El autor de Sombras nada más, desmonta críticamente los discursos constitutivos de las naciones latinoamericanas y señala que “el ‘matar a los padres’ no ha sido una regla después del boom”.
La risa franca y abierta de Sergio Ramírez exorciza una frase que suena barroca, como si emanara de una hermosa lengua olvidada cuyo eco rebota en las recoletas paredes de un hotel de Barrio Norte. “En el quicio de un rincón oscuro” es la conferencia con la que cerrará hoy el Primer Encuentro Internacional de Literaturas Americanas: 200 años después de la emancipación política en Rosario, una movida que ha convocado a escritores y críticos del continente como el chileno Alberto Fuguet, el mexicano Fabrizio Mejía y los argentinos Noé Jitrik, César Aira y Alan Pauls, entre otros. “El título es un poco enigmático, ¿no?”, admite el escritor nicaragüense, mientras un leve tic en su ojo izquierdo arroja un gesto de complicidad. “Está tomado de uno de los últimos poemas que escribió Rubén Darío y que forma parte de lo que podríamos llamar su ‘poesía negra’. Es un viaje fantasmagórico del poeta acompañado por Valle Inclán, marqués de Bradomín, a una peregrinación a Santiago de Compostela.” La última estrofa de ese poema desolado se lee: “Y dividimos un pan duro/ en el rincón de un quicio oscuro/ con el marqués de Bradomín/”. A Ramírez le interesa explorar ese momento crucial en que Darío se convirtió en testigo del ánimo español frente a la derrota en Cuba. El poeta se ofreció como voluntario para viajar a España y realizar una serie de “reportajes magistrales” sobre las consecuencias de ese revés en la vida cultural de la “madre patria”. Durante 1899 auscultó el pesimismo y la incertidumbre de una sociedad “amputada, doliente, vencida”.
“Darío veía la Argentina como el sol latinoamericano que traería el progreso, un rival de los Estados Unidos frente a la España decadente”, subraya el escritor nicaragüense a Página/12.
–Pero Darío se acercó a España con la derrota, cuando antes, como modernista, sentía cierto rechazo hacia la literatura española.
–Son dos cosas diferentes; cuando Darío llegó a España con la propuesta de renovación de la lengua castellana, creía que había que romper el viejo molde y admitir en el castellano nuevas corrientes, empezando por la literatura francesa, la gran influencia que metió Darío en la lengua castellana. Pero otra cosa es su identidad con lo que él consideraba el hispanismo; eso nunca lo perdió. El surgimiento de Estados Unidos como nueva potencia generó un temor en Darío que está expresado en Cantos de vida y esperanza en el verso: “¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?”.
–En momentos en que varios países están celebrando sus bicentenarios, ¿qué reflexión puede hacer sobre la América unida que deseaba Darío?
–La visión de Darío de una América unida, pujante, abierta a la inmigración, era muy a lo (Bartolomé) Mitre. Esta idea de civilización había impregnado a toda una generación de liberales. La única manera de transformar a América latina era a través de las inmigraciones, que traerían la tecnología y el progreso. Todos los países tuvieron propuestas inmigratorias, incluso se dieron en los países centroamericanos leyes donde se ofrecían a los inmigrantes europeos –nada más europeos– tierras gratuitas y libertad de impuestos; pero eso no cuajó porque eran países muy pequeños. La inmigración formaba parte del sueño transformador. Cuando se celebró el Centenario en la Argentina, Darío escribió su famoso “Canto a la Argentina”, un poema que es una loa del poder transformador de la inmigración y de cómo se levantó como una gran potencia capaz de compensar el desarrollo de los Estados Unidos. Como buen liberal positivista que era Darío, la idea civilizatoria europea excluía incluso a los mestizos. La propuesta de Mitre era que los gauchos eran redimibles –había que civilizarlos–; pero con los indígenas no había nada que hacer.
El suave ronroneo de la máquina de café impone una pausa. Ramírez aprovecha para rebobinar críticamente los discursos constitutivos de las naciones latinoamericanas. “Cuando en América latina hablamos de fusión de razas y mestizaje, tenemos un borrador automático en la cabeza que nos dice ‘delete’. No hay raza negra en ese relato, pero la cultura negra está muy presente en todo el mestizaje hispanoamericano en el Río de la Plata. El elemento negro fue muy importante en el origen de la música y de ciertos rasgos culturales, aunque todo el mundo lo ignora aquí, como se ignora en Centroamérica”, plantea el escritor nicaragüense. “Los primeros que se encargaron de borrar su presencia fueron los propios negros cuando se hicieron mulatos y no quisieron el recuerdo de su origen porque por eso eran ignorados y discriminados. Los procesos de independencia tienen un componente mulato muy importante. Todos los líderes de la independencia en Centroamérica y en Sudamérica tienen algo de mulatos. Los negros están ahí presentes; pero ellos buscaron no ser reconocidos como tales. Este proceso de olvido comienza siendo un auto olvido.”
–¿Qué consecuencias tiene este olvido desde una perspectiva literaria?
–Sin un componente africano esencial, no existirían ni Alejo Carpentier ni (Gabriel) García Márquez, porque este componente mulato está en la novela del Caribe por donde lo busquemos. Hay una literatura negra como la de Nicolás Guillén, un poeta negro que buscó los ritmos africanos deliberadamente.
–¿Un hilo conductor entre las generaciones post boom de los años ’60 puede ser el hecho de “matar a los padres”?
–Estamos llegando a la primera década del siglo XXI y ha habido en la literatura latinoamericana distintas concepciones. La primera es la que podríamos llamar la generación posterior al boom, que (Carlos) Fuentes definió como “generación boomerang”, donde yo me ubico junto a (Alfredo) Bryce Echenique o Antonio Skármeta. Esta no es una generación que nació y creció en contrapunto al boom, sino que ha sido una generación agradecida porque en (Mario) Vargas Llosa, Fuentes, (Julio) Cortázar y García Márquez vimos una escuela de escritura inmediata de gran utilidad. Esta generación rompió los diques que represaban la literatura en español y nos presentó formas de escribir que ya eran arcaicas, es decir Virginia Woolf, Joyce, Faulkner, pero que entraron de pronto tantas décadas después de haberse elaborado en la literatura latinoamericana. Y esto fue obra de esta generación. Luego hubo un después lleno de reacción, no en contra de la generación del boom, que es muy diversa –y va del realismo mágico de García Márquez a la literatura lúdica de Cortázar, pasando por los mecanismos de relojería de Vargas Llosa, a la propuesta de gran aliento histórico balzaciana de Fuentes–, sino contra el realismo mágico que fue el más fácil de falsificar. Vargas Llosa enseñaba formas de escribir, cómo manejar el tiempo, el espacio; pero García Márquez fue un veneno mortal con eso de las mariposas amarillas y las mujeres que vuelan. Muchos se fueron por ese lado y se creó una gran falsificación del realismo mágico con mucho éxito comercial porque en Europa creyeron que la literatura latinoamericana era el realismo mágico. La propuesta de McOndo que hizo Alberto Fuguet no fue una reacción contra García Márquez, sino contra el uso y abuso del realismo mágico. Después llegó la generación del crack, que diría que es exclusivamente mexicana, pero que tampoco es contestataria; más bien tiene la bendición de Fuentes. El matar a los padres no ha sido una regla después del boom. El último movimiento tiende a colocar a (Roberto) Bolaño como la gran deidad; Bolaño viene a ser el equivalente de Cortázar: es el que rompió los moldes, el escritor de culto para los más jóvenes.
–¿Cree que mucho de lo que se escribe en estos últimos años sigue estando bajo el signo de Bolaño?
–Sí, pero acá se presenta una nueva situación. No hay un catecismo de esta nueva generación; hablo por lo que oigo. Para las nuevas generaciones el primer gran escritor es Borges –esto quiere decir que no es García Márquez– y su representante en la tierra es Bolaño. Esta generación no ha sido capaz de hallar una propuesta de expresión literaria propia. Se puede decir que Bolaño es el gran contestatario, pero todavía no es suficiente para señalar caminos. Y no lo digo como crítica, sino como algo natural porque es muy temprano para decir qué va a pasar con esta nueva generación, cómo se va a escribir la nueva literatura latinoamericana. Incluso hay una nueva pregunta: ¿se va a escribir en español? Porque hay una literatura latinoamericana que se está escribiendo en inglés...
–Junot Díaz, por ejemplo...
–Sí, o mi amigo peruano Daniel Alarcón, que es muy bueno y escribe en inglés. ¿Vamos a admitir que la nueva literatura latinoamericana no va a ser en español? Hay una nueva propuesta y no era previsible entrar en esta discusión. La literatura de Daniel tiene como escenario el Perú y los conflictos que narra son peruanos: la guerra de Sendero Luminoso, los pueblos desaparecidos por la represión del ejército, los huérfanos de esa guerra. O Junot Díaz, que escribe sobre la dictadura de Trujillo. Son escritores que están escribiendo sobre América latina; Junot Díaz lo hace en una lengua híbrida que me parece que es un gran aporte porque va veteando su inglés con el slang español del Caribe que lo vuelve intraducible. Leer a Junot Díaz en español, cómo será eso, ¿no?, porque se está perdiendo su riqueza que es esta dualidad del idioma. También tenemos que pensar qué consecuencias van a tener el Facebook y el Twitter en la escritura literaria. Todo eso está por verse.
–¿De qué modo puede impactar el Twitter en la literatura?
–Al Twitter lo veo como una cartelera que un escritor puede usar y que sería como el equivalente del aviso clasificado: “búsquenme en tal parte”; pero esto es algo que no tiene por qué sorprender.
–¿A qué se refiere?
–A finales del siglo XIX se inventó el cable submarino, que transmitía los mensajes telegráficos de un continente a otro, por razones comerciales. La gente necesitaba comunicar rápidamente los embarques de azúcar, de tabaco, de algodón, de café; era consecuencia de una época económica muy centellante que tuvo su impacto en el periodismo y en la literatura. Por el mismo cable submarino iban los despachos telegráficos que comenzaron a publicar los periódicos y que fueron una revolución. Las guerras se narraban por el cable submarino y esto trajo consigo un estilo que era la brevedad. Tenían que decirlo, como en el Twitter, en pocas palabras porque no podían escribir por telegrama una nota de diez páginas. Entonces nació lo que se conoció como el estilo cablegráfico para sintetizar la información. Recuerdo que cuando era niño los telegramas se cobraban por palabras; te salía más barato el telegrama con menos palabras y había que hacer combinaciones. En lugar de poner “me envías” tal cosa, era preferible “envíame” porque te ganabas una palabra. La consecuencia que tenía sobre la lengua era la síntesis.
–Si se vuelve al principio, al poeta que suscitó todo este recorrido por el pasado y el presente, ¿Rubén Darío usaría las redes sociales?
–El primero que las hubiera usado habría sido Voltaire; en la última parte de su vida se dedicó a defender causas públicas y escribió miles de cartas. Voltaire hubiera tenido la necesidad de tener un blog, no hubiera podido ser de otra manera. Darío en la última etapa de su vida se encontró con unos empresarios uruguayos, los hermanos Guido, que eran muy imaginativos, pero que querían hacer dinero y lo pusieron de director de dos revistas. Una se llamaba Mundial, una publicación literaria que tuvo las mejores plumas de América latina con un gran aparato comercial detrás, y la revista Elegancias, de modas, de artículos ligeros, del beatiful people de entonces, una especie de Hola. Esa revista seguramente hubiera tenido versiones electrónicas; y los hermanos Guido hubieran persuadido a Darío, que era muy huraño, a que tuviera Facebook y Twitter. No tengo ninguna duda de eso. Le hubieran creado una red social sólo para él.
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