Luis clava la mirada y le pega duro a la bolsa del Barracas Boxing Club, el gimnasio de la 21; un recto, un cross, dos ganchos, esquiva golpes de un rival imaginario y se saca la bronca. Toda. Toda la bronca. Finalizado el entrenamiento dirá que en otras épocas se hubiese sacado la mala onda pegándole a alguien, pero eso ya fue; ahora, al igual que otros chicos de su barrio, tiene un lugar para ir y descargarse, entre otras cosas.
El sueño de Luis era almorzar en esos restaurantes caros de Puerto Madero. Un mediodía fue y pidió una comida cheta de la que no se acuerda el nombre; le hubiese dado lo mismo si le traían puré o sopa. Ese día, entró al restaurante caro de Puerta Madero acompañado por Juan Román Riquelme. Una historia que se parece a esas que ocurren en los programas que cumplen sueños, pero ésta no tiene guión, no hay cámaras ni conductora de llanto trucho. Conoció a Riquelme yendo a los entrenamientos y pegaron onda. Román le preguntó qué quería hacer para su cumpleaños y fueron. Y los miraron. Y lo miraron a él con él y nadie entendía nada. Se despidieron y Luis se tomó un taxi de Puerto Madero hasta Iriarte y Luna, porque el taxista no quiso entrar a la villa, por más que viniera de comer una comida cheta con Riquelme. Eso fue lo más lindo en la vida de Luis.
Es alto y flaco y está vestido de Boca: pantalón largo, camiseta autografiada por Román y una visera. Es uno de los tantos pibes que desde que se enteró que podía practicar boxeo gratis y le daban vendas y guantes dejó un poco la calle y ahora, los días tienen menos horas para hacer nada. El gimnasio es de esos lugares sin necesidad de tener cosas lindas para ser maravilloso. Hay cinco bolsas, un cielo y tierra, un pitchbull, pesas y un ring que dan ganas de subir a probar suerte hasta con el más grandote. Todo a estrenar. En las paredes se pegaron afiches con las fechas de cumpleaños de los chicos y datos útiles para hacerse los análisis de sangre. En el equipo de música suena de todo. Cumbia, electrónica, tango, Luis Miguel, porque el objetivo también es difundir otros estilos, cosas que a lo mejor no son tan conocidas acá. Ayelén es psicopedagoga y la guía hasta el gimnasio; es morocha y usa esas polleras que llegan hasta el piso. Dice que “estuvo todo pensado para que ellos cuenten con todo lo que requiere alguien que aspira a ser boxeador profesional; lo que notás es que invitándolos, brindándole la posibilidad de aprender algo, ellos se copan”.
Profes y algo más. Lo del boxeo es, en realidad, una excusa. El objetivo principal de la actividad no es formar pugilistas, sino personas; primero se trabaja en el ser humano y después se verá si hay boxeador. Hay muchas mujeres entrenando. Una de trencitas y ojos pintados que está haciendo guantes con una amiga se acerca y grita: “Escribí que el profe es repiola”. Hay un pibe entrenando con un jean, otro con la camiseta del equipo de barrio, Barracas Central. Todos se saludan de la misma forma: primero con la mano y después, un choque de piñas, uniendo los nudillos de la mano de cada uno. Hoy el entrenamiento se basa en rutinas que los pibes van rotando. A la mayoría le gusta mirarse al espejo mientras transpira. La edad promedio anda por los 19 años.
–Es como que te adoptan y exigen de vos que seas personal para ellos. Es lo que no tienen en la casa. Es el límite que le ponés. Lo que aprendés en lugares como éste es a no quejarte de la vida, vos venís acá y olvidate de que lo tuyo sea un problema. Todo lo que vos me quieras decir no es ningún drama en comparación de lo que les pasa a los chicos de acá. Venir te cambia la filosofía de vida –dice Fabián Escalada, uno de los profes–.
Para él, éste es el laburo que más le gusta, y siente que además de un trabajo es comprometerse con la causa, poner su granito de arena. Antes de empezar a venir, sus familiares le preguntaron si sabía dónde se estaba metiendo. Debe ser por la estigmatización de los medios; cuando uno charla con maestros o profesionales que trabajan con pibes en situación de calle, de encierro o que viven en lugares con problemáticas de todo tipo, dicen que les encanta trabajar con ellos y que el respeto que reciben no se encuentra en otros contextos.
Acá sabe que no puede ni le gusta faltar. Cuenta que muchas veces los chicos lo llaman a las dos, o a las cuatro de la madrugada para pedirle una opinión porque están en un problema y recurren a él. Escucha a las mujeres que le relatan que no entrenan porque les vino o a pibes que fueron abusados.
Pero además de las piñas en el Barracas Boxing Club hay muchas iniciativas culturales que se desarrollan cada dos viernes. Las actividades suelen estar basadas en películas para después reflexionar sobre distintos temas. Se planea, también, empezar a leer cuentos de boxeo. Todo tiene que ver con el ring, si no los pibes mucho no se copan.
Después de cada entrenamiento se arma la mateada. En esos banquitos largos de madera se sientan todos, uno frente a otro, se traen galletitas de agua y se larga la charla.
El orgullo del Barracas Boxing Club. Cachilo tiene pinta, nariz y apodo de boxeador. Será el primero del gimnasio en sacar la licencia amateur. Es santiagueño y hace 20 años que vive en la villa, pero no se queja de la vida que le tocó, porque dice que no fue difícil para nada. A los 14 había entrenado un año en Huracán, pero dejó al tiempito por la escuela. Se enteró por un vecino del Barracas Boxing Club y se mandó a ver si le gustaba como antes. El mejor día de su vida fue hace poco, cuando en una exhibición del barrio todos le gritaban “dale Cachilo, pegá, tené cuidado”. Bajó del ring y todos los nenitos se le acercaban a saludarlo. Después de eso le pasó que un muchacho del barrio llegó al gimnasio diciendo que quería guantear con ese tal Cachilo, pero él no estaba.
Cuando trabajó, fue en el sector limpieza de una empresa. Ahora no lo hace; pero lo llaman para descargar camiones, le sirve como changa. Antes eran distintos los días de Cachilo. “Yo me iba temprano, volvía a comer al mediodía y después de nuevo salía a la calle. Es que no te aburrís nunca estando ahí: escuchás historias, siempre aprendés algo nuevo. Ahora cambié, llego al gimnasio a la una y me voy a las cinco a mi casa y después juego a la pelota a la noche”, cuenta.
Lo que le gusta a Cachilo de todo esto es que se concentra, que no piensa en otra cosa que no sea el boxeo, que se empezó a juntar con otra gente. Muchas veces le pasa que después de entrenar le preguntan qué hizo y él no se acuerda, de lo metido que estuvo en el boxeo, dice.
–Además de boxeador me gustaría ser profesor, dar clases en lugares como éste. Es muy difícil, acá hay familias que son siete u ocho personas y no tienen trabajo. Decí que están los comedores, ¿pero los sábados y domingos?. Yo antes llevaba a un nenito del barrio a mi casa para jugar con mi hija y él no se quería ir; me dijo que era porque en su hogar no comía nunca. Ese nene andaba todo el día en la calle y tenía cinco o seis años. Había tomado la leche, comido y se quería quedar. Sonríe cuando este cronista le dice que quizá mañana él aparezca en los diarios bajo el título de: “El campeón mundial que salió de la 21”.
Son las seis de la tarde y cierra el gimnasio. Afuera hay pibes por todos lados. Algunos andan en bici; allá al fondo se ven algunos jugando a la paleta, otros estarán por empezar un desafío de fútbol. Esto también pasa en la Villa 21, aunque no se muestre en los noticieros de América y Canal 9. Acá no vino nunca el periodista Facundo Pastor. Brilla el sol, abunda la tranquilidad, los vecinos se saludan, la gente del comedor trabaja para los que menos tienen, se hace deporte, vida en paz, se ven murales, arte. Nada que ver con los rótulos del barrio del miedo, de la villa más peligrosa del país. Hay paisajes bonitos también en este barrio. Uno nunca sabrá qué es concretamente qué hace atractivas a las personas y a los lugares, porque lo son. Debe ser por eso que uno entienda al hombre que ama a una mujer que al resto le parezca horrible. O también a esos locos que eligen ser hincha de equipos como Central Ballester o Midland. O sentir que el lugar más maravilloso del mundo puede estar en la Villa 21, con un tal Luis que le pega duro a la bolsa; un recto, un cross, dos ganchos, esquiva golpes de un rival imaginario y se saca la bronca. Toda la bronca.
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