lunes, 17 de mayo de 2010

DIOS Y LOS MALES DE ESTE MUNDO


Ante la muerte y el dolor, surge la pregunta sobre el papel del Creador. ¿Designio, castigo o ninguna de las dos?


Ariel Alvarez Valdés







Si buscamos qué dice el Antiguo Testamento sobre el origen del mal, haremos un descubrimiento sorprendente: Dios mismo es el que ocasiona los males que hay en el mundo. En efecto, son innumerables los episodios en los que aparece Dios castigando a los hombres, aterrorizándolos, mandándoles catástrofes, pestes y sequías.




Vemos, por ejemplo, que él mandó el diluvio universal que aniquiló a casi toda la humanidad; él destruyó a la ciudad de Sodoma, haciendo bajar fuego y azufre del cielo; él convirtió en estatua de sal a la pobre mujer de Lot, sólo por haberse dado vuelta y mirar hacia atrás; él volvió estéril a Raquel, la segunda muj e r de Jacob; y , como éstos muchísimos más. Pero Dios no sólo figura en la Biblia como responsable de las enfermedades, las muertes y losmales sociales, sino incluso de los desastres de la naturaleza. En el Antiguo Testamento, pues, las desgracias, los infortunios, las enfermedades y hasta la misma muerte aparecen proviniendo de Dios.


¿Cómo Israel pudo concebir una imagen tan espantosa de su Dios? Es fácil comprenderlo. Cuando se escribió el Antiguo Testamento las ciencias aún no se habían desarrollado. No se conocían las leyes de la naturaleza, ni las causas de las enfermedades, ni por qué sucedían los fenómenos ambientales. La psicología era elemental, y los conceptos de libertad y responsabilidad humanas estaban muy poco desarrollados. Por lo tanto, todo venía directamente de Dios. El era el autor de todo.


Cuando le tocó el turno de predicar a Jesús, él aportó una idea nunca oída hasta el momento: enseñó que Dios no manda males a nadie; ni a los justos ni a los pecadores. El sólo manda el bien. Para demostrarlo, adoptó una metodología sumamente eficaz. Comenzó a curar a todos los enfermos y les explicaba que lo hacía en nombre de Dios. De este modo anunció la buena noticia de que Dios no quiere la enfermedad de nadie, y que si alguien se enfermaba, no era porque El lo hubiera permitido.




Igual actitud asumió frente a la muerte. Cuando le venían a pedir por alguien que había muerto, lo resucitaba inmediatamente para enseñar que Dios no mandaba la muerte, ni la quería.




Jesús enseñó claramente que Dios no quiere, ni manda, ni permite las enfermedades. Tampoco provoca la muerte, ni los accidentes, ni ocasiona directamente los fenómenos naturales en los que tantos seres humanos mueren. Dijo que de Dios procede sólo lo bueno que hay en la vida, no lo malo; porque Dios ama profundamente al hombre y no puede mandar nada que lo haga sufrir.




Jesús, pues, no explicó de dónde vienen las desgracias de este mundo, pero sí explicó de dónde no vienen: de Dios. Sin embargo hay una frase en el evangelio que llevó a la confusión a mucha gente. Es en la que Jesús dice: “Ni un pajarito cae por tierra sin que lo permita el Padre que está en los cielos”. O sea que si un pajarito llega a caer por tierra, es porque Dios sí lo ha permitido. Pero se trata de una mala traducción de las Biblias. El texto original griego dice que ni un pajarito cae por tierra “sin el Padre”. Como a la expresión le faltaba el verbo, los traductores de la Biblia le agregaron “sin que lo permita el Padre”, pensando que ésta era la intención de Mateo.En realidad, el evangelista, al decir que el pajarito no cae “sin el Padre”, quiso decir eso: que no cae sin que Dios esté a su lado, lo acompañe. O sea, que Dios está cerca del que sufre; pero no que permitió su sufrimiento.


A pesar de este progreso, muchos cristianos, por leer más el Antiguo Testamento que el Nuevo, siguen pensando como lo hacían los primitivos israelitas, y responsabilizan a Dios de los males que suceden. Es común, por ejemplo, visitar a algún enfermo, y oír a los amigos que le dicen refiriéndose a su dolencia: “Tienes que aceptar lo que Dios dispone”, como si Dios hubiera dispuesto que se enfermara. O, al concurrir a algún velatorio, escuchamos la famosa frase de quienes van a consolar a los familiares: “Hay que aceptar la voluntad de Dios”.




Dios es un Dios de vida y no de muerte, decía Jesús. Manda la vida, nunca la quita. Ya el libro de la Sabiduría dice expresamente: “No fue Dios quien hizo la muerte”. Pensar que estos incidentes suceden por su voluntad es una ofensa a su amor y bondad.


Semejante mentalidad, llevó a mucha gente a enojarse con Dios y a alejarse de El. Y en el fondo tienen razón. ¿Quién tiene ganas de rezarle, o de hablarle a aquél que le mandó un terrible accidente, una enfermedad, o se llevó a un ser querido? Más que un Dios, parece un monstruo.


¿De dónde proceden, entonces, tantas desgracias y enfermedades imprevistas? Del mal uso de la libertad humana. En efecto, somos nosotros los que contaminamos el agua que bebemos, el aire que respiramos, los alimentos que ingerimos, la tierra en la que vivimos, y de esta manera producimos graves trastornos en los seres humanos, incluyendo a los niños que se están gestando.


Los estudios médicos aseguran que el 75 % de los casos de cáncer registrados en el mundo podrían haberse evitado. Y, sin embargo, muchos, asumiéndo que es “la voluntad de Dios”, morirán preguntándose: “¿Por qué Dios me mandó esto?”.


Asimismo, según las estadísticas en la Argentina mueren anualmente unas 15.000 personas por accidentes de tránsito y otras 120.000 resultan heridas. ¿Las causas? fallas del conductor; de la ruta; del peatón; del vehículo; y por agentes naturales. Pero los afectados, en lo íntimo de su corazón, culparán a Dios.


Las grandes inundaciones, que parecen fenómenos tan caprichosos e incontrolables, y que ocasionan pérdidas millonarias y miles de muertes, tienen también su grado de responsabilidad humana. Muchas provienen de las lluvias provocadas por la acumulación de evaporación, originada en los grandes embalses de las represas hidroeléctricas construidas negligentemente.


Muchos terremotos, aun cuando son manifestaciones naturales, tienen un origen en el hombre. Y hasta los huracanes y ciclones, que cobran miles de víctimas humanas, se generan en la irresponsable actitud del hombre que vino destruyendo incesantemente los bosques aptos para regular los vientos.




Pero sigue siendo Dios, en la mente de muchos cristianos, el responsable de las enfermedades, las catástrofes y las muertes que vemos a nuestro alrededor. Por no haber entendido esto, mucha gente vive resentida con Dios, lo acusa de sus desgracias, y hasta lo eliminó de su vida.




Es necesario erradicar la imagen primitiva del Dios del Antiguo Testamento y recuperar la figura amorosa que nos presentó el Señor en el evangelio. Sólo así aparecerá el verdadero Papá del que nos habló Jesús, aquel que hace salir el sol sobre todos, sin importarle si son buenos o malos, y llover sobre todos, sin importar si son justos o injustos.

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