jueves, 29 de marzo de 2012

ENTREVISTA A JOSE Y GUSTAVO WESTERKAMP


"La lucha por los DD.HH. en los ’70 fue inmensa y desigual”.Pipo fue uno de los más destacados científicos de la Argentina. Pero en la convulsionada década del ’70 se convirtió, además, en un activo militante de los primeros organismos de derechos humanos. Fue a raíz de la detención de su hijo Gustavo, preso siete años durante la dictadura. Cómo se gestó ese frente de resistencia al terrorismo de Estado.
Por Raúl Arcomano
Hay vidas que merecen ser contadas. Como la de José Federico Pipo Westerkamp. Como la de su hijo Gustavo. El padre, uno de los científicos argentinos más destacados de todos los tiempos y una figura central en el movimiento de derechos humanos en la Argentina. El hijo, uno de los tantos militantes del PRT-ERP. Un sobreviviente de la dictadura. Es un día de un nuevo otoño y el sol se filtra por la ventana del departamento de Barrio Norte en el que vive Pipo. Hoy, sin la compañía de su compañera de toda la vida: Ángela Muruzábal murió hace dos meses, a los 97 años. Pipo tiene tres año menos y una memoria que, a veces, le hace zancadillas. Pero está Gustavo para ayudarlo. Miradas al Sur dialogó con ellos sobre aquellos primeros años en que empezaron a nacer los organismos de derechos humanos, cómo lucharon para saber el destino de los desaparicidos y cómo le hicieron frente a la durísima acción represiva que llevó adelante la dictadura. Gustavo detalla que estuvo preso exactamente siete años –del 21 de octubre del ’75 al 21 de octubre del ’83– en cuatro cárceles, sin cargos ni proceso.–¿Cómo era la situación en las cárceles, en esos últimos meses de democracia?Gustavo: –A fines del ’75, la situación en las cárceles se puso muy complicada: suspendieron las correspondencias, después las visitas, y ya se veía que venía muy pesado. Los familiares viajaban de lugares lejísimos y capaz les negaban las visitas porque no tenían certificado de domicilio, un papel que se les antojaba pedir. En mi caso, fue dantesco cuando nos trasladaron de Devoto a Sierra Chica. Fue muy violento y nos golpearon muchísimo. Nos desnudaron y nos hicieron ir desde la entrada de la cárcel hasta el pabellón: nos llevaron de los pelos, esposados, pegando a troche y moche. Después no querían aceptar visitas porque estábamos todos golpeados, con los ojos negros, los huesos rotos, algunos sin dientes.José: –Los familiares aprendimos que cada traslado era una manera de golpear impunemente.–El traslado era una forma también de cortar los lazos familiares.G: –La famosa calesita entre cárceles y también interpabellones. Para que no se pudieran forjar lazos familiares, ni con los compañeros. Había que bancar solo. El objetivo era quebrarnos.–¿Cómo fueron entonces esos primeros años de militancia en los organismos de derechos humanos?G: –La Asamblea Permanente por los derechos Humanos (Apdh) se fundó en el ’75. Pipo y Ángela tuvieron un primer acercamiento por invitación de Esther Ballestrino de Careaga, una madre desaparecida en la iglesia de la Santa Cruz. También participaron de la creación de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, que ya en el ’76 funcionaba de manera informal. Debido a la gran virulencia de la situación política, se creía entonces que se necesitaba otro tipo de persona para funcionar en los organismos. Porque los que daban la cara eran chupados.–¿Debían ser personajes más o menos públicos que corrieran menos riesgos, como Pipo o como Emilio Mignone, por ejemplo? Con determinada personalidad para aguantar las presiones. G: –Claro, gente que tenía un nombre y una actividad que le permitía tener una cierta cobertura política. Se necesitaba de ese tipo de militantes en los organismos de derechos humanos de aquellos años. Fue una tarea compleja la que hicieron en esa época. Hoy parece fácil, pero no lo era.–¿Cómo era con los casos de desapariciones fuera de Buenos Aires, por ejemplo?G: –Si había que ir a Córdoba a levantar denuncias sobre desapariciones, a veces no había quién quisiera ir. Por miedo no querían ir. Pipo fue en algún momento del ’76 con un compañero del Serpaj. Había que levantar las denuncias. El nombre, dónde había desaparecido, el DNI, dónde trabajaba.J: –Si los familiares podían ir donde estábamos nosotros les tomábamos los datos, pero no siempre era así. Esa primera visita a Córdoba yo me la acuerdo muy bien, porque nadie quería hacerla.–¿Esos trabajos conformaron, luego, las primeras listas de desaparecidos?G: –Podría decirse, sí. Fue una meta que se fue haciendo de a poco. Hacer una lista de desaparecidos nacional no era nada fácil. Los familiares de Jujuy tenían que mandar a la capital de Jujuy los datos, de la capital de Jujuy tenían que venir hasta acá o llegar hasta Córdoba y los de Córdoba mandarlos para acá. En ese momento no se tenía conciencia de la magnitud del golpe ni de la situación político-militar a la que se enfrentaban. Se fue tomando conciencia a medida que llegaban las denuncias.–Aparte de las cuestiones operativas estaba el miedo.J: –Por supuesto.G: –No había computadoras, había que hacerlo todo en máquinas de escribir. No fue una situación para nada sencilla. Creo que esa generación de militantes de derechos humanos fue importantísima. Emilio Mignone, Augusto Conte, Boris Pasik, sólo por nombrar algunos. Hubo una cantidad enorme de hombres valiosos.–¿Cómo era el día a día en esos años en la Apdh?G: –Mignone también estaba en la Apdh, junto a otra gente valiosa. Recibían denuncias y debían resolver requerimientos todos los días. No había quién quisiera firmar y presentar hábeas corpus en la Justicia. Muchos los presentaba papá. Pipo llegó a llevarle una declaración sobre las desapariciones a Jorge Luis Borges, para que la firmara. Fue a la casa, le mostró las listas y lo convenció. Y Borges, que era medio timorato y no quería compromisos, firmó.J: –Ni siquiera le pedí entrevista ni nada. Fui directamente.–¿Por qué empieza a gestarse el Cels, estando ya la Apdh?J: –Porque el miedo hacía que algunos integrantes de la Apdh pararan todo. Era fabuloso el miedo que se vivió.–¿Pensaron que con un organismo nuevo iba a ser diferente?J: –Claro. Faltaba una actitud más firme.G: –Creo que en algún momento, desde la Apdh, no se querían hacer declaraciones en contra del gobierno militar abiertamente. Había ciertas jugadas políticas de algunos partidos que no querían enfrentarse porque había intereses de por medio.El consejo de la presidencia de la Apdh se reunía un par de veces al año y sacaban una declaración. Pero había muchas cosas todos los días: desapareció fulano de tal, metieron preso a Alfredito Bravo, a Pérez Esquivel, a fulano lo liberaron allá y desapareció a los cinco minutos. Todas esas cosas requerían decisiones y no titubeos. Llegó un punto donde papá dijo: ‘Yo renuncio a la Apdh’”. Entonces, Emilio le dijo: “Pipo, no renuncies. Formemos el Cels para actuar con más libertad y con más energía. Pero no nos vayamos de la Apdh”.–La Apdh hacía un buen trabajo, pero no estaba funcionando como requería el momento político. ¿Ésa era la evaluación?J: –Claro, exactamente.La fecha de nacimiento del Cels no está muy clara. Sí se sabe que empezó a gestarse en el ’78, en la mesa del comedor del departamento de Emilio Mignone. El abogado tenía desaparecida a su hija Mónica. Al igual que Pipo, formaba parte de la Apdh. En el libro La vida de Emilio Mignone, el autor, Mario del Carril, sostiene que el organismo se creó porque muchos integrantes “estaban exasperados con la Asamblea”. “Sentían –escribió– que la Apdh estaba limitada en su acción por los dirigentes del Partido Comunista, que no querían perturbar la posición del gobierno militar en el exterior presentando en el extranjero las violaciones a los derechos humanos que ocurrían en el país.” De todos modos, Del Carril aclara: “Uno de los procesos más importantes en el proceso de creación del Cels es que no hubo conflicto con la Apdh. La consigna impuesta por Emilio era que el Cels se creaba para complementar la Apdh y no para sustituirla”. Así, Pipo y Mignone pertenecieron a ambas instituciones.–Mignone fue un gran compañero y amigo de Pipo.G: –Era una máquina de trabajar. Y se complementaban. Mignone aportaba toda su experiencia política y jurídica. Por el Cels pasaron muchísimos familiares que le pusieron el cuerpo a la situación, y hay que estarles agradecidos.–A la comisión directiva del Cels la detuvieron en 1981. ¿Por qué?G: –Los llevaron allá a los tubos, a los chanchos. Estuvieron cuatro o cinco días en Coordinación Federal. Un comisario le dijo a Pipo en ese momento que los habían llevado porque tenían los planos de los campos de concentración.J: –Nos inventaron eso. No había motivo para que nos detuvieran. No nos golpearon, al menos. G: –Él dobló la apuesta y dijo que sí: sabemos todos los campos que hay en el país y ya se conoce en muchas partes del mundo. “Ustedes están locos con lo que están haciendo”, le dijo. La maniobra de la dictadura salió mal porque se armó un zafarrancho enorme en la prensa. Desde el Cels habían construido una red interesante de periodistas internacionales que funcionaron como cobertura política. Si a uno de ellos le ocurría algo, la noticia llegaba a todo el mundo. Después Pipo tuvo otra detención, una vez que vino a verme al penal de Rawson. Fue por hacer declaraciones públicas contra un juez que era sumamente conservador. Uno de los tantos jueces que no hicieron nada con los hábeas corpus y recursos de amparo que se presentaban.J: –No es que no hacían nada, rechazaban, trataban de parar.–¿Vos tuviste algún tipo de represalia a raíz de la militancia de tus viejos en los organismos?G: –Sí. El día que él estaba preso, yo estaba doblemente preso. Cuando lo detuvieron, a mí me mandaron a los buzones. Me sancionaron y me mandaron a los chanchos quince días. Era claro el mensaje. Había hostigamiento. Mi hermano Federico se tuvo que ir del país. El hecho de ser el hermano de un militante político preso era riesgoso. Mi mamá dijo: “No quiero dos problemas, tengo que tener la cabeza despejada para pelear por Gustavo”. Federico se exilió en Francia y volvió en el ’84.–¿Cómo colaboró en esos años la embajada de Estados Unidos?G: –Era común que las Madres hicieran todos los esfuerzos para sacar al exterior a los presos que estaban a disposición del PEN. Había que visitar las embajadas. En esas visitas a las embajadas, los familiares empezaron a tomar contacto con distintos funcionarios que los fueron ayudando. Las embajadas sabían lo que sucedía en el país desde el inicio del golpe de Estado. Estaban muy informados. El trabajo era lograr que algunos funcionarios se interesaran en las desapariciones y los secuestros.J: –La embajada como tal no nos ayudó. Sí personas que eran de la embajada, que aceptaron las cosas que nosotros les decíamos y lo chequeaban. Como Tex Harris.–¿Qué cambió con la visita de la Cidh en el ’79?J: –La base de la investigación de la Cidh fue el laburo que hicieron, principalmente, desde la Apdh: una lista con cuatro mil casos de desaparecidos. Sumado al contacto con las embajadas, se conformó un panorama de consenso hacia el movimiento de derechos humanos. Antes, en el ’76, había sido importante la visita de Amnesty. Era toda una historia lograr que los tipos se pusieran de parte del movimiento de derechos humanos y reclamaran para que mermara la represión. Fue una lucha desigual e inmensa.–¿Cómo siguió la lucha en democracia?J: –No paramos.G: –Se dedicaron a formar otros organismos, empezaron a luchar por otros temas.–En una visita a Estados Unidos en los ’70, un funcionario del Consejo de Seguridad le dijo a Hebe de Bonafini y al grupo de Madres: “Vayan con Dios”. Hebe le respondió: “Con Dios ya estamos, lo que nos hace falta son hombres”. Se podría pensar que si hubiera habido más personas como Pipo, personajes con alguna relevancia de distintos ámbitos, quizá las cosas hubieran sido diferentes.G: –Es difícil saber qué hubiera pasado, ¿no? Pero tal vez se hubieran salvado más vidas y podría haber mermado bastante la represión. Probablemente, no hubiera habido treinta mil desaparecidos.Un científico inquieto y precursorJosé Federico Pipo Westerkamp tuvo una activa vida científica y académica, a la par de su lucha por los derechos humanos. Es doctor en Química y Física. Se había recibido en la UBA en 1949 y realizó trabajos posdoctorales en los Estados Unidos. A Pipo se le reconocen dos grandes logros científicos, precursores en la materia: los relacionados con el láser y con las microondas. Contribuyó a la formación de la Asociación de Física y la Sociedad Científica Argentina. Fue un militante en advertir de los riesgos del uso de la energía nuclear. Y un precursor de la idea de ecología: cuando pocos hablaban del tema, el ya pensaba y promovía el uso de energías limpias y el cuidado del medio ambiente. También se transformó en un activista por la paz: fundó el Movip, el Movimiento por la Vida y por la Paz y forma parte de muchas asociaciones internacionales por la paz. En la Argentina fue miembro de la Pugwash, un movimiento creado por Bertrand Russell y Albert Einstein, a quien conoció personalmente. Por otro lado, Pipo realizó las primeras listas de científicos desaparecidos. “Las hizo y las llevó al exterior, por intermedio de amigos. Por ése y por muchos otros motivos trataron de ir sacándolo de la actividad científica. No pudieron”, dice su hijo Gustavo.Ángela“Era un motorcito que estaba siempre presente”Hace dos meses murió Ángela Muruzábal de Westerkamp, esposa de Pipo y madre de Gustavo. Tenía 97 años. Al igual que su marido, tuvo un rol fundamental en la fundación de la Apdh, de Familiares y del Cels. “Fue un motorcito que quizás no se veía tanto pero estaba siempre presente, organizando todo, colaborando con papá. Ella viajó muchas veces al exterior, acompañaba a las Madres, ayudaba a los familiares de presos políticos que necesitaban ayuda”, cuenta su hijo Gustavo. “Angelita estuvo siempre al lado del movimiento de los derechos humanos, muy cerca del Cels en sus primeros tiempos”, recordó Cristina Caiati, integrante del Cels desde 1980, según consignó Página/12 en la crónica de su muerte. Ángela había sido una de las primeras mujeres universitarias. Como Pipo, era doctora en Química. Se habían conocido en la facultad. Tuvieron tres hijos: Gustavo, Federico y una beba que murió a poco de nacer. Ángela participó de la creación de la Universidad Tecnológica Nacional, donde enseñó hasta 1978. También dictó clases en la UBA y en los Estados Unidos. Y trabajó con Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir en el Instituto de Fisiología de la UBA.

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