lunes, 15 de noviembre de 2010

EL HURACÁN DEL CRACK


Philippe Bourgois, antropólogo norteamericano, investigó durante cinco años la cultura y la economía de las drogas. Harlem, el barrio más temido de Nueva York. El costo del sueño americano. La mano dura en acción.


Por Raquel Roberti

Durante los años que vivió en East Harlem, el barrio puertorriqueño de Nueva York, caminó pisando jeringuillas y ampollas de crack vacías, arrojadas en las veredas. En los primeros meses, vio morir en un tiroteo a una joven vendedora de drogas, madre de un niño de tres años, entre decenas de otras violentas peleas. Y fue testigo de cómo los niños, afectuosos y amigables, se convertían al ingresar a la adolescencia en agresivos vendedores de drogas. Así fueron los cinco años que Philippe Bourgois pasó en la zona más caliente de la ciudad más rica de Estados Unidos, su país natal. Como antropólogo, quería investigar la cultura de la economía subterránea, pero al poco tiempo de mudarse se encontró en el centro de un huracán: el crack, un derivado de la cocaína que mueve millones de dólares.

“Vi a mis vecinos, a los más jóvenes, ingresar a ese negocio; a los chicos que me seguían a todos lados sucumbir ante el peso de la lógica del crack, que tiene mucho de machismo. Tienen que aprender a ser violentos para sobrevivir y cuando llegan a la adolescencia sufren la presión de entrar al papel del macho y de hacer dinero. La tragedia es no entrar en la droga. Cuando alguien no tiene dinero, la gente le pregunta qué le pasa, por qué no se anima, por qué está sin dinero, si le falta energía. Para rehusarse a vender drogas hay que ser un héroe o un bicho raro”, explica Bourgois y logra un fresco de uno de los barrios más temidos de Nueva York.

Pero también asegura que no todo es negro, porque “donde hay miseria también hay amor; la vida en el barrio era bonita, gente hablando en las calles, el saludo de los vecinos, niños jugando en las calles, hay un calor de interacción social que no se vive a siete cuadras de allí, donde por otro lado me crié sin tener idea de lo que pasaba en Harlem”.

Bourgois, que llegó a la Argentina para participar de las VI Jornadas de Etnografía y Métodos Cualitativos, organizadas por el IDES, plasmó su investigación en En busca de respeto. Vendiendo crack en Harlem (Siglo XXI Editores), cuya primera edición en castellano acaba de presentarse en la Argentina. El título del libro no resulta casual y el antropólogo lo explica así: “Ingresan al circuito de la droga buscando cumplir el sueño americano, alcanzar el éxito material y subir en la escala social. No encuentran manera legal de hacerlo y la única industria que les da empleo es la de las drogas. Vienen de sentirse insultados por las escuelas, de aulas repletas, pocos profesores y que ya en su logística considera que más de la mitad de los ingresantes abandonará los estudios antes de la graduación. Luego intentan trabajos legales, pero sufren el rechazo de una clase social media que los trata como lentos o tontos porque tienen una cultura diferente. Y ellos quieren pertenecer, tener dinero, que les da un lugar de poder”.

Bourgois investigó en Harlem entre 1985 y 1990, los años más duros del crack en Estados Unidos. En los últimos meses volvió al barrio y detectó algunos cambios: “Ahora lo fuman los que tienen entre 35 y 50 años, entre los jóvenes está mal visto. Los chicos vieron a sus padres, tíos y abuelos, paranoicos, agresivos, alucinando, algunas de las consecuencias del consumo habitual del crack, y ahora lo rechazan. Incluso los que venden ahuyentan a los pibes y llegan a burlarse de sus clientes”.

El investigador basó su trabajo en la relación con cuatro o cinco puertorriqueños, vendedores de drogas, y sus familias (Primo, César, Ray, entre otros). En base a sus conversaciones y a actividades compartidas, construyó un texto que bien puede leerse como una novela en la que se mezclan amor, delito, violencia y represión, con un registro histórico de la llegada de oriundos de Puerto Rico a Estados Unidos. Una lectura que obliga a preguntarse qué habrá pasado con esas familias. Bourgois tiene la respuesta: “Todos los hijos varones están en la cárcel o recién salieron, y todas las mujeres están enamoradas de un hombre preso. Al mirar los edificios uno piensa que son casi un dormitorio para la producción de reos. La cárcel les da entrenamiento en el delito y termina por ser parte de lo que hace un adulto: va a la cárcel, sale, hace algunas cosas y vuelve a prisión. Algo no está funcionando en ese modelo”.

Quizá lo más trágico de este círculo vicioso es que, cuenta Bourgois, ninguna de las familias cumplió el sueño americano: “Primo vive en la calle con sus dos últimos hijos, de 10 y 8 años. El sistema de seguridad social lo declaró esquizofrénico maníaco, está destruido por la droga. Trata de ser un buen padre, ama y cuida a sus hijos. La tristeza es que no veo salida para él”.

Salida es la palabra clave: “Hay que pensar cómo podría construirse una economía que les diera oportunidades a los habitantes de esos barrios vulnerables. Hay muchos senderos, empezando por la creatividad cultural de esas zonas, de donde surgieron el hip hop, el rap, los graffitis. Tenemos una economía de servicios hacia las finanzas, donde los trabajos son más difíciles para un joven que busca su masculinidad: les cuesta estar sumisos en una oficina sirviendo café. Pero hay otras áreas donde se podrían subsidiar empleos. El hijo de Primo, el personaje principal del libro, es diseñador de web. Trágicamente diseña páginas para pandillas, pero lo hace con tanta creatividad que UFO se ha apoderado de sus webs para anunciar ropa hip hop y le paga por los clics que registra de sus páginas. Es un niño que abandonó la escuela y la clase media consideraría semianalfabeto. Sin embargo, tiene potencial para desarrollar. No controlamos lo que pasa y es por falta de voluntad política. La destrucción, la violencia se ve en los cuerpos de los niños, es algo que duele”.

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