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Murió el 22 de febrero de 1939, en el país vecino al suyo que más admiraba, y desde un lugar donde siempre podía ver la frontera. Nunca aspiró a una estatua o una calle con su nombre, nunca posó delante de una biblioteca. A los 72 años de su muerte, a otros 72 del fin de la Guerra Civil que ganaron los nacionales, quienes hoy serían compatriotas, llegan hasta donde descansan sus restos, en el sur de Francia. Y dan prueba de una devoción reservada sólo a los santos del cielo o a las estrellas de rock. Antonio Machado, el gran poeta español, murió en el exilio, solo y pobre, en el costero y ahora turístico pueblito de Collioure.
El diario madrileño El País informa que en el cementerio, y en lo que parece más un altar que la tumba de Machado, se han encontrado tantas cartas dirigidas al poeta que la fundación que custodia su nombre ha puesto tiempo atrás un buzón para preservarlas. Son cartas con pedidos de todo tipo, pero sobre todo favores personales (que gane el Real Madrid, aprobar una materia, conseguir novio, ser un poeta loco y famoso, etcétera). Para evitar interferencias entre los ruegos y su santo, los devotos no omitieron señalar, siquiera, nombre y apellido, dirección postal, teléfonos, e incluso mails.
Al igual que Federico García Lorca, de quien era amigo, Antonio Machado insistió en deplorar la gloria literaria y sus efectos. La consagración oficial de un artista era para él un ambiguo purgatorio: una manera de desactivar y volver estéril una obra, un modo eficaz para generar repugnancia en un corazón sincero. Por si fuera poco, ahora a unos universitarios se les ocurrió hacer un libro con esas mismas cartas, al que llamarán, no sin candor poético ni obviedad, Palabra en el tiempo. Que, dicen, actuará como un homenaje a contrario: enrostrar a los españoles que las gentes de ayer que lo maltrataron al punto del exilio, hoy le rinden tributo religioso.
Este 22 de febrero se cumplen 72 años de la muerte de Machado, ese hombre de la Generación del ’98 para quien la poesía fue siempre algo más, pero nunca menos, que una feliz combinación de palabras y ritmos. Apenas antes de la Guerra Civil publica su gran Juan de Mairena: Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo. Y apenas antes de finalizada, a punto de caer Barcelona, logra llegar a la frontera. Pasa a Francia en enero, y muere a los 26 días. Su madre muere tres días después.
El desprecio de Machado por las celebraciones sobre su vida y obra lo ha contado su hermano, en un libro llamado Últimas soledades del poeta, que publicó, incongruentemente, una “Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales” en 2008. Poco importa lo que haya pensado Machado, porque ya se realizaron en su tumba festejos por un nuevo aniversario de su muerte. Le dejaron rosas y mimosas amarillas, peroraron el alcalde de Collioure y el presidente de la Fundación Machado. No faltaron las coronas ni el un minuto de silencio, que malogró la tos de un integrante de una asociación de vecinos de Barcelona, que viajó especialmente para el homenaje.
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