Cristian Méndez tiene 13 años y como casi todos los mediodías sale del colegio para caminar las 15 cuadras que lo separan de su hogar, ubicado en la Villa 26 de Barracas, a la vera del Riachuelo. En la puerta de la escuela, lo esperan sus dos hermanos, Alan, de 8 y Marcos, de 5, junto a su madre Mabel, de 35 años de edad. Durante el trayecto, Cristian les cuenta desganado la rutina de esa mañana en la escuela. Sin embargo, Alan y Marcos, que estuvieron todo el día en su casa, prestan suma atención al relato ya que hace un año que no pueden ir al colegio. Mabel está angustiada: “Cristian es el mayor y el único de los tres que pude inscribir en la escuela. Mis otros dos chicos perdieron el año ya que no encontré lugar y paso todo el día con ellos para que no anden por la calle”.
Agrega que no es la única en la villa, sino que hay varias madres que no saben qué hacer, ya que sus hijos no fueron al colegio en todo el año por falta de vacantes. “Algunas madres no se preocupan por sus chicos y así están, haciendo macanas por la calle”.
En el barrio de Núñez, la situación es distinta. Una autoridad de un colegio del Distrito Escolar 9 confió información con el compromiso del anonimato: “Aquí no hay problemas de material didáctico y afortunadamente podemos absorber a todos los chicos de la zona. Tenemos un promedio de 20 alumnos por aula. En el colegio hay laboratorio, biblioteca, mapoteca, salas de computación y un hermoso salón de actos”. Exultante agrega: “Estamos orgullosos de la escuela”.
Cara y Ceca. Un informe elaborado por Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ) clarifica con datos. “En el Distrito Escolar 21, que abarca Lugano y Villa Riachuelo hay 14 escuelas para 10.200 chicos: esto da un promedio de 30 alumnos por aula, que significa que el 48 por ciento de los chicos que están en clase lo hacen en condiciones de hacinamiento. Por el contrario, en el Distrito Escolar 10, uno de los de mayor poder adquisitivo, hay 23 escuelas para 6.400 alumnos, un promedio de 18 pibes por aula con un hacinamiento del 2 por ciento”, apuntan desde la ONG. El límite tomado como frontera entre sur y norte es Avenida Rivadavia en toda su extensión.
Los más chicos. A pocos metros de la casilla de Mabel, vive Claudia Gómez, de 23 años y empleada doméstica, junto a su hijo Jonhatan de 5, amigo de Marcos. “A principio de año caminé los dos o tres jardines de infantes de la zona, pero no tenían lugar y más lejos no podía ir porque hubiera tenido que gastar en colectivo. Es realmente un drama porque al no tener lugar para mi hijo se me hace muy difícil poder conseguir trabajo estable y tengo que hacer changas por mis horarios”, apunta Claudia.
Según Gustavo Lesberguis, de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, en la zona sur de la Capital Federal hay más de 6.000 chicos que están en lista de espera de los jardines maternales, escuelas infantiles y jardines de infantes. Constituyen el 70 por ciento del total de los chicos de esas edades que viven en la ciudad, y que aguardan un lugar en el colegio. Meses atrás, un fallo emplazó al gobierno porteño a la construcción de 12 jardines de infantes en la zona sur, en un lapso no mayor a tres años.
En micros al colegio. Ante la falta de escuelas en el sur, desde 2001, las sucesivas administraciones porteñas han implementado para el nivel primario y secundario “la reubicación”. Se trata de un micro que llega hasta el barrio y los lleva a una escuela en otro punto de la ciudad. Sin embargo, sobran críticas a este parche. “Restringe la relación escuela/familia ya que muchos padres no participan de la vida escolar. Además, los chicos que viven en villas ya son discriminados en sus barrios y mucho más aún en lugares extraños con un poder adquisitivo mayor. Se fomentan situaciones de violencia. No se puede hacer que un grupo de pibes de un barrio se suban a un micro para ir a un colegio con chicos de otra zona. Es como si fueran dos hinchadas de fútbol”, advierte Jorge, docente de una escuela de la zona sur. “Se crean situaciones de desarraigo muy graves que terminan alentando la deserción. Lo que hay que hacer es simple, gastar el presupuesto en construir más escuelas”, apunta la directora de un colegio del barrio de Lugano.
Mirando al norte. Marcelo Romanelli, tiene 11 años, vive en Villa Urquiza, y va al colegio por la tarde. “Hay algunas goteras cuando llueve, pero el colegio está bastante bien. Tenemos colchonetas, en el laboratorio entramos todos y creo que hay cuatro o cinco mapas para toda la escuela. Por lo general usamos tres manuales por año”, aclara mientras entra al colegio para comenzar su día escolar.
En esta zona de la Capital, según las fuentes consultadas, hay un fenómeno inverso al de zona sur, que se podría denominar “capacidad ociosa” ya que en algunos casos hay aulas con sólo 15 alumnos.
Martín Hourest, legislador porteño de Igualdad Social, estima que ese proceso estaría dado “porque el gobierno de la Ciudad, en lugar de tomar como criterio para la distribución del presupuesto educativo a la cantidad de chicos que hay en una escuela, toma como unidad de medida a la escuela en sí misma, sin saber cuántos chicos hay en ese colegio. Al haber más escuelas en la zona norte se produce el incremento de la brecha de la desigualdad social educativa”.
“Cambió la población escolar”. La frase corresponde a un director de un colegio secundario de Caballito y refleja un nuevo fenómeno vinculado a la falta de vacantes. “Ante la tremenda explosión de la matrícula de los últimos años, muchos chicos de la zona sur con capacidad para trasladarse, comenzaron a traspasar la frontera de la Avenida Rivadavia y ocupar espacios en Caballito o Almagro. Así se puede ver que en el Normal 4, de Rivadavia y José María Moreno hay chicos que llegan desde aquellos barrios, y ni hablar de Once”, exclama Jorge, el docente de Pompeya. “Hasta allí, llegan chicos desde lejanos barrios del oeste cuyas escuelas están colapsadas”, agrega.
El derecho y el revés. Tras caminar las 15 cuadras del colegio a su casa, Cristian llega a su hogar de la villa 26 junto a sus hermanos. “Hoy tuvimos computación pero la verdad es que se complica. Éramos muchos para sólo cuatro computadoras. Además vamos entrando en grupos porque todos no cabemos en la salita”, apunta. Marcelo Romanelli, el alumno de Villa Urquiza que llega a la escuela, tendrá un día arduo pero contará con todas las comodidades. “Tengo educación física en el gimnasio del colegio, y después clase de música en el salón de actos, que es un lugar enorme”.
Para Nuria Becú, coordinadora de ACIJ, esa situación no es una casualidad: “Hay una política consciente del Estado para excluir a los sectores más pobres. Ello se refleja en que se destina más plata a los colegios de la zona norte con respecto a la zona sur, a pesar de que ésta es la que tiene más necesidades. Así lo comprobamos por lo menos desde 2001. Además, este año no se ha ejecutado todo el presupuesto educativo, que hace que la situación sea cada vez más aberrante”.
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