lunes, 5 de marzo de 2012

MUJERES ADICTAS Y OCULTAS


Si bien el procesamiento químico de las sustancias psicoactivas es diferente en los hombres, los tratamientos para recuperarse de las adicciones no contemplan este contraste y son uniformes. ¿Por qué?
Por Soledad Lofredo
La experiencia de las mujeres en el consumo de sustancias psicoactivas es muy distinta a la de los varones.” Así de concreto comienza el informe de la Unidad de Seguimiento de Políticas Públicas en Adicciones (Usppa) que presentó, semanas atrás, la diputada porteña de la Coalición Cívica Diana Maffía ante la Legislatura. “El ocultamiento de las mujeres en el consumo de sustancias psicoactivas” es la investigación más completa que existe en nuestro país sobre el tema. “Claramente, el problema de ocultamiento se produce cuando no se tienen en cuenta las diferencias”, explica la licenciada Patricia Colace, directora de la Usppa.Según los datos más relevantes del informe, las mujeres poseen una biología que experimenta diferentes capacidades de absorción y procesamiento químico de las sustancias. A nivel psíquico, son distintas las motivaciones y disparadores del consumo, así como la percepción del riesgo de cada sustancia y el estado de vulnerabilidad frente a ellas. “Son claramente diferentes sus hábitos de consumo y las conductas que despliegan durante el mismo. También son muy distintos los costos familiares y sociales que ‘pagan’ por tener una adicción; son superiores las restricciones que tienen para acceder y permanecer en tratamiento; son mayores los índices de mortandad comparados”, aclara.Sin embargo, “invisibilidad” de la mujer tampoco sería el término correcto para referirse a esta situación: “Aunque sea útil como primera aproximación a la cuestión, no es rigurosamente exacto al referirse a la Argentina, ya que científicos y analistas sociales, desde organizaciones internacionales de máximo prestigio, vienen advirtiendo hace muchos años de este desbalanceado estado de situación e instando a un cambio de paradigma y actitud. Parece más adecuado definirlo como un ‘ocultamiento’: las mismas instituciones que permanecen inactivas frente a la situación sanitaria desigual de las mujeres son quienes proporcionan los datos que la demuestran”, cuenta Colace. Para la Unidad, cuestiones relacionadas mayoritariamente con la ausencia de un enfoque de género han entorpecido el desarrollo de una asistencia diferencial al decantarse por una investigación científica y una clínica estereotipada, donde la mayoría de los sujetos estudiados son hombres. “La ‘norma’ –en la que luego se basan diagnósticos y terapias– está demasiado sesgada por lo masculino, como para resultar efectiva en las mujeres. Esto se observa –quizá con mucha más claridad que en otros ámbitos de asistencia– en el tratamiento de las adiciones”, marca el informe.“Es decir: si los tratamientos tomaran en cuenta las diferencias biológicas, la actitud frente al consumo, las diferencias culturales y sociales, los diferentes roles asignados por la sociedad, la disponibilidad de horarios, y muchas otras diferencias y miradas, estaríamos hablando de un abordaje con enfoque de género, pero las cosas no suceden así. Se realizan de igual modo sin tener en cuenta esos factores. Sumado a que las estadísticas, en muchas oportunidades, se toman en población masculina y se hacen generalizaciones”, amplía la directora de la Usppa.Para Carlos Damín, jefe de Toxicología del Hospital Fernández y director Médico Científico de la Fundación para la Asistencia e Investigación Toxicológica y de Hábitat (Faith), también hay diferencias entre los cuerpos de un hombre y una mujer. “Unos tienen más protección que otros, menos o más riesgos. Sin embargo, no creo que los tratamientos deban ser diferentes entre hombres y mujeres, porque las repercusiones son homólogas y también porque el tratamiento debe ser personalizado donde se incluye cada cuestión de cada persona, para que se pueda actuar sobre eso”, asegura.Las proporciones –en crecimiento– que arroja Damín también son contundentes: hace 15 años, el consumo de cocaína en hombres era de 75 por ciento, y 25 para las mujeres. Hoy, la brecha se acortó: 65 y 35 por ciento, respectivamente. Y la edad de consumo, que promediaba en los 30, 35 años, bajó hasta los 25.“El peso social que hay sobre la mujer es lo que más influye en el tema de la visibilidad”, aclara. “Hay muchas mujeres que toman grandes cantidades de alcohol, pero en sus casas o en lugares más privados. Lo hacen menos evidente porque no está bien visto. En cambio, hay más tolerancia y aceptación social respecto del consumo de psicofármacos, y dato clave es que las mujeres son más consumidoras. Tomar una pastilla para dormir, para descansar o para tranquilizarse forma parte de esa aceptación por parte de la sociedad”, sentencia.Números de género. Según datos relevados por la Usppa, en nuestro país la marihuana se ubica en el tercer lugar de consumo, con una tasa del 8,9%, y luego la cocaína, con el 3,4%. La primera es mayormente consumida por hombres. El 18,9 % dice que consumió por lo menos una vez en su vida, la mayoría en la franja que va de 19 a 34 años de edad. Otro de los datos a tener en cuenta es que el consumo de psicofármacos tiene un corte específico por sexo: las mujeres consumen más tranquilizantes y los hombres más estimulantes.“A pesar de la profusa bibliografía científica y sociológica señalando las diferencias, los errores metodológicos cometidos en las investigaciones y la urgente necesidad de realizar estudios y tratamientos diferenciales para hombres y mujeres con consumo abusivo de sustancias psicoactivas, son muy pocos los países que han puesto atención a la cuestión y que comienzan –lentamente– a implementar políticas de atención basadas en el reconocimiento y la consideración de las diferencias de género”, aclaran desde la Unidad. “Las organizaciones mundiales de salud y de monitoreo de las adicciones instan desde hace años a los gobiernos para que adopten criterios que permitan reparar este error y tomar el camino correcto. Sin embargo, la necesidad de nuevas inversiones, de un cambio de criterios por parte de funcionarios y profesionales de la salud, sumados al generalizado desconocimiento de la población respecto de este problema y a los fuertes prejuicios basados en antiguos estereotipos, entorpecen la realización de las acciones necesarias”, concluye Colace.

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