martes, 30 de noviembre de 2010

MUJERES MIGRANTES


Por Gloria Camacho**

La migración internacional contemporánea no puede explicarse únicamente como consecuencia de los efectos de “expulsión” de los países de origen de las migraciones, sino que hay que comprenderla dentro del contexto social, económico y político mundial. Es necesario resaltar el papel fundamental que han jugado los procesos de globalización y de liberalización económica; el predominio de la economía del mercado que fomenta la competencia y la resolución individual de la supervivencia; sin desconocer el desarrollo tecnológico que han facilitado el transporte, las comunicaciones y la circulación permanente y casi simultánea de información. La globalización ha producido una refuncionalización de las migraciones a nivel global, debido a que los mercados de los países más ricos demandan mano de obra barata para mantener la economía sumergida, en la que se asienta gran parte de su desarrollo y prosperidad. Los procesos de urbanización de las grandes ciudades y el impacto de los cambios económicos globales han generado una nueva estructura social de las urbes que se expresa en transformaciones profundas de la organización del trabajo, en una polarizada distribución de los ingresos y una modificación de los patrones de consumo. Estos cambios han acentuado las desigualdades socioeconómicas al interior de las ciudades y países, como también entre las distintas regiones del orbe.


Una de las principales características y modalidades de las corrientes migratorias actuales es la progresiva incorporación de las mujeres a los movimientos migratorios transfronterizos, llegando a constituir la mitad de la población que se desplaza por el orbe. Si bien las mujeres siempre han formado parte de las migraciones internas e internacionales, sea para apoyar el proyecto migratorio de los hombres de su familia o por cuestiones económicas, el desplazamiento actual se caracteriza porque las mujeres ya no viajan para acompañar a sus pares masculinos, sino que lo hacen de forma autónoma y con fines laborales orientados a garantizar su subsistencia y la de sus hogares.


Hay una clara relación entre la feminización de la fuerza de trabajo y de la pobreza producidas en el contexto del desarrollo capitalista y de la globalización económica, con la cada vez mayor presencia de mujeres en los movimientos migratorios. En los países de destino de la migración, y en España en particular, la creciente feminización de la fuerza de trabajo, junto al envejecimiento de la población y a la nueva división del mercado laboral, son factores claves que han conducido a que la reproducción social se resuelva comprando una serie de bienes y servicios en el mercado, o contratando a otras mujeres, generalmente inmigrantes, para realizar el trabajo doméstico y las tareas de cuidado que demanda un hogar. Se trata de un proceso de externalización y mercantilización del trabajo reproductivo, realizado sobre la base de las ventajas o desventajas que provienen de la condición de clase y la pertenencia étnica de las mujeres, poniendo en evidencia la permanencia de la estructura patriarcal y profundizando las asimetrías intragénero a nivel transnacional.


En el caso particular de la migración ecuatoriana hacia España, mirada desde el contexto de origen, constatamos el impacto del deterioro socioeconómico sufrido por el Ecuador a partir de la aplicación de las políticas de ajuste y de promoción de las exportaciones, las mismas que no lograron reactivar la producción ni superar el estancamiento económico sino, más bien, profundizaron la pobreza, la exclusión y la desigualdad social, étnica y regional. A finales de los noventa esta situación se agravó por una serie de factores del contexto internacional y nacional provocando, entre 1998 y 1999, la más severa crisis económica y social de la historia reciente ecuatoriana, marcada por una profunda inestabilidad política, un fuerte descontento popular y una pérdida de credibilidad en el país.


Hemos comprobado cómo el contexto nacional de crisis y la pérdida de perspectivas de futuro entre la población crearon un marco propicio para generar un movimiento migratorio nunca antes visto, pues más de un millón de ecuatorianos, equivalentes a una sexta parte de la fuerza laboral, abandonaron el país en el último decenio. La información recabada indica que la debacle económica y financiera golpeó y empobreció sobre todo a las capas medias y bajas del Ecuador que al ver reducidas sus condiciones de vida, optaron por buscar nuevas oportunidades en el exterior. Al determinar el sector socioeconómico de la población migrante ecuatoriana, pudimos constatar que está conformada por mujeres y hombres urbanos, con una importante formación y experiencia laboral, pero también con recursos para afrontar los costos que demanda un viaje hacia el extranjero. Asimismo, determinamos que, aunque en menor escala, los pobres también engrosaron los flujos migratorios, sobre todo partieron hombres pertenecientes a familias campesinas o vinculadas a la actividad agrícola; quienes contaron con el apoyo de emigrantes previos y de las redes que funcionan en las zonas de antigua migración, sobre todo en el Austro serrano.


Además de ser perjudicadas por el deterioro socioeconómico provocado por la crisis, las mujeres enfrentaron una agudización de las discriminaciones de género en el mercado laboral, en aspectos como salarios, desempleo, pérdida de empleo, condiciones de inserción laboral, subempleo. Por ello, sin desconocer la intervención de otras variables como la presencia de redes o las motivaciones de género, concluimos que el empobrecimiento y el deterioro de las condiciones de vida de los hogares, la discriminación en el mercado de trabajo, el alto desempleo femenino y la sobrecarga de responsabilidades a raíz de la crisis fueron factores determinantes para que las mujeres ecuatorianas salieran en busca de mejores oportunidades en otros países.


La migración femenina actual ha dejado de ser exclusivamente el resultado de una estrategia familiar. Las motivaciones de las mujeres no son sólo de orden económico o relacionadas con el empleo, sino que incluyen razones de índole personal y de género en forma significativa, como son: alejarse o huir de contextos familiares conflictivos o de relaciones de pareja maltratantes, el afán de superar las dificultades que implica la jefatura de hogar femenina; o, la búsqueda de mayor autonomía, de nuevos horizontes y de otras oportunidades para su desarrollo personal. Estos hallazgos dan o amplían de contenido a la afirmación de que las movilizaciones humanas son multicausales y que el sistema de género juega un papel fundamental en los procesos migratorios femeninos.


El perfil de la población ecuatoriana emigrante es amplio y diverso, incluye a mujeres y hombres de todas las edades y estratos sociales, procedentes de las distintas regiones y áreas de la geografía nacional. No obstante, hemos evidenciado que hay una clara feminización de la corriente, un predominio de población joven, y perteneciente a los sectores medios bajos urbanos. Las principales características de las mujeres migrantes que hemos determinado, señalan que más del 70% son jóvenes en plena edad productiva y reproductiva; que tres de cada cuatro son de origen urbano; que la proporción de mujeres en los flujos migratorios es mayor en las zonas con alta incidencia de desempleo; y, que existe un predominio de solteras y un número significativo de jefas de hogar. La escolaridad de las mujeres de nuestro universo de estudio es de 11,7 años, valor superior a la media nacional de 8,4 años y a la urbana que llega a los 9,7 años de estudios.


Otros rasgos novedosos de la migración femenina reciente es que las mujeres se dirigieron hacia nuevos destinos, sobre todo a España e Italia; que muchas veces viajaron liderando los proyectos migratorios familiares o locales; que lo hicieron como trabajadoras independientes; y, que se constituyeron en piezas claves de la subsistencia de sus hogares, aportando a la dinamización económica de sus lugares de origen.


La información y el análisis de la trayectoria laboral de las inmigrantes ecuatorianas nos permite afirmar que hay un radical cambio en el tipo de trabajo que realizaban las mujeres en el país de origen, con relación al que hacen en destino, pues su nueva inserción es en ocupaciones de menor estatus, donde su formación y experiencia es subutilizada. Hemos encontrado que la principal mudanza es la masiva inserción de las mujeres en el servicio doméstico; ya que mientras en el Ecuador menos del 10% laboraba en esa rama, al llegar a España el 81% lo hicieron y, al momento actual, el 61% de mujeres realiza dicha actividad. De otro lado, verificamos que las mujeres pierden presencia en las ramas de mayor prestigio, como es el trabajo en servicios sociales, en salud o educación.


Otro cambio que hemos observado en la trayectoria laboral de las mujeres es con respecto a la categoría de ocupación, pues en España más del 90% de inmigrantes ecuatorianas son trabajadoras asalariadas, cifra muy superior al 57% que se ubicaban en dicha categoría en origen. En consecuencia, mientras en el Ecuador el 26% trabajaba de forma autónoma, en España apenas el 2,1% pueden hacerlo. En términos de estatus también se encuentra un descenso significativo, ya que del 11% de mujeres que eran patronas o socias activas en el país de origen, ninguna estuvo en esa categoría en la fase de llegada al país de destino y, actualmente (5,2 años de estadía en promedio) sólo un 5% de ecuatorianas se ubican en esta categoría. Los datos y los testimonios presentados en el estudio ponen de manifiesto las pocas posibilidades de laborar por cuenta propia y las escasas oportunidades de movilidad ocupacional ascendente que existen en España para las mujeres, y para la población inmigrante en general.


Al comparar el grupo de ocupación en que se encontraban las inmigrantes ecuatorianas en el trabajo realizado antes de salir de su país, con el primero y último realizados en España, constatamos la degradación laboral y la subutilización de sus conocimientos y capacidades. Así, mientras en el Ecuador el 12% de mujeres se desempeñaban como profesionales, en España sólo el 2% logra hacerlo al momento de la encuesta. Las que han podido hacerlo son inmigrantes con un promedio de estudios de 16,5 años y de 9,5 años de residencia en España, lo que da cuenta de las exigencias y dificultadas para poder ascender en la estructura laboral del país ibérico. De igual forma, altos porcentajes de inmigrantes ecuatorianas laboran como obreras no calificadas, 90% al inicio y 70% luego de varios años, cifras muy superiores al 36% de mujeres que se ubicaban en este grupo en su país de origen. Hemos confirmado así nuestra hipótesis de que se produce un desperdicio de las capacidades y un descenso de las mujeres en la escala laboral en el país de destino, pues realizan trabajos manuales, monótonos y para los cuales están sobrecalificadas. Hemos visto, también, que esta situación genera sentimientos de frustración e impotencia, impactando de forma negativa en la subjetividad y autoestima femenina.


Según la información recogida, el 70% de ecuatorianas ganaba menos de 200 dólares antes de emigrar, mientras el salario promedio que tuvieron las mujeres en el primer trabajo que realizaron en España fue de 501 euros y, en el momento actual, es de 872 euros. De ahí que el 63% de mujeres haya afirmado que la principal ventaja del trabajo en España son los mayores ingresos, aunque subrayando que para lograrlo han debido realizar fuertes trabajos, laborar más de 50 horas por semana, trabajar por las noches, en feriados y en fines de semana. El estudio constata, además, que los inmigrantes hombres tienen ingresos que prácticamente duplican los de sus pares femeninas, lo que muestra la persistencia de las brechas salariales entre los sexos e, incluso, cómo éstas se profundizan entre la población inmigrante que reside en España. En conclusión, las mujeres aceptan trabajos de menor estatus o que no corresponden a su formación y aspiraciones laborales, debido a la diferencia en los ingresos entre los percibidos en el país de origen antes de partir, y los que perciben en el país de destino; y, enfrentan una discriminación basada en el género en lo relacionado con los salarios.


Las precarias condiciones se expresan, también, en la inestabilidad laboral de la población femenina inmigrante, en la alta rotación en el empleo y en la movilidad geográfica, como lo muestran los siguientes indicadores: 47% de las mujeres cambiaron su lugar de residencia por razones de trabajo, el 40% permaneció menos de 6 meses en su primer trabajo, y, de acuerdo con la Seguridad Social de España, en el año 2004, el 68% de ecuatorianos afiliados tenían contratos temporales, y el 60% sólo tiene un año o menos de antigüedad en la actividad reportada. El multiempleo es otra característica adicional de las deficientes condiciones de trabajo de las inmigrantes, pues más de la mitad de las mujeres señalaron que realizaban o habían realizado varios trabajos simultáneos, lo que se traduce en extensas y agotadoras jornadas, con poco o ningún descanso durante los feriados, las vacaciones o los fines de semana.


Otra conclusión es que la discriminación y la explotación es una realidad que con frecuencia enfrentan las inmigrantes: el 61% de las mujeres ecuatorianas reportaron haberlas sufrido en su entorno laboral, en al menos una ocasión. También 1 de cada 4 mujeres habían vivido experiencias de racismo y xenofobia en su trabajo. Desde el punto de vista de género, un ingrediente que dificulta aún más la inserción e integración de la población femenina inmigrante, es el imaginario de que son mujeres “fáciles” o dispuestas a prostituirse; percepción que saca a la luz la doble discriminación que afrontan, por ser mujeres y por ser inmigrantes.


A lo largo del trabajo hemos visto que en la valoración que hacen las mujeres sobre su experiencia migratoria hay un discurso ambiguo y ambivalente que se debate en una suerte de péndulo entre costos, ganancias, oportunidades, pérdidas, retos, amenazas y beneficios. Así, mientras valoran positivamente los ingresos y la posibilidad de ahorrar para cumplir su proyecto migratorio (tener vivienda propia, ponerse un negocio, mejorar condiciones de vida, etc.); relativizan estos logros debido a los altos costos emocionales y personales que les ha significado, como es el deterioro de las relaciones familiares, la pérdida de algunas prácticas sociales o comunitarias, y la limitación para su crecimiento y bienestar personal (bajo estatus, tiempo compartido con los hijos, libertad, redes de apoyo y solidaridad, espacios de comunicación e intercambio). En definitiva, las experiencias recogidas y analizadas dan cuenta de los costos no cuantificables, o los efectos intangibles de la migración; aquellos que no se contabilizan a la hora de evaluar los resultados de los desplazamientos humanos, desde una visión exclusivamente económica o macro estructural.


Con respecto a los efectos de la migración internacional en la economía y el mercado laboral ecuatorianos, encontramos que éstos son significativos y complejos. El más importante efecto positivo es el abultado flujo de remesas que han ascendido de 200 millones de dólares en 1993 hasta 2.916 millones en 2006, las mismas que alcanzan aproximadamente el 11,7% del PIB y constituyen el segundo rubro de generación de divisas del país, solamente por debajo de los ingresos petroleros. En el escenario del país que hemos analizado, las remesas han constituido un soporte fundamental del esquema de dolarización adoptado en 2000, un medio para equilibrar la balanza de pagos, así como una fuente de divisas que ha aliviado el servicio de la deuda externa, contrarrestado de alguna forma la disminución del gasto social, evitado un mayor empobrecimiento, y ha mejorado las condiciones de vida de los hogares que las reciben, sobre todo de los situados en el umbral de la línea de pobreza, ubicados entre 0.5 y 2 líneas de pobreza, pues los impactos directos sobre las familias en situación de extrema pobreza son bajos.


Si bien las remesas incrementan los ingresos de los hogares y pueden dinamizar las economías locales, éstas producen efectos inflacionarios, por tanto, inciden en el costo de la canasta básica, reducen el poder adquisitivo del dinero, factores que perjudican a aquellos hogares que no reciben remesas que, como muestra esta investigación no son las más pobres. Estos efectos acentúan las asimetrías socioeconómicas, principalmente en las zonas de alta y antigua migración, donde se concentran las remesas, lo que relativiza el beneficio de las remesas en cuanto a ser un motor de desarrollo equitativo.


Una conclusión adicional en torno de las remesas es que no es exacta la afirmación de que estos recursos se destinan, de forma casi exclusiva, a la subsistencia familiar y al consumo suntuario; puesto que el análisis de los datos proporcionados por las inmigrantes mostró que si bien un 40% se destina a la manutención del hogar, hay una importante inversión en salud (21%) y educación (13%) de forma particular. Además, la consulta sobre el envío de remesas eventuales para fines específicos permitió tener una visión más integral y detectar una significativa inversión en capital humano, pues el 73% de mujeres declaró haber enviado remesas para salud y señaló su permanente aporte para ofrecer mejores oportunidades educativas a su prole u otros familiares.


En definitiva, las remesas constituyen un potencial y una oportunidad en términos del desarrollo, tanto en el nivel familiar, local y del país, pero que sus efectos sean positivos o no en el mediano y largo plazo, dependerá de múltiples factores del contexto (sociales, culturales, económicos y políticos), tanto en el país de origen como en el país de destino, particularmente, de las políticas que se implementen en esa perspectiva. Además, para garantizar un desarrollo inclusivo, será necesario delinear estrategias e implementar políticas orientadas a los estratos más pobres, los cuales acceden menos a la migración y poco o nada reciben sus beneficios.


En cuanto a los efectos de la migración internacional femenina sobre el mercado laboral ecuatoriano, se puede concluir que éstos son múltiples y de distinto orden. Por una parte, la migración redujo rápidamente las tasas de desempleo y favoreció una elevación de los salarios reales para niveles de calificación medios y bajos, correspondientes a una educación formal hasta de secundaria completa (12 años). También, las remesas favorecen considerablemente las oportunidades de generación de empleo entre los estratos medios y bajos de la sociedad, y su reinversión, al menos parcial, en educación de las futuras generaciones contribuye a la formación de capital humano en el largo plazo.


No obstante, las consecuencias sobre la formación de capital humano en el Ecuador en el largo plazo son más complejas, ya que la sociedad ecuatoriana en su conjunto perdió profesionales, técnicos y mano de obra calificada en la cual había invertido, lo que disminuye la posibilidad de que sus conocimientos aporten para el desarrollo de sus localidades y del país en general. A esta situación se añade la reducción de los retornos educativos en el mercado laboral ecuatoriano, situación que no estimula la inversión en educación básica y secundaria como medios de movilidad social ascendente. La estructura del mercado laboral conduce a una polarización en la demanda de trabajadores/as. En un extremo están profesionales y con formación superior con elevados salarios; y, en el otro, una base salarial masiva, relativamente indiferenciada, de trabajadores/as con niveles bajos o intermedios de calificación, cuyos salarios poco se distancian de los niveles de subsistencia. De esta forma, el mercado laboral presenta pocos incentivos para la formación de capital humano en niveles intermedios y reduce las posibilidades de la economía para su diversificación productiva con equidad.


Además, la escasez de fuerza de trabajo calificada y semicalificada impide el aumento de la productividad, creando un círculo vicioso al limitar el desarrollo de sectores nuevos de la economía. La situación es más grave aún si consideramos que el país tiene un deficiente sistema educativo, la capacitación laboral se ha reducido y la inversión en ciencia y tecnología es mínima. Por ende, la pérdida de capital humano contrarresta significativamente los impactos positivos de la migración y erosiona las posibilidades de desarrollo del Ecuador.


**Socióloga y pedagoga ecuatoriana, especialista en género y migraciones. Es magíster en Ciencias Sociales y Género. Ha publicado varios libros y artículos sobre migración femenina, mujeres refugiadas y violencia de género. En 2006 participó como oradora invitada en la Asamblea General de Naciones Unidas, en el marco del Diálogo con la sociedad civil y el sector privado sobre “Migración internacional y desarrollo

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