En su flamante libro Modernismo después de la posmodernidad, el ensayista Andreas Huyssen destaca el retorno de la modernidad en los debates vigentes sobre la globalización. Dice que es un significante clave para aquel que intente comprender “de dónde venimos y adónde vamos”.
¡Ah, las viejas preguntas, las viejas respuestas, nada hay como ellas! Andreas Huyssen recuerda esta frase de uno de los personajes de Beckett en la introducción de Modernismo después de la posmodernidad (Gedisa). Este gesto preliminar, con un atisbo de provocación, certifica la partida de defunción del posmodernismo en el discurso crítico y anticipa el retorno de la modernidad en los debates vigentes sobre la globalización. Pero la cita beckettiana, por lo menos agitadora, se complementa o refuerza con el “espíritu” que atraviesa los ensayos de su nuevo libro. “Bienvenidos de nuevo a una idea –proclama el autor–, frase que nunca se debió echar al cubo de la basura de la historia, como sucede en tantos discursos académicos actuales.” El crítico cultural y literario alemán intenta demostrar que la modernidad y el modernismo, con todas sus complejidades históricas y geográficas, siguen siendo unos significantes clave para quienquiera que pretenda comprender “de dónde venimos y adónde vamos”. Y lo hace a través de un puñado de artículos sobre la nostalgia de las ruinas, las obras de Guillermo Kuitca y Doris Salcedo, las zonas grises del recuerdo en el escritor alemán W. G. Sebald, la política de la memoria tal como se manifiesta en los objetos culturales y la relación entre historia y memoria –”sistema nervioso central” en su obra–, entre otros temas.
Visitante reincidente, Huyssen está una vez más en Argentina para presentar su libro y reflexionar sobre derechos humanos y políticas de la memoria. En uno de los ensayos, Usos y abusos del olvido, plantea que en la cultura contemporánea, afirmada como está con la memoria y los traumas sobre el genocidio y el terrorismo de Estado, el olvido tiene “mala” prensa. Pero el crítico alemán está lejos de postular el olvido lisa y llanamente, por si algún distraído intenta llevar agua para el molino de sus diatribas. “Una sociedad sin memoria es un anatema”, destaca en las primeras líneas de este ensayo en el que, aplicando la tentativa de Paul Ricoeur de definir los diversos modos de olvido, analiza la memoria del terrorismo de Estado en la Argentina y la memoria de los bombardeos a las ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. El español de Huyssen se activa automáticamente cuando pronuncia palabras medulares como desaparecidos, terrorismo de Estado, familiares y madres, entre otras. De tanto en tanto, anota en unas hojas sueltas “la tarea para el hogar”, ítems de alguna de las preguntas de Página/12, como el rol de la justicia y su relación con la memoria y el olvido, cuestiones sobre las que está investigando y escribiendo.
Para despejar alguna que otra esporádica nube en el cielo de dudas, el argumento de Huyssen es que “la memoria política en sí no puede funcionar sin el olvido”. Argentina le sirve de ejemplo para ilustrar este complejo mecanismo. “Desde el fin de la dictadura militar, la lucha intensa por los derechos humanos demostró ser eficiente y eficaz. Pero en el largo plazo se sacrificó la precisión histórica sobre los hechos. En una primera etapa, la de los años ’80 y también parte de los ’90, algunas dimensiones políticas de la guerrilla urbana en los ’70 no fueron directamente olvidadas, pero sí evadidas para crear un discurso que criminalizara el terrorismo de Estado, y que a su vez permitiera bloquear la violencia de la guerrilla montonera, que desde luego no es comparable con la violencia ejercida desde el Estado”, aclara el crítico alemán. “No se hablaba de la violencia de la guerrilla en el plano narrativo para poder establecer la figura del desaparecido como víctima inocente del terrorismo de Estado. El olvido de la dimensión política de los desaparecidos, necesario para derrotar el argumento de la defensa de los militares, omitía del relato las filiaciones políticas individuales.”
En la Alemania posterior a la II Guerra Mundial también hubo una construcción de silencio alrededor de los bombardeos en las ciudades alemanas para que el Holocausto fuera una responsabilidad alemana. “Se construyó ese silencio para que emergiera la responsabilidad alemana –explica Huyssen–. En los años ’50 hubo una comparación entre los bombardeos de los aliados y el Holocausto. Los bombardeos a las ciudades alemanas eran señalados como una suerte de ‘terror aliado’, pero este discurso era mucho más fuerte en Alemania oriental que en occidental, que entraba en la OTAN y tenía lazos más estables con los antiguos aliados.”
–¿Por qué cree que fue un escritor, Sebald, el que recuperó la cuestión de los bombardeos que había sido omitida dentro de la construcción de la memoria histórica alemana?
–Lo que importa, más allá de que haya sido Sebald, es que en los años ’90 el Holocausto fue reconocido en todas sus dimensiones por la Alemania unificada, por el gobierno y la clase política. El símbolo de ese reconocimiento fue justamente el Memorial de Berlín, a través del cual el Estado asumía su plena responsabilidad. Ese reconocimiento permitió que pudiera aparecer la cuestión del sufrimiento de los propios alemanes durante la II Guerra, sufrimiento que fue articulado a partir de un reconocimiento más amplio. El discurso de la memoria en la Argentina se articuló alrededor de los familiares de las víctimas; en Alemania también hay algo interesante en este sentido. La generación actual de los abuelos, los padres de mi generación, no pudo hablar sobre los bombardeos aéreos con nosotros. Pero sí pudo hacerlo con sus nietos, que volvieron a preguntar. Mi generación no preguntaba, no quería escuchar nada sobre ese tema. No se hablaba en los años ‘50 del uso político de los bombardeos por parte de los sectores conservadores. Se había producido una suerte de competencia entre distintas memorias: una memoria conservadora, que se enfocaba directamente sobre los bombardeos, y la memoria del Holocausto.
–Uwe Timm en “Tras la sombra de mi hermano” plantea que en Hamburgo se hablaba de los bombardeos, pero que después de la guerra esos relatos, contados una y otra vez, rebajaban el horror original y lo transformaban en un espectáculo “entretenido”. ¿El silencio sobre los bombardeos se produjo también por una “normalización” del horror?
–Yo crecí en los años ’50 en Dusseldorf y jugaba en las ruinas de los edificios. Recuerdo muy bien cómo nuestros padres nos decían que no fuéramos a jugar a esos lugares, que eran peligrosos. Sin embargo, para nosotros tenía un atractivo jugar ahí, aun sabiendo que había bombas que podían estar no detonadas. No tengo recuerdos tempranos en cuanto al discurso político, pero mis padres no hablaban sobre los bombardeos. Hamburgo fue un caso especial; es una pregunta interesante porque la respuesta varía de ciudad en ciudad. Cuando los bombardeos comenzaron, yo tendría dos o tres semanas y mi madre me sacó de Dusseldorf y me llevó al campo. Hay un libro interesante de Jörg Friedrich, Der Brand (que se podría traducir como “El fuego”), un texto fundamental sobre los bombardeos aéreos, a punto tal que el autor terminó hablando en varios programas de televisión. Este libro fue publicado exactamente en el momento en que Estados Unidos invadió Irak; por lo tanto el contexto fue especial. En el discurso de la memoria alemana hubo una yuxtaposición de imágenes televisivas donde los bombardeos en Irak se superponían con los bombardeos a las ciudades alemanas. En las mentes de muchos alemanes la diferencia entre pasado y presente podría ser en cierta medida reducida o anulada por esas imágenes.
–Usted señala que los trabajos de Sebald y Friedrich pueden haber alterado la cultura de la memoria alemana de forma irreversible. ¿Se refiere sólo al lugar que empezaron a ocupar los bombardeos aéreos o va más allá de este tema?
–Simplemente lo que quiero decir es que habíamos llegado a un punto en que la oposición entre la memoria del Holocausto y la memoria de los bombardeos había perdido sentido. Ya no se podía usar más el discurso de los bombardeos sobre las ciudades alemanes como una apología de lo que habían hecho los alemanes. Aunque haya una pequeña minoría que pueda servirse todavía de ese argumento, la opinión pública alemana tiene un intenso nivel de reconocimiento del Holocausto como para que ese tipo de discurso pueda perturbarla.
–En uno de sus ensayos recuerda los tres tipos de olvidos que estableció Paul Ricoeur. ¿Para que haya olvido es necesaria la intervención de la Justicia? No queda claro en esa tipología de qué modo opera, si es que opera, la Justicia.
–No creo que Ricoeur se plantee la pregunta por la justicia de manera fuerte. Voy a responder de una manera indirecta a la pregunta. Hubo una dimensión pública de la memoria en los ’90, incluso en los primeros años del 2000, en que el discurso de la memoria estuvo separado del discurso sobre la justicia y los derechos. Esta escisión es extraña porque en el ámbito académico la memoria está más ligada a los estudios culturales y literarios, mientras que la Justicia está ligada a las ciencias sociales, a la teoría política y al derecho. Tu pregunta es correcta porque en el ensayo no trato directamente la cuestión de la justicia. Con posterioridad a la publicación de este libro, he comenzado a trabajar el vínculo entre memoria y el discurso internacional de los derechos humanos porque creo que el discurso de la memoria y el discurso de los derechos humanos tienen fortalezas y debilidades, y en cierta medida vincularlos puede ser complementario. La separación conceptual entre memoria y justicia es problemática. Pero más allá de esta separación conceptual, más allá del accionar de la Justicia –que nunca puede ser total, nunca se va a poder enjuiciar a todos los responsables–, quienes sufrieron las consecuencias de la violencia estatal no podrán olvidar. La Justicia no habilita directamente el olvido de ese sufrimiento. La memoria del pasado debe mantenerse, aunque la Justicia pueda ser lograda. No se puede pensar que habrá una redención final con el logro de la Justicia. Redención es un término teológico; por lo tanto, en mi caso en particular, creo que el cumplimiento de la Justicia no tiene que ver con una redención posterior de la memoria.
–Si la dupla memoria y justicia es problemática, ¿más problemática es justicia y olvido?
–Sí, efectivamente justicia y olvido tienen una relación problemática. Pero más allá de que la Justicia pueda otorgar una satisfacción o que pueda reconfortar a quienes sufrieron directamente violaciones a los derechos humanos o a los familiares, eso no significa que la Justicia va a absolver a una sociedad. La Justicia argentina no absuelve a la sociedad de su propia responsabilidad durante la dictadura. En general se distingue entre víctimas y victimarios, pero hay que introducir una tercera distinción: la idea del beneficiario. Hay quienes se benefician de las violaciones a los derechos humanos y no son meramente espectadores imparciales, sino beneficiarios directos. En el caso de los países latinoamericanos, como Chile o Argentina, la violación a los derechos humanos benefició a las políticas del Consenso de Wa-shington y las políticas neoliberales.
–La relación entre historia y memoria se ha convertido en una manzana de la discordia. Un ejemplo serían los intensos debates políticos, jurídicos y culturales sobre la Guerra Civil y el régimen franquista en España. ¿Qué podría agregar sobre esta cuestión ahora que fue suspendido el juez Baltasar Garzón?
–No estoy al tanto de la coyuntura política actual de España. Sí puedo decir sobre la Ley de la Memoria Histórica que tengo cierto escepticismo, en el sentido de que dudo de que sea posible legislar sobre la memoria histórica. Admiro lo que ha hecho Garzón porque logró movilizar y hacer viajar el discurso de la memoria histórica y la justicia desde España hacia América latina. Sería interesante preguntarse en qué medida la intervención del juez Garzón en el caso de Pinochet aceleró los debates que surgieron en España sobre el propio pasado franquista. Podríamos hablar de una especie de boomerang en el que ese discurso de la justicia va y viene. Lo interesante del caso español es que hay que tener en cuenta el tiempo que pasó hasta que se pudo volver a debatir sobre los crímenes del franquismo. Las fuerzas militares tras la muerte de Franco seguían siendo muy fuertes. Por lo tanto no hubiera podido ser posible construir un discurso acusatorio de la manera de actuar del franquismo como sí hubo en la Argentina respecto del terrorismo de Estado.
Huyssen acomoda sus pequeñas anotaciones y promete regresar a Buenos Aires con un nuevo libro bajo el brazo. Una frase de Nietzsche, que el alemán recuerda en uno de sus ensayos, queda rebotando en el aire: “Sólo lo que no deja de herir permanece en la memoria”.
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