Por Gabriel Alari
Tiene amenazado a todo mi entorno. Siento que nunca va a dejar de aparecer". Las palabras brotan incesantemente de la boca de Carolina que, con 21 años, se anima a contar sobre lo que define como "un infierno". A los 15 empezó a parar con sus amigas en un ciber cerca de su casa, en Haedo. Y ahí lo conoció a Martín, un año mayor que ella. Al poco tiempo se pusieron de novios. La relación empezó como cualquier otra, hasta que los celos se impusieron drásticamente. "La primera vez que me pegó estábamos discutiendo porque le conté que un amigo de él me estaba tirando onda. Cuando se lo dije, estalló: me zamarreó y me tiró al piso". Desde ese momento, la violencia se convirtió en un condimento cotidiano de la relación: la desvalorización y los insultos se hacían cada vez más constantes. "Nunca me decía cosas dulces, eran siempre críticas y golpes bajos".
Carolina (su verdadero nombre e identidad están a resguardo) es parte de la macabra estadística que presenta la Dirección General de la Mujer del Gobierno de la Ciudad, sobre casos de violencia entre parejas de hasta 21 años. Entre 2008 y 2009, el 96,6 por ciento de las personas denunciantes fueron mujeres. Además, el 86,2% recibió maltrato físico (golpes, cachetazos), el 70,7% violencia emocional (manipulación, insultos), el 15,5% violencia sexual (tener relaciones a la fuerza) y el 17,2% violencia económica (darle dinero o pagarle gastos a la pareja). Los casos que se denuncian son una ínfima parte de los que en realidad suceden: las cifras nunca son totalmente representativas. "Cuento esto porque sé que puedo ayudar a muchas personas que pasan lo mismo que atravesé yo", dice la futura licenciada en Economía, que trabaja en un estudio jurídico.
Ella cuenta que cortó definitivamente hace dos meses y, aunque sufrió muchísimo, todavía sigue justificando sus actitudes. "El roba y se droga. El padre está preso y la madre lo abandonó. Como no tenía a nadie, quería alejarme de todos. Me llegó a mentir y decirme que vio a mi vieja engañando a mi papá. Yo siempre terminaba creyéndole". En cierta forma, ella se sentía protegida: a su novio le tenían miedo en el barrio y él, al no tener trabajo, poseía mucho tiempo libre para dedicarle: "Era muy atractivo tenerlo enteramente a mi disposición. Me iba a buscar al colegio, salíamos a pasear e íbamos casi todos los días a comer afuera".
Poco a poco, la esclavitud se empezó a sentir. El le prohibió salir con sus amigas, ya que supuestamente también eran unas "atorrantas". Juntarse con ellas llevaba a que en el barrio piensen lo mismo de su novia: "Me encerraba en la casa y no me dejaba salir. Me decía 'vos de acá no te vas, te quedás conmigo'. Escondía la llave y se ponía a ver la tele". Aunque los padres de Carolina no respaldaban la relación, no estaban enterados de la agresividad que nucleaba a la pareja: "Nunca lo quisieron, desde que me puse de novia, él no puede pisar la vereda de mi casa. Siempre supieron que era un ladrón, pero yo no dejaba que se metan".
El vínculo se volvió enfermizo y a pesar de que cortaban seguido, siempre volvían. "La mayoría de las veces él me insistía para volver y yo lo veía tan solo que me daba pena. Y en alguna oportunidad lo busqué yo. Es como una adicción, una droga, porque te olvidás de lo mal que te hace y la seguís consumiendo". Carolina había cortado en diciembre del año pasado. Ahí parecía que la relación había terminado, pero cuando volvió de sus vacaciones en la Costa, otra vez sopa: la llamaron los amigos de su ex para avisarle que estaba en coma. "Salió a robar y le pegaron un tiro. Cuando llegué en realidad no estaba tan mal, sólo tenía el brazo izquierdo invalidado. Como no me podía quedar en el hospital con él, se escapó y se fue para la casa". Como era de esperar, se mudó con Martín para ayudarlo. "Un día le hice las tostadas, y porque no le gustaron me las revoleó. No sé bien qué pasó, pero terminé con la cara marcada". Ahí, ella decidió contarle a su madre, que no dudó en llamar a la Línea de Noviazgos Violentos. Desde ese momento lo denunció y comenzó a ir a terapia una vez por semana, y a pesar de que lo volvió a ver un par de veces más, cortó definitivamente. "Aunque me pegaba una vez por semana, nunca me dejaba marcas. No le gustaba que se note".
Mas allá del quiebre, él sigue buscándola. Todos los días pasa con el auto a todo volumen por la casa de los padres de ella (Carolina se mudó sola hace un par de semanas y Martín no lo sabe) y por lo de sus amigas. "Si me llega a encontrar, no se qué me puede hacer. Siempre anda armado. Tengo mucho más miedo de que entre él a buscarme a mi casa que a que vengan ladrones".
Noviazgos violentos. La línea está destinada a adolescentes de entre 13 y 21 años que hoy o en el pasado enfrentaron situaciones violentas con sus respectivas parejas. Los especialistas a cargo son psicólogos, médicos, asistentes sociales y abogados. El teléfono es 0800-666-8537.
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