En el nuevo libro de Robert Castel, El ascenso de las incertidumbres, el sociólogo francés que piensa las mutaciones del trabajo constata el derrumbe del “compromiso social” al que el Estado Benefactor del capitalismo industrial había consentido. Dice: “...en el transcurso de los años ’60, un joven obrero (...) con un crecimiento anual de su salario del 3,5%, puede tener intuitivamente la sensación de que su poder adquisitivo se duplicará en unos veinte años y entonces estará cerca del que dispone el ejecutivo en la actualidad. A la inversa, para el año 2006, Louis Chauvel calculó que (incluso sin tener en cuenta los riesgos incrementados de desocupación y de degradación del empleo) sería preciso que el obrero trabaje 140 años para llegar a esa mejora”.
Invitado por la Cátedra Unesco “sobre las manifestaciones actuales de la cuestión social”, dueño de una energía notable, el intelectual de 77 años y cejas selváticas cumplió con una agenda casi deportiva. El miércoles 25 disertó en el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social sobre las transformaciones del trabajo”. Al día siguiente, presentó su libro en el Ministerio de Desarrollo Social bonaerense y la socióloga Maristella Svampa lo presentó en la Universidad de La Plata. El viernes se reunió con funcionarios del Ministerio de Educación nacional y a la tarde soportó estoicamente las inquisiciones que le hizo el secretario general del gremio de la alimentación, Rodolfo Daer, en el marco del proyecto de Maestría sobre conducción y gestión de organizaciones sociales que organizan Usal y OEI.
“Casi todo el mundo a comienzos de los ’70, en países como Francia, pensaba que estábamos metidos en una dinámica de progreso económico y social”, dice Castel. “No era perfecto, algunos decían que había que hacer la revolución para llegar a una sociedad verdaderamente justa. Bueno, esta especie de convicciones se rompió. Por ejemplo, hay encuestas que muestran que la mayoría vive el futuro bajo el signo de una amenaza, de que las protecciones que todavía hay en Europa –que no son desdeñables– se diluyan o se fragilicen. Hay un riesgo de movimiento social descendente, cuando en el capitalismo industrial había movilidad ascendente.”
Desde 1990, Castel es director de estudios de la prestigiosa École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. En su libro, una compilación actualizada de artículos desde 1995 a la fecha, plantea el proceso de “descolectivización” de la clase trabajadora y, al estilo de los albores del capitalismo industrial del siglo XIX, la existencia de “zonas grises” donde subsisten tanto trabajadores precarizados, mal pagos e hiperexplotados con un “cuarto mundo” extendido de individuos que permanecen fuera de la dinámica de la sociedad salarial.
–Todo el arco político se ha apropiado de una manera de hablar de los marginalizados del mercado laboral como los “excluidos del sistema”. ¿Es apropiado hablar de exclusión?
–Siempre tuve mucha reticencia a usar este término, porque introduce un corte: estarían los incluidos y los excluidos, in y out, como dice Touraine. Más bien, hay que pensar en términos de un continuo; hay personas totalmente integradas, otras vulnerables y, al final de todo, personas en los bordes. Es mejor evitar decir “excluidos” porque supondría que están fuera de la sociedad, cosa de la que nadie está exento. Por eso hablo de la “desafiliación”, para mostrar que esto se inscribe en una trayectoria de vida.
–¿Habría que replantear el derecho al trabajo?
–Sí, porque el trabajo cambió. En particular, para tomar el caso de Europa, en la organización del trabajo del período posterior a la II Guerra Mundial predominaba lo colectivo: organizaciones colectivas del trabajo, presencia de sindicatos poderosos, etc. Había colectivos relativamente grandes y homogéneos. Lo que nos vemos obligados a constatar hoy es que hay procesos de descolectivización o de reindividualización que rompen esos colectivos y hacen más difícil el tratamiento homogéneo de esas poblaciones. O sea, que los derechos y las protecciones sociales deberían bajar de esos grandes colectivos para considerar las particularidades de las trayectorias personales, para lidiar –para tomar un término de Norbert Elias– en esta “sociedad de individuos”.
–¿En este marco qué ha sucedido con las negociaciones colectivas del salario en Francia, lo que llamamos “paritarias”?
–En un momento, los convenios colectivos permitieron que el asalariado no estuviera en una relación contractual individual con su patrón. En su momento fue un progreso decisivo. También es cierto que el pasaje a los contratos individuales es importante. El tema es que con la descolectivización, la fractura de lo colectivo, la negociación individual es alentada por los sindicatos empresariales, como Medef en Francia. Esto da a la patronal una fuerza desequilibrada.
–Hay una reinvidualización de las relaciones laborales, pero al mismo tiempo una necesidad del Estado por contemplar y aumentar los “gastos pasivos”. Hace muy poco en Argentina existe la Asignación Universal por Hijo...
–Me es difícil hablar de la situación en Argentina, que conozco poco, pero si me permite expresarme de manera un poco ingenua me parece una buena medida. Simplemente, por el hecho de asociarla a la situación escolar, porque la pobreza no es sólo la dimensión económica, sino que a menudo está relacionada con la subeducación. En Francia hasta hoy no hay necesidad de ello, porque en Francia hace mucho tenemos un sistema de asignaciones familiares que le otorgan al conjunto de familias, no sólo a familias pobres.
–En los últimos años se agregaron al sistema previsional argentino dos millones de personas que no llegaban con sus aportes a ser acreedores de los derechos jubilatorios. Hoy la oposición pretende subir la masa monetaria de ese sistema, sin proponer cómo financiar ese incremento. ¿Francia cómo lo ha resuelto?
–Actualmente, en Francia hay un debate sobre las jubilaciones. Pienso –y no soy el único– que la jubilación es un derecho fundamental, creo que es el derecho que realmente cambió la situación del trabajador. En mi opinión, habría que ampliar la edad de inicio de la jubilación. No en el sentido que quiere imponer el gobierno francés de bajar homogéneamente dos o tres años, sino repensar que la edad de entrar en jubilación tiene que estar en función del tipo de trabajo, de lo penoso que pudo haber sido ese trabajo, de las retribuciones positivas o negativas que pudo haber percibido ese trabajador. Las situaciones de trabajo actuales son extremadamente heterogéneas. Debería haber trabajadores que pudieran pasar a una verdadera jubilación a los 50 años, por ejemplo. Otros, como yo, a los 70, porque somos personas que estamos en situación privilegiada de trabajo, por lo que podríamos seguir trabajando más largo tiempo.
–¿Como financiar un aumento?
–Al derecho a una jubilación corresponden pensiones consistentes para poder garantizar un mínimo de independencia a ese viejo trabajador que ya no puede trabajar. Debería haber una distribución mucho más equitativa para financiar el sistema. En Francia, la proporción del salario respecto de las ganancias de las empresas bajó. Hubo una evolución en que los beneficios del trabajo fueron hacia las empresas y no hacia los trabajadores. Teóricamente se podría pensar en un reajuste a partir de los ingresos del capital para compensar así los déficit de los regímenes de jubilaciones. Claro que es una medida que tendría un costo político y que no es la que defiende la mayoría en Francia.
–Usted habla de la “sociedad del riesgo”, citando a Urlrich Beck. ¿Qué nuevos riesgos ha traído el capitalismo postindustrial?
–Antes de hablar de elecciones políticas creo que hay que hacer un análisis de esta generalización de de la noción de riesgo. Cuando hablamos de las “sociedades de riesgo”, en la forma de Ulrich Beck, quiere decir que estamos sumando diferentes tipos de riesgos, reales pero heterogéneos. Riesgos sociales, como la precariedad y el desempleo; riesgos civiles, con la violencia física; y riesgos tecnológicos o ecológicos, como el calentamiento global. Hay que tomarlos en serio, no son fantasías, pero a la vez hay que evitar sumarlos. Porque cuando se suman los riesgos, se suman los temores, entonces nos vemos inmersos en una impotencia exagerada.
–¿Qué ha producido señalar a la “inseguridad” como el riesgo fundamental?
–La lucha contra la delincuencia es tan legítima en un Estado de Derecho, como la lucha contra la precariedad. Las “políticas de inseguridad” consagran la lucha contra la delincuencia como si eso fuera a solucionar todos los riesgos. Pero lo único que hace es construir chivos expiatorios, como en Francia, que culpan de la inseguridad en general a las banlieues, los barrios del suburbio, o a los gitanos, que fueron expulsados recientemente del país.
–Respecto del delito y la precariedad, en su libro La Metamorfosis de la cuestión Social usted hablaba de “individuos negativos”. ¿A qué se refería? ¿Sigue manteniendo ese término?
–Había usado esa expresión para calificar a individuos a los que le faltan los medios que consiste en un mínimo de recursos y derechos como para tener un mínimo de independencia que les permita conducirse como individuos responsables en una sociedad. Luego pensé que esto era demasiado peyorativo, pasible de riesgos de malinterpretación porque suena a “pobre tipo”, no verdaderamente un individuo. Ahora propongo hablar de “individuos por defecto”. No en sentido de fallas o discapacidades psíquicas sino justamente el faltante de recursos. Un individuo no cae del cielo, hay que tener un “soporte”, un mínimo de medios y derechos para ser reconocido como un individuo. Sociológicamente, esta noción de soporte, de condiciones mínimas para ser un individuo es esencial.
–Usted había dicho en 1999 que “la clase obrera ha perdido la partida”. ¿Sigue sosteniéndolo?
–Hoy no podemos ya hablar de una clase obrera, con una relativa unidad y “conciencia de clase”, en el sentido que le dio Marx a esta frase. La clase obrera se fragmentó. Nunca existió su unidad total, pero hoy se fragmenta cada vez más. Hay antagonismo incluso en el seno del mundo obrero, que se ha cristalizado no sólo en torno de la cuestión de los inmigrantes, el factor étnico en Europa. Hay antagonismos en el seno de lo que podría haber sido una conciencia de clase obrera. Quiero decir, sigue y seguirá habiendo obreros, son una parte esencial de la cuestión social. Pero ya no podemos pensar esta condición como una situación unificada al cual pudiera corresponder el término de “clase”. Vivimos un proceso de degradación social de los derechos y de los soportes del individuo que hay que combatir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario