Por Miguel Russo
Alejandrina Barry Mata denuncia la campaña en la que Gente, Somos y Para Ti la utilizaron como una nena abandonada por sus padres guerrilleros mientras estaba en poder de los militares.
A fines de 1977 no estaba sola ni sus padres la habían abandonado ni era hija del terror. Ni siquiera se llamaba Alejandra. A fines de 1977, Alejandrina Barry Mata tenía dos años y medio y formaba parte sin saberlo, sin quererlo, sin comprenderlo, de una campaña mediática atroz. La que Editorial Atlántida (a través de sus revistas Gente, Somos y Para Ti) había lanzado para apoyar a la dictadura y que demuestra cómo los militares y ciertos empresarios se asociaron en el crimen de lesa humanidad que arrancó el 24 de marzo de 1976.
Alejandrina es hija de Juan Alejandro Barry y Susana Mata, dos militantes montoneros asesinados respectivamente el 15 y el 16 de diciembre de 1977 en Uruguay. Juan Alejandro en la ruta Interbalnearia, cuando intentaba escapar de un retén junto a Jaime Dri; Susana, en la casa de playa de Lagomar. De esa misma casa se llevaron a Alejandrina. A esa nena de dos años y medio que había nacido en la cárcel de Olmos el 19 de mayo de 1975, donde su mamá estaba detenida. A esa nena que recuperó la libertad junto a su madre pocos meses antes del golpe de Estado. A esa nena que siguió a sus padres cuando decidieron cruzar a Uruguay a fines de 1976 luego del secuestro y desaparición del hermano de Juan, Enrique Barry, y su esposa Susana Papik, para seguir peleando desde allá contra el terror que se imponía acá. A esa nena.
“Me crió mi abuela materna –arranca su relato Alejandrina hoy, con 35 años y la misma mirada de saber hacia dónde hay que ir que tenía en las fotos de Gente, Somos y Para Ti hace poco más de tres décadas–. Me entregaron a mis abuelos después de varios días en los que estuve a cargo de las fuerzas armadas uruguayas, apropiada. Luego me entregaron y creo que lo hicieron porque decidieron que yo era más conveniente para hacer esta campaña de prensa.
Alejandrina es hija de Juan Alejandro Barry y Susana Mata, dos militantes montoneros asesinados respectivamente el 15 y el 16 de diciembre de 1977 en Uruguay. Juan Alejandro en la ruta Interbalnearia, cuando intentaba escapar de un retén junto a Jaime Dri; Susana, en la casa de playa de Lagomar. De esa misma casa se llevaron a Alejandrina. A esa nena de dos años y medio que había nacido en la cárcel de Olmos el 19 de mayo de 1975, donde su mamá estaba detenida. A esa nena que recuperó la libertad junto a su madre pocos meses antes del golpe de Estado. A esa nena que siguió a sus padres cuando decidieron cruzar a Uruguay a fines de 1976 luego del secuestro y desaparición del hermano de Juan, Enrique Barry, y su esposa Susana Papik, para seguir peleando desde allá contra el terror que se imponía acá. A esa nena.
“Me crió mi abuela materna –arranca su relato Alejandrina hoy, con 35 años y la misma mirada de saber hacia dónde hay que ir que tenía en las fotos de Gente, Somos y Para Ti hace poco más de tres décadas–. Me entregaron a mis abuelos después de varios días en los que estuve a cargo de las fuerzas armadas uruguayas, apropiada. Luego me entregaron y creo que lo hicieron porque decidieron que yo era más conveniente para hacer esta campaña de prensa.
–¿La entregaron después de hacer las notas periodísticas?
–Las fotos se hacen en Uruguay, mientras me tienen los militares de allá. Y la campaña aparece después de entregarme a mis abuelos. Y tiene que ver con que los hijos de los desaparecidos éramos un botín de guerra. Hoy hay más de 400 chicos de los cuales todavía no sabemos su identidad. Y a mí me usaron como un conejito de Indias. Servía más para que ellos hicieran su publicidad que apropiada. No es que me entregaron sin más a mis abuelos. Fue una decisión política. Me entregaron a cambio de poder hacer esa gran campaña. Me usaron para decir que los subversivos merecían morir porque dejaban solos y abandonados a sus hijos. Para transformar a las víctimas en victimarios.
–Las fotos se hacen en Uruguay, mientras me tienen los militares de allá. Y la campaña aparece después de entregarme a mis abuelos. Y tiene que ver con que los hijos de los desaparecidos éramos un botín de guerra. Hoy hay más de 400 chicos de los cuales todavía no sabemos su identidad. Y a mí me usaron como un conejito de Indias. Servía más para que ellos hicieran su publicidad que apropiada. No es que me entregaron sin más a mis abuelos. Fue una decisión política. Me entregaron a cambio de poder hacer esa gran campaña. Me usaron para decir que los subversivos merecían morir porque dejaban solos y abandonados a sus hijos. Para transformar a las víctimas en victimarios.
–¿Cuándo se enteró de que era hija de desaparecidos?
–A los trece años. No tengo recuerdos de lo que pasó en 1977 y después nadie me habló del tema. Yo creía que mis padres habían muerto en un accidente automovilístico. Pero a los trece, la esposa de mi abuelo, muy enojada vaya a saberse por qué, me gritó que yo era hija de terroristas. Hay que entender que mi familia estaba muy dividida: mi abuelo había trabajado con Martínez de Hoz, pero tenía a mi papá y a un tío mío desaparecidos.
–A los trece años. No tengo recuerdos de lo que pasó en 1977 y después nadie me habló del tema. Yo creía que mis padres habían muerto en un accidente automovilístico. Pero a los trece, la esposa de mi abuelo, muy enojada vaya a saberse por qué, me gritó que yo era hija de terroristas. Hay que entender que mi familia estaba muy dividida: mi abuelo había trabajado con Martínez de Hoz, pero tenía a mi papá y a un tío mío desaparecidos.
–¿Qué le ocurrió a los trece años, cuando se enteró que la realidad de su vida era otra?
–Empecé a investigar. Me enteré por un tío que había salido en algunas revistas como abandonada por mis padres y me fui a la Biblioteca Nacional para tratar de encontrarlas. Cuando las vi fue muy shockeante: todo lo que decían de mis viejos, las fotos de mi cuna llena de armas. Las revistas, claro, ocasionaron lo contrario de lo que se proponían los militares. El odio que sentí al leer esas notas me llevó a reivindicar la militancia de mis viejos. Hubo un antes y un después. Mi búsqueda, entonces, creció: qué había pasado, por qué tanto terror, cuál había sido la lucha de esa generación. Y las respuestas me llevaron a militar.
–Empecé a investigar. Me enteré por un tío que había salido en algunas revistas como abandonada por mis padres y me fui a la Biblioteca Nacional para tratar de encontrarlas. Cuando las vi fue muy shockeante: todo lo que decían de mis viejos, las fotos de mi cuna llena de armas. Las revistas, claro, ocasionaron lo contrario de lo que se proponían los militares. El odio que sentí al leer esas notas me llevó a reivindicar la militancia de mis viejos. Hubo un antes y un después. Mi búsqueda, entonces, creció: qué había pasado, por qué tanto terror, cuál había sido la lucha de esa generación. Y las respuestas me llevaron a militar.
–¿Cómo imaginaba a sus padres al leer esas notas?
–No los podía imaginar. Pero sí fue muy fuerte recordar una imagen de estar con ellos en una playa. Y allí relacioné que esa playa, que esa casa en la playa era el lugar donde vivíamos, donde mataron a mi madre y de donde me llevaron a mí. A partir de ahí, investigué mucho, llegué a mucha gente, a quienes habían militado con mis viejos, amigos, conocidos. Mi adolescencia estuvo casi destinada a esclarecer ese momento. Y a través de eso me conecté con muchísima gente, aprendí millones de cosas.
En el parte 1380 del 29 de diciembre de 1977, las Fuerzas Armadas uruguayas afirman que la nena detenida en el operativo antisubversivo de la casa de Lagomar fue “entregada por la Justicia Militar a sus abuelos paternos” y que de ese modo se aseguraba su traslado a la Argentina. Como señala la periodista Claudia Acuña en su investigación sobre el caso, el comunicado es reproducido por las agencias de noticias Associated Press y France Press y que los diarios La Nación y La Opinión repiten la información. Pero a la familia Vigil, propietaria de la Editorial Atlántida, las novedades le importaban tanto como la verdad: nada. Hoy, Alejandrina inicia una querella contra la editorial y también contra los responsables periodísticos de los medios de ese grupo: Samuel Gelblung ( Gente); Gustavo Landívar, Héctor D’Amico y Jorge Gutiérrez ( Somos), y Lucrecia Gordillo y Agustín Botinelli ( Para Ti).
–No los podía imaginar. Pero sí fue muy fuerte recordar una imagen de estar con ellos en una playa. Y allí relacioné que esa playa, que esa casa en la playa era el lugar donde vivíamos, donde mataron a mi madre y de donde me llevaron a mí. A partir de ahí, investigué mucho, llegué a mucha gente, a quienes habían militado con mis viejos, amigos, conocidos. Mi adolescencia estuvo casi destinada a esclarecer ese momento. Y a través de eso me conecté con muchísima gente, aprendí millones de cosas.
En el parte 1380 del 29 de diciembre de 1977, las Fuerzas Armadas uruguayas afirman que la nena detenida en el operativo antisubversivo de la casa de Lagomar fue “entregada por la Justicia Militar a sus abuelos paternos” y que de ese modo se aseguraba su traslado a la Argentina. Como señala la periodista Claudia Acuña en su investigación sobre el caso, el comunicado es reproducido por las agencias de noticias Associated Press y France Press y que los diarios La Nación y La Opinión repiten la información. Pero a la familia Vigil, propietaria de la Editorial Atlántida, las novedades le importaban tanto como la verdad: nada. Hoy, Alejandrina inicia una querella contra la editorial y también contra los responsables periodísticos de los medios de ese grupo: Samuel Gelblung ( Gente); Gustavo Landívar, Héctor D’Amico y Jorge Gutiérrez ( Somos), y Lucrecia Gordillo y Agustín Botinelli ( Para Ti).
–¿Alguna vez trató de hablar con quienes por entonces dirigían esos medios?
–No, hablar no. No podría sentarme a hablar con ellos. Por eso presento esta causa, porque lo único que quiero es que vayan presos. La mía no fue una nota aislada. Todas las semanas salía alguna nota por el estilo. Y deben ir presos como instrumentos esenciales para legitimar el terror. Fueron el brazo mediático de la dictadura. Y hay que mostrar lo que se empezó a discutir: la dictadura no fue una obra de militares locos, sino que fue una dictadura cívico militar. Algunos medios, no sólo el Grupo Clarín y La Nación, y los grandes empresarios fueron los que idearon, financiaron y organizaron el golpe militar. Esto es esencial denunciarlo, porque ninguno de ellos está procesado, mucho menos preso y siguen ganando millones en la Argentina de hoy, posicionándose como el poder real. Yo presento mi causa junto con la de Thelma Jara de Cabezas: una causa donde se muestra la complicidad enorme de la Editorial Atlántida con la dictadura.
–No, hablar no. No podría sentarme a hablar con ellos. Por eso presento esta causa, porque lo único que quiero es que vayan presos. La mía no fue una nota aislada. Todas las semanas salía alguna nota por el estilo. Y deben ir presos como instrumentos esenciales para legitimar el terror. Fueron el brazo mediático de la dictadura. Y hay que mostrar lo que se empezó a discutir: la dictadura no fue una obra de militares locos, sino que fue una dictadura cívico militar. Algunos medios, no sólo el Grupo Clarín y La Nación, y los grandes empresarios fueron los que idearon, financiaron y organizaron el golpe militar. Esto es esencial denunciarlo, porque ninguno de ellos está procesado, mucho menos preso y siguen ganando millones en la Argentina de hoy, posicionándose como el poder real. Yo presento mi causa junto con la de Thelma Jara de Cabezas: una causa donde se muestra la complicidad enorme de la Editorial Atlántida con la dictadura.
–¿Ninguno de ellos intentó hablar con usted?
–No. De todas maneras no lo hubiera aceptado. Personas que hicieron eso con una nena de tres años y que tenían tal grado de relación directa con la dictadura, no tienen mucho remordimiento. Se sienten impunes, tienen el poder que brinda la impunidad.
Alejandrina presentó la querella esta semana, pero su pelea lleva años, tanto en Hijos, donde trabajó mucho tiempo, como en su militancia en el PTS y en la coordinadora de La Matanza (donde vive) que se formó por la aparición con vida del joven Luciano Arruga, desaparecido por la Bonaerense. “En la Argentina se produjo un cambio enorme en 2001: una rebelión popular que cambió la conciencia de la gente. Y junto con la lucha de los organismos, se posibilitó la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Es el momento justo. Y quiero que vayan presos los responsables. Pero también que este caso sirva como un lugar de denuncia a toda forma de impunidad, como el caso de la desaparición de Julio López. La forma de reivindicar la militancia de mis viejos es militando. Denunciando que hay sólo cien genocidas condenados; que todavía sigue impune el 95 por ciento de los responsables. El mejor homenaje que puedo hacerles a mis viejos es terminar con esa clase social que ideó, planificó, organizó y financió el golpe militar. Es pelear para que no siga habiendo en la Bonaerense los 6.000 policías de la época del terror. Esta causa es una forma de poder decir esto, de pelear para que se abran los archivos de la dictadura: es lo que permitiría terminar con la impunidad, sacarían a la luz todos los datos que intentan mantener escondidos quienes fomentaron el terror de la dictadura.
–No. De todas maneras no lo hubiera aceptado. Personas que hicieron eso con una nena de tres años y que tenían tal grado de relación directa con la dictadura, no tienen mucho remordimiento. Se sienten impunes, tienen el poder que brinda la impunidad.
Alejandrina presentó la querella esta semana, pero su pelea lleva años, tanto en Hijos, donde trabajó mucho tiempo, como en su militancia en el PTS y en la coordinadora de La Matanza (donde vive) que se formó por la aparición con vida del joven Luciano Arruga, desaparecido por la Bonaerense. “En la Argentina se produjo un cambio enorme en 2001: una rebelión popular que cambió la conciencia de la gente. Y junto con la lucha de los organismos, se posibilitó la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Es el momento justo. Y quiero que vayan presos los responsables. Pero también que este caso sirva como un lugar de denuncia a toda forma de impunidad, como el caso de la desaparición de Julio López. La forma de reivindicar la militancia de mis viejos es militando. Denunciando que hay sólo cien genocidas condenados; que todavía sigue impune el 95 por ciento de los responsables. El mejor homenaje que puedo hacerles a mis viejos es terminar con esa clase social que ideó, planificó, organizó y financió el golpe militar. Es pelear para que no siga habiendo en la Bonaerense los 6.000 policías de la época del terror. Esta causa es una forma de poder decir esto, de pelear para que se abran los archivos de la dictadura: es lo que permitiría terminar con la impunidad, sacarían a la luz todos los datos que intentan mantener escondidos quienes fomentaron el terror de la dictadura.
*Gente (enero de 1978), Somos y Para Ti (diciembre de 1977): las revistas del grupo Atlántida aprovecharon los días en que las Fuerzas Armadas uruguayas mantuvieron secuestrada a Alejandrina luego de matar a sus padres y antes de ser reintegrada a sus abuelos. Los medios repitieron la historia armada entre los militares y el grupo empresarial. Hoy, la querella incluye a los titulares del grupo y a los periodistas involucrados.
La operación que Para Ti hizo con Jara de Cabezas
Por Gabriela Juvenal
A 34 años de la desaparición de su hermano Gustavo Alejandro Cabezas y a 32 del secuestro de su madre Thelma Jara de Cabezas, el pasado jueves, Daniel Cabezas testimonió en el juicio por los crímenes cometidos en la ex Esma. No sólo habló sobre el juicio que inició contra Editorial Atlántida por la publicación de un artículo que falsea la historia de Thelma. También, presentó tres conversaciones telefónicas –hasta ahora desconocidas– que mantuvo en diciembre de 1979 con su tía y su madre, mientras estaba secuestrada.
Daniel Cabezas era militante de Montoneros y estaba exiliado en México cuando el 30 de abril de 1979 secuestraron a su madre. Thelma había pasado por Madres de Plaza de Mayo e integraba la Comisión de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas. Hacía dos años habían secuestrado a su hijo Gustavo. A ella, que por entonces tenía 52 años, la habían llevado a la Esma donde, desde el primer día, había sido torturada. Al llegar al campo de concentración le sacaron la capucha y la enfrentaron a Marcelo, el alias detrás del cual se escondía el represor Ricardo Gabriel Cavallo. Desde México, durante la dictadura, Daniel inició una campaña internacional que denunciaba la detención de su madre. Julio Cortázar había publicado varios artículos en su apoyo, tanto en El País, de España, como en medios de América latina. Las torturas que sufrió Thelma no sólo fueron físicas. La habían obligado a escribir cartas a sus familiares en las que debía decir que estaba bien y también a ofrecer entrevistas para medios como el periódico The New World o la revista Para Ti, con el fin de desacreditar la campaña intencional.
Antes del famoso reportaje fraguado en Para Ti, a Jara de Cabezas la llevaron a la Panamericana para tomarle unas fotos. La acompañaban Cavallo junto a otros conocidos represores. El fotógrafo, al que le decían El Hormiga, le tomó unos retratos delante de unos carteles de una publicidad uruguaya. Querían simular que estaba en Montevideo. Como se dieron cuenta de que el truco no funcionaba, Cavallo, que se hacía llamar Miguel Carrasco, la llevó en avión con un documento a nombre de Magdalena Blanco. Fue también en Uruguay donde se hizo la entrevista forzada con el News World, republicada oportunamente por Télam.
El 10 de septiembre se publicó en Para Ti –desplegada en cinco páginas– la entrevista con el título “Habla la madre de un subversivo muerto”. Para hacerla, habían llevado a Thelma a la peluquería, le compraron ropa, la trasladaron a la confitería Selquet. Cavallo, ingeniero de esa operación, fue de hecho quien redactó la nota. “Las empresas periodísticas eran socias de la dictadura. Chiche Gelblung, Mirtha Legrand, Joaquín Morales Solá eran algunos de sus agentes”, dice hoy Daniel Cabezas, quien en el juicio entregó una copia de la revista, una decena de solicitadas y el hábeas corpus que iban a presentar por su hermano, entre otros documentos.
En esa época, Thelma pudo comenzar a salir de la Esma para visitar a su hermana. Daniel aprovechó la oportunidad para grabar desde México las conversaciones que tuvo con su tía y con su madre. Antes de cada conversación introducía estas palabras, también grabadas: “Mi nombre es Daniel Cabezas” y la fecha. “Acá hay chicos que pueden correr la misma suerte, con treinta o cuarenta, que están como yo”, le decía la madre. Hoy, Daniel recuerda: “Al principio me dijo que no hiciera nada, que estaba bien. Le propuse encontrarnos en París. No logramos ponernos de acuerdo, y ella terminó diciendo que me quede acá. Siempre pensamos que estas llamadas, que venían desde la Esma, o desde ENTel, o casas de vecinos, eran grabadas”.
En 1984, cuando el periodista José Vales le mostró la foto de Ricardo Cavallo. Thelma Jara de Cabezas contestó: "Sí, es Marcelo”.
Daniel Cabezas era militante de Montoneros y estaba exiliado en México cuando el 30 de abril de 1979 secuestraron a su madre. Thelma había pasado por Madres de Plaza de Mayo e integraba la Comisión de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas. Hacía dos años habían secuestrado a su hijo Gustavo. A ella, que por entonces tenía 52 años, la habían llevado a la Esma donde, desde el primer día, había sido torturada. Al llegar al campo de concentración le sacaron la capucha y la enfrentaron a Marcelo, el alias detrás del cual se escondía el represor Ricardo Gabriel Cavallo. Desde México, durante la dictadura, Daniel inició una campaña internacional que denunciaba la detención de su madre. Julio Cortázar había publicado varios artículos en su apoyo, tanto en El País, de España, como en medios de América latina. Las torturas que sufrió Thelma no sólo fueron físicas. La habían obligado a escribir cartas a sus familiares en las que debía decir que estaba bien y también a ofrecer entrevistas para medios como el periódico The New World o la revista Para Ti, con el fin de desacreditar la campaña intencional.
Antes del famoso reportaje fraguado en Para Ti, a Jara de Cabezas la llevaron a la Panamericana para tomarle unas fotos. La acompañaban Cavallo junto a otros conocidos represores. El fotógrafo, al que le decían El Hormiga, le tomó unos retratos delante de unos carteles de una publicidad uruguaya. Querían simular que estaba en Montevideo. Como se dieron cuenta de que el truco no funcionaba, Cavallo, que se hacía llamar Miguel Carrasco, la llevó en avión con un documento a nombre de Magdalena Blanco. Fue también en Uruguay donde se hizo la entrevista forzada con el News World, republicada oportunamente por Télam.
El 10 de septiembre se publicó en Para Ti –desplegada en cinco páginas– la entrevista con el título “Habla la madre de un subversivo muerto”. Para hacerla, habían llevado a Thelma a la peluquería, le compraron ropa, la trasladaron a la confitería Selquet. Cavallo, ingeniero de esa operación, fue de hecho quien redactó la nota. “Las empresas periodísticas eran socias de la dictadura. Chiche Gelblung, Mirtha Legrand, Joaquín Morales Solá eran algunos de sus agentes”, dice hoy Daniel Cabezas, quien en el juicio entregó una copia de la revista, una decena de solicitadas y el hábeas corpus que iban a presentar por su hermano, entre otros documentos.
En esa época, Thelma pudo comenzar a salir de la Esma para visitar a su hermana. Daniel aprovechó la oportunidad para grabar desde México las conversaciones que tuvo con su tía y con su madre. Antes de cada conversación introducía estas palabras, también grabadas: “Mi nombre es Daniel Cabezas” y la fecha. “Acá hay chicos que pueden correr la misma suerte, con treinta o cuarenta, que están como yo”, le decía la madre. Hoy, Daniel recuerda: “Al principio me dijo que no hiciera nada, que estaba bien. Le propuse encontrarnos en París. No logramos ponernos de acuerdo, y ella terminó diciendo que me quede acá. Siempre pensamos que estas llamadas, que venían desde la Esma, o desde ENTel, o casas de vecinos, eran grabadas”.
En 1984, cuando el periodista José Vales le mostró la foto de Ricardo Cavallo. Thelma Jara de Cabezas contestó: "Sí, es Marcelo”.
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