miércoles, 2 de febrero de 2011

LA PELOTA, MANCHADA CON NARCODÓLARES


La histórica presencia de los carteles colombianos en la década de los ’80 y ’90 se mudó a la liga mexicana de fútbol, donde nuevos narcotraficantes aparecen muy ligados a los clubes y cada vez son más habituales los crímenes relacionados con este negocio.

Por Gustavo Veiga


La macabra señal de una pelota de fútbol con rostro humano apareció en Los Mochis, Sinaloa, al norte del Pacífico mexicano la última noche de Reyes. Narcos que luchan contra otros narcos dejaron en una bolsa negra la piel de la cara de un hombre cosida al balón. Se llamaba Hugo Misael Hernández Ramírez, un ex informante de la de-
saparecida Agencia Federal de Investigaciones. El resto de su cuerpo descuartizado fue esparcido por la ciudad. La noticia que no trascendió en la Argentina combina dos temas que suelen potenciarse: narcotráfico y fútbol. En las décadas del ’80 y ’90, los capos de la droga levantaron su santuario en Colombia, donde controlaban varios clubes de fútbol, como Atlético Nacional de Medellín y América de Cali. El santuario se mudó a México años después y presumiblemente a equipos como Cruz Azul y América, pero del Distrito Federal.
Fernando Rodríguez Mondragón, hijo de Gilberto Rodríguez Orejuela y sobrino de Miguel, los hermanos líderes del cartel de Cali extraditados a Estados Unidos, ya lo había corroborado en junio de 2009: “Hay dinero caliente de los narcotraficantes mexicanos en el fútbol”. Los Indios de Ciudad Juárez y Los Mapaches de Nueva Italia, en el estado de Michoacán, siempre despertaron sospechas de mantener vínculos con los narcos. Incluso, el segundo fue desafiliado por la Federación mexicana. Otros dos, Irapuato y Gallos Blancos de Querétaro desaparecieron de los torneos en 2004 por la misma razón. Al delantero de la selección paraguaya, Salvador Cabañas, lo balearon en un bar por una presunta deuda de drogas hace casi exactamente un año. Los Zetas, uno de los carteles mexicanos más temibles, liberó de una prisión de Guatemala al asesino de un jugador profesional que integró el seleccionado de ese país. Cuando lo mataron, el cuerpo de Carlos Mercedes Vásquez apareció fraccionado en cinco bolsas con un mensaje que decía: “Por meterse con la mujer de otro”. Son apenas un puñado de ejemplos de lo familiar que se tornó la relación entre el narcotráfico y el fútbol en México.
El narcotráfico mueve entre Chiapas (al sur) y Sonora (en el extremo norte con Estados Unidos) la friolera de 40 mil millones de dólares anuales, según una investigación de la revista mexicana Proceso publicada en mayo de 2010. De esa suma, mil millones se le atribuyen a Joaquín Guzmán Loera, el narco más buscado del planeta que se fugó de una cárcel de máxima seguridad el 19 de enero de 2001 para no ser encontrado nunca más. Al Chapo, como lo apodan, se lo compara con Pablo Escobar, el mítico capo del cartel de Medellín muerto en 1993. En junio de 2009, Rodríguez Mondragón ratificó lo que se presumía desde hacía años: el poderío económico del fútbol mexicano se explica en parte por el lavado de dinero que proviene del narcotráfico. Se lo dijo al diario El Universal: “Es de conocimiento en Colombia que hay narcotraficantes que están lavando dinero por intermedio de los equipos, están comprando jugadores con transacciones oscuras donde hay cuentas en Bahamas, en los paraísos fiscales y por ahí están lavando el dinero. Dicen que realmente cuesta 2 millones de dólares y dicen que cuesta 20 y con eso lavan 18 millones de dólares fácilmente”.
En la misma entrevista aclaró que “pocos de ellos (por los narcos mexicanos) se han metido con equipos de fútbol, pero hay ahora de los nuevos narcotraficantes, ciertos hinchas de equipos como los que han llevado a jugadores colombianos al exterior, que dineros calientes del narcotráfico están en ciertos equipos”. Rodríguez Mondragón, citado por la periodista Doris Gómora, también había dicho que “sobre todo los argentinos se prestan para estas cosas”. Se refería a los futbolistas.
En México, los narcos ya trasladaron su violencia a las puertas de la Capital, el Distrito Federal. El ejército patrulla las calles de Nezahualcóyotl, ubicada a 20 kilómetros del aeropuerto, después de que fueran ejecutadas diez personas este mes en el marco de la guerra desatada entre los Zetas y la llamada Familia Michoacana. El estado del que proviene este cartel, Michoacán, como Tamaulipas, Chihuahua y Nuevo León, están entre los más violentos. Según estadísticas muy recientes, las bandas de narcos ya provocaron más de 24 mil asesinatos en sus intentos por controlar distintas regiones del país. Un país que está militarizado desde diciembre de 2006.
Ciudad Juárez, el enclave narco por el que sale la mayor parte de la droga hacia Estados Unidos, tenía un equipo que jugaba en Primera División hasta 2010: Los Indios. A mediados de 2009 llegó a las semifinales de la Liga mexicana, pero empezó a perder muy seguido, hasta que descendió. Su grupo de hinchas más seguidores tiene el mote de El Kartel, con “k”. Por el club pasaron argentinos como los delanteros Ezequiel Maggiolo y Carlos Casartelli y el defensor Javier Malagueño.
Varios de los integrantes del plantel emigraron cuando comenzaron a recibir amenazas de los narcos. El colombiano Andrés Chitiva atendía el teléfono y le decían que secuestrarían a sus hijos si no pagaba determinada cantidad de dinero. “Se asustó”, dijo por toda explicación el presidente de Los Indios, Francisco Ibarra, cuando los abandonó el delantero. Otros, como el mexicano Daniel Maleno Frías, no temen quedarse. Ex pandillero de Altavista, un barrio complicado de Ciudad Juárez, zafó de las drogas gracias al fútbol.
En octubre de 2008, a Los Mapaches de Nueva Italia, un equipo de la Segunda División mexicana, lo desafilió la Federación cuando quedaron detenidos sus principales directivos por presuntos vínculos con el narcotráfico. Las informaciones más recientes sobre el destino que tuvieron los acusados dan cuenta de que Wenceslao Alvarez Alvarez, alias “El Wencho”, y dueño del club, está preso porque se lo sindica como el principal operador del cartel del Golfo en Michoacán. De acuerdo con un informe de la PGR (Procuraduría General de la República) que citan los medios mexicanos este mes, la célula de “El Wencho” operaba desde Nueva Italia en el tráfico de drogas hacia Estados Unidos.
Rodríguez Mondragón, en la misma entrevista de El Universal, afirmaba que el Cruz Azul y el América del DF “son los dos equipos que aquí en Colombia, y a nivel de los narcotraficantes, se habla de que lavan dinero con el equipo, que hay dinero del narcotráfico en ellos”. Sabe bastante del tema porque su familia compró clubes colombianos hace un par de décadas. También sobornaba árbitros para garantizarle buenos resultados a su equipo fetiche, el América, que fue adquirido por su tío Miguel Rodríguez Orejuela en 1979. Allí jugaron, en pleno dominio del cartel de Cali, Aurelio Pascuttini, Julio Falcioni, Ricardo Gareca, Roberto Cabañas y Carlos Ischia, entre otros jugadores argentinos o sudamericanos.
Pasado mañana se cumple un año del balazo que recibió en la cabeza Salvador Cabañas, el delantero paraguayo que era figura en la selección de su país y el América de México. Aunque no pudo jugar el Mundial de Sudáfrica, se recupera favorablemente después de un tratamiento que le hicieron en Buenos Aires. Su médico, Celso Fretes, informó el 11 de enero que “no es una persona inhábil o incapaz” y que su discapacidad provocada por un disparo en la cabeza “es muy leve”. Todo lo contrario piensan en el club que lo tenía contratado y que pertenece a la cadena Televisa. Sus autoridades están en juicio con el delantero por un contrato que se extiende hasta el año que viene. Aducen que sus condiciones mentales no eran aptas para firmarles un poder a sus abogados. A Cabañas lo baleó un tal José Jorge Balderas, alias “JJ”, dedicado a lavar dinero y distribuir drogas en distintos boliches del DF bajo protección policial del Cuerpo de Seguridad Auxiliar del Estado de México (Cusaem). Una presunta deuda por drogas que tenía el jugador con los narcos habría sido la causa del ataque en el baño de un bar el 25 de enero de 2010.
No importa cuál fuere la excusa, el narcotráfico mexicano ataca o asesina futbolistas, sin importarle la fama. Si a Cabañas le reclamaban una supuesta deuda, a Carlos Mercedes Vásquez, un ex integrante de la selección guatemalteca, lo ajusticiaron “por meterse con la mujer de otro”. Su último club había sido el Deportivo Malacateco, de la Primera División. Secuestrado durante dos días, su final tuvo el sello de los narcos. El cuerpo apareció descuartizado en cinco bolsas a fines de noviembre del año pasado. En diciembre, Los Zetas completaron su faena. Cruzaron la frontera sur de México, entraron a Malacatán y rescataron de una prisión con fusiles y lanzagranadas al sicario acusado de matarlo.
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