Según el último informe de la Agencia Europea de Derechos fundamentales, las poblaciones extranjeras son objeto de una fuerte discriminación en países como Francia, Italia (el caso más notable), España y Hungría.
Desde París
La realidad de las relaciones interraciales está lejos de coincidir con las estadísticas oficiales que circulan en los 27 países de la Unión Europea. La Agencia Europea de los Derechos Fundamentales (FRA) acaba de publicar la primera investigación a escala europea sobre las discriminaciones, el racismo y los crímenes racistas de que son objeto los inmigrantes y las minorías étnicas que residen en la Unión Europea. Sus conclusiones son poco menos que espeluznantes: la “cuna de la civilización” aparece retratada como la cuna del menosprecio racial. A modo de preámbulo, Morten Kjaerum, director de la Agencia de Derechos Fundamentales, acota que “esta investigación nos revela la amplitud del flagelo que son el crimen racista y la discriminación en la Unión Europea. Las cifras oficiales del racismo no muestran más que la parte visible del iceberg”.
La otra parte del bloque racista emerge en las cifras de la agencia europea. El 55 por ciento de los inmigrantes o pertenecientes a una minoría considera que la discriminación motivada por el origen étnico es moneda corriente en el país europeo en donde residen, el 37 por ciento confesó haber sido víctima de una discriminación en los últimos 12 meses y el 12 por ciento fue objeto de un crimen racista en el mismo período. Sin embargo, el 80 por ciento de las personas no denunció las agresiones a la policía. Los latinoamericanos son, en España, el grupo social que más siente el peso de la discriminación, el 58%, delante de los africanos del Norte, 54%, y de los rumanos, 43%. Sin sorpresa alguna, los porcentajes más escandalosos se verifican en Italia, donde los africanos del Norte que residen en ese país dan cuenta de una discriminación del 94 por ciento. Detrás están los gitanos de Hungría, con 90 por ciento.
La resignación de los inmigrados y la desconfianza ante las instituciones del Estado para denunciar las agresiones son los otros datos esenciales del trabajo. El 40 por ciento de los encuestados encuentra “normal” los niveles de discriminación racial en la UE. A su vez, sólo el 20 por ciento de las víctimas de agresiones racistas o discriminaciones presenta una querella en la policía. Cabe destacar que, en la mayoría de los casos, es inútil y, en algunos, la cuestión puede volverse contra el denunciante. Por eso, el 64% de las personas interrogadas asegura que no se dirigió a las autoridades porque piensa que, de todas formas, nada habría cambiado.
El informe de la Agencia de Derechos fundamentales admite que “un sentimiento de resignación reina entre las minorías y los inmigrados, que tienen poca confianza en los mecanismos de protección de las víctimas”. Los delitos racistas reconocidos oficialmente son infinitamente menores a los porcentajes que se desprenden de este estudio. Joanna Goodey, responsable del informe, reconoce así que “hay una enorme cifra oculta de delitos racistas no contabilizados”.
Los sobresaltos provocados en la semana por el discurso antiisraelí que el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad pronunció en Ginebra durante la conferencia sobre el racismo han tenido más eco que esta encuesta. Sin embargo, el estudio no hace sino corroborar con porcentajes cercanos a la realidad la fuerte discriminación que sufren las poblaciones extranjeras que residen en Europa. Hoy, el racismo es una postura sutil. En la mayoría de los casos la discriminación no se manifiesta frontalmente, es destilada gota a gota, como un veneno. Por ejemplo, si alguien con acento llama por un aviso de alquiler de un departamento se oirá decir que ya está alquilado o alguna excusa por el estilo. Este diario, por enésima vez, realizó la experiencia en Francia entre el jueves y el viernes de la semana pasada. El modelo fue el mismo de años anteriores: llamar por teléfono a 10 avisos distintos de alquiler de un departamento de tres ambientes por un monto de 2200 dólares (es el precio promedio hoy en París). De las diez llamadas, 7 respondieron que el departamento ya estaba alquilado o, antes de fijar cualquier cita para la visita, impusieron tales condiciones que era razonablemente imposible acceder a la demanda. Una agencia del distrito 12 fijó como condición una garantía bancaria, es decir, el bloqueo del dinero que corresponde a la totalidad del contrato de alquiler. En este caso preciso, 36 meses multiplicados por 2200 dólares, lo que da un total de 79.200 dólares bloqueados. Un delirio. Los otros tres llamados respondieron de la siguiente manera: dos fijando una cita para visitar el departamento, el tercero con una promesa de llamar para concretar la cita. Muy distinto fue el resultado cuando el que llamó fue un francés, es decir, alguien sin acento. De las diez llamadas efectuadas todas respondieron positivamente para acordar una cita. El departamento no estaba alquilado y, por supuesto, nadie exigió una dudosa garantía bancaria. Para los inmigrados o extranjeros de países de fuera de la Unión Europea, buscar vivienda o trabajo es un arduo recorrido que se multiplica por decenas de veces según el origen o el color de la piel. Entre cantos e himnos a la igualdad y el humanismo, Europa esconde en los pliegues de sus incautaciones verbales las profundas desviaciones de la condición humana. El racismo es, entre todas, la más vergonzosa y constante. Su valor ha subido en los últimos 20 años a la par de los jugosos beneficios electorales que aporta.
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