Para el psicoanalista Andres Rascovsky, a lo largo de la historia humana, en civilizaciones tan distintas como la incaica, la judía y la romana, se justificaba el filicidio.
Por Eduardo Anguita y Horacio Del Prado
El homicidio de Martín Vázquez, el chico de seis años que murió en manos de su madre en un country de San Vicente, en el sur del Gran Buenos Aires, puede ser abordado desde diversas disciplinas. Una de ellas es el psiconanálisis. Por eso, en el programa Hoy más que nunca –que se emite por Radio Nacional de lunes a viernes de 7 a 9– fue entrevistado Andrés Rascovsky, psiquiatra y presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).–El 28 de enero de 1978, en el diario El País un artículo firmado por Arnaldo Rascovski, su padre, refiere al filicidio. Allí se consigna: “Las figuras paternas se convierten en un agente represor a través de lo que esta cultura se perpetúa, pero la represión no tiene por qué ser tan represiva y filicida. El buen padre prohíbe el incesto, reprime el instinto con amor ofreciendo otra alternativa instintiva al hijo, la identificación con él. En este caso el padre fuerza al hijo a la renuncia por amor y no por miedo logrando la identificación del niño con esta imagen paterna, ante el padre bueno el niño renuncia fácilmente”. Interpreto que su padre expresó que nosotros en nuestra condición tenemos dos tendencias: a la identificación a través de la eliminación y la identificación a través del amor.–A lo que se refiere mi padre es al complejo de Edipo y el pasaje de la naturaleza en estado salvaje a un estado más cultural que se produce por la represión del vínculo materno-infantil. Es decir, que el padre interviene ofreciéndose como modelo y que representaría la construcción de la masculinidad. En ese texto, mi padre se refiere a la violencia que pueden tener los padres. Él creó la teoría del filicidio, que probablemente sea una de las contribuciones psicoanalíticas más originales de nuestro país y América latina. Es decir, que el origen de la cultura está en la limitación, también, de esa tendencia primitiva que tiene el hombre a destruir a sus hijos porque todas las religiones abrhamánicas –la mahometana, el judaísmo y el cristianismo– comienzan con el mito del mandato que Dios le da a Abraham de matar a su hijo Isaac y esto seguramente conforma el núcleo de la problemática padre-hijo. Se trata de una tendencia destructiva para con el hijo. Dios después manda un ángel para impedir que Abraham, una vez confirmado que acatará la orden de Dios, mate a su hijo. Sin embargo, este mito revela la tendencia instintiva primitiva del hombre pre cultural, podríamos decir, a destruir a sus hijos. La historia de los hijos a lo largo de la humanidad es muy dramática, la infancia y su cuidado se descubrió, solamente, hace un par de siglos. Antes se instauraba y se instalaban los chicos de los ocho años a trabajar igual que los padres y eran, a veces, considerados parte del patrimonio. La patria potestad romana decía que el padre que le había dado la vida le podía quitar la vida. La cultura ha tenido una relación de sacrificio privilegiado con el hijo, así tenemos los chicos inmolados por los incas en Los Andes, el mito de Ifigenia ante los griegos que para invadir Troya le impusieron a Agamenón que mate a su hija y tenemos el mito de Abraham que tenía como mandato asesinar a Isaac. El sacrificio de los hijos ha atravesado todas las culturas y es el objeto de sacrificio por excelencia. Hay una tendencia primitiva.–¿Cuánto tienen que ver estos hechos culturales antropológicos con situaciones puntuales donde un padre o una madre producen la muerte de alguno de sus hijos? Cuando usted aborda estos casos, ¿son hechos que hay que analizarlos puntualmente o es necesaria esta mirada de la cultura?–Ambas cosas son necesarias porque nosotros hemos instalado, seguramente en parte con la colaboración del psicoanálisis con su mirada sobre la relación padres e hijos, una ética para con los hijos distinta que otras culturas. Nuestra cultura se ha preocupado hace varias décadas, incluso con el tema del filicidio, en observar el maltrato que los padres generamos a nuestros hijos, es decir, hay distintas formas de maltrato y de filicidio larvado: excesiva severidad, castigos corporales, insultos. Se genera un fenómeno regresivo a estados delirantes, que le acontecen a personas que pueden destruir a su propia progenie. El sujeto vuelve al odio primitivo infantil y dentro de sí, por múltiples razones traumáticas, tiene un manantial de odio que se puede descargar y desplazar de un lado a otro.–¿Qué mirada tiene usted si se analiza el tema desde la posibilidad de que los hijos eliminen a sus padres?–Esa es la gran revelación freudiana, la tendencia que tienen los hijos a querer apoderarse de la madre, que ha sido su primer objeto de amor, de placer y erótico. Los hijos buscan desplazar al padre. Es decir, que el parricidio está también en el origen de la cultura, el parfilicidio-parricidio conforma lo que todo hombre tiene que resolver. El destino del Edipo y de la relación padre-hijo tiene que ser la alianza padre-hijo, es decir todo occidente está sostenido por la alianza padre-hijo. Las tendencias parricidas son parte de lo que dio origen a la cultura porque ese padre que míticamente, en un lejano estadio precultural, fue muerto porque tenía todo el poder y todos los hijos quisieron reemplazarlo, después fue internalizado y conformó esa parte de conciencia moral culposa que todos llevamos adentro. El origen, seguramente, de lo que en el psicoanálisis se llama el superyo, que es la conciencia moral y los ideales, es consecuencia de atravesar esta situación de rivalidad con el padre e internalizar sus leyes y sus normas.–Cuando hay casos resonantes como el de una madre que mata a su nene, o hijos que asesinan a los padres, ¿cómo repercute eso sobre la sociedad, sobre nosotros?–La parte sana de nosotros hace una reflexión sobre el maltrato al que están sometidos nuestros hijos, tratamos de ser mejores padres. Nos cuestionamos sobre la problemática cultural de cuánto tiempo le dedicamos a nuestros hijos, el maltrato al que lo someten las instituciones.–En las notas periodísticas se enfatiza respecto que este caso ocurrió en un country importante, con un padre que es gerente de una empresa de Moyano, mostrando un ambiente de ricos que no se quieren. También se trata de una manera de demonizar diciendo qué raro que esto haya pasado entre gente rica que puede tener mucamas que cuiden a los chicos, haciendo la operación de que, en hogares pobres, esto pasa sin problemas, se matan, se drogan… El nivel de ingresos, ¿ayuda en algo o todos somos iguales a la hora de una regresión a ese estado primario?–El nivel de ingresos influye en el sentido de que situaciones extremas generan enormes conflictos familiares. Sin embargo, indudablemente la pobreza psíquica de la que Freud habla está presente en el country y en las villas. Pero también en muchas situaciones precarias se ha conservado el amor, la solidaridad familiar, ese cariño primario, y no ha intervenido tanto el drama social y la rivalidad y la violencia. En unos y en otros casos hay que mirar la historia personal, el nivel de cuidado que se ha tenido y las pobrezas y el desarrollo insuficiente de la estructura psíquica.–¿Cómo puede percibir uno esta pobreza psíquica?–Uno podría mirar a su propia familia y ver la problemática que hay, los síntomas de los hijos hablan de la problemática familiar. Uno puede responder a través de un espacio de calidez, si hay un buen vínculo padre-hijo, madre-hijo; las familias en conflicto dan infinidades de síntomas, a veces no son escuchados, o son simplemente anestesiados con una pastilla. El psicoanálisis desarrolla un combate cultural contra estrategias de adormecimiento; dudamos de la eficacia de la medicación porque muchas veces borran los síntomas pero no resuelven los conflictos
El homicidio de Martín Vázquez, el chico de seis años que murió en manos de su madre en un country de San Vicente, en el sur del Gran Buenos Aires, puede ser abordado desde diversas disciplinas. Una de ellas es el psiconanálisis. Por eso, en el programa Hoy más que nunca –que se emite por Radio Nacional de lunes a viernes de 7 a 9– fue entrevistado Andrés Rascovsky, psiquiatra y presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).–El 28 de enero de 1978, en el diario El País un artículo firmado por Arnaldo Rascovski, su padre, refiere al filicidio. Allí se consigna: “Las figuras paternas se convierten en un agente represor a través de lo que esta cultura se perpetúa, pero la represión no tiene por qué ser tan represiva y filicida. El buen padre prohíbe el incesto, reprime el instinto con amor ofreciendo otra alternativa instintiva al hijo, la identificación con él. En este caso el padre fuerza al hijo a la renuncia por amor y no por miedo logrando la identificación del niño con esta imagen paterna, ante el padre bueno el niño renuncia fácilmente”. Interpreto que su padre expresó que nosotros en nuestra condición tenemos dos tendencias: a la identificación a través de la eliminación y la identificación a través del amor.–A lo que se refiere mi padre es al complejo de Edipo y el pasaje de la naturaleza en estado salvaje a un estado más cultural que se produce por la represión del vínculo materno-infantil. Es decir, que el padre interviene ofreciéndose como modelo y que representaría la construcción de la masculinidad. En ese texto, mi padre se refiere a la violencia que pueden tener los padres. Él creó la teoría del filicidio, que probablemente sea una de las contribuciones psicoanalíticas más originales de nuestro país y América latina. Es decir, que el origen de la cultura está en la limitación, también, de esa tendencia primitiva que tiene el hombre a destruir a sus hijos porque todas las religiones abrhamánicas –la mahometana, el judaísmo y el cristianismo– comienzan con el mito del mandato que Dios le da a Abraham de matar a su hijo Isaac y esto seguramente conforma el núcleo de la problemática padre-hijo. Se trata de una tendencia destructiva para con el hijo. Dios después manda un ángel para impedir que Abraham, una vez confirmado que acatará la orden de Dios, mate a su hijo. Sin embargo, este mito revela la tendencia instintiva primitiva del hombre pre cultural, podríamos decir, a destruir a sus hijos. La historia de los hijos a lo largo de la humanidad es muy dramática, la infancia y su cuidado se descubrió, solamente, hace un par de siglos. Antes se instauraba y se instalaban los chicos de los ocho años a trabajar igual que los padres y eran, a veces, considerados parte del patrimonio. La patria potestad romana decía que el padre que le había dado la vida le podía quitar la vida. La cultura ha tenido una relación de sacrificio privilegiado con el hijo, así tenemos los chicos inmolados por los incas en Los Andes, el mito de Ifigenia ante los griegos que para invadir Troya le impusieron a Agamenón que mate a su hija y tenemos el mito de Abraham que tenía como mandato asesinar a Isaac. El sacrificio de los hijos ha atravesado todas las culturas y es el objeto de sacrificio por excelencia. Hay una tendencia primitiva.–¿Cuánto tienen que ver estos hechos culturales antropológicos con situaciones puntuales donde un padre o una madre producen la muerte de alguno de sus hijos? Cuando usted aborda estos casos, ¿son hechos que hay que analizarlos puntualmente o es necesaria esta mirada de la cultura?–Ambas cosas son necesarias porque nosotros hemos instalado, seguramente en parte con la colaboración del psicoanálisis con su mirada sobre la relación padres e hijos, una ética para con los hijos distinta que otras culturas. Nuestra cultura se ha preocupado hace varias décadas, incluso con el tema del filicidio, en observar el maltrato que los padres generamos a nuestros hijos, es decir, hay distintas formas de maltrato y de filicidio larvado: excesiva severidad, castigos corporales, insultos. Se genera un fenómeno regresivo a estados delirantes, que le acontecen a personas que pueden destruir a su propia progenie. El sujeto vuelve al odio primitivo infantil y dentro de sí, por múltiples razones traumáticas, tiene un manantial de odio que se puede descargar y desplazar de un lado a otro.–¿Qué mirada tiene usted si se analiza el tema desde la posibilidad de que los hijos eliminen a sus padres?–Esa es la gran revelación freudiana, la tendencia que tienen los hijos a querer apoderarse de la madre, que ha sido su primer objeto de amor, de placer y erótico. Los hijos buscan desplazar al padre. Es decir, que el parricidio está también en el origen de la cultura, el parfilicidio-parricidio conforma lo que todo hombre tiene que resolver. El destino del Edipo y de la relación padre-hijo tiene que ser la alianza padre-hijo, es decir todo occidente está sostenido por la alianza padre-hijo. Las tendencias parricidas son parte de lo que dio origen a la cultura porque ese padre que míticamente, en un lejano estadio precultural, fue muerto porque tenía todo el poder y todos los hijos quisieron reemplazarlo, después fue internalizado y conformó esa parte de conciencia moral culposa que todos llevamos adentro. El origen, seguramente, de lo que en el psicoanálisis se llama el superyo, que es la conciencia moral y los ideales, es consecuencia de atravesar esta situación de rivalidad con el padre e internalizar sus leyes y sus normas.–Cuando hay casos resonantes como el de una madre que mata a su nene, o hijos que asesinan a los padres, ¿cómo repercute eso sobre la sociedad, sobre nosotros?–La parte sana de nosotros hace una reflexión sobre el maltrato al que están sometidos nuestros hijos, tratamos de ser mejores padres. Nos cuestionamos sobre la problemática cultural de cuánto tiempo le dedicamos a nuestros hijos, el maltrato al que lo someten las instituciones.–En las notas periodísticas se enfatiza respecto que este caso ocurrió en un country importante, con un padre que es gerente de una empresa de Moyano, mostrando un ambiente de ricos que no se quieren. También se trata de una manera de demonizar diciendo qué raro que esto haya pasado entre gente rica que puede tener mucamas que cuiden a los chicos, haciendo la operación de que, en hogares pobres, esto pasa sin problemas, se matan, se drogan… El nivel de ingresos, ¿ayuda en algo o todos somos iguales a la hora de una regresión a ese estado primario?–El nivel de ingresos influye en el sentido de que situaciones extremas generan enormes conflictos familiares. Sin embargo, indudablemente la pobreza psíquica de la que Freud habla está presente en el country y en las villas. Pero también en muchas situaciones precarias se ha conservado el amor, la solidaridad familiar, ese cariño primario, y no ha intervenido tanto el drama social y la rivalidad y la violencia. En unos y en otros casos hay que mirar la historia personal, el nivel de cuidado que se ha tenido y las pobrezas y el desarrollo insuficiente de la estructura psíquica.–¿Cómo puede percibir uno esta pobreza psíquica?–Uno podría mirar a su propia familia y ver la problemática que hay, los síntomas de los hijos hablan de la problemática familiar. Uno puede responder a través de un espacio de calidez, si hay un buen vínculo padre-hijo, madre-hijo; las familias en conflicto dan infinidades de síntomas, a veces no son escuchados, o son simplemente anestesiados con una pastilla. El psicoanálisis desarrolla un combate cultural contra estrategias de adormecimiento; dudamos de la eficacia de la medicación porque muchas veces borran los síntomas pero no resuelven los conflictos
El homicidio de Martín Vázquez, el chico de seis años que murió en manos de su madre en un country de San Vicente, en el sur del Gran Buenos Aires, puede ser abordado desde diversas disciplinas. Una de ellas es el psiconanálisis. Por eso, en el programa Hoy más que nunca –que se emite por Radio Nacional de lunes a viernes de 7 a 9– fue entrevistado Andrés Rascovsky, psiquiatra y presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).–El 28 de enero de 1978, en el diario El País un artículo firmado por Arnaldo Rascovski, su padre, refiere al filicidio. Allí se consigna: “Las figuras paternas se convierten en un agente represor a través de lo que esta cultura se perpetúa, pero la represión no tiene por qué ser tan represiva y filicida. El buen padre prohíbe el incesto, reprime el instinto con amor ofreciendo otra alternativa instintiva al hijo, la identificación con él. En este caso el padre fuerza al hijo a la renuncia por amor y no por miedo logrando la identificación del niño con esta imagen paterna, ante el padre bueno el niño renuncia fácilmente”. Interpreto que su padre expresó que nosotros en nuestra condición tenemos dos tendencias: a la identificación a través de la eliminación y la identificación a través del amor.–A lo que se refiere mi padre es al complejo de Edipo y el pasaje de la naturaleza en estado salvaje a un estado más cultural que se produce por la represión del vínculo materno-infantil. Es decir, que el padre interviene ofreciéndose como modelo y que representaría la construcción de la masculinidad. En ese texto, mi padre se refiere a la violencia que pueden tener los padres. Él creó la teoría del filicidio, que probablemente sea una de las contribuciones psicoanalíticas más originales de nuestro país y América latina. Es decir, que el origen de la cultura está en la limitación, también, de esa tendencia primitiva que tiene el hombre a destruir a sus hijos porque todas las religiones abrhamánicas –la mahometana, el judaísmo y el cristianismo– comienzan con el mito del mandato que Dios le da a Abraham de matar a su hijo Isaac y esto seguramente conforma el núcleo de la problemática padre-hijo. Se trata de una tendencia destructiva para con el hijo. Dios después manda un ángel para impedir que Abraham, una vez confirmado que acatará la orden de Dios, mate a su hijo. Sin embargo, este mito revela la tendencia instintiva primitiva del hombre pre cultural, podríamos decir, a destruir a sus hijos. La historia de los hijos a lo largo de la humanidad es muy dramática, la infancia y su cuidado se descubrió, solamente, hace un par de siglos. Antes se instauraba y se instalaban los chicos de los ocho años a trabajar igual que los padres y eran, a veces, considerados parte del patrimonio. La patria potestad romana decía que el padre que le había dado la vida le podía quitar la vida. La cultura ha tenido una relación de sacrificio privilegiado con el hijo, así tenemos los chicos inmolados por los incas en Los Andes, el mito de Ifigenia ante los griegos que para invadir Troya le impusieron a Agamenón que mate a su hija y tenemos el mito de Abraham que tenía como mandato asesinar a Isaac. El sacrificio de los hijos ha atravesado todas las culturas y es el objeto de sacrificio por excelencia. Hay una tendencia primitiva.–¿Cuánto tienen que ver estos hechos culturales antropológicos con situaciones puntuales donde un padre o una madre producen la muerte de alguno de sus hijos? Cuando usted aborda estos casos, ¿son hechos que hay que analizarlos puntualmente o es necesaria esta mirada de la cultura?–Ambas cosas son necesarias porque nosotros hemos instalado, seguramente en parte con la colaboración del psicoanálisis con su mirada sobre la relación padres e hijos, una ética para con los hijos distinta que otras culturas. Nuestra cultura se ha preocupado hace varias décadas, incluso con el tema del filicidio, en observar el maltrato que los padres generamos a nuestros hijos, es decir, hay distintas formas de maltrato y de filicidio larvado: excesiva severidad, castigos corporales, insultos. Se genera un fenómeno regresivo a estados delirantes, que le acontecen a personas que pueden destruir a su propia progenie. El sujeto vuelve al odio primitivo infantil y dentro de sí, por múltiples razones traumáticas, tiene un manantial de odio que se puede descargar y desplazar de un lado a otro.–¿Qué mirada tiene usted si se analiza el tema desde la posibilidad de que los hijos eliminen a sus padres?–Esa es la gran revelación freudiana, la tendencia que tienen los hijos a querer apoderarse de la madre, que ha sido su primer objeto de amor, de placer y erótico. Los hijos buscan desplazar al padre. Es decir, que el parricidio está también en el origen de la cultura, el parfilicidio-parricidio conforma lo que todo hombre tiene que resolver. El destino del Edipo y de la relación padre-hijo tiene que ser la alianza padre-hijo, es decir todo occidente está sostenido por la alianza padre-hijo. Las tendencias parricidas son parte de lo que dio origen a la cultura porque ese padre que míticamente, en un lejano estadio precultural, fue muerto porque tenía todo el poder y todos los hijos quisieron reemplazarlo, después fue internalizado y conformó esa parte de conciencia moral culposa que todos llevamos adentro. El origen, seguramente, de lo que en el psicoanálisis se llama el superyo, que es la conciencia moral y los ideales, es consecuencia de atravesar esta situación de rivalidad con el padre e internalizar sus leyes y sus normas.–Cuando hay casos resonantes como el de una madre que mata a su nene, o hijos que asesinan a los padres, ¿cómo repercute eso sobre la sociedad, sobre nosotros?–La parte sana de nosotros hace una reflexión sobre el maltrato al que están sometidos nuestros hijos, tratamos de ser mejores padres. Nos cuestionamos sobre la problemática cultural de cuánto tiempo le dedicamos a nuestros hijos, el maltrato al que lo someten las instituciones.–En las notas periodísticas se enfatiza respecto que este caso ocurrió en un country importante, con un padre que es gerente de una empresa de Moyano, mostrando un ambiente de ricos que no se quieren. También se trata de una manera de demonizar diciendo qué raro que esto haya pasado entre gente rica que puede tener mucamas que cuiden a los chicos, haciendo la operación de que, en hogares pobres, esto pasa sin problemas, se matan, se drogan… El nivel de ingresos, ¿ayuda en algo o todos somos iguales a la hora de una regresión a ese estado primario?–El nivel de ingresos influye en el sentido de que situaciones extremas generan enormes conflictos familiares. Sin embargo, indudablemente la pobreza psíquica de la que Freud habla está presente en el country y en las villas. Pero también en muchas situaciones precarias se ha conservado el amor, la solidaridad familiar, ese cariño primario, y no ha intervenido tanto el drama social y la rivalidad y la violencia. En unos y en otros casos hay que mirar la historia personal, el nivel de cuidado que se ha tenido y las pobrezas y el desarrollo insuficiente de la estructura psíquica.–¿Cómo puede percibir uno esta pobreza psíquica?–Uno podría mirar a su propia familia y ver la problemática que hay, los síntomas de los hijos hablan de la problemática familiar. Uno puede responder a través de un espacio de calidez, si hay un buen vínculo padre-hijo, madre-hijo; las familias en conflicto dan infinidades de síntomas, a veces no son escuchados, o son simplemente anestesiados con una pastilla. El psicoanálisis desarrolla un combate cultural contra estrategias de adormecimiento; dudamos de la eficacia de la medicación porque muchas veces borran los síntomas pero no resuelven los conflictos
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