El catedrático español Javier de Lucas es uno de los mayores especialistas en la temática de las migraciones en Europa. Aquí, reflexiona sobre las formas en que los Estados manejan esas situaciones y advierte sobre los mensajes racistas y xenófobos que fermentan en épocas de crisis. Explica por qué las políticas unilaterales están destinadas al fracaso. Y desmenuza el significado de las actuales deportaciones de gitanos en Francia.
–¿Cuándo surge el tema de la inmigración como amenaza?
–En mi opinión, ése es uno de los mitos fundadores de la cultura occidental, en el sentido judeocristiano, porque está ligado a la presencia del otro en nuestra sociedad. Es el tema de la diversidad cultural como un hecho constitutivo de la amenaza, la diversidad cultural es un mal, un riesgo, una fuente de problemas, eso está en el mito de Babel. Es decir, el ideal es la unidad y la homogeneidad, la estabilidad, y el problema es la diversidad, el cambio, el conflicto. Del mismo modo que el conflicto es el status social negativo por excelencia, salvo cuando los sociólogos como Marx, y no sólo Marx, explican que el conflicto es un hecho natural. Lo problemático es gestionar el conflicto en términos antagónicos y eliminatorios, porque el conflicto es una realidad. El conflicto, para quienes se sitúan en esa estela del pensamiento, está siempre ligado a la diversidad, y los modos de gestionar la diversidad son respuestas a la amenaza. Yo creo que eso hoy está claro que se produce frente a quienes personalizan la condición de agentes de la diversidad, que son de una parte las minorías lingüísticas, religiosas y nacionales, y por otra parte los flujos migratorios, y cuanto más procedan de contextos culturales diferentes son más vistos como amenaza. Esa amenaza es conceptualizada en los términos de amenaza que más preocupen al cuerpo social. Hoy la amenaza no es necesariamente militar, como fue en otra etapa de la historia. Hoy esa amenaza es fundamentalmente cultural de un lado, un riesgo para nuestra propia identidad cultural, y en segundo lugar es riesgo en el sentido de competencia desleal en el mercado de trabajo, “los de fuera vienen a robarnos nuestro trabajo”. Y también el riesgo se pone en términos de orden público y seguridad, es decir, “la diversidad cultural genera de delincuencia e infracción de códigos”. Eso, que es una constante histórica, hoy se concreta sobre todo en crear arquetipos de temor, de miedo, de los inmigrantes y de quienes puedan representar la diferencia cultural.
–Usted suele hablar de las políticas unilaterales de los países que reciben inmigración, y dice que están destinadas al fracaso. ¿Cómo funcionan estas políticas unilaterales?
–Las políticas migratorias unilaterales dictadas desde la mayor parte de los países que reciben inmigración están basadas en una comprensión básicamente utilitarista y reactiva o defensiva del fenómeno migratorio. Los movimientos migratorios existen. Al mismo tiempo existen porque nosotros los necesitamos, pero nosotros los necesitamos coyunturalmente y sólo como instrumentos para optimizar la gestión de las deficiencias de nuestro mercado de trabajo. De manera que mi objetivo es dominar esos movimientos para que sean funcionales a mis necesidades, así yo gestiono esos movimientos en términos hidráulicos de desplazamientos de fuerzas de trabajo, ésa es la única visión. Con la única finalidad de que esos desplazamientos ofrezcan un balance positivo en los términos del beneficio, que son los términos del mercado. Por tanto, todas mis políticas son unilaterales en el sentido de que yo establezco qué movimientos necesito, conforme a qué objetivos, y durante cuánto tiempo. Eso es ineficaz por algo que ya Durkheim estableció, y es que las migraciones son un fenómeno social global, global en todo sentido, no sólo en el sentido de que alcanzan a todo el mundo, sobre todo en un mundo como el nuestro, en el que las barreras se han caído porque la capacidad de desplazamiento no es sólo física, sino virtual. Las migraciones no son sólo mercado de trabajo, ni un tema de mano de obra, aunque uno lo gestione unilateralmente así. Lo que llega no son herramientas de trabajo, no llegan sólo obreros o trabajadores, llegan personas, culturas, grupos sociales.
–¿Por qué estas políticas migratorias estarían destinadas al fracaso?
–Porque por mucho que nosotros queramos, el impacto de una relación como la inmigración no puede ser dominado sólo por uno de los términos del impacto, la otra parte no es inerte, la otra parte interacciona conmigo lo quiera o no, aunque yo trate de dominarla, aunque le imponga un status de ghetto, de apartamiento, de exclusión, de invisibilidad. Esa interacción, si está mediada por un proyecto de dominación que no da agencia al otro, devendrá inexorablemente en un conflicto que se agudiza entre las dos partes. Yo insisto en que esos proyectos unilaterales deben dejar paso a la comprensión de que no se pueden gestionar los movimientos migratorios sin tener en cuenta los intereses de los tres agentes que hay en toda relación migratoria, que son: la sociedad de recepción, la sociedad de origen y las dos poblaciones en contacto, los inmigrantes y los nativos. Por eso, no se puede generalizar, no se puede hablar de “la inmigración latinoamericana en España”, eso es una estupidez. No es lo mismo la inmigración de los bolivianos del Altiplano, que la de los ecuatorianos de la costa, o la de los argentinos de Buenos Aires. La migración no es más que una de las vías de adaptación a la realidad social que tienen los seres humanos. Por tanto, el error de las políticas migratorias dictadas unilateralmente desde los gabinetes ministeriales de los Estados es que están pretendiendo lo imposible porque ignoran con qué están trabajando. Sin un conocimiento de esas realidades y sin la voz de esos agentes no es posible gestionar eso. Por eso, a mí más que de cooperación me gusta hablar de co-responsabilidad y de negociación. Y una parte muy importante es que hay que enseñar a las sociedades nativas que tienen que estar dispuestas a cambiar y a negociar. Y esto no sucede así porque las políticas migratorias mandan un mensaje a nuestras sociedades completamente contrario. Las sociedades nativas tienen que aprender que si uno no negocia, si uno no está dispuesto a cambiar, ese proyecto unilateral está destinado al fracaso.
–Usted afirma que como en Europa no hay realmente una política de inmigración, sólo se acepta al “buen inmigrante”.
–El inmigrante siempre es un constructo social, lo mismo que el extranjero. Todos nosotros somos extranjeros para el otro, y extranjeros incluso para nosotros mismos, es una lección básica de filosofía y de psicología. De manera que pensar que uno es natural y los otros son diferentes es un error propio de una perspectiva unilateral. El inmigrante es la persona que se desplaza, todos nosotros lo somos, y podemos vernos obligados a hurgar en nuestra propia familia, pero antes o después descubriremos que todos somos inmigrantes. De manera que el inmigrante es un constructo que se hace posible fundamentalmente a través de un discurso normativo. Inmigrante es aquel que definimos como tal desde nuestro derecho, desde nuestra concepción cultural. Lo que yo he llamado el “buen inmigrante” es aquel que responde al prejuicio, a la idea previa que nos hemos hecho sobre qué es lo que debe ser un inmigrante de acuerdo con nuestros intereses.
–¿Cómo caracteriza a este inmigrante? ¿Qué cosas le pide la sociedad que lo recibe?
–El “buen inmigrante” es, primero, un trabajador que viene a cubrir una necesidad en el mercado formal de trabajo, porque en nuestra hipocresía, todo lo que sea economía sumergida o mercado informal la excluimos de la noción formal de inmigrante, la necesitamos, pero en aras de esa lógica del beneficio creamos toda una subcapa que ya es medular en la economía europea, para la que necesitamos otro tipo de inmigrante, no el que puede tener derecho. Segundo, además de ser una persona que responde a la necesidad del libre mercado, tiene que adaptarse o ser funcional a las reglas que nosotros unilateralmente imponemos, es decir, está mientras nosotros lo necesitemos y mientras nos ofrezca beneficios. Por lo tanto el “buen inmigrante” es el que se entiende a sí mismo como temporal, provisional y sujeto a las condiciones de contrato de trabajo de su empleador, de manera que cuando al empleador ya no le resulta rentable, ese “buen inmigrante” debe desaparecer, debe volver. Tercero, el “buen inmigrante” tiene excluido como proyecto quedarse, y ése es otro de los problemas básicos que tienen las políticas unilaterales de inmigración, ya que ninguna de las que hemos hecho en la Unión Europea, con rarísimas excepciones, prevé la posibilidad de que el inmigrante quiera quedarse. Toda nuestra política es “que se vayan cuando no los necesitemos”. La cuarta condición de “buen inmigrante” es que sea invisible en el espacio público. Eso quiere decir que el “buen inmigrante” no debe cambiarnos a nosotros. Nosotros hacemos políticas pensando que seguiremos iguales, que tendremos la misma parte del pastel, que no cambiaremos realmente, que no tendremos que reconocer costes a esos inmigrantes. Por eso para nosotros el “buen inmigrante” sólo aparece en el mercado y en el horario de trabajo, y a continuación tiene que desaparecer, ni lo admitimos en la asamblea ni en la sociedad como sujeto, y por eso, lógicamente, los únicos derechos que le reconocemos son como trabajador y siempre que no suponga un costo mayor que el beneficio que nos produce su trabajo. Todas esas características contribuyen a que la construcción pública del inmigrante sea la de un sujeto de segunda clase, excluido del espacio público, con sus derechos fragmentados y con un contrato social y político transitorio, provisional. Todo eso es lo que en los albores de la democracia se llamaba esclavitud.
–Judith Butler señala en ¿Quién le canta al estado-nación? que a los “sinestado” no sólo se los priva, desde el Estado, sino que además se los dota de un status y se los prepara para ser desposeídos y desplazados. ¿De qué manera le parece que los Estados-nación hoy son un impedimento para que se universalice la ciudadanía?
–No creo que se pueda decir realmente que los derechos son universales, salvo que utilicemos un lenguaje meramente moralista o iusnaturalista. La realidad muestra que los derechos no son universales, en el contexto de derecho hay una serie de restricciones, por tanto lo que hay que decir es que los derechos, por su estructura lógica son universalizables. La primera dificultad para esa universalización de los derechos, para mí, es la lógica del mercado. La lógica del mercado es incompatible con la lógica de los derechos. La lógica del mercado es una lógica de restricción y fragmentación de derechos, de no reconocimiento de sujetos universales iguales y, por tanto, no puede no entrar en colisión. Los Estados nacionales ponen por delante una restricción conceptual de la condición de sujetos de derecho que es la del ciudadano, que a su vez está vinculada con la de nacionalidad. Entonces, o bien desvinculamos ciudadanía y nacionalidad, título habilitante para los derechos, o bien superamos la noción de Estado nacional. Yo creo que la primera, que es la que enunciara cierto movimiento estoico en los albores de nuestra cultura, la cultura occidental, de orientación cosmopolita, que más o menos definiera Kant en la noción de derecho cosmopolita, es lógicamente más coherente. Pero no puede existir un derecho cosmopolita y derechos cosmopolitas universales si no hay un poder de ámbito universal o cosmopolita detrás. Por lo tanto, yo creo que en la crítica a los Estados nacionales hay que ser muy cautos, porque hoy por hoy la única garantía de los derechos de los más débiles siguen siendo en buena medida los Estados nacionales. Yo estoy de acuerdo con la crítica de Butler, que en línea de la lógica de progresión, si aspiramos a los derechos universales, el Estado nacional es un obstáculo. Pero también pienso que no nos tenemos que apresurar a enterrar el Estado nacional porque el resultado será que volveremos a un estado de guerra de todos contra todos, en la que siempre tendrá todos los triunfos quien tiene más poder económico y cultural, y todos los demás volverán a una condición pre-democrática. Muchos interpretan este modelo de globalización en términos de un regreso a una sociedad estamental o feudal en la que la mayor parte de los ciudadanos, o por lo menos una parte importantísima de la población mundial, se convierten en piezas intercambiables, superfluas, desechables, como lo era la mayor parte de la población en el estado medieval.
–¿Como ve en el marco de la Unión Europea las deportaciones de gitanos que llevó a cabo el gobierno de Sarkozy?
–Para comprender esto hay que entender ante todo que se trata del enésimo caso de instrumentalización de movilidad o movimiento migratorio no extracomunitario, porque los rumanos son ciudadanos europeos, al servicio de un interés político muy concreto, que es el que tiene el señor Sarkozy, no el gobierno francés, porque hay que conocer qué pasa en Francia bajo la monarquía de Sarkozy. No manda el gobierno, el gobierno no existe, el gobierno es una especie de instrumento de la política que dicta el Elíseo. Sarkozy está preocupado por las elecciones presidenciales de 2012, y ha vuelto a hacer el cálculo que le salió bien en las elecciones presidenciales en las que salió elegido presidente. Intenta volver a utilizar el argumento securitario y gestionar el argumento del miedo. Vivimos en la época de la incertidumbre del miedo, aunque sea paradójico porque vivimos en las sociedades más seguras que hayan existido jamás en la historia de la humanidad. Pero, al mismo tiempo esta era de la incertidumbre que crea el mercado global, la desregulación, la ausencia de reglas, produce necesariamente miedo e incertidumbre. Entonces el miedo se convierte en un gran argumento político. Sarkozy está recurriendo a esto, y cree que le va a salir bien de nuevo agitar el fantasma de lo que el psicoanálisis llama el agresor externo. Hoy este agresor externo sería lo que en Francia se llama gens de voyage, que no es una denominación meramente cultural, sino una denominación que responde a un estatuto jurídico, que es el que tiene la gente que en lugar de vivir en un domicilio estable, vive en movilidad permanente.
–Además, Sarkozy infringió reglas del derecho de la propia Unión Europea, ya que las personas rumanas, al ser miembros de la comunidad, no pueden ser consideradas extranjeras en Francia.
–Exactamente, ningún ciudadano europeo es extranjero en ningún Estado de la Unión. Por otra parte, Sarkozy dice “no, pero el derecho de movilidad no es absoluto y, por lo tanto, está sujeto a reglas”. ¡Chocolate por la noticia! Ningún derecho es absoluto, ni el de la vida, ni el de la libertad de expresión, ninguno, todos están sujetos al límite, pero no al límite que a mí me dé la gana sino al límite reglado. Justamente, las reglas que autorizan limitaciones al derecho de movilidad han sido violadas por Sarkozy, porque las reglas comunitarias sobre libre circulación imponen que ninguna restricción a la movilidad, ninguna expulsión, se puede proceder si no hay primero un riesgo claro para la seguridad del Estado, es decir, una sentencia firme que declara que esa persona ha cometido un crimen relevante que supone un peligro para el orden público. Eso supone, por tanto, un proceso ante un juez y una posibilidad de recursos. Por eso no puede haber expulsiones colectivas, sino individuales. Pues bien, ninguno de esos elementos ha sido respetado en este proceso de expulsión. Conviene recordar que ninguno de los hasta ahora más de 800 gitanos expulsados de Francia estaban sometidos a ningún proceso judicial como posibles delincuentes. Eso es discriminación étnica o racial, eso rompe con un principio básico de la Unión Europea de derecho comunitario, y por consiguiente supone una infracción brutal, al menos, del derecho europeo.
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