jueves, 1 de abril de 2010

RENOVADA BARBARIE CONTRA LAS INMIGRACIONES


Por Eduardo Pérsico.

Siempre la tarea literaria incide en el pensamiento colectivo; de perfil o con artilugios verbales distante de la realidad que comenta, igual todo escriba aporta a la tarea de historiadores y sociólogos. En un contexto de ficción es fiable navegar por la nostalgia del amor ausente o la comarca lejana en nuestro exilio, y eso que tantas veces pareciera tan ficticio como un sueño, igual nunca es una mentira. Como tampoco son las perpetuas inmigraciones por hambre de tantas multitudes exigidas a cambiar su lugar en el mundo. Mucho se ha novelado que lejos del terruño toda alienación se contamina y se profundizan hábitos que quizá nunca antes fueron ejercitados; y esa tal vez sea una de las ‘grandes molestias’ que las sociedades estables soportan con las inmigraciones. Qué vamos, ¿cómo ese tipo anda aquí con esa ropa colorinche?

La humanidad se entrama y reconoce gracias a que cada palabra arrastra su propia memoria, pero entre sus dirigentes es común no aceptar pertenecer a nuestra especie y sectariamente actúan según etnia, categoría social o condición económica. Más demás causas tan banales como esas ante la inevitable condición de hombre, que igual a cualquier ejemplar de otras especies conocidas, si no come se muere y sin aparearse se extingue; dos categóricas certezas que ningún personaje xenófobo del primer o último mundo puede ignorar. Igualmente y desinformados de todo eso, muchos líderes de los países centrales, europeos o no, se agrandan ante sus seguidores aplicando sesgadas miradas a esa realidad, entreverando frases y argumentos tribales en el rechazo a los congéneres que ‘invaden’ su lugar. Con el palabrerío patriótico infaltable en cada arenga, los funcionarios políticos más destacado sirven al elitismo económico más cruel en cualquier geografía, a pesar que no pocas veces el mismo Poder los considera un servicio doméstico.

La historia humana bien podría explicarse por sus constantes migraciones; masas de seres vagaron por territorios desconocidos huyendo del hambre final. Esa inequívoca imbecilidad que padece un tercio de la humanidad debería escandalizarnos ‘por la continuidad de la especie’, por mucho que suene presuntuoso. Y vale comentar que un pueblo como el español, ante el decaído bienestar de sus últimos años exige aplicar políticas de Retorno Voluntario a unos cinco millones de nuevos residentes en el país, llegados por la ilusión siempre transitoria del bienestar definitivo. En cualquier pueblo esa actitud puede desbarrancar en una riesgosa xenofobia más explícita que la habitual, algo que registró una reciente encuesta entre miles de españoles donde más del setenta por ciento reclamaron una legislación perentoria y más severa con los inmigrantes. Sin notarlo, una toma de partido que sin advertirlo los reubica en el franquismo más espeluznante que hayan vivido. Eso visto desde lejos aunque mejor apreciado el asunto, esa tendencia al rechazo ya resulta una infatuación desmemoriada - o al menos amnésica- de los desembarcos de europeos en América. Principalmente en área latina, donde tantos italianos y españoles, que en Buenos Aires por 1910 sumaban dos extranjeros por cada nativo, solían bromear en las comilonas a las que tuvieron acceso ‘acá no vinimos a civilizar sino a comer’. Textual.

No pocos traslados a veces generacionales explicarían las pérdidas culturales y las asimilaciones más ocurrentes, pero es agobiante esta ‘contradicción’ de la actualidad que los políticos transfieren al gentío principalmente en los países centrales. De presidentes o primeros ministros hacia abajo los personeros del Poder en las naciones más favorecidas por el reparto de bienes, - no siempre lícitos ni bien habidos- exhiben mapas, dan cursos de cooperación y construyen muros inviolables en busca de ‘soberanías culturales’ que si no eliminan el hambre no sirven de nada. Sobran personajes de la primera línea política desmesurados, o donjuanes chaplinescos, discurseando planes que al otro día rectifican amenazando con naufragar a todos los indocumentados, por ejemplo, o tipos que gobiernan agitando temores y desprecio contra los inmigrantes por atrapar a la clientela política de mejor nivel. Al mismo ritmo la trama de los países ganadores a pura fuerza bruta, operan intrigas y atentados para impedir la llegada de nuevos invitados a la mesa y proseguir una dominación en la que además de muros, misiles y campamentos de refugio, el Poder acciona dioses, demonios y supersticiones con sus ‘fabricantes de opinión’, según nos advirtiera Vance Packard hace unas décadas. Allí están sus monopolios informáticos de televisoras y medios impresos, indicando cómo y qué pensar para temer y despreciar a lo diferente; bárbaro puntal de la supervivencia del Poder planetario.

Los desplazamientos del gentío hacia Europa llegan desde lejos o de algún vecino a los Estados Unidos, pero renacen al mismo tiempo crecen las multitudes que reclaman su lugar en el propio país, ‘Esos imprevistos intrusos’ que le crean arduos dilemas a una dirigencia de fórmulas perimidas. A estos enviones de la humanidad nadie los detendrá a discurso o trampa jurídica. No existen el retorno ni el olvido, ‘siempre el hambre nos conduce y explica, atraviesa montañas, facilita los mares’.

Entonces, en cuanto a nuestra especie comer le resulta tan natural y divertido como aparearse, si los financieros rabinos papas y ayatolas saben que así el mundo sigue andando, Gardel dixit, literariamente les decimos que nos dejen de joder.


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