Ya no se trata de una ‘reivindicación territorial’, sino de contar o no contar con reservas de energía convencional y disponer de la renta petrolera para el funcionamiento en expansión, a mediano plazo, del aparato productivo.
Por Alejandro Horowicz
A casi 30 años del ataque de tropas argentinas a las Islas Malvinas, bajo el comando de Leopoldo Fortunato Galtieri, el gobierno de Cristina Fernández decidió modificar su agenda internacional, promoviendo una ofensiva diplomática destinada a incrementar la presión pública sobre la alicaída Gran Bretaña. El objetivo de esta finta es claro: obligar al gobierno conservador a sentarse en la mesa de negociaciones. Conviene recordar que todos los gobiernos británicos han evitado esta posibilidad, en abierta contradicción con las decisiones adoptadas por la comunidad internacional (dictamen de Naciones Unidas), desde 1965; fecha en que la Asamblea General exigió una negociación directa entre las partes, que por cierto Londres (a su curiosa manera, ya que en 1967 hubo una reunión con tal objeto en Nueva York) no acató.Mientras el canciller Héctor Timerman recibía instrucciones, por parte del Ejecutivo, un grupo de 17 intelectuales se manifestó a favor de respetar los derechos de los kelpers, subrayando que no es posible obligarlos a formar parte de un país que no desean integrar. Vale la pena subrayar que en el año ’65 la resolución incluía “los intereses de la población”, y no su autodeterminación, que por cierto es la postura británica. Es lícito entender, en consecuencia, este comportamiento desde tres perspectivas no necesariamente opuestas. En la primera, se trataría de un acto de pura oposición al gobierno kirchnerista, sin reparar en sus consecuencias. En la segunda, se trataría de establecer un hilo de continuidad implícito entre el intento militar de recuperarlas y el gobierno actual. En la tercera, el gobierno intentaría distraer a los ciudadanos argentinos de sus propios problemas Vale la pena observar cómo esta tríada (acto de pura oposición, continuidad del patrioterismo malvinero, teoría del bluff), mejor dicho sus proposiciones, organiza un puzzle perfecto. ¿El motivo? Esta oposición sin matices, de todo o nada, sería consecuencia directa de la naturaleza del gobierno K, que desde este peculiar abordaje podría intentar otra irresponsable aventurilla militar, o una simple “distracción” hacia un problema irrelevante.Nada de esto se plantea con suficiente claridad, y en rigor de verdad nadie en su sano juicio cree ni remotamente en que el gobierno aliente la solución militar. Entre otras cosas, porque la capacidad operativa actual, de las FF AA, no es de ningún modo superior a la del ’82. Entonces, queda la última línea argumental: distraer a los argentinos de la crisis (que algunos no vacilan a denominar “griega”) con el viejo recurso del patrioterismo barato. No deja de llamar la atención que una explicación que calza mejor en el comportamiento del gobierno británico, después de todo Londres esta más cerca de la crisis griega que Buenos Aires, sea endilgado sin mediación alguna al gobierno argentino.Para evitar todo exceso de suspicacia vamos a relevar qué dice la prensa internacional al respecto. El diario español Tercera, con la firma de su columnista Emilio Marín, sostiene en su edición del 4 de marzo: “En Londres tienen otros problemas más acuciantes, como la falta de trabajo, la crisis capitalista y los ajustes pergeñados por su clase dirigente junto a la Unión Europea y los organismos financieros internacionales. En su caso, y a raíz del intento por semiocultar tales dramas, el premier David Cameron trata de poner las islas en el centro del tapete. Cree que de ese modo, como en 1982 hizo Margaret Thatcher, su antecesora partidaria conservadora, podrá capear ese temporal social interno.”Difícil acusar a Marín de militante kirchnerista, y aun así lo obvio lo es tanto aquí como en Cataluña. Añade el columnista español: “Se entiende que la ministra de Industria, Débora Giorgi, haya hablado con los titulares de 20 empresas radicadas en Argentina (no necesariamente nacionales), para pedirles que corten las importaciones de bienes e insumos desde Londres. Aunque muy limitada, la sugerencia ministerial es acertada. Va en línea con la idea de que para recuperar las islas no basta con la diplomacia y exhortaciones. La economía debe cumplir su papel para que una parte de los ingleses entre en razones. Mucho mejor sería sancionar a Shell, Laboratorios Glaxo, banco HSBC, Unilever y otros pulpos ingleses que siguen haciendo pingües negocios aquí como si fueran de un país neutral.”Esta última aproximación de Marín no encaja, exactamente, con la postura de la Unión Europea, bastante preocupada por la caída de sus exportaciones como para sumar además problemas extraeconómicos. La cuestión Malvinas, al margen de chicanas de poca monta, merece ser esclarecida. Dos preguntas ayudan a ponerla en foco: ¿qué pasó en los últimos 30 años? Y ¿qué lugar debiera tener en la agenda diplomática sudamericana un enclave militar británico que saquea la fauna ictícola, y pareciera dispuesto a explotar, mediante un acto de piratería clásica, la potencial riqueza petrolera del área?
HISTORIA Y POLÍTICA.
Raúl Alfonsín encaró de un modo peculiar el asunto, ya que el misil Cóndor, bajo control de la aeronáutica, tenía suficiente autonomía para impactar Malvinas desde territorio argentino. Por ese entonces los aviadores fueron el arma más próxima a un gobierno que sufrió tres crisis militares, y se consideraba que la fabricación del misil, en Falda del Carmen, era su costo político. Con el arribo de Carlos Menem y el acceso de Domingo Cavallo al Palacio San Martín, las relaciones carnales incluyeron la liquidación del proyecto. Y así se hizo; se cuenta que Cavallo quería dinamitar, lo que era imposible, Falda del Carmen. Claro que quien produjo un prototipo eficaz, dispone de las aptitudes para reproducirlo. Tal decisión no se ha tomado, nada indica que se tome, lo que no implica la imposibilidad técnica de tomarla. El gobierno de Fernando de la Rúa, por su parte, en esta materia como en casi todas las demás, brilla por su ausencia. Y después vino el 2001 y problemas más acuciantes ocuparon la agenda pública. Ahora bien, para Unasur, para la coalición de gobiernos sudamericanos, la inclusión de Malvinas en el temario, no es exactamente una cuestión menor. Conviene destacar que para Brasil –acaba de encontrar una reserva petrolera importante mar afuera– se trata de la reserva estratégica de la que depende su ecuación energética. Es decir, productiva. Máxime cuando la estructura hidrográfica no le permite, por la naturaleza de la pendiente de su suelo, desarrollar una fuente hidroeléctrica alternativa. No es el caso argentino. Sin embargo, su puesta en ejecución supone inversiones públicas de primer orden. Mientras tanto, la importación de petróleo parte de la misma ecuación productiva, impacta de modo evidente en su balanza comercial. Por tanto, desde que se descubrieron potenciales cuencas petroleras próximas a Malvinas, el problema mudó de carácter. Ya no se trata de una “reivindicación territorial”, sino de contar o no contar con reservas de energía convencional y disponer de la renta petrolera para el funcionamiento en expansión, a mediano plazo, del aparato productivo. Entonces, lo que bajo la dictadura terrorista burguesa sólo era una martingala justificatoria, en las actuales condiciones se transforma en reserva continental. En estas nuevas condiciones, reafirmar la fórmula de Naciones Unidas de respetar “los intereses de la población” es un acto de estricta autodefensa; por una delicadeza de estilo y de hábitos, me callo el calificativo que se merece el club de los 17. Y sólo traigo a colación el de su critico español: intelectuales very british. <
No hay comentarios:
Publicar un comentario