Los cartoneros nacimos para quedarnos. La estadística dice que cada vez somos más: estamos trabajando en la ciudad y no hay forma de que nos echen o de que no nos reconozcan.”
Esta es la declaración de “guerra” de Valentín Herrera, presidente de la cooperativa “Reciclando Sueños”, quien desde hace años pone el lomo para organizarse contra la sobreexplotación, el trabajo en negro e infantil y contra el abanico de males que trae la pobreza. Los cartoneros respondieron a la crisis convirtiendo en un oficio lo que antes era visto como una actividad de cirujas. Muchos de ellos son hombres y mujeres que se cayeron del mundo del trabajo durante los impiadosos años neoliberales. Valentín es uno de ellos.
Su vida habla en singular de la catástrofe social de los años 90 y de catástrofes anteriores. Nació en la villa 31, de chico sufrió la erradicación compulsiva de la mano de Cacciatore, el intendente de la última dictadura militar y hasta hoy vive en carne y hueso los efectos sociales de las políticas neoliberales: muchos jóvenes pobres tienen en el cartoneo su “primer trabajo”, muchas mujeres llevan a sus hijos a laburar, muchos ex trabajadores andan con el carro por la ciudad, familias enteras se ordenan alrededor de esta recolección urbana, cuando la luz empieza a escasear.
Valentín habla con naturalidad desde el dolor: “El que es cartonero es porque no pudo elegir ser otra cosa, entonces tiene que asumirlo, y bueno, en realidad es también un poco triste, porque estar en contacto con la basura, frente a los ojos de otro es un poco denigrante, aunque tengamos guantes. Nadie se preparó para ser cartonero, y para alguien que estaba en la industria, pasar a cartonear es un poco shockeante. Pero hay que acostumbrarse porque no hay otra. Este trabajo está justo antes que la nada. Debajo de cartonear, no hay nada.”
De trabajador a cartonero
Este fenómeno llegó a involucrar entre 7000 y 8000 personas en el peor momento post 2001 y la composición de este grupo refleja bien lo que fue la crisis: según un relevamiento del año 2005 realizado entre los cartoneros que utilizaban el tren Sarmiento, el 60% eran desocupados y tenían algún oficio (albañil, electricista, carpinteros, etc.), mientras al resto se los podría ubicar dentro de lo que se define como pobres estructurales.
En estos años, la solidaridad y la sensibilidad no han sido una constante. La mejora que se dio en las condiciones generales del país hizo que crecieran las demandas por sacar a “los cartoneros de las calles”. Según el sociólogo Roberto Felicetti (de la Fundación Ambiente y Sociedad), “en el mismo sector cartonero se verificaron varios cambios en cuanto a su composición, porque los que habían tenido un oficio anterior empezaron a encontrar la posibilidad de nuevo empleo y su lugar en la actividad en muchos casos fue ocupada por su esposa e hijos. Ya a fines del 2006 se podía ver también un cambio generacional: comenzaron a ser mayoría los jóvenes que no encontraban salida laboral por su falta de experiencia u oficio”. El clima asambleario de diciembre de 2001, en el que se calentaban ollas solidarias, dio lugar a una mirada política y más contemplativa de ciertos sectores de las clases medias que, con la reactivación, rápidamente se volvieron más cínicos. Razonaron así: si la situación cambió, entonces es hora de volver a la normalidad. Y la normalidad es una ciudad sin cartoneros. Ciudad limpia.
Eslabones perdidos
La cuestión del reciclado de residuos no implica sólo a quienes buscaron su subsistencia en esta actividad, sino que también involucra un gran negocio para quienes compran lo que ellos recogen con tanto esfuerzo. El cartonero es el eslabón más débil de la cadena de explotación de los materiales reciclables. Para Felicetti esto se explica “por el mercado en negro de grandes empresas y una intermediación de galpones, que se benefician de esta situación, de la falta de una intervención seria del Estado y de la poca organización social del sector debido a que es una actividad individual, y que está al margen de la preocupación de la mayoría de los partidos. Lo que debe reconocerse es la voluntad de muchos de ir organizándose”.
¿Qué aportaron los cartoneros a la ciudad? Felicetti es contundente al respecto: “muchos sectores, incluso progresistas, no ven que esta actividad no es sólo de subsistencia de quien la realiza, sino una activa contribución al cuidado ambiental. El cartonero, o recuperador urbano, en la ciudad de Buenos Aires es espontáneamente un verdadero promotor ambiental en su relación con los vecinos”. Es difícil de aceptar, pero los cartoneros pusieron en evidencia algo más que su propia pobreza. Hicieron visible la existencia de una industria real de reciclado urbano, y la importancia ambiental y comunitaria que significa esa actividad. “Instalaron el debate sobre la gestión integral de los residuos sólidos a pesar de iniciativas muchas veces voluntaristas, según mi experiencia, por la resistencia del establishment político de la ciudad y de los intereses económicos que se beneficiaron siempre con la basura”, concluye Felicetti.
Si se tuviera que enumerar qué fue lo importante en las políticas públicas, un primer resultado de esta irrupción cartonera fue la ley 992 de la Ciudad, donde se incorpora a los cartoneros al Sistema Público de Higiene Urbana. La posterior ley 1854 de Basura Cero los incorpora al sistema articulado con las empresas privadas que realizan la concesión de la limpieza. Valentín es conciente de que cada ley es una conquista: “Tenemos el permiso del gobierno de la ciudad. Tenemos una credencial para poder hacer nuestra actividad libremente, y eso es un reconocimiento. Y nos vamos a quedar como un trabajador formal, como el basurero que se ve en cualquier lugar del mundo”. Y sigue: “La Policía operaba reprimiendo, aplicando los Códigos de Contravención, la prohibición de recolección y comercialización en la vía pública. Esto fue al principio hasta la Ley 992, que es una ley hecha por los cartoneros para los cartoneros, en donde se permite que la actividad se haga a resguardo. Fue muy duro porque, entre otras cosas, había que acostumbrar a los depósitos donde se vendía a ganar menos. Hoy hay una organización que en muy poco tiempo tuvo que armarse y crecer.”
Macri recolecta
Si nos detenemos a ver la política impulsada por el gobierno de Macri hacia el sector, el resultado es ambiguo, ya que volcó recursos a ciertos grupos, como es el caso del financiamiento y asistencia al Movimiento de Trabajadores y Excluidos (MTE), otorgándoles circuitos de recolección y costeando los micros para todo el sistema de traslado de la gente; y al mismo tiempo acentuó la marginación de los cartoneros “libres”, autónomos, que salen con el carro solos a hacer su trabajo. Los beneficiarios del MTE reciben uniforme de trabajo y un “incentivo” a fin de mes (alrededor de $ 370). Se calculan en más de 1000 los cartoneros de ese espacio.
A su vez, el Gobierno de la Ciudad presenta un proyecto de licitación de la basura (que reglamenta la forma de recolección para los próximos años) donde sólo se refiere a las empresas volviendo al modo de pago “por tonelada”. Un sistema que permitía grandes ganancias a las empresas sin ninguna preocupación por el reciclado y el medio ambiente, ya que la preocupación de las empresas recolectoras era recoger lo más posible y enterrarlo en el relleno sanitario. O sea, todo lo contrario a reducir y reciclar la basura, y a incluir y cuidar a los cartoneros.
Como dijo Valentín: los cartoneros vinieron para quedarse. “Justo antes que la nada”, cuando no se sabía cuál era el fondo de la crisis, ahí aparecieron, y es demasiado fuerte el mensaje que día a día dejan en esta ciudad: que siempre se puede ser digno, que su trabajo de “recolección diferenciada” nos protege, que todos tenemos una deuda con ellos.
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Mirta
Lo primero a lo que se enfrenta una persona que decide salir a la calle es a la vergüenza, a su propia vergüenza. Eso piensa Mirta, quien salió en el 2002 a cartonear, y que vive en el barrio Ramón Carrillo, de Villa Soldati. Mirta confiesa que en los primeros tiempos “no salía a la calle sola”. “Si no iba con mi marido, no iba.” La presencia de su marido incluía que él haga el trabajo más pesado de transportar el carro, y ella pasaba “sigilosa” por la vereda, como disimulando. Él era el cartonero. Ella se ocultaba entre la gente hasta que encontraban algo. Se “perfeccionaron” porque comenzaron a dedicarse a la búsqueda de antigüedades que pueden vender en comercios o en la feria de Villa Soldati. Ella ya se acostumbró, y siente una especie de orgullo. Cartonear es un trabajo que enfrenta a quien lo hace a grandes dudas, como por ejemplo, dónde ir al baño. Los árboles históricamente para los hombres han sido la respuesta. No es tan fácil para una mujer. “Es difícil a veces que te dejen entrar a piyar a un bar”, revela Mirta.
La participación de los chicos en el cartoneo suele ser vista con impresión y alarma por parte de muchos, pero se descuidan matices particulares. “Llevar a los chicos se da porque a veces no te queda otra”, dice Mirta. “No sabés si es peor dejarlos en tu casa solos, o llevarlos con vos. Aunque corrés el riesgo de que se quieran abusar de ellos si no vas atenta.” Rumores de situaciones de abuso, de intentos de violación, se multiplican por miles entre los cartoneros. “Había un tipo que por la zona de Congreso les ofrecía bañarlos, regalarles ropa limpia. Y una vez a una nena su hermano mayor la salvó y lo re cagó a trompadas al tipo.”
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Víctor y Carolina
Lunes, 8 de la noche, Marcelo T de Alvear y Rodríguez Peña. Dos carros repletos de cartones y papeles, uno es el de Carolina, de 24 años. Ella hace siete que cartonea, pero todo el tiempo marca un antes y un después en la formación de la cooperativa del MTE: “Antes veníamos todos amontonados en camiones, sin seguro, si se caía y se mataba alguien no teníamos ninguna protección, además el camión que nos traía nos cobraba, y si no tenías para pagar tenías que salir a cartonear con una bolsa, sin carro. Ahora cambió, venimos en un micro hasta la plaza del Hospital de Clínicas, llegamos a las 6 y media, 7, y a las 10 menos cuarto tenemos que estar para irnos a Fiorito de nuevo. Además, antes caminaba una banda, como treinta cuadras por día, ahora camino seis”.
El modo de recolectar y de vender es cambiante. Todo lo que ella junte esa noche lo lleva a su casa, lo clasifica y lo vende el sábado en un depósito. En otros tiempos llegaba un camión al punto donde trabajaba, bajaba una balanza y compraba ahí mismo lo que ella –como cientos- había recolectado. Obviamente, el precio lo ponían discrecionalmente los acopiadores.
Víctor tiene 16 y hace tres años que sale a cartonear, cuenta que empezó a salir con su padre, al que recuerda solamente trabajando como cartonero. Está sentado sobre su carro, hace equilibrio, fuma y descansa mientras charla con los cronistas. Parce más grande. “Yo hago más o menos 100 pesos por semana. Lo que más se paga es el papel blanco, 65 centavos por kilo, y el cartón 20 centavos”.
Les preguntamos por los cambios y las mejoras, y mientras dobla y apila cartones con la habilidad que da el oficio, Carolina cuenta que la cooperativa le da la ropa y una credencial que le permite trabajar. Y explica con claridad. “Dicen que es de Macri todo esto, pero yo creo que nosotros lo vencimos, porque él realmente quería sacar a toda la gente de la calle. Pero si no daba laburo y nos sacaba, de qué íbamos a vivir.” Conquistas son conquistas.
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