La investigación que revela el papel del falo en el imaginario social, desde la antigua Grecia a la actualidad. Los argentinos: cómo lo vemos, la obsesión por el tamaño y la opinión de intelectuales, estudiosos y artistas.
Por Diego Rojas
El pene. Ese oscuro –o claro, largo, corto, ancho, delgado, circuncidado, sin circuncidar, erguido, fláccido– objeto del deseo. O del poder. O del pecado. O del miedo. O del placer. El órgano masculino se manifestó de distintas maneras en el imaginario social y ocupó los más diversos casilleros en la taxonomía de las valoraciones humanas. El libro Una historia cultural del pene (Océano) recorre las manifestaciones del falo a lo largo de la historia de Occidente, cuyos momentos más destacados rescatamos en esta nota. A la vez, un variopinto seleccionado de argentinos que podrían representar el inasible ser nacional responden a una duda fundamental: ¿qué lugar ocupa el pene en nuestra sociedad? Una nación que eligió al Obelisco como ícono referencial o que se entusiasma hasta el éxtasis con frases como: “La tenés adentro”.“Hay que asumir que vivimos en una sociedad falocéntrica –señala el doctor León Gindín, profesor titular de Sexualidad y Salud en la Universidad Abierta Interamericana–. La forma y el tamaño del pene preocupan a mucha gente. La mayoría de los pacientes que me consultan sobre el tema es gente que fue explotada por los tratamientos de agrandamiento peneano. Existe un trastorno llamado dismorfofobia: considerar que se tienen imperfecciones notorias. Los hombres que lo sufren piensan que su pene es demasiado chico, en el club se tapan con la toalla, creen que las mujeres se reirán de ellos. Lo cierto es que, al mirarlo desde arriba, un hombre ve a su miembro más chico de lo que se ve cuando se lo mira de frente. Casos de micropenes, aquellos que miden menos de tres centímetros en estado fláccido, sólo he visto uno en toda mi vida”.–¿Cree que nuestra sociedad se obsesiona por el tamaño?–Sólo hace falta mirar la casilla del correo electrónico. Las publicidades para agrandar el pene abundan. Uno grande hace que quien lo posee se sienta poderoso. Sin embargo, es más saludable tenerlo pequeño. El pene muy grande requiere mayor cantidad de sangre para erectarse, tarda más en hacerlo y se cae más pronto. Los hiperdotados sufren muchas patologías.La adoración del pene era una característica de antiguas civilizaciones. Los griegos lo celebraban, lo enaltecían, lo exhibían orgullosos. El pene erecto remitía al símbolo del poder ateniense y se lo contemplaba con aidos, un temor reverencial hacia lo sagrado y poderoso. Platón mismo identificaba las erecciones como “divina locura”: era el modo de establecer un vínculo con los dioses. Estéticamente se lo prefería delgado y proporcionado: basta mirar las estatuas de la época y su representación del cuerpo masculino. La transmisión del saber desde un hombre adulto hacia un adolescente, tradición ampliamente extendida, culminaba con una relación sexual. La transmisión del semen al educando representaba el traspaso de la areté, un conjunto de virtudes. Los romanos no heredaron esta acción, pero sí su adoración por el falo, del que se erigían monumentos, estatuas gigantes y que se valoraba como símbolo máximo de prosperidad, virilidad, poder y hasta felicidad. El poeta Marcial escribió: “Si desde los baños oyes una ronda de aplausos, / ten por seguro que la causa es el vergón de Maron”.“Los argentinos tienen sobredimensionada la imagen de sus propios penes –asegura la conductora Carla Czudnowski, que acaba de inaugurar la sección “El kiosquito de Carla” en el programa Duro de domar–. Todos creen que la tienen enorme, se relaciona con que los argentinos inventamos el dulce de leche, el colectivo y la birome, y eso produce una imagen distorsionada en todos los ámbitos: nos podemos creer los mejores, y en este caso los que la tienen más grande, aunque en la realidad nos vaya como el culo. Pero si vivís engañado, en algún momento salta”. La mujer, según Czudnowski, no queda exenta de las vicisitudes del ser nacional respecto de su actitud frente al pene. “Convencida de que su novio, marido o amante la tiene más grande, desarrolla una extraña envidia del pene y se sumerge en una ambición desmedida por conseguir el pito ajeno y de mayor volumen. La argentina termina enfalicándose”, concluye, aportando una nueva categoría al psicoanálisis –una disciplina en la que, también, los argentinos somos los mejores–.El cristianismo revirtió el culto al falo que se pregonaba en Grecia y Roma, hasta el punto en que el miembro masculino se transformó en símbolo del pecado. Luego de una ardua discusión entre Agustín de Hipona y Julián de Eclanum sobre el carácter del pene, se instituyó su degradación. El virulento debate fue ganado por quien más tarde sería conocido como San Agustín y que alcanzaría un lugar en el panteón de los teóricos del catolicismo. Agustín proclamó que el órgano respondía a “la diabólica excitación de los genitales”. La identificación satánica del semen y el repudio a toda sexualidad que no fuera reproductiva calaron tanto que, con pequeñas variaciones, llegan hasta nuestros días. El desarrollo del cristianismo acompañó una era de oscurantismo incluso en la caracterización de lo sexual. Hubo sectas en las que los hombres se capaban para prevenir sus impulsos pecaminosos. Incluso los protagonistas reales de la romántica historia entre Abelardo y Eloísa –que luego se convertiría en un clásico texto de iniciación amorosa a través de la literatura–, terminaron sus días en instituciones religiosas luego de que Abelardo sufriera, y agradeciera, su castración. El Renacentismo marcó el fin de una época signada por la oscuridad de las ideas y tuvo en Leonardo da Vinci a uno de sus adalides además de uno de los más estudiosos del pene en aquella época. Cien años antes de que la fisiología se interesara por él, Leonardo había analizado su funcionamiento con rigor científico. No sólo de ingeniería y arte –disciplinas en las que el florentino era un experto– vive el hombre, aunque sus biógrafos especularan que, si bien vivía rodeado de mancebos atractivos, Leonardo desdeñaba el sexo.“Partamos de la base de que nuestro símbolo es el Obelisco y que de ahí a la representación del falo en la corbata, el auto y hasta los zapatos hay un paso, es una tradición bien argentina –especula el diseñador Roberto Piazza–. El insulto mayor es que digan que tenés un ‘chizito’. Es parte del machismo, que impera en nuestra sociedad de una manera gloriosa y produce una adoración por el bulto inédita en otros países. En la comunidad gay al 99 por ciento el tamaño le interesa más que todo lo demás, por eso está un poco embrutecida. Si el otro no la tiene grande, perdió como cincuenta puntos. ¿Sabés las veces que escuché: ‘Es muy lindo, pero la tiene chiquita’? Es algo que atraviesa a toda la cultura popular y el que diga que no tiene importancia, es un mentiroso”.La duda sobre el tamaño es una constante en la sociedad argentina, aunque es cierto que han cambiado sus modos de referirse al miembro masculino. En 1986, en ATC, Pepe Eliaschev inauguró la sección “Mitos sexuales contemporáneos” en su programa Cable a tierra. Proponía una encuesta pública, a cargo de Alan Pauls, sobre la importancia de las susodichas dimensiones. Se produjo un gran escándalo: protestas eclesiales, acusaciones de todo tipo y, finalmente, el levantamiento del programa fueron las consecuencias de la mención al aire, en el canal público, del inocente pene. “Era un ciclo periodístico donde se pasó por primera vez el audio del juicio a las Juntas y la reacción aprovechó esa encuesta para atacar a Alfonsín –recuerda Eliaschev–. Hoy toda alusión en la televisión a la genitalidad es procaz. A la vez, la sociedad se transformó. En esos años se estaba tratando, con gran debate, la ley de divorcio, hoy se aprobó el matrimonio igualitario. Son épocas geológicas distintas”.“Los tipos superdotados creen ser supermachos, pero el tamaño no es todo –actualiza el debate la vedette María Eugenia Ritó–. Cuanto más grande la tienen, menos les interesa el placer de la mujer, van a lo básico, no les interesan los mimos, la previa. No es todo ‘dónde la pongo’, no. Ese es su defecto. En cambio, los que no la tienen tan grande se preocupan más, se matan por satisfacer a la mujer. Y eso es lo que nos gusta, una previa que incluya lo oral, juguetes, el morbo del lenguaje. No todo en la vida es pene”.Freud no sólo provocó una revolución en la exploración del alma humana, sino que señaló la importancia psíquica y vital que cobra el falo para la especie humana. Su teoría sobre su relevancia cambió el modo de pensar al hombre, que sufriría el miedo a la castración, y a la mujer, que estaría signada por la envidia del pene. El psicoanálisis explicó la simbología del pene y ayudó a asumir a la sexualidad como parte integral del desarrollo humano.“El falo es la representación simbólica de todos los penes juntos –señala el psicoanalista Enrique Carpintero, director de la revista Topía–. Representa la omnipotencia y, en última instancia, la superioridad del poder masculino sobre el femenino, en el marco de una sociedad patriarcal. El pene tiene un valor muy importante para la sociedad occidental y, en nuestro caso, se expresa a través de la infinidad de palabras, historias o anécdotas que hacen alusión a él. Sin embargo, vivimos un momento de transición, a pesar de seguir inmersos en el patriarcado, y el antiguo anatema: ‘La anatomía es el destino’ ya no tiene el valor que tenía antes. No sólo la mujer se define en relación al falo, como señalaba Freud, sino que también lo hace el hombre: la castración implica a ambos géneros”.Hoy, el carácter del pene se debate entre la representación del poder, la eternización de ese poder a través del consumo de Viagra (que asegura la erección a cualquier mortal) y su aceptación como objeto de deseo y de placer sexual. La presencia e imagen del falo sigue siendo parte central de la contemporaneidad y su exhibición, que antes era un tabú, llega a celebradas estetizaciones, como las que realizó el fotógrafo Robert Mapplethorpe. Incluso en la tapa del disco Sticky Fingers, de los Rolling Stones, se muestra en primer plano un ajustado pantalón marcado por un rastro peneano. Como se ve, y aunque resulte paradójico, no hay que esquivarle el bulto al pene.
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