lunes, 26 de marzo de 2012

CRIMENES DE GUERRA


Malvinas: cómo torturaban los militares argentinos. Mientras recrudece el colonialismo inglés siglo XXI, la Argentina vive un proceso pacífico de remalvinización. Se desclasificará el Informe Rattenbach y los torturadores de las islas enfrentarán la Justicia.
Por Andrea Recúpero
Las palabras, las imágenes que evocan al recordar las torturas a las que fueron sometidos son casi idénticas. La angustia se les nota, brota espontánea, a veces con lágrimas y largos silencios, otras camuflada en el ritmo quebrado que va tomando el relato a medida que avanza. “Hambre”, “sed”, “pozos de agua”, “estaqueo”, “ropa mojada”, “diarrea”, “pie de trinchera”, “frío”, “adormecimiento”, “humillación”. Aunque los que se atrevieron a dar testimonio son más de un centenar y entre ellos ni siquiera se conocen, el patrón de maltrato al que fueron sometidos y que denuncian es el mismo. En 1982, cuando tenían 18 o 19 años y eran simples conscriptos, fueron a las Islas Malvinas para enfrentar a los ingleses y se encontraron con otro enemigo impiadoso: los militares argentinos que durante meses los sometieron a tormentos físicos y psicológicos y los privaron de alimentos, agua, refugio y asistencia médica. “El mismo patrón de torturas del gobierno militar es el que hubo en Malvinas, no es que en Malvinas cambiaron de mentalidad, es esa mentalidad de tortura la que llevaron a todos lados, es una continuidad del mismo proceso. Astiz estuvo en Malvinas y es un torturador, el general que nosotros teníamos en Campo de Mayo era Nicolaides y Galtieri salió de la escuela de ingenieros donde yo hice la conscripción”, afirmó en diálogo con Veintitrés Pablo De Benedetti, ex combatiente que estuvo dos meses en el frente y que fue obligado muchas veces a permanecer –por lapsos no menores a diez minutos– de pie en los “pozos de zorro” colmados de agua helada y privado de asistencia médica cuando por los tormentos estuvo a punto de perder sus piernas. “El capitán médico que me vio le dijo al sargento que por el pie de trinchera necesitaba cuidados con calor. Cuando volví, el sargento me sacó la medicación que me habían dado y me puso de nuevo en el pozo de agua. Así hasta que llegó un momento en el que no podía caminar más”, recuerda, tenso, De Benedetti, padre de seis hijos, el mayor de 27 años y el más chico de 9 meses. De Benedetti sólo fue evacuado de las islas cuando llegó arrastrándose a ver al capitán médico y sentía que sus pies congelados, atrapados en los borceguíes, eran dos pesas de plomo.Los soldados argentinos improvisaron ollas con sus cascos para cocinar las vísceras de las ovejas que faenaban los ingleses o para calentar un pedazo de grasa de cualquier animal muerto que encontraban por ahí. Otros directamente comieron carne cruda para paliar el hambre al que fueron sometidos durante la guerra. “Teníamos hambre”, repite Pedro Benítez, sencillo, casi rústico en su relato. Desgarra escucharlo, sentirlo llorar y avanzar en esa congoja que después de 30 años lo sigue conmocionando. A Pedro lo acusaron de haber abierto una ración de comida y lo estaquearon, de haber robado un trozo de carne de una vaca que había muerto después de haber rozado una mina y lo estaquearon, de haber comido una papa cruda y lo estaquearon... “Me crucificaban”, dice para ponerle un nombre al tormento. “Y aunque le juraba al cabo que no había robado, me estaqueaba, me pisaba la mano con la que decía que había robado y me pateaba la cabeza con el borcego. Muerto de hambre como estaba ordenó dejarme tres días sin comer y después de eso me estaqueó”, recordó en diálogo con esta cronista. “Me acuerdo que vino un soldado, Basualdo, y me puso un chicharrón en la boca. Estuve estaqueado desde las diez hasta las siete de la tarde. Cuando me soltaron, no podía llegar a la posición. El cabo ya me tenía marcado, me hacía ir a buscar mallas metálicas para hacerle a él la covacha. Tenía que avanzar kilómetros cuerpo a tierra”. Benítez nombró varias veces por su apellido a su verdugo durante la entrevista, era un simple cabo quien lo sometió a tantas humillaciones. Se lo encontró tiempo después en Campo de Mayo y pudo decirle “va a haber un Dios” que haga justicia, pero para preservarlo y a pedido de De Benedetti los nombres fueron omitidos de esta nota porque forman parte de una causa judicial que avanza lentamente abriéndose paso entre los obstáculos y que ahora está en manos de la Corte Suprema. “Sos un traidor, un vendepatria”, lo acusó el cabo, que cuando la guerra ya había terminado lo quiso volver a “bailar” no bien le dieron el alta médica después de ocho meses de internación en Campo de Mayo. Benítez también fue obligado a tirarse al agua helada de los pozos y hasta le pusieron el arma en la cabeza en aquellos interminables días que vivió en la primera línea del frente, en Malvinas. Fueron para él un continuo devenir del que no recuerda fechas ni días, sino hambre y padecimiento. “Cuando volví estuve siete meses encerrado en mi casa. No quería salir, no quería hablar con nadie, tenía la mochila del maltrato”, dice y se emociona de nuevo cuando cuenta que se pudo jubilar como portero gracias a la Ley del Veterano y que ahora se dedica a hacer máscaras artesanales con fibras naturales y que se siente con “coraje” para ir hasta el final con la denuncia por violaciones a los derechos humanos en las islas. Ahora, el máximo tribunal de Justicia debe decidir si investiga las denuncias y si manda a juicio a 80 militares por haber cometido vejámenes contra su propia tropa durante el conflicto bélico en el Atlántico Sur.La causa se abrió en 2005, cuando el entonces secretario de Derechos Humanos de Corrientes, Pablo Vassel, reunió más de cien testimonios de ex combatientes que padecieron vejaciones y hambre extrema mientras sus superiores comían a diario, y la denuncia de una muerte encubierta, la del soldado Rito Portillo, ametrallado por un cabo en Malvinas. Desde entonces, los ex combatientes que fueron víctimas de tormentos, como De Benedetti y Benítez, reclaman justicia. “La causa está a resolución tras un recurso extraordinario de elevación presentado por el Centro de Ex combatientes Cecim La Plata y por el fiscal (Javier) De Luca, que de concederse probablemente llegará a la Corte Suprema”, explicó a esta revista Vassel, al ser consultado sobre el derrotero judicial. El abogado destacó que está “satisfecho” porque con los antecedentes de los fallos anteriores supone que no se negará a investigar las torturas. “Es un calvario”, sintetizó sobre los pormenores de la denuncia por delitos que en su momento fueron declarados “imprescriptibles” por la Justicia de Río Grande y por la Cámara Federal de Comodoro Rivadavia. Sin embargo, la defensa de los imputados consiguió que la Sala I de Casación Penal no los considerara como delitos de lesa humanidad y reenvió las actuaciones a los tribunales originales. Luego las víctimas y la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires también recurrieron a la Sala I de Casación para solicitar que esos delitos no prescriban. Como los camaristas declararon “inadmisible” el recurso, el fiscal De Luca interpuso su pedido en la Corte Suprema.“Habremos perdido entre 30 o 35 kilos cada uno”; “comíamos papa cruda, huevo crudo, carne, lo que encontrábamos, del hambre que teníamos”; “a veces pasábamos dos o tres días sin comer”; “si alguien atacaba las ovejas de los kelpers para comer, tenía que ser estaqueado”; “toda esa mala alimentación fue calando muy hondo en el cuerpo humano”, coinciden los testimonios que engruesan la causa que inició Vassel en 2005 por “reducción a la servidumbre y tortura, seguidos de lesiones graves y de muerte, y homicidio”. Según surge de la lectura de los testimonios que se adjuntan como prueba en la denuncia, durante la guerra los soldados padecieron a diario “hambre extrema”, no por falta de comida sino por “la injusta y arbitraria distribución de los alimentos” que, sin embargo, llegaban en cantidad y calidad a los cuadros superiores de las Fuerzas Armadas. El hambre extrema llevó a muchos soldados a cometer actos prohibidos por sus superiores directos, como cazar y comer ovejas, o avutardas, un ave patagónica presente en las islas. Al ser descubiertos cazando y comiendo esa carne, muchas veces hasta cruda, eran “estaqueados” o “enterrados” durante horas. El estaqueo consistía, según consta en la denuncia, en atarlos con estacas en manos y pies a la intemperie, sometiéndolos al frío, la nieve y el hambre, durante horas o días, sin proveerles asistencia, e incluso en lugares donde podían ser alcanzados por artillería enemiga. Otros eran enterrados de pie, sólo con la cabeza afuera de la tierra, o sumergidos en aguas heladas hasta quedar sin aire. El deterioro por el hambre y las torturas causaron muertes por desnutrición y congelamiento, según se puede reconstruir a partir de la lectura de los testimonios que componen la causa y a los que tuvo acceso Veintitrés. Por ejemplo, la muerte de Remigio Fernández, “un chico tan flaco que nosotros le decíamos churrasco”, quien –según relata uno de sus compañeros– fue el primero que murió en la posición, porque “la desnutrición había hecho estragos”. O el de Secundino Riquelme, “que murió de hambre y tenía principio de congelamiento en los pies”.En varios relatos surge lo mismo: “Parecía que peleábamos contra dos enemigos, los ingleses y nuestros superiores”, dicen varios soldados que se atrevieron a brindar testimonio. También lo rememora así, en diálogo con esta revista, Francisco Polerecki, quien fue a Malvinas para hacer tareas de minado, tras haber recibido tan sólo cuatro o cinco días de adiestramiento previo y donde fue torturado por sus superiores por tratar de procurarse comida. “Estábamos con un plato de sopa al día, sin ropa, con armas deterioradas, cuando volvimos nos dieron ropa buena y buen armamento, nos alimentaron más de una semana para que desfiláramos en mejores condiciones”, denuncia Polerecki al recordar aquellos días de conscripto, cuando con 19 años llegó a las islas. Estaba haciendo el servicio militar en la Escuela de Ingenieros de Campo de Mayo y les habían dicho que iban a realizar esa tarea y volvían, pero eso nunca ocurrió sino hasta el final de la guerra. “Me lo hicieron más de dos veces. El castigo por buscar comida era obligarnos a meternos en un pozo con agua congelada. El castigo era soportar la ropa mojada días enteros. No cuidaban a sus propios soldados. Fuimos mejor tratados por las tropas inglesas cuando caímos prisioneros que por los militares argentinos”, afirma, aún herido, este hombre que tan sólo ahora, rozando los 50 años y a casi treinta de la guerra, comenzó a sentirse “un poco mejor desde hace unos años, con la presidencia de Néstor Kirchner”. Polerecki también denuncia que cuando más ayuda necesitaban, cuando volvieron al continente, fue cuando peor la pasaron. “No teníamos ayuda de ningún tipo. Todos los presidentes nos usaron y después se olvidaban de nosotros. Nos dejaron a la buena de Dios”.Después de la “desmalvinización”, que –como describen también en coincidencia los ex combatientes– consistió primero en la prohibición de contar “la verdad” sobre lo que había sucedido durante la guerra y luego en un “rechazo” que los marginó en la sociedad, ahora –según Polerecki– “se sienten mejor atendidos, pero todavía falta”. Este ex soldado, este hombre, trabaja como auxiliar docente y se siente reconfortado porque hace dos o tres años es convocado para ir a los colegios a contar su historia. “Expresarme me ha ayudado mucho. Antes nadie quería escucharme. Antes vos hablabas y no querían saber. La sensación era que porque perdimos la guerra se olvidaron de nosotros. En cambio ir a colegios donde hay pibes de 15 o 16 años que quieren escuchar, reconforta.” Así, con esa simplicidad, Polerecki sintetiza la satisfacción que siente por poder contar, después de tantos años, lo que le tocó vivir.Al ser consultado sobre la situación en la que se encuentra la causa, Ernesto Alonso, secretario de Relaciones Institucionales de Cecim La Plata, reclamó “el apoyo de los organismos específicos del Estado para conseguir la verdad de Malvinas y que aquellos compañeros que sufrieron en carne propia los vejámenes cometidos por las Fuerzas Armadas durante el conflicto puedan tener la oportunidad de que la Justicia investigue y en el caso de encontrar algún delito castigue a los culpables”. Además, insistió en que “todavía hay compañeros que no han dado su testimonio y en la medida que la Justicia avance puede que se animen a realizarlo”. Ya lo hicieron más de un centenar, entre ellos, De Benedetti, Benítez y Polerecki. Todos ellos esperan justicia, no justifican la tortura por ningún motivo y están a favor de la paz.
Radiografía de las colonias del siglo XXI
Por Graciela Moreno
Que hace casi 70 años una tercera parte de la población mundial viviera en territorios no autónomos bajo un régimen colonial, hoy parece impensado. Si bien de los 80 territorios existentes hoy quedan 16, nada justifica que tres potencias de la talla del Reino Unido, Estados Unidos y Francia sigan dominando a esas poblaciones. Pero más llamativo aún es que estos tres países colonizadores formen parte de los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que reúne un total de 15 naciones, cuando este organismo fue creado para mantener la paz y seguridad entre las naciones. Si bien cada miembro del Consejo tiene un voto, las decisiones en general requieren del voto afirmativo de al menos nueve miembros. Aunque a la hora de hacer las cuentas finales, por tener la categoría de miembros permanentes, estos tres países tienen derecho a veto. Algo inexplicable. Por lo tanto, cualquier denuncia que recaiga ante la ONU deberá enfrentar su veto.A tono con las contradicciones, la ONU creó en 1965 el Comité Especial de Descolonización, organismo encargado de monitorear e impulsar el proceso de descolonización de los territorios ocupados por sus miembros. Según su radiografía, el Reino Unido cuenta con 10 colonias: Islas Malvinas (desde 1833); Anguila (desde 1650), a 240 kilómetros de Puerto Rico; Bermudas (desde 1609), sobre el Atlántico norte; Gibraltar (desde 1713), ubicado en la península ibérica; Islas Caimán (desde 1962); Islas Turcas y Caicos (desde 1962); Pitcairn (desde 1838), que se halla en la Polinesia; Islas Vírgenes Británicas (desde 1672), al este de Puerto Rico; Montserrat (desde 1632), al sudeste de Puerto Rico, y Santa Elena (desde 1651), que queda en África. Otro caso es Tokelau, que si bien el Reino Unido transfirió la soberanía a Nueva Zelanda, este acto no fue reconocido por la ONU.Estados Unidos no se queda atrás: ocupa Samoa Americana (desde 1899) en Oceanía; las Islas Vírgenes de Estados Unidos (desde 1917) que limitan con Puerto Rico, y Guam (desde 1898) en Asia. También Francia tiene su colonia: Nueva Caledonia (desde 1853), en Oceanía. El último caso es el de Sahara Occidental, abandonado por España en 1976 y ocupado por Marruecos. La ONU ratificó en 1990 que es el pueblo saharaui quien debe pronunciarse sobre su soberanía.El caso de Puerto Rico merece un capítulo aparte. Si bien es considerado un “Estado Libre Asociado”, el 15 de junio del 2009, el Comité de Descolonización de la ONU logró votar una resolución que reafirma el derecho inalienable del pueblo puertorriqueño a la libre determinación e independencia. Pero por ahora no hay en firme una decisión formal que permita que se convierta en el 17º territorio ocupado.Es hora de crear nuevas instancias para poder denunciar las ocupaciones territoriales y las provocaciones como la militarización reciente de zonas como Malvinas. La seguridad de los pueblos no puede quedar al arbitrio de los propios dominadores.
El Informe Rattenbach corre el velo de Malvinas
Por G.M.
La derrota en la guerra de Malvinas fue tan contundente que no existían dudas en relación a los graves errores de los altos mandos. La Junta Militar necesitaba ganar tiempo y creó en diciembre de 1982 una comisión investigadora para aclarar por qué se había perdido la guerra. El respetado teniente general Benjamín Rattenbach fue el elegido para dirigir el equipo integrado por el general de división (R) Tomás Armando Sánchez de Bustamante (Ejército), el almirante (R) Alberto Pedro Vago (Armada); el vicealmirante (R) Jorge Alberto Bofi (Armada); el brigadier general (R) Carlos Alberto Rey (Fuerza Aérea) y el brigadier mayor (R) Francisco Cabrera (Fuerza Aérea). El informe fue contundente, la comisión trabajó durante un año y analizó paso a paso los errores de una guerra que dejó cientos de argentinos muertos. Se dieron a conocer 10 ejemplares, pero nunca fue publicado oficialmente. Hace pocos días, la Presidenta anunció el levantamiento del secreto después de 30 años de inexplicable silenciamiento.Por su falta de profesionalismo, el comandante en jefe del Ejército, teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri, el almirante Jorge Isaac Anaya, el general Juan Mabragaña y el ex capitán de fragata de la Armada Argentina y cobarde delator Alfredo Astiz se sumaron a la lista de los que deberían haber sido condenados a la pena de muerte o a reclusión por tiempo indeterminado, según el Informe Rattenbach. Se acusa a las cúpulas de no haber medido las capacidades del enemigo; el envío de tropas sin adiestramiento ni equipamiento adecuado. La mayor parte de la clase 1962 había sido dada de baja, mientras la clase 1963 no tenía ni su instrucción básica. El informe también analizó las “fallas de coordinación entre comandos”; la “falta de información del enemigo”; califica a las medidas de las tres armas como “irreflexivas y precipitadas”, que la convirtieron en “una aventura militar”. Detectó también que “no se previeron las necesidades de orden logístico” que “fue la causa de desnutrición de los soldados”. Algunos datos dan escalofríos: “El 60 por ciento de las bombas argentinas sobre buques británicos no explotaron porque no tenían su tren de fuego preparado para blancos navales”. Mucho tiempo se ha perdido sin poder juzgar a los responsables. Es hora de hacer justicia.

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