El consumo de drogas asociado al delito.
Por Alberto Calabrese*
La gente que consume drogas no piensa en la transgresión. No son contestatarios sociales. Si la sociedad consume, ellos consumen. Con la droga se cubre la imaginación, se superan angustias que no se quieren padecer y se “obtienen” poderes que se quisieran tener. En general quienes consumen paco viven bajo la marca de la imposibilidad: al decir el barrio en el que viven quedan alejados de la oferta. Están ambientados en la imposibilidad, cuando no en la exclusión.
Si decimos que los consumidores de paco son los que roban –como dicen los medios en general–, mientras uno no hace más que tropezar con chicos que consumen, tendríamos que salir acorazados a la calle. Lo que nos venden es miedo ante la gripe, el dengue, el paco y los asaltos con muerte. No los niego, pero tienen más que ver con exclusiones vandálicas que con el consumo de drogas. No olvidemos que hace más de cuarenta años la Argentina depositó a miles de personas en el primero y segundo cordón del conurbano bonaerense; dejándolas a la que te criaste, sin infraestructura, sin educación y sin un sistema de salud. En la década del ’90 se sumó el abandono de la sociedad y muchos pasaron de la pobreza a la indigencia.
Quienes se criaron bajo esas condiciones están sometidos a la voluntad de otros o se sublevan; es la insubordinación del lumpenaje que se ha olvidado. Quizás este chico tenga condiciones personales para ser más audaz y agresivo como para desarrollarse, en este caso, por la veta del asalto. Pero no equiparemos el delito con los consumidores; la estadística policial indica que los delitos más graves y que más crecen con el tiempo están relacionados con el alcohol.
Entiendo a la madre cuando le echa la culpa al afuera; es una forma de explicar la situación como algo monocausal y simplista, cuando en la vida no existe la monocausalidad. Habla de internación, quiere contención por tiempo indeterminado, lo que equivale a una prisión con tratamiento. En el mejor de los casos al chico le dan el alta pero, si vuelve a las mismas condiciones socioambientales, es muy probable que recaiga.
El ejemplo de Piki marca el ambiente en el que viven miles de chicos. Son las experiencias previas las que condicionan los comportamientos posteriores. No es lo mismo nacer en una aldea que en un hotel cinco estrellas. Los desencadenantes son diferentes.
El camino es fácil y complejo, al Estado le cuesta asumirlo porque no existen políticas sobre este tema. No hay ni puede haber reinserción verdadera para estos chicos que vienen de situaciones sociales complejas y agobiantes si no hay políticas que se prolonguen en el tiempo y que tengan que ver con el trabajo, la cultura, el juego. Se necesitan políticas sociales activas con espacios donde esos chicos puedan recurrir, donde haya bolsas de trabajo o que les muestren otra oportunidad en la vida. A un preso que sale en libertad le pasa lo mismo. Ambos, ante el oprobio, volverán a reincidir.
Un buen mensaje para la gente de bajos recursos es que en vez de reclamar tratamientos de contención, reclamen planes de trabajo que converjan en una cooperativa que les dé un proyecto propio. Un simple proyecto es como un futuro que les da sentido a sus vidas. Esa simple herramienta, tal vez, los aleje de las drogas. Si un joven siente que la vida es un desafío, que toda cotidianeidad es un camino en el que se puede construir, estará más interesado en hacer que en drogarse.
Si decimos que los consumidores de paco son los que roban –como dicen los medios en general–, mientras uno no hace más que tropezar con chicos que consumen, tendríamos que salir acorazados a la calle. Lo que nos venden es miedo ante la gripe, el dengue, el paco y los asaltos con muerte. No los niego, pero tienen más que ver con exclusiones vandálicas que con el consumo de drogas. No olvidemos que hace más de cuarenta años la Argentina depositó a miles de personas en el primero y segundo cordón del conurbano bonaerense; dejándolas a la que te criaste, sin infraestructura, sin educación y sin un sistema de salud. En la década del ’90 se sumó el abandono de la sociedad y muchos pasaron de la pobreza a la indigencia.
Quienes se criaron bajo esas condiciones están sometidos a la voluntad de otros o se sublevan; es la insubordinación del lumpenaje que se ha olvidado. Quizás este chico tenga condiciones personales para ser más audaz y agresivo como para desarrollarse, en este caso, por la veta del asalto. Pero no equiparemos el delito con los consumidores; la estadística policial indica que los delitos más graves y que más crecen con el tiempo están relacionados con el alcohol.
Entiendo a la madre cuando le echa la culpa al afuera; es una forma de explicar la situación como algo monocausal y simplista, cuando en la vida no existe la monocausalidad. Habla de internación, quiere contención por tiempo indeterminado, lo que equivale a una prisión con tratamiento. En el mejor de los casos al chico le dan el alta pero, si vuelve a las mismas condiciones socioambientales, es muy probable que recaiga.
El ejemplo de Piki marca el ambiente en el que viven miles de chicos. Son las experiencias previas las que condicionan los comportamientos posteriores. No es lo mismo nacer en una aldea que en un hotel cinco estrellas. Los desencadenantes son diferentes.
El camino es fácil y complejo, al Estado le cuesta asumirlo porque no existen políticas sobre este tema. No hay ni puede haber reinserción verdadera para estos chicos que vienen de situaciones sociales complejas y agobiantes si no hay políticas que se prolonguen en el tiempo y que tengan que ver con el trabajo, la cultura, el juego. Se necesitan políticas sociales activas con espacios donde esos chicos puedan recurrir, donde haya bolsas de trabajo o que les muestren otra oportunidad en la vida. A un preso que sale en libertad le pasa lo mismo. Ambos, ante el oprobio, volverán a reincidir.
Un buen mensaje para la gente de bajos recursos es que en vez de reclamar tratamientos de contención, reclamen planes de trabajo que converjan en una cooperativa que les dé un proyecto propio. Un simple proyecto es como un futuro que les da sentido a sus vidas. Esa simple herramienta, tal vez, los aleje de las drogas. Si un joven siente que la vida es un desafío, que toda cotidianeidad es un camino en el que se puede construir, estará más interesado en hacer que en drogarse.
*Sociólogo. Director de la carrera de especialización en adicciones de la Universidad Nacional de Tucumán
y asesor institucional del Fondo de Ayuda Toxicológica
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