martes, 18 de mayo de 2010

LA GUERRITA


Por Cristian Alarcon


En la pandilla armar y desarmar un fierro es una tarea en la que el joven integrante debe demostrar agilidad, rapidez y elegancia. El vínculo con los objetos es una apuesta a la salvación, es todo con lo que se cuenta en caso de necesidad. Para robarle al adicto que viene al barrio a comprar. Para robar a la mujer boliviana que vende ropa en la punta de la feria. Para atacar con puntería y efectividad al enemigo, otro pibe de no más de 20 que es de una pandilla enemiga, unas manzanas más allá. Javi, 17 años, ojos chinos, gorra de béisbol, de la pandilla.


Los Quebrados, ha visto morir a varios. Está vivo, dice, “por saber manejar las herramientas”. El entrenamiento lo demuestra, a falta de revólver o pistola durante la entrevista, con un teléfono celular. Chak, Chak. Le saca la batería al celular con un solo movimiento. Chak. Le extrae otra pieza, una tapita. Chak. Le quita el chip. Tuc. Tuc. Alinea todos los elementos sobre la mesa. “Después lo armás. Así.” Chak. Coloca el chip. Chak. La tapita. Chak. La batería. Cada vez más rápido. “Hasta que para vos cargar y descargar, es hacer crack crack —al pasar la bala a la recámara— y ¡pum¡ ¡pum! al disparar”. “Crack. Crack. Pum. Pum”, gatilla el celular y se presume la puntería solo de escuchar la onomatopeya.


La moto del Dengue, 18, de la pandilla de Los Ranchis, está llena de luces rojas. Se mece en ella como si fuera una pista de baile. A la maldita máquina, a la que sólo le faltan luces de discoteca cumbianchera, le sale ruido de todas partes. El Dengue se mueve con el ritmo de un reguetón. Luce el casco nuevo y las zapatillas que brillan como el caño de escape de la
todo terreno. El Dengue cuenta con orden y meticulosidad siempre en tercera persona y en la primera del plural, entre el Diego Maradona hablando de sí mismo y el capitán del equipo hablando de todos. Otros dos pandilleros usarán la misma estrategia. La primera persona se borra, nunca nadie un “yo hice...” En su lugar se impone un “nosotros” que nunca deja de señalar el hecho de que la banda es lo primero. En el barrio donde se libra la disputa por el control del negocio narco, el Bajo Flores, una consecuencia de este fenómeno, pero varios escalones más abajo, son las pandillas. Y a diferencia de los adultos, que llevan cierto tiempo en las redes del
narcotráfico, de los pandilleros se jura que son inabordables. Una y otra vez los vecinos, hasta los propios narcos, advierten que es muy riesgoso hablar con estos pibes de entre 14 y 20 años porque viven descontrolados por la mezcla de pastillas y alcohol, o el paco, presos del agite.
Por eso lo que primero sorprende es que en Dengue, Javi y Cabe —otro chico cercano a las pandillas— prima una aparente cordura, la precaución, cierto tono atildado, entre el lenguaje del derecho penal y el periodismo amarillo de televisión que los ha mostrado, alguna vez, en la indigna tarea de “pelar a una vieja” sin piedad.


Llevó semanas conectarse con algunos de los pandilleros.

Aunque sus negocios se limitan al choreo menor —algunos ladrones los ven a todos como rapiñeros y no les dan categoría de chorros—, entre ellos la paranoia y la desconfianza hacia
cualquiera que no pertenezca al grupo es total. Los pandilleros han sido noticia, pero el centimetraje que se les dedica en los medios no llega a empardar el protagonismo de los gran
des clanes peruanos, que durante los últimos diez años han librado una guerra en el Bajo Flores y en parte de la ciudad.


Ellos siempre estuvieron en los alrededores de las batallas, primero como niños, luego como púberes, ahora como adolescentes. Con el tiempo y la necesidad catódica se convirtieron en un ruido de fondo para el goce de las cámaras ocultas que pudieron así “reflejar la violencia”, aunque nunca lograron filmar un mínimo cargamento de droga, el gran flagelo de la zona. Allí están, contra la pared del fondo, con los pies bien enfundados en tres capas de ropa deportiva últi-
mo modelo. Cuentan la película de sus vidas como si fuera eso, un film que ellos han visto demasiadas veces.

Todo comenzó en 2004, dicen. Cuando comenzaron a bautizarse entre sí: “Los Quebrados”, “Los Ranchis”, “Los Rastreros”, “Los de la Rotonda” —o “Quebrados II”—. Es una historia en la que
los crímenes son una cadena de venganzas que comenzó en 2004 y parece no terminar.


A diferencia de la guerra narco, en este caso las balas no tienen que ver con el control de un negocio, sino con marcar el territorio, con una rivalidad que es un subproducto de esa guerra. Por eso en algunos casos los que mataron, pibes de no más de 20 años, están presos. En otros, la justicia ni siquiera atisba la lógica en red de la violencia de la zona. Las causas judiciales son investigadas por distintos jueces y fiscales, de acuerdo a los turnos que correspondan con cada una de las tres comisarías con jurisdicción en el Bajo: la 34, la 36 y la 38. En esos expedientes cada uno de los protagonistas está inscripto con su nombre y apellido. En esta crónica las identidades de todos se han cambiado, también los apodos. Es sabido que en el territorio un alias dice más que un registro oficial.


Los Quebrados y Los Ranchis

La pandilla con más ruido en el Bajo Flores es la de Los Quebrados. Son los chicos que paran en una esquina del Barrio Rivadavia I. Allí pasan el tiempo, entre fasito y fasito, a la vista de los vecinos con los que suelen tener una buena convivencia porque con ellos armados ahí hay menos robos en la zona. Los Quebrados tienen un origen particular: la mayoría de ellos son hijos de transas, los vendedores de droga de poca monta. De hecho, el suceso fundacional de este grupo
fue un enfrentamiento entre los hijos de dos familias, por la distribución de cocaína. Fue una pelea que todos recuerdan, entre El Tamal y Choque, los hermanos mayores de una fami-
lia numerosa dedicada al tráfico en paquetes de cierto peso, y otros dos hermanos, el Gordo Juan y el Gordo Faca, que quisieron abrir un emprendimiento en el mismo barrio. “A los Tamales no les gustó que el Gordo empezara a vender, así que le pidieron la prote”, cuenta el Peque. “Vos, para laburar, me tenés que pagar tanto por día a mí”, le dijo el Tamal, que por entonces tenía 28, al nuevo competidor. El Gordo Juan, de la misma edad, recurrió a su hermano menor, Faquita, que tenía un grupo de amigos más chicos, de entre los 20 y los 23, a quienes armar para pelear la parada. “Tengo problemas con dos chabones que me quieren hacer pagar”, les dijo el Gordo Juan a los pibitos reunidos, como todas las tardes, en una esquina del Rivadavia. Sabían que Tamal paraba con la pandilla de Los Ranchis, en la avenida Bonorino, frente a los nuevos departamentos que en ese entonces eran todavía un montón de arena y ladrillos. Los Ranchis tenían su propia historia. Se habían agrupado alrededor de un primer líder que duró poco pero les dejó la jerga
y el nombre. “Era un tal Chizo, que trajo los berretines de la cárcel: ‘gato’, ‘pasar la voz’, y ‘rancho’, que es tu compañero de ‘ranchada’ en la cárcel, con el que cocinás, compartís. Como
los pibitos de esa banda empezaron a hablar con esos mismos modos, entonces fue que por reírse de ellos ‘Los Quebrados’ les pusieron ‘Los Ranchis’, por ranchitos”, explica el Dengue que ya entonces, a los 13, se sentía un pandillero. Ese día, Los Quebrados les hicieron sentir por primera vez el calor de las balas. No hubo heridos. Pero fue el principio de una pelea que no termina.
El Tamal, el mayor de nueve hijos de una familia narco, aportó las armas que les faltaban a Los Ranchis. El Gordo Juan apadrinó a Los Quebrados.


En el Rivadavia I y en la villa 1.11.14 se acostumbraron a la balacera diaria: escaramuzas en medio de la noche, de uno y de otro lado de la avenida Bonorino, esa frontera ancha que divide la villa y el barrio Rivadavia. Hasta que un tiro certero zanjó la disputa a favor del Gordo. Una noche, en la que Tamal había ido al supermercado a comprar pañales para su hijo recién nacido, el Gordo le disparó desde buena distancia. Tuvo puntería, aunque no perfecta. Le dio en la boca, pero Tamal, soldado de varias batallas, se salvó. A los pocos días los hermanos de Tamal atacaron la casa del Gordo. Pero intervino la policía y Choque cayó preso. La familia de Tamal prefirió buscar un sitio más tranquilo. Invirtieron sus ganancias ilegales en una casa afuera del Bajo Flores. Y se hicieron de una concesionaria de autos. En el barrio varios recuerdan que en esa época, a pesar de los problemas de su familia con Los Quebrados, el más chico de Los Tamales Papa, intentó ser aceptado entre los pibes de la esquina. Quiso ser un Quebrado. Los chicos, muchos de ellos ex compañeros de la escuela, lo hicieron a un lado. Algunos dicen que porque era hijo de bolivianos y ellos, Los Quebrados, “se sentían todos argentinos”. Otros, que lo rechazaron simplemente por ser hermano del Tamal. “Papa se quedó resentido por eso y dedicó su vida a hacerle el mal a Los Quebrados”, cuentan.


Hijos de transas contra chorros


Hubo un tiempo en que las bandas de delincuentes se apodaban según algún rasgo de identidad, por el nombre del líder, o por el lugar de donde venían sus integrantes. Las pandillas del Bajo son bautizadas por el enemigo con apodos tumberos. Así como a Los Ranchis les dieron nombre los del Rivadavia I, a ellos fueron los de la villa los que les pusieron Los Quebrados. “Es injusto cómo se van llamando, pero es así. Los del Rivadavia son la mayoría hijos de transas, o de narcos.
Cuando un transa cae preso, en la cárcel los chorros lo quiebran, lo muelen a palos y le obligan a pagar para sobrevivir adentro, entonces a sus semillas les terminan llamando así:
Quebrados”, explica una mujer que se fue del barrio después de que casi matan a su hijo en uno de los tantos tiroteos de pandillas. El nene, de 15 años, al que aquí llamamos el Peque, es uno de los actuales líderes de Los Quebrados. Está prófugo por dos homicidios.
Su madre se pregunta en qué momento se le fue de las manos. Debe haber sido, piensa, cuando ella cayó detenida en un robo. Hija de un militante peronista, hasta que su padre murió a comienzos de los 90 Beatriz tuvo una “buena vida”. “Mi viejo era mano derecha de un legislador y trabajó en el Congreso de la Nación. Pero cuando murió quedamos en la calle y durante un tiempo robé, hasta que en un asalto a mano armada caí detenida”, recuerda. Los hijos, que son seis, quedaron con la abuela. Para Beatriz fueron cinco años en la leonera, cinco años en los que dejó de ver a sus nenes. Su madre los criaba, pero con más de setenta, enferma, la mujer nunca los llevó a las visitas al penal. Lo único que salvó a los pibes del hambre fue la ayuda
de la familia del famoso capo del Bajo, el peruano Marcos. Su esposa, con quien Beatriz solía jugar de chica, cada semana le pasaba un rollito de plata a la abuela, para que por lo menos tuvieran para comprar leche y papas. Cuando Beatriz salió, los chicos habían crecido. El Peque ya tenía diez años y paraba en la esquina. Amigo de los hijos de los transas, se esforzaría para destacar entre ellos. Cuando el Tamal y el Gordo —los adultos que aportaron las armas para el comienzo de las dos primeras pandillas— se esfumaron detrás de sus negocios, los liderazgos se definieron en cada banda. Por Los Quebrados, al hermano del Gordo, Faquita, de 19, rápidamente lo sucedió su segundo, Incolita, de 15. “Incolita empezó a robar a los 12. No era un mal pibe. Jugaba al fútbol en Ferro. Pero se envició con el robo y con hacerse cartel de chorro. Era de la familia de los R., todos argentinos dedicados a transas o narcotraficantes. Transa, el que vende papelitos.


Narco, el que ya vende paquetes”, explica el Peque. “Cuando era necesario, por un lado el Gordo Faquita le pedía armas al hermano, al Gordo. E Incolita al padre, que en lugar de regalarle una bici le regaló un arma. Incolita estaba feliz. Era todo lo que quería”, agrega Javi, de Los Quebrados.


En uno de los escarceos con Los Ranchis fue herido uno de Los Quebrados, Linder. Espalda, hígado, brazo, pierna: los cuatros disparos por atrás. Entonces Los Quebrados pidieron ayuda a “las familias”. “Cuando se vieron acorralados, pensaron:


‘Oh! ¿Y ahora, quién podrá ayudarnos?’”, cuenta el Dengue, siempre en tercera persona. “Y de por allá se escuchó: ‘¡Yo! El Gordo Juan. Y nosotros, la familia de los R!’” Para explicarse el Dengue juega con la figura del Chapulín Colorado. Y se ríe. Con las armas que, otra vez, les pasaron Juan y la familia de Incolita, “poco a poco Los Quebrados fueron lastimando uno
por uno a Los Ranchis. Primero un tiro en la pierna a Iván. Después a Quispe, también en la pierna. Hasta que le dieron un tiro a Patry Antezana en el estómago. Y a Octavio Villalba
lo mataron en 2005”, dice,por entonces tenía 28, al nuevo competidor. El Gordo Juan, de la misma edad, recurrió a su hermano menor, Faquita, que tenía un grupo de amigos más chicos, de entre los 20 y los 23, a quienes armar para pelear la parada. “Tengo problemas con dos chabones que me quieren hacer pagar”, les dijo el Gordo Juan a los pibitos reunidos, como todas las tardes, en una esquina del Rivadavia. Sabían que Tamal paraba con la pandilla de Los Ranchis, en la avenida Bonorino, frente a los nuevos departamentos que en ese entonces eran todavía un montón de arena y ladrillos. Los Ranchis tenían su propia historia. Se habían agrupado alrededor de un primer líder que duró poco pero les dejó la jerga y el nombre. “Era un tal Chizo, que trajo los berretines de la cárcel: ‘gato’, ‘pasar la voz’, y ‘rancho’, que es tu compañero de ‘ranchada’ en la cárcel, con el que cocinás, compartís. Como los pibitos de esa banda empezaron a hablar con esos mismos modos, entonces fue que por reírse de ellos ‘Los Quebrados’ les pusieron ‘Los Ranchis’, por ranchitos”, explica el Dengue que ya entonces, a los 13, se sentía un pandillero. Ese día, Los Quebrados les hicieron sentir por primera vez el calor de las balas. No hubo heridos.Pero fue el principio de una pelea que no termina. El Tamal, el mayor de nueve hijos de una familia narco, aportó las armas que les faltaban a Los Ranchis. El Gordo Juan apadrinó a Los Quebrados.
En el Rivadavia I y en la villa 1.11.14 se acostumbraron a la balacera diaria: escaramuzas en medio de la noche, de uno y de otro lado de la avenida Bonorino, esa frontera ancha que divide la villa y el barrio Rivadavia. Hasta que un tiro certero zanjó la disputa a favor del Gordo. Una noche, en la que Tamal había ido al supermercado a comprar pañales para su hijo recién nacido, el Gordo le disparó desde buena distancia. Tuvo puntería, aunque no perfecta. Le dio en la boca, pero Tamal, soldado de varias batallas, se salvó. A los pocos días los hermanos de Tamal atacaron la casa del Gordo. Pero intervino la policía y Choque cayó preso. La familia de Tamal prefirió buscar un sitio más tranquilo. Invirtieron sus ganancias ilegales en una casa afuera del Bajo Flores. Y se hicieron de una concesionaria de autos. En el barrio varios recuerdan que en esa época, a pesar de los problemas de su familia con Los Quebrados, el más chico de Los Tamales, Papa, intentó ser aceptado entre los pibes de la esquina. Quiso ser un Quebrado. Los chicos, muchos de ellos ex compañeros de la escuela, lo hicieron a un lado. Algunos dicen que porque era hijo de bolivianos y ellos, Los Quebrados, “se sentían todos argentinos”. Otros, que lo rechazaron simplemente por ser hermano del Tamal. “Papa se quedó resentido por eso y dedicó su vida a hacerle el mal a Los Quebrados”, cuentan.


A los tiros


Las muertes del narcotráfico tienen siempre algo de superproducción, son un golpe premeditado y feroz, con muchas balas y varios tiradores, que decide el curso de un negocio. Las muertes de las pandillas son fruto del destino que acecha a la vuelta de un pasillo y no hay planificación alguna. En las del narco suele percibirse una obra casi coreográfica: varios han planeado una masacre, un ataque en el que cada paso es decisivo. En las pandillas la muerte se desata como el resultado de un encuentro fortuito. Patry y Octavio habían cenado, sentados en el cordón de la vereda, un sánguche de milanesa. “Patry, yo me voy a mi casa”, le dijo Octavio a su amigo. “Te
acompaño”, le dijo el otro. Salieron por el pasillo de Comegato —un personaje de la villa— y cuando caminaban se les cruzaron Faquita e Incolita. “El día anterior habían hecho una acuerdo entre Quebrados y Ranchis para parar con los tiros. Y ellos rompieron el pacto”, cuenta Dengue. Incolita encaró:

—Eh gato, qué hacé acá. Ustedes no pueden andar por el
barrio, loco— dijo, y apuntó con una 45.
—Pará, pará— alcanzó a decir Patry—. Habíamos dicho que iba a estar todo bien.
—¿Qué? Con ustedes está todo re mal, los vamos a matar a todos— se rió Incolita.
Puso la 45 en la cabeza de Octavio y disparó. El pibe, de 17 años, cayó al suelo.
—Vos no te vas a escapar— le gritó Faquita a Patry, que atinaba a retroceder.

Le dio en la panza. Patry se puso la mano en la herida y corrió en zigzag esquivando los tiros hasta que desapareció por la avenida Bonorino. Del otro lado se sintió mareado. Vomitó. Y se derrumbó. Los Ranchis lo levantaron, consiguieron un remis y lo llevaron al Hospital Piñeiro.
Tras el crimen, en el velorio, Los Quebrados hicieron aparición solo para marcar presencia. Para entonces, Papa, el hermano menor de Tamal y Choque, lideraba a Los Ranchis. Así que fue él quien declaró ante la fiscalía que Incolita y Faquita mataron a Octavio. “Los mandó en cana y al hacerlo perdió los códigos —explica Javi—. Hay varios códigos, uno es que vos no le podés robar
a un chorro. Otro es que si nos agarramos a tiros nadie mete a la policía. Para los pibes lo mejor es que cada barrio tenga su propia justicia por mano propia. ¿Viste cuando un boxeador le pega en los huevos al contrincante, o cuando le muerde la oreja como Tyson? Bueno, eso es romper los códigos. Y tiene sus consecuencias, porque todo empeoró después de esa buchoneada de Papa”.


Incolita y Faquita se enteraron de que los buscaban porque la policía allanó sus casas cuando ellos no estaban, así que escaparon y durante un tiempo estuvieron prófugos. Fue cuando Cabe, a los 14 años, comenzó a parar con Los Quebrados. “Se suponía que Los Ranchis iban a contra-atacar, eso era lo pensado —cuenta parado en el cancel de una puerta, semioculto en un pasillo—. Pero Papa denunció a Los Quebrados, que, al quedarse sin sus dos líderes, se enfurecieron más. Y buscaban a Los Ranchis por todos lados. Salían a patrullar por Bonorino. Salían de cacería. Se dice así: salir a cazar”. Faquita cayó primero. Incolita siguió en la calle. Papa reagrupó a Los Ranchis y consiguió dos nuevos laderos:Borrachín y Tiburón. Con ellos se dedicó a asolar a Los
Quebrados. Cada noche aparecían en moto por el barrio Rivadavia y tiraban. Pero a los pocos meses, dos días después de cumplir 15 años, Borrachín fue sorprendido en uno de los patrullajes de Los Quebrados. Se encontraron de repente. Él iba solo. A Incolita lo acompañaban Bryan Vigiano, de 16, y un tal Costa. Borrachín tenía el fierro en la cintura. Todos llevaron las manos a las armas. Pero a Borrachín la 45 se le quedó trabada en el cinturón. “Los pibes se hicieron para atrás y lo primerearon. Cayó muerto ahí nomás”, cuenta uno del Rivadavia. “Entonces Papa perdió a su gran amigo. Lloró, lloró, lloró y juró vengarse de Los Quebrados”, resume el Peque, en lo que parece la letra de un corrido mexicano.


En el cielo


¿Por qué se matan los pandilleros? ¿Cómo es la cadena de situaciones que llevan a que un día disparen sin temblar? “Todos están deseando tener un cartel. En el barrio uno se hace famoso por los hechos. Por robar. Por pelear. Por matar. Eso los lleva a ser cada vez peores, después ya quieren tener su página de Internet”, arriesga Javi. “Pero cuando caen en cana el cartel se lo meten en el culo, porque esos no roban, esos rastrean”, contesta un amigo que se suma a la conversación con Peque, fuera del barrio.


—¿Por qué matan?
—Quieren aparentar, hacerse los guachos, que la gente diga “no nos metamos con él porque nos va a mandar fruta”, “guarda porque Fulanito nos va a matar”. Si matás estás en el cielo—
responde el Dengue, de Los Quebrados.
—¿No se supone que si matás vas al infierno? .—Pero acá todo es al revés. La situación depende de dónde estás parado. O sos buen amigo de un transa o tenés familia que responda por vos. Si sos hijo de cualquiera que no tiene nada que ver, y ves que hay chicos que son hijos de transas y
se los respeta, no se los toca, por ese motivo te juntás con ellos, porque así a vos tampoco te van a hacer nada. Si sos un pibe inteligente vas creciendo, dándote cuenta de cómo funciona todo, vas a tener las enseñanzas que ellos han recibido. Y capaz que seas un día un pibe completo.
—¿Qué es ser “completo”?
—Incolita era completo. Primero es necesario que te hayas criado en la calle, que robes de chico, no que te hagas chorro de un día para el otro. Tenés que ‘hacer’ todo lo que se puede robar: empezás con una cartera, después una moto, un auto, una casa. Vas creciendo. Del lado del robo, eso. Del lado del respeto: te agarrás a las piñas con uno de tu grupo, después te agarrás con otros en los bailes, después con alguien conocido que manda la re-fruta. Hasta que después te agarrás a tiros con otra pandilla. Y después ya matás. Ahora hay pibes que se dedican a eso, a matar.
No hay ya entre estos pibes chorros la posibilidad de construir un héroe, ni la de apostar a una rebeldía como la de los viejos bandidos. La forma en que se transmiten los aprendizajes parece culminar en la muerte, ya no como una salida elegida, sino como el recurso con el que todos cuentan para sobrevivir.


Los últimos caídos


Es comprensible que la muerte de Borrachín, de Los Ranchis, le diera a Bryan, de Los Quebrados, un cartel que antes no tenía. Como en la historia de varios de sus compañeros, su
mamá había fallecido y su padre era un obrero de tiempo completo. El remaba esa desventaja con cierto coraje y con una simpatía que lo hizo entrar como un amigo bien recibido en otro grupo, pocas cuadras más allá de la esquina de Los Quebrados, entre los Pibes de la Rotonda, en el Rivadavia II. Con casas bajas del FONAVI, similares en todo el país y de la misma época, formato de chalecito que se puede ampliar, paredes revocadas, pintadas todas de un color que fue blanco y una estructura interna de callejones y pasillos, el Rivadavia II igual era otro territorio. Allí se juntaban algunos que ape-nas se asomaban al delito. Según ellos, Bryan nunca los reclutó. Eran amigos. Solían robar juntos. Pero nunca fueron una banda. Según Los Ranchis: “Bryan los reclutó y formó Los Quebrados II”. Los pibes de la Rotonda insisten en que no:
“Nadie le chupaba la pija. Era uno más”, dice uno, desde su encierro en un penal, por teléfono. “El los avivó. Eran pibitos buenos que se organizaron alrededor de él. Mauri, por ejemplo, antes de conocerlo iba a la iglesia evangélica. Matías era un pibe bueno, de padres legales. Muqueño —ahora también preso—era un gil”, enumera el Cabe para darle crédito a la teoría de Bryan como fundador de Los Quebrados II. El reinado de Bryan, como su vida, fue efímero. A los 17 años, en noviembre de 2006, un narco del Barrio Rivadavia, lo mató de un tiro por la espalda. El Muqueño había robado a un cliente de Los Soliz, una familia de narcos peruanos que terminaron cayendo hace dos meses. Y después de una pelea había escupido a una de las mujeres del grupo. Cuando salió del lugar —muy cerca de la esquina donde se reúnen Los Quebrados— le prestó la campera a Bryan. Por eso el tiro por la espalda fue para él, por error. Su muerte desató una peque-ña guerra en la que los pibes se sumaron a un ex soldado del jefe Marcos, que buscaba ganarse el territorio para copar el mercado: Peluchín. Juntos atacaron a Los Soliz hasta bajar
todos los vidrios de la casa. Pero Los Quebrados —los originales— no participaron. Se mantuvieron a un costado. La relación de muchos con las familias que venden droga los dejó
afuera de ese combate en memoria de Bryan. Mientras tanto, Papa se reubicó en la manzana 10 de la villa 1.11.14, cerca de la calle Varela. Encontró una novia que le dio albergue y detectó, a la vuelta de esa casa, a un grupo de pibitos que comenzaban a robar, sobre todo a gente de la feria
boliviana de Bonorino. Ellos también fueron nombrados por el enemigo. Los Quebrados les pusieron “Los Rastreros”. “Son bolivianos o hijos de bolivianos con berretines, malditos, afanan a los de la feria”, define uno al otro lado de Bonorino. Papa se ocupó de “encascar” a Los Rastreros para que se mostraran dispuestos a vengar las muertes de Borrachín y de Octavio, de la ya desarmada pandilla de Los Ranchis. Parte importante del lenguaje tumbero hace referencia a acciones con las que se arma una estrategia de guerra. O para atacar, o para defender, para sumar posiciones o para dividir. Por ejemplo, “encascar”, que es llenarle la cabeza a otro en contra de un enemigo. “Los convencía diciéndoles que había que tirar contra los transas”, dice Javi. Los Rastreros se hicieron una presencia cada vez más oscura en la avenida donde cada fin de semana se levanta una feria. Con cámaras ocultas los filmó Canal 9. Los filmó América TV. Se hicieron famosos por lo miserable de sus blancos: los propios vecinos. Fue uno de esos vecinos el último detonador de la guerra de pandillas que continúa hoy. Los Rastreros se metieron con la madre del Negro Julio Pimentel, un peruano con antecedentes por robo. “Papa decía que el Negro Julio le pasaba fierros a Los Quebrados, sus enemigos”, dice uno de los pandilleros. Los Quebrados les robaban a los “fisuras”, adictos graves, muchos de ellos clientes de sus padres, vendedores de las drogas que los fisuras consumen. Pero no le robaban a la gente del barrio. En los códigos de un ladrón con viejos códigos como Julio, Los Quebrados eran ratas, pero por lo menos no le robaban a su madre. La mujer hacía comida peruana —seco de carne, arroz chaufa, ceviche— en la feria, como el propio Julio cuando llegó. Después, los robos le dieron como para invertir. Lo hizo en armas. Cuando cayó preso, las dejó en manos de varios, y así las fue perdiendo. Para noviembre de 2007 había recuperado parte de su capital. Todos sabían en la villa y en el Rivadavia, a los dos lados de Bonorino, que el Negro te podía prestar un fierro. O que podías asociarte con él para algún emprendimiento, contando con sus herramientas. “El tema de los fierros es importante, porque si en un barrio como éste tenés un problema no vas a ir a hacer una denuncia al CGP, sino que le vas a pedir un fierro al que lo tenga para solucionar el asunto. O tenés un fierro o te verduguean toda la vida. O te defendés o la corrés de tonto”, dice Javi.
Fue el 17 de noviembre. Lo vio medio barrio. Julio iba en su auto con dos pibitos el Maxi Escobedo, de otra familia peruana, y el Catito. Los Rastreros, con Papa, habían atacado temprano. Le habían dado un tiro en la cara a Pepe Cheves, uno de Los Quebrados. No había sido una semana fácil: el Negro estaba obsesionado con que los guachos le harían algo a su vieja. El tema lo sacaba. Por eso quizás lo recuerdan empastillado, un poco fuera de sí. Avanzaba por
Bonorino cuando lo paró la policía. Zafó. Cuando hizo unos metros vio a las dos motos con cuatro jinetes arriba. Eran Papa, Aarón, un pibito reclutado en Soldati y otro más. Se cruzaron las miradas. Algunos dicen que Los Rastreros andaban “de cacería”, pero el encuentro fue casual. El Negro bajó la ventanilla y le gritó directamente a Papa: “¡La concha de tu madreeeeee! ¡Te voy a mataaaar!”

Los otros quisieron tirarle las motos encima. Él aceleró. Ellos barrenaron la tierra con las motos inclinadas y frenaron justo debajo de las ruedas del coche. Se pararon como si las máquinas tuvieran resortes y sacaron los fierros de la cintura. El Negro intentó disparar con una pistola.
Pero no llegó a gastarse ni la mitad de las balas. Los demás descargaron lo suyo. Los peritos balísticos encontraron 17 impactos en el coche. Julio y Maxi murieron camino al hospital. Los Quebrados quedaron rumiando la venganza.
Llegó el cinco de mayo pasado. Ese día la patrulla obsesiva que había instaurado el Peque, el hijo de Beatriz, tuvo efecto. Por fin se cruzó cara a cara con uno de Los Rastreros. Con uno de los hermanos de Papa y los Tamales.

Era el Chino Ojo Bajo. Iba con la novia y una amiga de la novia. Hay tres versiones del crimen. Las chicas declararon y acusaron al Peque y a su amigo Mauri. Dijeron que fue a sangre fría. Lo encontraron. Lo apuntaron. Mauri le subió la visera de la gorra para verle bien la cara. “Es este, dale”, dijo. Y el Peque disparó a la cabeza. La segunda versión es de la policía, que informó que el Chinito estaba acompañado por un amigo de 21 años. “Fue sorprendido por dos delincuentes
que pretendieron asaltarlos. La víctima se resistió al robo trabándose en lucha”, dijeron. La tercera versión es de los propios Quebrados. Todos dicen que el único que participó fue el Peque. Que esa fue la consagración de su liderazgo. Los Quebrados siguen existiendo y generan nuevos jefes.


La maldición


Los pibes se pelearon dos veces durante las entrevistas para esta crónica. La primera vez porque no se ponían de acuerdo sobre la identidad de una de las bandas. No pocos han sido de más de una. O han cambiado de barrio. La segunda, porque uno creía que era más importante contar la historia a grandes rasgos, la sucesión de hechos que aquí se narran, “para tener una idea de qué significa vivir adentro”. El otro pugnaba por entregar detalles: “Él —por el periodista— es escritor, necesita detalles”, recriminaba. La manera en que los relatos circulan, la forma de contar da lógica a la naturalización de lo extremadamente violento. Narrarse los crímenes y las malas noticias equivale a sobrevivir.
—Por qué es tan importante tener la última data en el barrio?— la pregunta es para Javi.
—Si andás en la calle siempre tenés que andar al tanto de todo. Si querés ser parte de la banda tenés que estar al tanto de todo. El sistema de información es muy fácil, es por el chusmerío. Porque alguien ve lo que pasó y esa persona se lo va a contar a una persona de su confianza, a la de su mayor confianza. Pero esa gente le cuenta a otra gente en la que confía. Y esa, a otra gente en la que confía. Hasta que llega a una chusma, a una mujer que lleva mucha información por
todos lados, que son algunas, y entonces esa información explota y ya la tienen todos. Pero cuanto antes vos sepas, mejor. Para poder saber cómo viene la mano, más vale que seas una persona informada. Se escucha en un ciber, se siente el rumor y uno dirá ocho tiros y otro dirá diez tiros, pero como sea, vos lo que vas a saber, lo que tenés que saber es quién se murió y quién lo mató, para saber de dónde vienen los tiros.
En la manera de contarse, los pibes muestran su identidad quebrada. Los que no son hijos de transas se sienten aliviados de no serlo, pero reconocen que estar cerca de alguien con recursos en el barrio siempre es mejor. “El chiquito transa ve que la familia tiene todo, que lo tiene de arriba, porque la mamá y el papá venden cosas ilegales. Ese pibito ya tiene el respeto, porque es el hijo del transa. Vos entendés eso y sos amigo de ese pibito. Te cabe la protección del transa. Pero eso dura un tiempo, hasta que te hacés grande”, dice el Dengue. La trama narco se hace tan cotidiana que ya no es sólo una manera de generar negocios sino un modo de relación y de
dominación entre los propios vecinos. En Los Quebrados la idea de una generación está asumida. El barrio lo sabe, aunque cueste decirlo. Esta es la primera generación de hijos de transas y de narcos. “Tienen todo pero roban igual”, critica el Dengue.
—¿Por qué?
—El hijo de transa siempre va a querer ser chorro. Porque quiere ser delincuente para decir que Él no vive del padre o de la madre, de esa plata ganada arruinando guachos. Eso es lo que pasa: tienen vergüenza y por eso prefieren robar y no vender droga. Si te ponés a pensar, ellos tienen todo. Los familiares todos tienen plata. Los padres no les pueden decir nada. Porque no tienen autoridad porque ellos venden droga. En el barrio y en la villa, de uno y de otro lado de la avenida, se habla del mismo conjuro. Aunque los padres arriesgan todo para sostener un nivel de vida que solo el narcotráfico puede dar, ni el televisor de plasma ni la moto son suficientes. Sus
hijos adolescentes, si no son chorros son fisuras, adictos a la pasta básica que ellos mismos venden. Toda autoridad paterna ha caído. No se conoce el límite. Esa condena es parte del
conjuro. En el Bajo le dicen la maldición de los transas. 

1 comentario:

  1. bueno yo soi Herman* del llamado CHINO OJO BAJO Y LA VERDA QE ESTAN ESCRIBIENDO BOLUDECES ASERCA DE MI FAMILIA ! ... NO ESCRIBAN COSAS QUE NO SON PORQUE DESPUES LLEGAN LAS CONSECUENCIAS , NO ES AMENAZA PERO CREO QE TIENEN Q DEJAR UN POOCO ESTO LOS FALLECIDOS MERECEN DESACANSAR EN PAZ EN ESPECIAL TODO LOS "RANCHI" .. PERDON Y SALUDOS.

    ResponderEliminar