La venta de psicofármacos aumentó en el último año casi diez por ciento. El mercado argentino demanda desde sedantes hasta antidepresivos, sin olvidar los estimulantes. Quiénes consumen. La opinión de los especialistas.
Por Raquel Roberti
Con esa verborragia políticamente incorrecta, que algunos de sus seguidores consideran “sinceridad brutal”, Susana Giménez admitió en su programa que, para no deprimirse, toma “una pastilla todas las mañanas y después, se puede caer el mundo que me importa todo tres pitos”. Con la intención de confortar a su interlocutor, Sergio Denis, la inefable “Su” agregó que “es normal, en Estados Unidos la toma todo el mundo”. Por su parte, el cantante contó que tiene “la costumbre” de automedicarse “y eso conspiró en mi contra, me pasé de pastillas, me olvidaba de cuándo las había tomado. Estaba un poco loco. Ahora tomo sólo a la noche”. Si se tiene en cuenta que no son los únicos mediáticos en hablar de qué toman para sentirse “bien”, la anécdota parece banal. Sin embargo, ese desparpajo conlleva la banalización del uso de psicotrópicos como la fórmula mágica para estar siempre contento, feliz y relajado, las tres características fundamentales de un estilo de vida acorde al mundo contemporáneo. Esos medicamentos son las “lifestyle drugs”, un concepto que diferencia entre problema de salud y bienestar, o entre pacientes y consumidores. Una forma de enfrentar el desafío de sobrellevar lo cotidiano.Entre 2009 y 2010 se vendieron en el país más de 95 millones de pastillas de todos los colores y tamaños, una cifra sideral para los 40 millones de habitantes y para reflejar sólo las ventas bajo receta. Pero siempre hay un farmacéutico o médico amigo y, en algunos negocios, se consiguen en blísters sueltos. “Antes pan, ahora clonazepán / pastillas, la última esperanza negra / podés pedirle pastillas a tu suegra…”, canta Andrés Calamaro en “Clonazepán y circo”, uno de los temas de Honestidad brutal. Y haciendo honor al título de la placa, pone de relieve la automedicación y el afán de recomendar al otro lo que se consume. En el botiquín familiar o en el de un conocido está la oportunidad de empezar. O en el convite de un congénere que, lejos de la mala intención, pretende contagiar su felicidad.En el mundo moderno, las exigencias emocionales y laborales, los miedos, el desenchufe, la actitud más proactiva o más calma, el desempeño competente, todo, se resuelve con química. Y se cuenta sin empacho, porque en su evolución, la sociedad ya no mira con malos ojos los que, hasta hace poco, se consideraban “problemas mentales”.Entonces, una píldora para dormir, otra al despertar para despertarse, una para ponerse las pilas, otra para alejar la tristeza, una más para no demostrar ansiedad, aquella para calmar los nervios y una última para no tener miedo. Ansiolíticos, hipnóticos, antidepresivos, sedantes, todas drogas legales destinadas al sistema nervioso central.Felipe Solá admite que tiene apego a las pastillas que le garantizan un buen descanso; Nicole Neumann cuenta que para afrontar situaciones tensionantes, como viajar en avión, toma Rivotril, y Fabiana Cantilo supone que su creatividad obedece “a la nueva medicación que me da el psiquiatra para el cerebro. Es una terapia alternativa, antes estaba a full con el Prozac, pero un día dije ‘basta de análisis ortodoxos’ y cambié todo”.Jorge Lafauci, que llegó a jurado de Bailando por un sueño luego de dirigir revistas de espectáculos y participar como panelista en Yo amo a la TV, fue más allá al confesar que “en nuestro medio muchos llevan Rivotril en la cartera”. Su participación en el ciclo conducido por Marcelo Tinelli lo llevó a tomar ese medicamento, indicado para controlar la ansiedad.A la lista de famosos amantes de las píldoras se suman Julieta Cardinali (ansiolíticos), Elizabeth Vernaci (antidepresivos), el ex rector de la UBA Guillermo Jaim Etcheverry (ansiolíticos antes de las reuniones del Consejo) y el desorbitado ex ministro de Economía Domingo Cavallo, a quien los médicos recomendaron estabilizantes del humor.Cualquier psicofármaco debe ser tomado bajo prescripción médica, pero la divulgación de sus bondades sin límites llevó a una generalización de uso preocupante. Hugo Cohen, asesor subregional en Salud Mental para Sudamérica de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), señaló que “una de las diez recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud es el uso racional de los psicofármacos, para lo cual sugiere actualizar la formación tanto de los médicos generales como de los psiquiatras. También que la medicación debe ser un recurso más para el tratamiento y la rehabilitación, y no el único”.Para la OMS, el problema no está en la cantidad de personas que consumen sino en el mal uso, motivado por la “falta de actualización en la formación profesional y en la presión de la industria farmacéutica”. “Existen intereses de laboratorios medicinales que promueven las ventas por sobre las necesidades reales de las personas –señaló Cohen–. Los laboratorios despliegan, además, políticas de promoción para aquellos profesionales que más prescriben, premiando con viajes y asistencia a congresos. Por otra parte y, lamentablemente, la mayor parte de la investigación está en manos de los laboratorios en lugar de los Estados, por lo que frecuentemente el interés se orienta más a cuestiones de mercado que a las necesidades de grandes grupos poblacionales.”Esta radiografía del funcionamiento del sector fue doblemente evidenciada por Andrew Lakoff, profesor e investigador de la Universidad de California, quien a fines de los ’90 analizó el mercado de psicofármacos en la Argentina, para determinar si la oferta y promoción de medicaciones psicotrópicas produce ilegítimamente la enfermedad que pretende tratar. Según Lakoff, cuya investigación fue publicada en los Cuadernos de Antropología Social de la UBA, las farmacéuticas analizan las características de cada mercado para sus campañas publicitarias. Aquí, las más exitosas apelaron a las explicaciones psicoanalíticas y sociales, de fuerte impacto en la gente. Por eso Prozac, del laboratorio Eli Lilly, tuvo un éxito fenomenal en Estados Unidos que no pudo replicar en el mercado local: aquí ganó la Foxetina, del laboratorio Gador, que lo publicitó como el remedio para la crisis global.Es la ya famosa pastillita de Susana, la más recetada en el mundo, que altera la química cerebral para mantener el optimismo y evitar la tristeza. Pero además, esta píldora desinhibe al tímido y vuelve conversador al reservado y se hizo tan famosa que alcanzó la pantalla grande. Prozac Nation, dirigida por Erik Skjoldbjærg, relata la experiencia de una talentosa escritora que obtiene una beca para la Universidad de Harvard, lo que le permite escapar del control materno; pero ya en el primer curso académico se siente deprimida y apela a las drogas como tabla de salvación.“Dice mi psiquiatra que la voy a tener que tomar de por vida”, relató la diva de los teléfonos, como si la depresión fuera un mal crónico. “Ningún síntoma o patología, de por sí, es motivo suficiente para ‘siempre medicar’ –señaló Alberto Trimboli, presidente de la Asociación Argentina de Salud Mental y coordinador del Servicio de Adicciones del Hospital Álvarez–. Lo conveniente es decidir después de evaluar el paciente, su historia y antecedentes particulares.” Sin embargo, el psicólogo clínico admitió que “entre los psicofármacos más recetados están los ansiolíticos, recetados por médicos de casi todas las especialidades, y los antidepresivos”.De acuerdo con los datos del Hospital Álvarez, las mujeres son más consumidoras de psicofármacos que los hombres; muchas fueron medicadas y luego siguieron automedicándose, algunas porque un conocido se lo “recomendó” y otras porque consiguen que algún médico continúe dándoles recetas.Para Enrique Gómez Blotto, médico psicoanalista, “la depresión se relaciona con la sociedad en que se vive o la clase social, con los vacíos existenciales. Podría suponerse que algunas personas, por su posición económica, estarían exentas, pero lo material no es todo en este aspecto, también influyen las carencias afectivas. Al tener cubiertas las cuestiones materiales, aparecen otras preguntas: ¿qué me queda para hacer o vivir?, ¿qué lugar ocupo?”. Según este profesional, los números de la consulta entre sus colegas indican que los antidepresivos alcanzan a la mitad de los pacientes. Por otro lado, comentó que los ansiolíticos se consumen “45 por ciento más que otros fármacos, porque es la patología que predomina y se receta a ansiosos con fobias y pánico. El mal no se agravó, pero se mantiene con persistencia desde el crash del 2001, que funcionó como una bisagra en la psiquiatría”.Entre los ansiolíticos está el clonazepán, la última estrella del mundo del botiquín en llevar el mote de “pastilla de la felicidad”. “Soy Charly García, traiganmé whisky y Rivotril” (marca comercial), gritaba el músico durante la crisis que lo llevó a destrozar un hotel mendocino. Indicado para tratar también la epilepsia, los trastornos de pánico o el sonambulismo, provoca sensación de tranquilidad. Es uno de los diez fármacos más vendidos del país y el consumo viene en aumento desde 2006. La historia de esta pastilla comenzó en 1957, cuando se descubrió de forma casual el clordiazepóxico, y reconoce como antecedentes en cuanto a dominio de mercado las marcas Librium, Valium, Lexotanil y, ya en los ’90, Prozac o su versión local, indicados para distintas patologías.Pero si se piensa en una verdadera muestra del país pastillero, nada mejor que Gran hermano famosos: estabilizadores emocionales, ansiolíticos, antidepresivos y hasta un reductor de lípidos tuvieron sus segundos de pantalla en esa edición del reality. Nino Dolce tomaba Alplax (ansiolítico) y pedía anabólicos (efedrina) para su entrenamiento físico; Mariana Otero controlaba los impulsos exhibicionistas con Lamotrigina, tomaba Alplax para dormir y Tuloxetina para la depresión; y Amalia Granata hacía lo propio con fluoxetina mientras que para la ansiedad elegía clonazepán.“Las adicciones son sustituciones, prótesis que se usan para emparchar la sensación de vacío, algunos pueden hacerlo con cocaína, otros con psicofármacos, con comida o con trabajo desmesurado. En ese sentido, los psicofármacos, como cualquier alterador del estado de ánimo, pueden provocar una adicción”, reflexionó Emilia Faur, terapeuta especialista en codependencia emocional y vínculos adictivos. Además, señaló que “en las sociedades modernas, occidentales, los psicofármacos están a la orden del día, porque lo que importa es el rendimiento y no a qué costo. La salida, entonces, es tomar la pildorita, no hay tiempo para indagar a qué obedece la angustia o el insomnio. Pero en general, con el tiempo, los psicofármacos pierden eficacia y el consumidor pide dosis más altas”. Es el inicio de una adicción.Un informe de la OMS, de octubre de 2010, señala que la depresión afecta a casi un 14 por ciento de la población mundial, mientras que la bipolaridad, a un 7,5 por ciento. Predice, además, que para 2020 la segunda causa de consulta médica serán los trastornos depresivos y de ansiedad. Pero, ¿cuánto de realidad y cuánto de somatización habrá en esas consultas?Una vieja encuesta, realizada en 2007 por la Universidad de Palermo, arrojó que 15,5 por ciento de los porteños de más de 16 años consume habitualmente algún tipo de psicofármacos. Es decir, uno de cada seis habitantes de la ciudad de Buenos Aires, pero de ese universo, uno de cada cuatro no lo hace por recomendación médica, sino porque los tiene a mano, en la cartera de un amigo, compañero de trabajo, en la mesa de luz de la madre o de la suegra. Es una explosión pastillera que se nutre, además, por las droguerías virtuales de Internet. Drogas legales, claro, pero marcan un corte en la tolerancia social.
Informe: Leandro Filozof y Jorge Repiso
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