lunes, 24 de mayo de 2010

LOS MULTIMEDIOS Y LOS MULTIMIEDOS


En la pelea por sembrar la inseguridad, Clarín saltó de policiales a vida cotidiana. La manipulación llega al extremo de poner en boca de un psiquiatra su línea editorial: “La gente tiene la sensación de que el país es una hecatombe”, tal como en la crisis de 2001.




Por Eduardo Anguita

Desde la muerte de Roberto Noble, el fundador y director de Clarín entre 1945 y 1968, ese diario fabricó inseguridad en períodos democráticos y se alineó con los dictadores de turno. Osvaldo Bayer revistaba como jefe de la sección Política por decisión de Noble desde el gobierno de Arturo Frondizi. La elección recayó en Bayer, precisamente por sus ideas de izquierda. Fue en 1970, apenas asumía el general Roberto Levingston como relevo del mesiánico Juan Carlos Onganía, que Clarín publicó, en una nota, que alguna decisión del dictador estaba más influida en los excesos de alcohol que en los derechistas criterios castrenses. Para Ernestina Herrera, viuda de Noble y al frente del diario, se trató de una irreverencia imperdonable. A tal punto que ella invitó al edificio de la calle Tacuarí al mismísimo Levingston y luego visitaron juntos la redacción. La directora no perdió el tiempo y retó a Bayer en presencia del dictador. Desde ya, fue sacado de la jefatura de Política.

Ese hecho resultaría una anécdota más si no hubiera sido parte de una política empresaria destinada no sólo a legitimar a los gobiernos de facto sino a darles apoyo mediático a los usurpadores a cambios de serias ventajas empresarias. Cuando irrumpió la feroz dictadura de Jorge Videla, el encargado de la relación con los medios era el secretario general de la Presidencia, el general José Rogelio Villarreal. Este hombre clave de la cúpula dictatorial había sido jefe de la V Brigada de Monte en operaciones en Tucumán durante el llamado Operativo Independencia. Tenía como segundo en la Secretaría General a Ricardo Yofre, un operador civil que lo acompañaba en la búsqueda de oxígeno para que el plan de exterminio y de entrega del patrimonio tuviera cómplices de saco y corbata y no sólo de cascos y botas.
El prolongado silencio de Clarín sobre los crímenes y desapariciones tuvo algunas grietas a partir de Malvinas. Es decir, durante seis largos años sus páginas hicieron caso omiso de crónicas de sangre y disparos. Y para que hubiera un correlato con esa política editorial, la sección Policiales tenía una página fija a cargo del histórico periodista especializado en el tema, Enrique Sdrech. Además, el diario tenía un acreditado en la Policía Federal que, desde ya, no hurgaba en los verdaderos crímenes que se cometían en el ámbito de esa fuerza, sino que transmitía las gacetillas emergentes del departamento de Prensa.

Una investigación del periodista Enrique Vázquez, emitida por el entonces canal ATC en 1985, reveló que en los primeros meses del gobierno de Raúl Alfonsín, Clarín multiplicó las páginas policiales. En efecto, a principios de 1984, la sección Información General cedió cuatro páginas a Policiales y también cuatro periodistas se sumaron a esa sección. No hay que ser un experto en psicología social para saber lo fácil que es hacer crecer la sensación de inseguridad con el simple hecho de aumentar el volumen y la circulación de noticias policiales. Cuando el robo de un auto deja de ser una estadística delictiva para convertirse en un suceso singular, el imaginario colectivo percibe que eso invade su propio entorno.


Para la doctrina de la seguridad nacional cualquier acontecimiento social o político tiene que ser registrado como un riesgo para el país y cualquier decisión de gobierno es un tema de Estado. Por el contrario, en las democracias hay conflictos y diferencias, única manera de que los postergados hagan valer sus voces y, cada tanto, sus propios intereses. Clarín tomó posición apenas llegada la dictadura: quiso construir la noticia policial como un hecho maldito de las democracias. Según esa lógica, la inseguridad es una consecuencia inevitable de la indulgencia de los políticos débiles.


En una lectura ligera, algunos interpretan que “rociar sangre” en la tapa es una manera de vender más ejemplares. Eso es una excusa, al menos para Clarín, un diario generalista, con una redacción fuerte en política, economía y cultura, temas y secciones que interesan a los lectores de las capas medias, que constituyen el público tradicional de Clarín.


Medios, clase media e inseguridad. Desde el surgimiento de los diarios masivos, en la segunda mitad del siglo XIX, funcionó el paradigma de que los temas policiales y pasionales, con fotografías escabrosas y titulares catástrofe, funcionaban para los públicos proletarios y las capas menos instruidas de la sociedad. Eso funcionaba con la premisa de que sólo un sector –la vanguardia consciente– de las capas populares se constituía en lector de diarios. Por la cantidad de horas que demanda y por la abstracción que supone leer artículos sobre hechos de Palacio o las tendencias de la economía mundial. Es más, el formato de diario tabloide con pocas páginas fue muy funcional para la lectura durante el viaje en tren, subterráneo y hasta en colectivo. Crónica fue el diario obrero masivo de la Argentina. Su dueño y director histórico, Héctor Ricardo García, no pretendía medrar con la “sensación de inseguridad”, sino que daba un menú en el cual el turf, la lotería y las policiales acompañaban algunas noticias de política que sí interesaban al mundo proletario. Cuando Crónica decía que los salarios no alcanzaban a cubrir la canasta básica, sonaban todos los teléfonos. No así si salía en tapa la foto de una mujer descuartizada. La mejor expresión de que los temas policiales no estaban asociados a generar inseguridad es que esa palabra no era parte del lenguaje periodístico de entonces. García editó, con éxito masivo, el semanario Así, cuyo motor eran las fotos provistas por los departamentos de Prensa de las policías Bonaerense y Federal, o se valía de anticipos de los comisarios para que desde la redacción de la calle Azopardo salieran los autos con los fotógrafos. Para tener dimensión de este fenómeno, en los sesenta, Así salía dos veces por semana –jueves y domingos– y vendía la friolera de medio millón de ejemplares. Las catástrofes, los crímenes amorosos o los tiroteos de policías y hampones, por esos años, no constituían para nada parte del inflamado y paranoico mundo de “la inseguridad”.


El jueves pasado, Clarín sacaba en tapa un curioso enfoque sobre los problemas de la Argentina. El matutino –locomotora tras la cual van TN, Canal 13, Radio Mitre, la web y tantas otras cosas– tituló en tapa: “Pacientes que repiten síntomas de la crisis de 2001”. Con visión catástrofe, un artículo sin rigor alguno, advierte que “la gente” ya empieza a tener síntomas de estrés o de gastritis o de pánico que se deben (¡lea bien!) a “la incertidumbre, el escepticismo y el miedo a ser la próxima víctima”. Pone luego, en boca de un psiquiatra: “Como en 2001, la gente tiene la sensación de que el país es una hecatombe”.
Es decir, los marcianos están entre nosotros. Pero ya no se trata de la emisión histórica de La guerra de los mundos por parte de Orson Welles que provocó pánico en la audiencia. Aquel programa de radio se estudia en todas las carreras de Periodismo o Sociología como la capacidad que tienen los medios de sugestionar y asustar. Era una dramatización, basada en la novela homónima de H. G. Wells. Era también una provocación. Una advertencia del mundo manipulado que suponía la radiofonía. Hoy puede leerse como un hecho anticipatorio.
Tanto “miedo a ser la próxima víctima” llevó a cientos de miles de ciudadanos que vivían en barrios donde había pobres y no tan pobres a vivir en “barrios cerrados”. Les engordaron el bolsillo a varios especuladores con tierras en zonas marginales. Ahora viajan dos horas en autopista y llegan histéricos al trabajo. Se enteran de que las agencias de seguridad privada los vigilan a ellos muchas veces en cambio de cuidarlos. También les meten alarmas y cortacorrientes a sus autos y entonces los delincuentes ya no se valen de escruches sino que los encañonan para llevarse el vehículo en marcha. En fin, ese homo timorens, fruto del homo videns, no es sólo una construcción mediática. Es parte de un negocio maldito: presionar a los gobiernos con enfermar a la gente de lo que ellos llaman las enfermedades del momento: incertidumbre y escepticismo.


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