Factótum de la mítica Radio Bangkok, volvió al éter y expondrá sus pinturas. Piedra libre a los “progres” del medio: “Dicen cualquier cosa y se van en sus autos polarizados”.
Por Bruno Lazzaro
Fue uno de los responsables de transformar a finales de los ’80 la radio de frecuencia modulada a través de su alter ego Douglas Vinci, en Radio Bangkok. Sin embargo, Carlos Masoch –su verdadero nombre– nunca descuidó su auténtica pasión: la pintura. Mientras apela a su personaje todas las noches, junto a Martín Ciccioli, en Siguiendo la Luna –Radio del Plata–, se prepara para llevar adelante su nueva muestra Ver para creer –a partir del 12 de marzo en Galería Enlace, Guido 1725–.
En el mundo de Masoch hay figuras con una careta de mujer que no se dejan ver más allá de su marcado rímel. Personas que ocupan lugares que podrían ser de otros pero que, por conveniencia o decisión, se hacen propios. Una búsqueda vana situada en un contexto religioso siempre presente. “En la religión, como en otros lugares, se oculta un grado de perversión que es muy difícil de llevar. La muestra trata sobre eso: cuando ves, ves. No hay nada más. Es tan simple que muchos no lo pueden observar”, asegura el artista.
–¿En qué ámbito conoció esa careta?
–La careta está en todos lados. La viví de cerca en los medios, donde la guita es todo. Pero la vida tiene otros atributos. Por eso elegí otro camino. Hay una gran persistencia en el dinero y en la fama. La fama te trae dinero, pero el dinero trae la impunidad. Todo tipo que es famoso y tiene dinero puede decir cualquier cosa. ¿Qué autoridad moral tiene Susana Giménez para decir lo que dijo? Ninguna. Entonces, el medio provoca eso. Y así aparecen mitómanos con una adolescencia eterna que se muestran “progres”, dicen cualquier cosa y después se van en sus autos con vidrios polarizados.
–¿Se refiere a Pergolini?
–Correcto. Entre otros. El menemismo hizo muchos estragos. Hay muchos tipos que paradójicamente crecieron en esa época y sacaron grandes dividendos de los ’90.
–¿Se considera un artista?
–Soy un laburante, para mí la mano que escribe es igual a la mano que ara, como decía Rimbaud. A tientas soy un artista, porque casi no veo. Y Ver para creer tiene que ver con eso. Con lo que ven los demás. A mí en el colectivo me preguntan: “¿Vos sos Douglas Vinci? ¿Qué hacés viajando en colectivo?”. Y qué voy a hacer. La gente tiene una idea de la fama que es muy perversa. Cree que por haber laburado en tal lado, tenés guita. Y nada que ver. Tengo más fama que dinero.
–¿Fue una elección?
–Yo elegí este concepto, este tipo de vida. Lo más importante que tengo es lo que pienso, mi libertad. Lo que quiero hacer de mi vida. Entiendo que hay rutas, pero a mí hay cosas que no me caben.
–En sus pinturas las imágenes populares tienen un papel preponderante. ¿A qué se debe?
–Colecciono estampitas de santos desde chico. Toda esa cosa de raigambre popular me gusta desde lo gráfico. Y yo hice durante muchos años gráfica, tapas de discos. Vengo de la polución visual y eso me gusta. Por otro lado está relacionado con cosas que me son afines como la comunión, ya que fui un niño de iglesia.
–O sea que su personaje de Douglas Vinci tiene un background personal.
–Mi primera militancia la hice en la Iglesia. Después me hice peronista. Pero provengo de una familia de radicales católicos donde te tenías que casar y los chicos tenían que ir a la iglesia. La política me empezó a entusiasmar desde la Iglesia. La teología de la liberación, el padre Mugica, toda esa línea de pensamiento de los ’70. Todavía sigo siendo un romántico. No tengo dudas de que un mundo mejor es posible, y que los únicos privilegiados deberían ser los niños.
–¿Qué lugar ocupó la pintura en su niñez?
–Era mi salida. Nací en un conventillo de Chacarita en el que había mucha violencia, mucho alcohol, mucho fútbol y la gente se peleaba en la esquina. Por suerte no perdí la capacidad de juego. Me sigo arriesgando ya que además de tener adoquín, me quemé los ojos leyendo. No tuve secundaria pero fui como un autodidacta. Descubrí a los 12 a Rimbaud y me cambió el mundo. Los poetas franceses, los argentinos, Cortázar, la música rock, la emancipación, los hippies, el pelo largo, el marxismo, la revista Planeta y Ray Bradbury. Ese cóctel es lo que soy.
–Pasaron veinte años de la última emisión de Radio Bangkok en Rock and Pop. ¿Cree que ese estilo podría repetirse en la actualidad?
–Para nada. Ya que para que eso suceda debería haber una ruptura. Ahora todo es más o menos lo mismo. Y cuando no es lo mismo, la gente trata de agradar porque agradar es parte del sistema. Y cuando no agradan, se hacen los izquierdistas o revolucionarios o los progres, como Fernando Peña. Hay un grado de honestidad en desventaja. En la Argentina la media se midió hacia abajo. Pero no hay que bajar el hombre al nivel del arte sino subir al hombre al nivel del arte.
–En los ’90 condujo Fanáticos del aire, uno de los programas más disparatados de la televisión. ¿Cómo analiza el medio a la distancia?
–Es muy bueno esto de que ahora los intelectuales piensan para la tele. La filosofía se enseña en la tele. Pero hay otros que se dieron cuenta de que en la televisión la gente quiere ver culos. No tengo los patitos muy alineados, pero esto de “Mandá culo al 2020”, para recibir imágenes en tu celular, me lo tuvieron que explicar varias veces. Sospecho que soy muy ingenuo. Pero elegí ser así.
Fue uno de los responsables de transformar a finales de los ’80 la radio de frecuencia modulada a través de su alter ego Douglas Vinci, en Radio Bangkok. Sin embargo, Carlos Masoch –su verdadero nombre– nunca descuidó su auténtica pasión: la pintura. Mientras apela a su personaje todas las noches, junto a Martín Ciccioli, en Siguiendo la Luna –Radio del Plata–, se prepara para llevar adelante su nueva muestra Ver para creer –a partir del 12 de marzo en Galería Enlace, Guido 1725–.
En el mundo de Masoch hay figuras con una careta de mujer que no se dejan ver más allá de su marcado rímel. Personas que ocupan lugares que podrían ser de otros pero que, por conveniencia o decisión, se hacen propios. Una búsqueda vana situada en un contexto religioso siempre presente. “En la religión, como en otros lugares, se oculta un grado de perversión que es muy difícil de llevar. La muestra trata sobre eso: cuando ves, ves. No hay nada más. Es tan simple que muchos no lo pueden observar”, asegura el artista.
–¿En qué ámbito conoció esa careta?
–La careta está en todos lados. La viví de cerca en los medios, donde la guita es todo. Pero la vida tiene otros atributos. Por eso elegí otro camino. Hay una gran persistencia en el dinero y en la fama. La fama te trae dinero, pero el dinero trae la impunidad. Todo tipo que es famoso y tiene dinero puede decir cualquier cosa. ¿Qué autoridad moral tiene Susana Giménez para decir lo que dijo? Ninguna. Entonces, el medio provoca eso. Y así aparecen mitómanos con una adolescencia eterna que se muestran “progres”, dicen cualquier cosa y después se van en sus autos con vidrios polarizados.
–¿Se refiere a Pergolini?
–Correcto. Entre otros. El menemismo hizo muchos estragos. Hay muchos tipos que paradójicamente crecieron en esa época y sacaron grandes dividendos de los ’90.
–¿Se considera un artista?
–Soy un laburante, para mí la mano que escribe es igual a la mano que ara, como decía Rimbaud. A tientas soy un artista, porque casi no veo. Y Ver para creer tiene que ver con eso. Con lo que ven los demás. A mí en el colectivo me preguntan: “¿Vos sos Douglas Vinci? ¿Qué hacés viajando en colectivo?”. Y qué voy a hacer. La gente tiene una idea de la fama que es muy perversa. Cree que por haber laburado en tal lado, tenés guita. Y nada que ver. Tengo más fama que dinero.
–¿Fue una elección?
–Yo elegí este concepto, este tipo de vida. Lo más importante que tengo es lo que pienso, mi libertad. Lo que quiero hacer de mi vida. Entiendo que hay rutas, pero a mí hay cosas que no me caben.
–En sus pinturas las imágenes populares tienen un papel preponderante. ¿A qué se debe?
–Colecciono estampitas de santos desde chico. Toda esa cosa de raigambre popular me gusta desde lo gráfico. Y yo hice durante muchos años gráfica, tapas de discos. Vengo de la polución visual y eso me gusta. Por otro lado está relacionado con cosas que me son afines como la comunión, ya que fui un niño de iglesia.
–O sea que su personaje de Douglas Vinci tiene un background personal.
–Mi primera militancia la hice en la Iglesia. Después me hice peronista. Pero provengo de una familia de radicales católicos donde te tenías que casar y los chicos tenían que ir a la iglesia. La política me empezó a entusiasmar desde la Iglesia. La teología de la liberación, el padre Mugica, toda esa línea de pensamiento de los ’70. Todavía sigo siendo un romántico. No tengo dudas de que un mundo mejor es posible, y que los únicos privilegiados deberían ser los niños.
–¿Qué lugar ocupó la pintura en su niñez?
–Era mi salida. Nací en un conventillo de Chacarita en el que había mucha violencia, mucho alcohol, mucho fútbol y la gente se peleaba en la esquina. Por suerte no perdí la capacidad de juego. Me sigo arriesgando ya que además de tener adoquín, me quemé los ojos leyendo. No tuve secundaria pero fui como un autodidacta. Descubrí a los 12 a Rimbaud y me cambió el mundo. Los poetas franceses, los argentinos, Cortázar, la música rock, la emancipación, los hippies, el pelo largo, el marxismo, la revista Planeta y Ray Bradbury. Ese cóctel es lo que soy.
–Pasaron veinte años de la última emisión de Radio Bangkok en Rock and Pop. ¿Cree que ese estilo podría repetirse en la actualidad?
–Para nada. Ya que para que eso suceda debería haber una ruptura. Ahora todo es más o menos lo mismo. Y cuando no es lo mismo, la gente trata de agradar porque agradar es parte del sistema. Y cuando no agradan, se hacen los izquierdistas o revolucionarios o los progres, como Fernando Peña. Hay un grado de honestidad en desventaja. En la Argentina la media se midió hacia abajo. Pero no hay que bajar el hombre al nivel del arte sino subir al hombre al nivel del arte.
–En los ’90 condujo Fanáticos del aire, uno de los programas más disparatados de la televisión. ¿Cómo analiza el medio a la distancia?
–Es muy bueno esto de que ahora los intelectuales piensan para la tele. La filosofía se enseña en la tele. Pero hay otros que se dieron cuenta de que en la televisión la gente quiere ver culos. No tengo los patitos muy alineados, pero esto de “Mandá culo al 2020”, para recibir imágenes en tu celular, me lo tuvieron que explicar varias veces. Sospecho que soy muy ingenuo. Pero elegí ser así.
"Y cuando no agradan, se hacen los izquierdistas o revolucionarios o los progres, como Fernando Peña. "
ResponderEliminarUHHHHHHHHHHHHHHH!
(Que palito tan cierto, macaya!)