La Iglesia y las reformas al Código Civil. Una Iglesia que no sea independiente del Estado y que no reconozca, a su vez, la independencia del Estado no se parece mucho a la Iglesia con la que muchos soñamos.
Por Eduardo de la Serna.
Me piden una opinión sobre la posición que parece tomar el Episcopado ante la propuesta de reforma del Código Civil. Suelo decir que este no es un tema en el que yo profundice, por lo que sólo puedo dar una primera opinión. Otros podrán aportar más y mejores elementos de análisis.Así, me pregunto por qué el Episcopado reclama ser oído. Si lo reclama como un colectivo que quiere comunicar una buena noticia, y estar a su vez abierto a escuchar otros colectivos, me parece constructivo y positivo.Distinto es si lo hace como una palabra desde el poder, o como voz de la Argentina católica. En ese caso, dudo que la Argentina espere esa palabra. Una Iglesia que no sea independiente del Estado y que no reconozca, a su vez, la independencia del Estado no se parece mucho a la Iglesia con la que muchos soñamos.Entrando en ciertos temas concretos, mujeres de mi parroquia me pidieron “cambiar el catecismo que usamos porque hablan de una familia que no es la realidad que tenemos en el barrio”. A veces da la sensación que muchas palabras eclesiásticas son palabras a realidades que ya no existen, con incapacidad de asumir los cambios que –gusten o no– ya están instalados en la sociedad. Como lo reconocen los mismos obispos argentinos.También manifesté mi ira con ciertos grupos que califican de genocidas a las mujeres que han abortado. Creo que como Iglesia, ante esta realidad no puede tener cabida sino la compasión. A mi ira, a esos grupos les añado mi desprecio. Creo que, por otra parte, nuestra situación es diferente a la de los legisladores, ya que a las parroquias suelen venir algunas mujeres que han abortado a buscar contención (¡no condena!) mientras que estos deben legislar hacia el futuro a fin de encontrar respuestas ante esa situación.Lo mismo ante lo que se ha llamado alquiler de vientres –aunque el tema merezca un análisis cuidadoso que yo no puedo realizar–, surge la pregunta sobre si es subjetivamente igual la situación de aquellas parejas que no tienen otra posibilidad para engendrar hijos, que la de ciertos tilingos que evitan todo compromiso, desde modelos que no quieren arruinar su cuerpo, a millonarios que quieren aparentar masculinidad, por ejemplo.Y frente al divorcio exprés, me parece positivo que se evite la judicialización de la vida de una pareja, pero me parece evidente que así se corre el riesgo de eliminar todo tipo de compromiso en la relación. Y que –especialmente con hijos de por medio– no me parece sensato negar que las relaciones deben incluir un serio compromiso entre ambos.Pero quisiera que la posición eclesiástica, con la que quiero colaborar, sea de diálogo con las ciencias, con el mundo contemporáneo, sin excomuniones, sin hablar desde arriba, y sobre todo –en el trato personal– de abrazo, contención, respeto y amor. Creo que sólo así y desde allí la Iglesia será escuchada, respetada y fiel a Jesús. Caso contrario, pasará lo mismo que con el matrimonio igualitario, cuando la voz de algunos eclesiásticos, sus alianzas con sectores impresentables, y algunos voceros o voceras, que casi parecían hacer propaganda en contra, daban la sensación que de antemano habían elegido perder en lugar de dialogar. <
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