La antropóloga María Epele, analiza el uso y abuso del paco en los barrios más vulnerables.
Por Raúl Arcomano
La irrupción del paco a fines de los ‘ 90 y su crecimiento exponencial a partir de 2001 inauguraron una nueva relación entre la sociedad argentina y las drogas. Lo dice María Epele a Miradas al Sur. Es investigadora del Conicet y del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. La investigadora sostiene que el carácter compulsivo de su consumo y su frecuente asociación con actividades ilegales confirman los supuestos ideológicos más conservadores de los vínculos entre pobreza y delito.
–¿Cuáles son esos supuestos?
–Esos supuestos ideológicos se sintetizan en la ecuación pobreza-droga-delito. Como si se tratara de una secuencia causal y lineal que explicaría de forma simple, por ejemplo, el problema de la inseguridad. Desde esta mirada se ve a la pobreza como un dominio de la escasez en la que florecen las miserias humanas, y se naturalizan procesos complejos como la mortalidad infantil, la tuberculosis, el VIH-Sida, y el uso de drogas. Esta fórmula ha guiado algunos discursos y políticas públicas. Investigar las articulaciones entre pobreza, drogas y salud desde la perspectiva antropológica supone interrogar las experiencias y realidades vinculadas al uso de drogas en su complejidad. Además, exige el desarrollo de argumentaciones que, integrando las perspectivas de los propios actores sociales, permitan esclarecer los modos en que las drogas, la pobreza, lo legal y lo ilegal, son vividos, actuados y simbolizados en poblaciones vulnerables y se articulan con los cambios económicos y políticos de las últimas décadas.
–¿El paco ayudó a instalar y fortalecer estigmatizaciones sobre la pobreza?
–La llegada del paco instaló a nivel masivo la relación de las drogas y pobreza como si fuera algo inédito y como causa explicativa de los más diversos y oscuros fenómenos sociales. Específicamente, el paco se constituyó como un problema social que es leído y entendido frecuentemente desde los discursos sobre la inseguridad. Y, por esta razón, termina confirmando los miedos y estereotipos sobre los jóvenes pobres.
–¿Qué papel cumplen los medios en reproducir esas estigmatización?
–Con la reapropiación acrítica de los términos zombies y muertos vivos de los barrios por parte de los medios de comunicación se ayuda a la estigmatización. Se cuestiona, en algún sentido, la cualidad humana de estos usuarios de drogas y, por lo tanto, se convierten en responsables del repertorio de acciones que despiertan miedo y terror de la población. Presentar el problema de la pasta base como una imagen de la relación de un joven con una pipa en un pasillo de la villa implica no sólo el ocultamiento.
–¿Las drogas son una problemática nueva en los barrios vulnerables?
–Para los habitantes de esos barrios la droga como problema no es nuevo. Por ejemplo, durante los ‘90 la mayoría de los usuarios de drogas por vía inyectable murieron de sida. Hubo muertes en cadena que en estos barrios no se olvidan. Sólo muy pocos especialistas pusieron el acento en esta tragedia y sus consecuencias para las comunidades. No se llevaron programas preventivos in situ en las mismas poblaciones en que la vulnerabilidad tenía lugar. En este sentido, los daños sociales de éste, como otros procesos de vulnerabilidad, enfermedad y muerte que padecen estas poblaciones, no han estado en las agendas como un problema social que requiere estrategias complejas de prevención, alivio y reparación. Aunque no es mi área de especialidad, me parece que para el abordaje de estos problemas se tendrían que tomar en consideración ciertos aprendizajes muy costosos, por ejemplo, y volviendo a la analogía con el sida, las consecuencias negativas del inicial “el sida mata”.
–¿Se puede considerar al paco una droga? Porque algunos grupos de reducción de daños consideran que ni siquiera se trata de un residuo de la producción de cocaína, como se suele afirmar.
–Desde la perspectiva antropológica, y reconociendo el problema de la incertidumbre sobre su composición y su alta toxicidad, el acento se deposita en que el paco es considerado como droga por las mismas poblaciones que lo consumen. Sin embargo, es necesario que se lleven a cabo estudios sistemáticos por parte de organismos oficiales para determinar su composición y sus variaciones en diferentes áreas geográficas. Esto sería una importante ayuda para determinar tanto los problemas de salud como los tratamientos adecuados para los usuarios.
–¿Por qué cree que se pone tanto el foco en el paco y no, por ejemplo, en el éxtasis?
–Posiblemente el énfasis en el paco se deba a que, de algún modo, el paco permite integrarlo a discursos de seguridad, que tienen relevancia para las clases medias y altas. Por otro lado, el paco en los sectores populares también inauguró discursos que hablan sobre formas (activas o pasivas) de aniquilación de los jóvenes pobres. Es decir, el paco termina simbolizando fronteras, márgenes, una fractura social. No sólo otros tipos de consumo de drogas ilegales quedan desdibujados frente a la alta exposición de la pasta base y de sus usuarios, sino también prácticas abusivas de uso de drogas legales, en clases medias, jóvenes y adultos que tienen amplias consecuencias para la salud y bienestar de las poblaciones.
–¿Cuáles son “las drogas para pobres”, como usted las denomina?
–Las prácticas de consumo más frecuentes en poblaciones vulnerables son el alcohol, los psicofármacos, la cocaína, el residuo de pasta base de cocaína (paco), la marihuana y algunos medicamentos vinculados o derivados a los opiáceos. El deterioro de la calidad y la elevada toxicidad de estas drogas han venido teniendo amplias consecuencias en el estado de salud de sus usuarios.
–¿Qué relación tuvo el neoliberalismo con el fuerte incremento del consumo de drogas en poblaciones vulnerables argentinas? ¿Sucedió lo mismo en el resto de Latinoamérica?
–Ese crecimiento en Argentina y en otros países está relacionado con la importancia del consumo y de las modificaciones estructurales en el trabajo y la producción que el neoliberalismo supone. En este sentido, la dependencia no se da sólo en relación a sustancias particulares, sino a prácticas y estrategias de subsistencia que son vividas como abusivas. Así, dependencia y abuso se convierten en coordenadas de lectura de las experiencias de la vida cotidiana.
–¿Cómo cree que se puede contrarrestar esta situación?
–No hay recetas mágicas ni instantáneas. Ni voy a decir algo novedoso. En este campo como en cualquier problema de poblaciones vulnerables se requiere de inversión de recursos materiales y humanos, reconstrucción de redes sociales, diálogos entre saberes expertos y populares, y políticas sostenidas por tres o cuatro generaciones que son las que llevaron a la situación actual. La legislación tiene que formar parte de un proyecto general y a mediano plazo. La lección aprendida hasta ahora es que aquellas acciones y políticas que en lugar de construir y reconstruir terminan participando en la producción de procesos de escalada de violencia y de vulnerabilidad, vuelven. Y retornan en un tiempo corto profundizando la brecha social, aumentando la complejidad de los problemas y del sufrimiento social para toda la población.
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