La socióloga Alicia Daroqui, analiza el sistema penitenciario argentino y sus miles de dificultades y deudas.
Por Raúl Arcomano
Las cárceles argentinas tienen cada vez más personas detenidas, y por más tiempo. La mayoría, sin condena: el 83 por ciento de los presos en territorio bonaerense están procesados y no pesa sobre ellos ningún dictamen de culpabilidad. “En las cárceles lo único que se reproduce es violencia y delito”, dice Alcira Daroqui a Miradas al Sur. Socióloga, docente e investigadora del Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, también es la coordinadora de la carrera de Sociología del programa UBA XXII en prisiones. “El crecimiento exponencial de la población carcelaria en los últimos 20 años, acá y en el mundo, tiene que ver con una estrategia de gobernabilidad de la cuestión social.”
–¿Cuáles son las causas de este incremento?
–Hay tres cosas importantes para destacar. Es claro que el delito creció. Pero la gente que fue encarcelada es, proporcionalmente, mucho más de lo que ha crecido el delito. Además, el tiempo demostró que la mayor tasa de encarcelamiento no resuelve el problema del delito. Se focaliza la inseguridad en los delitos que cometen los pobres y no se mide cuáles son las producciones de inseguridades múltiples, que no tienen que ver específicamente con el delito.
–Por ejemplo….
–Gran parte de la población se siente insegura: no tiene trabajo, o es precario, no accede a un sistema de salud razonable o la educación no retiene a los chicos. Eso produce más inseguridad que un robo en la esquina de mi casa. La creación de ese sujeto miedoso tuvo su remate en la década del ’90, cuando se le dijo que de lo único que tenía que tener miedo es de que lo robaran, y que se despojara de los otros temores.
–¿Por qué se profundizó ese mensaje?
–Los medios de comunicación tienen una parte importante de todo esto. Es grave lo que pasa ahora: se terminó el conflicto del campo y se retomó la inseguridad. Es tan burdo. Hay una fuerte impronta mediática que instala el miedo. Y un sujeto miedoso es un sujeto violento. Los sectores medios de la población se caracterizan por eso: tienen miedo y le reclaman al Estado más castigo.
–¿Existe el papel resocializador de la cárcel?
–No. No existió nunca. Siempre estuvo en un plano discursivo. No hay proyección de hacer nada con los detenidos. Sólo que pasen el mayor tiempo posible dentro de la cárcel, con una clara direccionalidad hacia la incapacitación. Deberían estar ocupados en tareas productivas y no hacer tarjetas españolas, como ahora. Hasta los ’60 y ’70 se achacaba al castigo legal por no cumplir con esa resocialización que prometía: se encerraba a alguien para hacer algo con él.
–¿Qué pasó después?
–En los ’80 ya no se dan explicaciones: está institucionalizado que en las cárceles lo único que se reproduce es violencia y delito. Porque para sobrevivir en la cárcel hay que estar todo el tiempo cometiendo delitos. Desde robar comida a transar con el penitenciario para que permita una visita más o ingresar algo que no se puede entrar. Si la persona no cometió delitos cuando estaba afuera, va a aprender a hacerlo adentro. Vivir en la cárcel es una permanente práctica del delito.
–¿Estas prácticas generan una mayor reincidencia?
–La cárcel va a producir siempre reincidencia. Por una multiplicidad de motivos, que tienen que ver también con la cuestión pos-penitenciaria: en una sociedad de exclusión como la nuestra, es disparatado pensar que se recibirá con los brazos abiertos a un convicto. Si a los pobres que están afuera no se les da un espacio de inclusión, por qué se lo daría a un pobre que, además, estuvo en la cárcel. Hay una maquinaria de estigmatización permanente de la persona que estuvo encarcelada.
–¿Cuál es la lógica de los traslados continuos de presos?
–Es una práctica perversa que atenta contra cualquier proceso resocializador. Hay detenidos con seis o siete traslados por mes. Se los aísla. Se los manda al destierro. Eso da cuenta de que no hay una política penitenciaria. O sí: la del depósito y el maltrato. En estas condiciones nadie puede hablar de resocialización.
–¿Por qué sucede?
–Obedece a una gobernabilidad de la cuestión carcelaria. Con crear sujetos subordinados, sumisos, miedosos e incapacitados. El sistema judicial impone la violencia de la incertidumbre: muchos presos no saben por mucho tiempo qué va a pasar con ellos, porque no van a juicio. A esto se suma la disponibilidad absoluta del Servicio Penitenciario, al que la ley le dice: ustedes son los dueños del preso.
–¿Qué sucede en otros países de Latinoamérica?
–Es terrorífico. Brasil, por ejemplo. Lula lanzó en su primera presidencia el programa Hambre Cero. Y cumplió: mandó a la gente a comer a la cárcel. Cuando subió al poder, había 180 mil presos. Ahora hay 440 mil. No deja de ser sugestiva como política.
–¿Y en Argentina?
–Tenemos un problema serio: las estadísticas no se están publicando. Hoy el Estado no sabe ni puede informar cuánta gente está privada de su libertad. Es el desprecio por la producción de información seria y confiable que haría factible diseñar políticas. Hay una intencionalidad política de producir desconocimiento.
–¿Cuál es el balance de UBA II, a veinte años de su creación?
–Como balance general es una experiencia exitosa: está hace 23 años y pasaron más de diez mil alumnos. Esa continuidad histórica es nuestro premio, más allá de los altibajos y, sobretodo, de las resistencias del Servicio Penitenciario. Tuvimos resultados importantes, no sólo garantizando el derecho al estudio, sino colaborando con los presos y presas para limitar sus niveles de degradación. Eso es lo más importante.
Las cárceles argentinas tienen cada vez más personas detenidas, y por más tiempo. La mayoría, sin condena: el 83 por ciento de los presos en territorio bonaerense están procesados y no pesa sobre ellos ningún dictamen de culpabilidad. “En las cárceles lo único que se reproduce es violencia y delito”, dice Alcira Daroqui a Miradas al Sur. Socióloga, docente e investigadora del Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, también es la coordinadora de la carrera de Sociología del programa UBA XXII en prisiones. “El crecimiento exponencial de la población carcelaria en los últimos 20 años, acá y en el mundo, tiene que ver con una estrategia de gobernabilidad de la cuestión social.”
–¿Cuáles son las causas de este incremento?
–Hay tres cosas importantes para destacar. Es claro que el delito creció. Pero la gente que fue encarcelada es, proporcionalmente, mucho más de lo que ha crecido el delito. Además, el tiempo demostró que la mayor tasa de encarcelamiento no resuelve el problema del delito. Se focaliza la inseguridad en los delitos que cometen los pobres y no se mide cuáles son las producciones de inseguridades múltiples, que no tienen que ver específicamente con el delito.
–Por ejemplo….
–Gran parte de la población se siente insegura: no tiene trabajo, o es precario, no accede a un sistema de salud razonable o la educación no retiene a los chicos. Eso produce más inseguridad que un robo en la esquina de mi casa. La creación de ese sujeto miedoso tuvo su remate en la década del ’90, cuando se le dijo que de lo único que tenía que tener miedo es de que lo robaran, y que se despojara de los otros temores.
–¿Por qué se profundizó ese mensaje?
–Los medios de comunicación tienen una parte importante de todo esto. Es grave lo que pasa ahora: se terminó el conflicto del campo y se retomó la inseguridad. Es tan burdo. Hay una fuerte impronta mediática que instala el miedo. Y un sujeto miedoso es un sujeto violento. Los sectores medios de la población se caracterizan por eso: tienen miedo y le reclaman al Estado más castigo.
–¿Existe el papel resocializador de la cárcel?
–No. No existió nunca. Siempre estuvo en un plano discursivo. No hay proyección de hacer nada con los detenidos. Sólo que pasen el mayor tiempo posible dentro de la cárcel, con una clara direccionalidad hacia la incapacitación. Deberían estar ocupados en tareas productivas y no hacer tarjetas españolas, como ahora. Hasta los ’60 y ’70 se achacaba al castigo legal por no cumplir con esa resocialización que prometía: se encerraba a alguien para hacer algo con él.
–¿Qué pasó después?
–En los ’80 ya no se dan explicaciones: está institucionalizado que en las cárceles lo único que se reproduce es violencia y delito. Porque para sobrevivir en la cárcel hay que estar todo el tiempo cometiendo delitos. Desde robar comida a transar con el penitenciario para que permita una visita más o ingresar algo que no se puede entrar. Si la persona no cometió delitos cuando estaba afuera, va a aprender a hacerlo adentro. Vivir en la cárcel es una permanente práctica del delito.
–¿Estas prácticas generan una mayor reincidencia?
–La cárcel va a producir siempre reincidencia. Por una multiplicidad de motivos, que tienen que ver también con la cuestión pos-penitenciaria: en una sociedad de exclusión como la nuestra, es disparatado pensar que se recibirá con los brazos abiertos a un convicto. Si a los pobres que están afuera no se les da un espacio de inclusión, por qué se lo daría a un pobre que, además, estuvo en la cárcel. Hay una maquinaria de estigmatización permanente de la persona que estuvo encarcelada.
–¿Cuál es la lógica de los traslados continuos de presos?
–Es una práctica perversa que atenta contra cualquier proceso resocializador. Hay detenidos con seis o siete traslados por mes. Se los aísla. Se los manda al destierro. Eso da cuenta de que no hay una política penitenciaria. O sí: la del depósito y el maltrato. En estas condiciones nadie puede hablar de resocialización.
–¿Por qué sucede?
–Obedece a una gobernabilidad de la cuestión carcelaria. Con crear sujetos subordinados, sumisos, miedosos e incapacitados. El sistema judicial impone la violencia de la incertidumbre: muchos presos no saben por mucho tiempo qué va a pasar con ellos, porque no van a juicio. A esto se suma la disponibilidad absoluta del Servicio Penitenciario, al que la ley le dice: ustedes son los dueños del preso.
–¿Qué sucede en otros países de Latinoamérica?
–Es terrorífico. Brasil, por ejemplo. Lula lanzó en su primera presidencia el programa Hambre Cero. Y cumplió: mandó a la gente a comer a la cárcel. Cuando subió al poder, había 180 mil presos. Ahora hay 440 mil. No deja de ser sugestiva como política.
–¿Y en Argentina?
–Tenemos un problema serio: las estadísticas no se están publicando. Hoy el Estado no sabe ni puede informar cuánta gente está privada de su libertad. Es el desprecio por la producción de información seria y confiable que haría factible diseñar políticas. Hay una intencionalidad política de producir desconocimiento.
–¿Cuál es el balance de UBA II, a veinte años de su creación?
–Como balance general es una experiencia exitosa: está hace 23 años y pasaron más de diez mil alumnos. Esa continuidad histórica es nuestro premio, más allá de los altibajos y, sobretodo, de las resistencias del Servicio Penitenciario. Tuvimos resultados importantes, no sólo garantizando el derecho al estudio, sino colaborando con los presos y presas para limitar sus niveles de degradación. Eso es lo más importante.
L o que yo pienso que en vez de hacer carceles, y dado que las persopnas que hay sobrepasa el limite de capacidad de estas , hay que hacer fabricas y hacer trabajar a estos en vez de mantenerlos ya que un preso que no hace nada en un lugar cerrado no sirve para nada solo para gastar, asi que me parece muy bien que pague su pena trabajando hast ael ultimo dia , y lo que produzcan se use para exportar o consumo local con precios muy bajos para la comunidad libre de impuestos como el iva, y esto que sirva para sustentar a los insumos de las fabricas carceles y la comida de los presos.
ResponderEliminarexcelente nota ...la catapultamos , gracias por compartir el trabajo
ResponderEliminar