ENTREVISTA A LOS ARTISTAS CALLEJEROS NORTEAMERICANOS RON ENGLISH Y JEREMY FISH
English es considerado uno de los padres del street art, mientras que Fish es de los ilustradores urbanos más prolíficos de la generación siguiente. “El arte contemporáneo está muy influido por lo que pasa en la calle”, afirman.
Por Gustavo Ajzenman
“Todo arte callejero es una expresión política, aunque la intención del autor no sea necesariamente hacer política”, afirma Ron English, quien llevó su pintura a las paredes más emblemáticas del mundo: desde el Checkpoint Charlie, en la Berlín de la guerra fría, hasta el muro de separación del West Bank, en Palestina (junto con figuras como Banksy y Swoon). English es considerado una especie de padre fundador del street art, que conoció y sobrevivió tanto a Jean-Michel Basquiat como a Keith Haring en la escena neoyorquina de los ’80. Junto a él, Jeremy Fish se mueve como un admirador más, aunque él mismo sea uno de los más prolíficos autores de la siguiente generación de ilustradores urbanos. “El arte contemporáneo está muy influido por lo que pasa en la calle”, completa. Los dos artistas llegaron a Buenos Aires para presentar su obra durante todo el fin de semana en la quinta edición del festival Puma Urban Art, donde también exhibirán muralistas y graffiteros locales.La obra de English está íntimamente emparentada con el arte pop. Explora las posibilidades que le ofrece la cultura de masas para crear objetos nuevos, pero siempre desde una perspectiva crítica (esculturas del payaso Ronald McDonald o el tigre Tony excedidos de peso y un Mickey Mouse con una máscara de gas son de sus piezas más reconocidas). Sus primeros trabajos en la década del ’80 consistieron en “vandalizar” carteles publicitarios: “Al principio lo hacía porque eran enormes lienzos gratuitos para pintar, pero luego me di cuenta de que era una muy buena manera de dejar un mensaje político”, rememora.Mientras evolucionó hacia las esculturas, juguetes y piezas decorativas, nunca dejó de intervenir paredes. Una de las últimas fue el muro que colocó George W. Bush en la frontera entre México y Estados Unidos. “Los paredones que se hicieron para separar a la gente son como un imán para los artistas”, sostiene. Recuerda que fue un trabajo complejo: casi toda su superficie es un cerco de metal y la única parte apta para ser pintada está rodeada por puestos de control, por lo que optó por diseñar posters que pudieran ser pegados en cinco minutos entre patrullajes. “A los políticos no les importa si lo que hacen afecta a la gente, hasta que se genera cierta presión social para cambiar las cosas. El arte ayuda a darle una narrativa a esa presión, una historia. La gente subestima el poder de lo visual”, resume English.Huir de la policía, pintar rápido antes de ser descubierto y dejar un mensaje, aunque sólo sea para decir “la ciudad también es de los artistas”, está en los genes de la pintura urbana, pero no la define. Fish no pinta paredes ajenas desde su adolescencia en los ’80. “Si uno va a romper la ley todos los días, y luego ser golpeado y perseguido, tiene que ser un tipo duro. Yo fui a la cárcel una sola vez y esa experiencia me sirvió para darme cuenta de que no soy un tipo duro”, explica. “Le tengo mucho respeto a ese mundo, pero participo como amateur, no como profesional”, agrega.“El arte urbano ahora es una forma de abarcar y explicar los cambios que experimentó el arte contemporáneo que tomó elementos del graffiti, el skate y el hip hop. Si es ilegal, es un gra-ffiti, y si no, es un mural, pero todo es arte urbano”, dice Fish. No sólo en eso su trayectoria es distinta de la de English: comenzó pintando en la calle, fue a la escuela de arte en San Francisco y trabajó de ilustrador en un negocio de skates en Nueva York. “Esa experiencia fue la que más hizo crecer, más que los graffiti o que la formación académica: el skate tiene su propia iconografía y me obligó a replantearme las dimensiones, pensar en chico”, explica.English, en cambio, sí es un tipo duro, al menos según la definición de Fish. “Fui a la cárcel como treinta veces. Algunos se ríen, pero yo les digo: si a mí me agarraron treinta veces y a ustedes una, entonces hice treinta veces más arte que ustedes”, dice. La razón no es sólo política: para el ilustrador, la única libertad creativa absoluta está en las paredes públicas. “Cuando se pinta de forma ilegal no existe censura ni negociación, pero si pido permiso, al dueño del muro puede no gustarle lo que hago y pedirme que lo cambie”, explica. Y sentencia: “Una vez que uno pone su trabajo en la vía pública, no existe el sentido de propiedad, es de todos”.Lo que nació en las arterias de las ciudades, en una galería tiene otro significado, y los dos ilustradores trabajan también sobre eso. “Para generar el mismo impacto, no se puede copiar lo que se hace puertas afuera, hay que adaptarlo, porque no sólo el tamaño es diferente, sino también el espíritu”, sostiene Fish. English concuerda, pero advierte: “En una exhibición, el arte se mezcla con el comercio y la gente puede poner en duda las motivaciones del artista. La calle es más libre, nadie puede venderla”.
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