sábado, 29 de mayo de 2010

"YA PASAMOS ESE ESTADÍO DEL INDÍGENA LLORÓN QUE PIDE MIGAJAS"


La Red de Salud Mapuche exige la legalización de su medicina ancestral. La presidenta denuncia negligencia del Estado y apuesta a prescindir de laboratorios.


Por Exequiel Siddig


Verónica Azpiroz Cleñán preside la Organización Mapuche Epu Bafkeh, que se traduce como “Dos ojos de agua”. Como miembro de la Red de Salud Mapuche en Pwelmapu, “Territorio del Este”, pelea porque su cosmovisión sea legalizada por el Estado argentino. Pretende que la concepción de la salud mapuche, sus medicinas, sus agentes, sus terapéuticas, no sean perseguidas como si su práctica y uso fueran delito, “cosa de brujas”, como quisieron la Civilización de Sarmiento y el Progreso de Roca.



Hoy, los mapuches padecen lo mismo en diferentes territorios: diabetes, complicaciones de presión y vesícula por cambio de alimentación, suicidios, alcoholismo, desalojos y las derivadas de la contaminación del suelo y el aire que producen mineras o petroleras.



La salud, en la concepción del español como lengua latina, no es una palabra que pueda traducirse en la lengua de los mapuches. En esta cultura, se habla del buen vivir, del küme felem, algo similar al término alli kawsay, o suma kawsay, vigente en la Constitución de Bolivia y en la de Ecuador. “Hay un concepto de reciprocidad –especifica Cleñán-, porque el vivir bien no significa que yo no tenga enfermedad, sino que tenga buenos vínculos a nivel familiar, comunitario y con el espacio vital donde habito”.



–¿Cómo se vinculan el territorio y la salud?
–Si el espacio territorial donde habito está contaminado, invadido, transgredido, eso repercute en la vida de la comunidad y en la salud de las personas, porque todas las familias tienen origen en un elemento de la naturaleza, de donde proviene su linaje. Hay familias que tienen origen en el río, en el leüfu; hay otras que tienen origen en el aire o en el ñamkü, que son las águilas, como la mía por parte materna. Por eso para nosotros es importante mantener en equilibrio todas las vidas que viven en el planeta, de eso depende que estemos enfermos o saludables. No es que defendamos el territorio porque queremos la propiedad comunitaria, sino que lo defendemos porque nos hace estar vivos.



–¿Qué diferencia la concepción mapuche de la salud a la científico-moderna?
–Una de las grandes diferencias entre el modelo de salud occidental biomédico y la medicina indígena es que durante el proceso de recuperación de la enfermedad, la medicina occidental plantea un proceso individual en el que delega la curación a otra persona, que puede o no ser de familia, y en el que el ejercicio de poder del médico impide la elección de la terapia.



–¿La elección es del paciente?
–Por la persona que padece la enfermedad. O sea, a la medicina curativa o biomédica no le interesa por qué se enfermó, sino los síntomas que padece. Entonces los trata y los cura como si fuera una persona sin espíritu, psicología o historia. En cambio en la medicina tradicional mapuche, primero hay un diagnóstico sobre el origen de la enfermedad, se analizan la vida familiar y la comunitaria. Luego se establece si esa enfermedad tiene que ver con un desequilibrio propio de la persona o fue una enfermedad pensada por otros para generar algún mal. La cultura mapuche diferencia tres orígenes de la enfermedad: la trasgresión individual, la comunitaria-familiar y la del espacio territorial.



–¿La comunidad y la familia pueden ser causantes de la enfermedad de una persona?
–Sí. Ésa es una gran diferencia con la medicina biomédica, que pone énfasis en una cuestión curativa. Para nosotros, la medicina es preventiva porque hay muchísimas pautas de autocuidado en la salud. Las ceremonias espirituales sirven para proteger lo comunitario. Todos participan en el restablecimiento de la salud de esa persona. No es que derivan a alguien que no se conoce para que le restablezca su salud. Es una gran diferencia: la sociedad mapuche es una sociedad de amparo que se apropia del enfermo y no lo expulsa. No manda al viejo al geriátrico, lo incluye, es parte. Además, se sabe responsable de la enfermedad que generó, si es que fuera de origen comunitario.



La Universidad es de los laboratorios. Del 10 al 12 de septiembre de 2009, en Quito (Ecuador), Verónica Azpiroz Cleñán participó como asesora del 2º Encuentro de Salud Intercultural de la Universidad Indígena Intercultural, una iniciativa del Fondo Indígena, la Organización Panamericana de la Salud y la Universidad de las Regiones Autónomas de la Costa Caribe Nicaragüense-Universidad Comunitaria Intercultural (Uraccan). Fue para evaluación de la Maestría en Gestión de la Salud Intercultural, que tendrá un régimen semipresencial y se aplicará para toda América Latina.



Bolivia, Ecuador y Cuba están a la vanguardia del reconocimiento de modelos de salud alternativos. Argentina, a pesar de la extendida praxis de medicinas ancestrales y de las que provienen del Lejano Oriente, como la acupuntura, todavía es tierra árida. Los laboratorios internacionales están interesados en que los Estados no legitimen ni legalicen nada que salga de la propia esfera de sus negocios.



–¿Es exportable el modelo de salud mapuche a una megalópolis como Buenos Aires, donde la comunidad muchas veces es sólo la familia?
–Creo que sí. El mayor problema de Occidente es la “individuación”, la falta del sentido de pertenencia a lo comunitario, es decir que puedo ser sin los otros. En el documento que presentamos en la Feria Mundial de Salud (Buenos Aires, 18-21 de agosto de 2009) hicimos un documento que llamamos “La salud en tiempos de pandemia”. Decíamos que la causa de las patologías que padecemos hoy, mapuches y no mapuches, es el mismo sistema capitalista, que está destinado a producir la acumulación y conservar el poder del consumo, y no el bienestar para todos.


–¿Propusieron una explicación diferente para la última supuesta pandemia, la Gripe A?
–Claro. Nosotros lo vemos como una etapa del fin del propio ciclo del capitalismo. ¿Qué contestaron los países de Unasur con respecto a la pandemia? ¿Apoyó la estrategia de la atención primaria de la salud, de mejorar los espacios territoriales en donde se estaba degradando el ambiente, apostó al autocuidado de la sociedad? No, reprodujo el sistema, comprando las patentes para producir medicamentos al interior de los Estados. La industria farmacéutica utiliza tres o cuatro plantas medicinales que son probablemente tóxicas para diabolizar los procesos de autocuidado que pueden tener las familias.



–¿Y cuáles son?
–Anís estrellado, yerba del pollo y otras. En realidad, Argentina aprobó 150 plantas de uso no tóxico. Las plantas tienen muchísimos principios activos. Los laboratorios los desagregan, utilizan un solo proceso activo y producen el medicamento que te hace bien para una cosa, pero te hace mal para otras. ¿Y qué es lo que hace la universidad argentina o las farmacéuticas? Pagan a los estudiantes o egresados de la Facultad de Medicina para que receten sus medicamentos. Aparte, tienen una materia de Toxicología y no una materia de Preparados y Uso de Plantas Medicinales que habilitaría un conocimiento directo de la construcción de la praxis de ciertas poblaciones. La Universidad argentina funciona como un insumo para la industria farmacéutica.



–¿Podrías ejemplificar con un caso concreto?
–La de Antropología de la UBA y la del Comahue ahora están financiadas por (la minera) Alumbrera. ¿Por qué les interesa financiar estudios de posgrado o tesis de investigación en Antropología? Porque en Argentina los conflictos ambientales se van dirimir básicamente por estudios de impacto ambiental; y si esos estudiantes que van a dar cuenta del impacto fueron financiados, ¿quién va a ser el pelotudo que dirá que el cianuro contamina, que la minería a cielo abierto tal cosa, o que los agroquímicos con el Roundup en la soja, tal otra?... ¿Por qué el Estado argentino no incorporó la legalización de otras medicinas, como la asiática, la acupuntura o la digitopuntura? ¿Por qué Cuba lo incorporó en su sistema público de salud?


El Bicentenario multicolor. El territorio ancestral mapuche comprende Río Negro, Neuquén, norte de Chubut, noroeste de la provincia de Buenos Aires y parte de La Pampa. Durante la Campaña del Desierto del presidente Roca, el Ejército Argentino mató a los longko –la “cabeza” de la comunidad–, y los curas estigmatizaron a los y las machis –los guías espirituales, los que restablecen la salud de la comunidad– como brujos, y en un gesto inquisitorial fueron incendiados vivos. “Pensémoslo así: aquellos que se encargaban de restablecer la salud en su pueblo son las primeras víctimas de la Conquista”, puntúa Cleñán. “Por eso el sistema de salud mapuche está en decadencia y recién hace diez años está tratando de resurgir. Pero se podrá hasta un punto, porque se necesita alguien que tenga manifestación del espíritu de machi; no puede convertirse si no hay otro que le dé ese proceso y la comunidad lo levante. Eso no pasa desde hace 30 años de este lado de la Cordillera; del otro lado sí”.



–¿Los machis chilenos cruzan la frontera?
–Venir acá está prohibido. Los machis tienen que pasar en forma clandestina, con las plantas y animales escondidos. Si bien la Argentina firmó el artículo 169 de la OIT que garantiza el derecho de la continuidad cultural, nosotros no podemos ejercer ese derecho porque tanto del lado argentino como del chileno está prohibido que los médicos tradicionales pasen la frontera para curar. En Chile ni siquiera aprobaron el 169.



–¿La festejada pluriculturalidad es una utopía?
–En Ecuador y Bolivia es mucho mejor. En Nicaragua está oficializada la medicina: las prestaciones se pagan tanto a los médicos como a los curadores profesionales. En Chile, está penalizado que una mujer sea atendida por una matrona quechua o mapuche. ¿Nosotras, mujeres mapuches que parimos en las casas, no tenemos el derecho? Las políticas de salud que aplica Argentina para los pueblos originarios son políticas asimilacionistas, integracionistas, y no de reconocimiento de la diversidad cultural lingüística y religiosa indígena. Lo que se sostiene es que “ustedes tienen tanto derecho como nosotros a acceder al sistema público de salud”, pero nosotros respondemos que aquél no nos cura nuestras enfermedades, que queremos nuestros propios curadores.



–¿Y cuáles son esas enfermedades?
–Cada cultura produce su enfermedad. Por ejemplo, en nuestro caso, la imposibilidad de hablar la propia lengua. Cuando vos dejaste o te prohibieron hablarla, o a tus hijos en la escuela les prohibieron hablarla, les producen una cosa como que se le va el espíritu del cuerpo, deja de ser persona, no se puede manifestar. Eso le produce problemas de aprendizaje, de autoestima, enfermedades en el cuerpo. La misma enfermedad aparece cuando hay desalojo o desarraigo, cuando te pasaste de un territorio a otro porque te desalojaron, te quitaron el territorio o te invadieron y tus animales ya no pueden ir al río. El mapuche es en el territorio, si no, no es. Te sacaron del lugar y ya no podés ser por más que te manden al Hyatt.



–¿Eso pone en riesgo la vida?
–Sí. De hecho están los problemas de alcoholismo y de presión. Hay pila de suicidios entre mapuches. Mapuches viejos de 60 y pico de años que empiezan a ser alcohólicos de grandes o se suicidan. El año pasado, un tipo se ahorcó en una comunidad en Villa Pehuenia. Habían venido ya tres veces a desalojarlos. No lo soportó. Además en esos lugares están sus ancestros. Si te sacan de la tierra ni siquiera podés cuidar a tus padres, que es un mandato. Y la otra enfermedad típicamente mapuche es la enfermedad del espíritu, de necesitar una autoridad del sistema de salud tradicional, machi, yerbatero o matrona, y como no hay nadie que te guíe empezás a enloquecer. Eso pasó en Carmen de Patagones. Atinaron a mandarlos a psiquiatras; pensaban que sufrían de esquizofrenia…



–Que no resolvió el problema…
–Los categorizan como “vulnerables”, pobres, indios, negros, vagos, borrachos, alcohólicos. En realidad es un racismo constitucionalizado a nivel del Estado, donde se dice que algunos son “carentes” y que hay que darles cosas para que se parezcan a los otros, a los blanquitos, perfumados, rubios y profesionales que hablan bien inglés.



Pareciera una contradicción con el espíritu del Bicentenario.
–Lo único que hacen es ratificar una política de despojo del territorio. Lo que sucede es que si el Estado monocultural y monolingüe reconociera a esos otros culturales de hecho, tendría que hacer un proceso de revisión histórica acerca de qué pasó por esos territorios donde habitaban esos pobres; revisar por qué están tan pobres. En este Bicentenario, donde supuestamente hay que revisar el proceso de formación del Estado nacional, ¿qué hacemos los argentinos? Con el “conflicto del campo” volvemos a ratificar que este país es agroexportador. La escuela incorporó el portugués como lengua oficial. ¿Por qué no hemos incorporado una lengua indígena de las 14 que se hablan en nuestro territorio, como aymara, quechua o toba?



–¿Qué tiene entonces de diferente el Bicentenario?
–Nada. Canal 7 plantea una política de ratificación cultural, donde no hay otra diversidad que celeste y blanco, “y todos somos argentinos”. Nosotros, para ser argentinos hubo un par de millones que murieron. ¿Esa bandera argentina no tendrá una manchita de sangre? Bueno, nosotros tenemos memoria de que tiene varias, y no es que nos lo contaron, lo vivimos con nuestras propias familias, que tienen que ocultarse, no decir que son mapuches, teñirse de rubio para no parecer indios, vestirse como un occidental. Nosotros ya pasamos ese estadio del indígena llorón que pide al Estado que le tire unas migajas. A mí lo que me interesa es que me reconozcan como una cultura portadora de conocimiento, experiencia, riqueza, belleza. Estamos haciendo una propuesta para que este Estado se vista de todos los colores. Además siguen los mismos problemas con los malditos sojeros de la generación del ’80 que le hacen himnos a Roca y matan gente en nombre de la Patagonia. ¿No será la oportunidad de cambiar?.

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