habla hispana del siglo XIX. Eso no quita que tuviera defectos, pero sus exabruptos siempre fueron pronunciados al calor de una pelea.”Daniel Molina, director del Área de Letras y Cultura Web del Centro Cultural Rojas (UBA) también es un apasionado defensor del prócer: “Sarmiento quizás sea el estadista más grande que dio la Argentina. Fue quien mejor imaginó al país y el que más aportó a que la Argentina sea una nación interesante. Sin Sarmiento, este país no existiría. Entendió una utopía maravillosa, que es la educación pública, masiva, laica y en manos del Estado, cuestiones que destruyó la dictadura y fulminó el menemismo. Su acción logró terminar con el analfabetismo en una generación; impulsó una verdadera revolución cultural, sin semejanza a ninguna ley parlamentaria del montón. Se peleó con la Iglesia a muerte, al punto que Roca tuvo que echar al embajador del Vaticano y se rompieron las relaciones diplomáticas. Si se lo analiza con las ideas del siglo XIX, porque no se puede juzgar con los valores del siglo XXI, se puede afirmar que luchó por un país moderno y fue un apasionado que muchas veces se equivocó, pero cuyo objetivo era inventarle una nación al desierto, como dijo Tulio Halperin Donghi”.Para Hernán Brienza, que acaba de publicar Valientes, sobre héroes marginales del siglo XIX, “Sarmiento es una figura contradictoria, ambigua. La frase ‘Civilización o barbarie’ desató en la cultura argentina un efecto malinchista (N. de R.: en referencia a Malinche, la india azteca que entregó su pueblo al conquistador Hernán Cortés), incluso más que su propia obra, porque si se leen Facundo o Argirópolis se nota un profundo cariño y devoción por el país. Sin embargo, esa dicotomía produjo las peores tragedias del pensamiento nacional: creer que hay un desvalor en lo autóctono y criollo y, por el contrario, ejercer una devoción infinita hacia lo extranjero. Sarmiento prefería lo europeo y lo norteamericano. Pensó que el desarrollo implicaba una copia de lo extranjero y vio la cuestión de la verdad en lo ajeno y no en lo propio. Eso puede convertir a la Argentina en cosmopolita, pero también ejerce una desconscientización sobre los propios valores, del propio poder, en el sentido nietzscheano de voluntad o poderío de una nación. Sarmiento mostró un profundo desprecio por el gauchaje y por lo indio. Dijo cosas terribles sobre los gauchos, los irlandeses, los judíos, de los que señaló que no tenían otro interés que el dinero. Si bien él es hijo de los prejuicios de su tiempo, también actúa como el gran prejuicioso, que contrata la racionalidad y el laicismo que también supo exhibir”. El historiador José Vazeilles, titular de una cátedra de Historia Social General en la UBA, afirma que “Sarmiento fue el hombre más ambiguo de su época. Contribuyó a la conformación de una ideología oligárquica a través de un platonismo moderno que idealizaba la civilización occidental y condenaba, sin realismo histórico, a los sectores populares de la Argentina. Por otro lado, fue propulsor de un posible desarrollo agrario basado en la pequeña propiedad que no le dejaron desarrollar, salvo en la zona de Chivilcoy, donde realizó una experiencia inédita en ese momento. En medio de personajes más nítidos, como Mitre, que era puramente oligárquico y bastante estúpido, Sarmiento se destaca por esa ambigüedad. Además de sus posturas sobre la educación, impulsó intervenciones y modernizaciones como la creación de hospitales. Incluso impulsó la creación del Colegio Militar, aunque en la práctica haya tenido resultados ambiguos. Sin embargo, creo que las viejas disputas historiográficas que comenzaron en el siglo XIX entre mitristas y rosistas, y que luego se trasladaron al debate sobre Perón, quedaron atrás y no deberían ser relevantes para la realización de homenajes”.El historiador nacionalista Federico Gastón Addisi acuerda con la no conmemoración de su natalicio y lo atribuye al giro gubernamental hacia la reivindicación de Rosas o de la Batalla de la Vuelta de Obligado. “Sarmiento es parte de la antinomia federales y unitarios que dividió al país y sigue vigente. Los unitarios expresan el proyecto liberal y europeo y Sarmiento, junto a Rivadavia y Mitre, fue uno de los máximos expositores de esas ideas. El federalismo se propuso construir una patria con desarrollo autónomo, en cambio el liberal sólo lo plantea como un mero productor de materias primas. Sarmiento llevó adelante una guerra contra el interior y hasta fue el autor ideológico del asesinato del Chacho Peñaloza. Cuando viajó a los Estados Unidos trajo el modelo de educación norteamericano y sugería poblar el país con ciudadanos anglosajones. Por eso dijo que mientras existieran el gaucho y el chiripá nunca se impondría su ideología, ya que ese modelo anglosajón chocaba con las raigambres latinoamericanas de raíz hispana que se manifiestan en lo profundo de la nación. Desde la defensa de la soberanía, Sarmiento representa todo lo que un patriota considera deleznable”.El especialista en educación Gustavo Bombini, profesor de Letras en la UBA y la UNSAM y autor de El gran Sarmiento, discrepa: “Trabajo en el ministerio de Educación y considero que es el primer creador de políticas de lectura de la Argentina. Fue el gran impulsor de la alfabetización y la inclusión, aunque el matiz ideológico de su época le impedía ver la inclusión más allá de los límites que esos años marcaban. Sentó las bases del sistema educativo, de las bibliotecas primarias y populares, todos hechos homenajeables. También se puede afirmar que, junto a José Hernández, fue el mejor escritor del siglo XIX y el creador del gran ensayo con Facundo. Después están sus dichos controversiales, como su hostilidad hacia el gaucho. Sin embargo, Sarmiento, pese a pertenecer a un grupo hegemónico, supo brindarle a sus recorridos personales intervenciones que lo distinguían. Incluso en el propio centro, se ubicaba en los márgenes. No hay que olvidar que lo apodaron ¿El Loco’ por su audacia”.Doscientos años no es nada, dice el tango, y tal vez por eso Sarmiento no tenga los homenajes que quizá merezca. Porque, aunque controvertido, es un personaje que conduce a la pasión y al debate sobre qué modelo de nación nos merecemos. Una discusión que continúa. Ya había dicho Borges que, si se hubiera elegido a Facundo en lugar de Martín Fierro como texto nacional, diferente hubiera sido nuestra historia.
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