jueves, 6 de mayo de 2010

"EL ANHELO DE LA DERECHA ES LA IMPUNIDAD"


El historiador Germán Ferrari analiza las nuevas estrategias de los sectores autoritarios.


Por Raúl Arcomano


Símbolos de la última dictadura. Fantasmas que acosan a esta democracia imperfecta. Así define el historiador, periodista y docente Germán Ferrari a cuatro muertos famosos de la guerrilla de los setenta: Argentino del Valle Larrabure, Pedro Eugenio Aramburu, Jordán Bruno Genta y José Ignacio Rucci. Lo hace en su último libro, llamado precisamente Símbolos y fantasmas. Las víctimas de la guerrilla: de la amnistía a la “justicia para todos”. En ciertos sectores de la sociedad avanza –a paso lento, pero seguro- la reivindicación de las víctimas de la guerrilla durante los años de plomo. La mayoría de las veces, esa evocación busca glorificar el último gobierno de facto y equiparar al terrorismo de Estado con los actos de la guerrilla. En el prólogo del libro se explican los motivos de la investigación: desentramar las relaciones entre estos cuatro casos emblemáticos –aunque persistan dudas sobre los autores de las muertes– y la amplia red de discursos autoritarios, nuevos actores y alianzas que se fueron construyendo en torno de esas figuras. Escribe Ferrari: “Detrás del lema ‘justicia para todos’ se oculta una realidad más compleja, en la que se mezclan el dolor y el oportunismo político. El sufrimiento de numerosas familias por sus víctimas y sus reclamos de que sean reconocidas como parte de los tiempos más traumáticos del siglo pasado no deberían ser confundidos con la tipificación legal de esos hechos”. Miradas al Sur dialogó con el escritor.


–¿Cuándo empezó esta nueva estrategia de la derecha para lograr impunidad?–Con la avanzada del caso Larrabure. Es el primero que inicia este cambio de estrategia de los sectores vinculados a la última dictadura, con el tema de las víctimas de la guerrilla. El caso Larrabure le dio sustento a este nuevo formato de teoría de los dos demonios. No hay que perder de vista que el anhelo final de estos sectores autoritarios es la amnistía. La llamada pacificación nacional busca reflotar las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, los indultos y terminar con los juicios contra el terrorismo de Estado. Estos grupos se plantearon: como una amnistía es inviable, cambiemos la estrategia y llevémoslo al terreno de la Justicia. Con el concepto de delito de lesa humanidad. Sostienen que también sean juzgados por delitos de lesa humanidad los ex guerrilleros.


–¿Como venganza o como primer paso para lograr una amnistía?–

Es paradójico: son los mismos sectores de derecha que tildan al Gobierno de revanchista. Cuando la derecha habla de reconciliación, habla de impunidad. Está muy claro que no se puede equiparar el terrorismo de Estado con las acciones de la guerrilla. Intentaron plantear casos para ganar a sectores de la opinión pública y reinstalar el tema de que se pueden equiparar los dos tipos de actos. El planteo final, sí, es la amnistía.


–¿Podría darse esa amnistía en otro contexto histórico político?–

No puedo hacer futurología política. Sí va a haber sectores de la derecha que van a presionar para reinstalar el tema y hacerse oír. Yo me pregunto en el libro qué pasaría en otro contexto más permeable a igualar el terrorismo de Estado con las acciones de la guerrilla. Qué pasaría en 2011 con un nuevo gobierno de signo de centroderecha. Mauricio Macri ya lo dijo: hay que juzgar todos los crímenes. Ningún periodista le repreguntó a qué se refiere con “todos los crímenes”. En los sectores vinculados a la última dictadura el norte está enfocado en una amnistía.


–¿Los dichos de Duhalde, Guelar y Posse se inscriben en esta estrategia?–

Exacto. Empezaron a plantear, de forma en apariencia aislada, el tema de una amnistía. Fue saludable la rápida reacción de distintos sectores, por intereses diversos. Posse fue rápidamente barrido del gobierno porteño. En la época de Menem no hubiera pasado nada. El discurso de Duhalde, sobre la “humillación de las fuerzas armadas”, parece traído de los años ’80. Trata de instalar el tema porque el 2010 será un año particular con respecto a los juicios. El planteo crudo de amnistía de Guelar tiene poco consenso en la sociedad. Hasta sectores de la misma derecha lo rechazan.–O no se animan a blanquearlo.–Sí, porque queda políticamente incorrecto. Sin embargo, un discurso de habría que juzgar a todos sí penetra más. Esto de igualar: Todos fuimos malos, todos participamos, descontextualizando el tema. Eso es más permeable en sectores de la sociedad. Se ve en los exabruptos de Cecilia Pando. Pando tiene un discurso desmejorado o crudo de un pensamiento más sutil que, por ejemplo, se ve en los editoriales del diario La Nación.


–¿Qué papel juegan algunos medios en la instalación de este discurso?–

Yo hice un seguimiento de La Nación: entre noviembre de 2003 y septiembre de 2008 el diario dedicó más de medio centenar de editoriales a este tema. Es una posición ideológica clara. Como las cartas de lectores que publican, que van en ese mismo sentido. El periodista Andrés Klipphan también hizo dos o tres programas en C5N que muestran la estrategia de los familiares de las víctimas de la guerrilla: que hubo terroristas de derecha y terroristas de izquierda. Todo tratado de manera muy superficial, descontextualizado, sin anclaje histórico, tratado desde lo emotivo. Y desde el dolor no hay argumentación posible. Hablar todavía de subversión, más de treinta años después, parece peligroso.


–¿Lo hacen por ignorancia o de manera deliberada?–

En algunos casos porque la dictadura triunfó en un plano discursivo. Todavía se dice terrorismo como sinónimo de guerrilla. Vas a encontrar a un montón de gente común que habla de “la época de subversión”. Una cosa es la calle o un foro de internet, pero desde los medios debería haber un nivel más elevado para contextualizar determinados hechos históricos. En algunos medios hay desconocimiento y mal manejo de datos adrede. Los resabios de discurso autoritario hoy están presentes, circulan y –lo más grave– crean opinión pública.


–¿Qué diferencias hay entre estos reclamos y los de los ’80 y ’90?–

Los reclamos de Famus (Familiares y Amigos de Muertos por la Subversión), la organización madre de las víctimas de la guerrilla en los ’80, no eran de justicia. Eran planteos antidemocráticos y de desgaste hacia el gobierno de Alfonsín, sobre todo por el tema de los juicios a los ex comandantes. No era un tema preocupante para estos sectores alcanzar un grado de justicia. De hecho, Famus se disolvió a fines de los ’90 tras los indultos de Menem. Decían que no tenían razón de ser dado el nuevo contexto histórico.


–Luego vendrían las agrupaciones hijas de Famus, la de Pando, la de Larrabure, entre otras.–

Sí. A partir de 2003 estos sectores empezaron a ver peligrar el status quo que habían logrado con Menem. Ahí empezaron a surgir diferentes grupos. Juegan un papel importante: le dan apoyatura a esta movida. Como las marchas en la plaza San Martín.


–¿Por qué Pando y los reclamos que encabeza lograron cierta visibilidad?–

Logró instalar su discurso, pero la opinión pública no la considera un referente a seguir. No tiene características de liderazgo, en cuanto a poder generar opinión. Para determinados sectores ha sido útil como mascarón de proa de un discurso que venía aletargado. Representó en cierta manera un cambio generacional, un nuevo posicionamiento: jóvenes que no participaron de la última dictadura y que enarbolan las banderas de la dictadura: Pando, o el abogado Nicolás Márquez. Hay figuras que están relacionadas con la dictadura y cualquier cosa que digan será fácilmente rebatible. Como Mariano Grondona o, hasta no hace mucho, Bernardo Neustadt, presentador de los libros de Márquez y Larrabure, y padrino político de Pando.


–¿Son sectores minoritarios?–

Expresan posiciones que en algunos sectores están latentes. Hay grupos que piden la amnistía o el indulto como una posición ideológica. Hay otros sectores, más amplios, donde la teoría de los dos demonios –a la que no llaman de esa manera– tiene un basamento más importante. Sostienen que hubo algo terrible que fue el terrorismo de Estado, pero que hubo también grupos guerrilleros. Los equiparan sin ningún tipo de análisis. Este discurso está más latente en algunos sectores. Y puede aflorar en cambios de escenario político. Estamos escuchando bastante seguido “basta con esto de los derechos humanos”.


–Además de ser usados por la derecha, ¿qué nexos en común tienen los cuatro casos?–

Arriban desde diferentes vertientes. Larrabure era un militar, ingeniero químico. Genta, un ideólogo de la derecha. De Rucci y Aramburu se sabe más. A partir de esos dos últimos casos fue generándose un discurso vinculado a una apoyatura a la última dictadura y a la reivindicación de las víctimas de la guerrilla. Aramburu pasó de ser el icono de los sectores militares y civiles que apoyaban a la dictadura para quedar ensombrecido por la figura de Larrabure. Aramburu era un personaje político conocido, ex dictador, tenía una trayectoria pero también una mancha: los fusilamientos de José León Suárez. Y una actuación política que quedó trunca tras su muerte trágica. Larrabure también tuvo una muerte trágica, aunque está en debate si fue asesinado o se suicidó. No era una figura pública. Estaba limpio. Empezó a tomar peso y transformarse en icono para estos sectores. Y tras la reapertura de la causa, esa imagen tomó una fuerza mayor.


–El hijo de Larrabure parecía tener un perfil más moderado. ¿Cuándo cambió?

–Hubo un cambio muy abrupto de estrategia. Larrabure hijo lo ubica históricamente con la cesión a los organismos de derechos humanos de la ex Esma. El dice que en ese momento vio que no iba a ver reconciliación. Que ese camino de olvidar y perdonar no iba a ser posible. Fueron los últimos pedidos fuertes de amnistía de los grupos que se reunían en la plaza San Martín. Ahí hay un punto de inflexión. Su abogado, Javier Vigo Leguizamón, ex funcionario de la dictadura en Santa Fe, empieza a plantear judicialmente la categoría de lesa humanidad para los actos de la guerrilla.


–Fue el primer pedido.–

Fue la primera causa. Después empezaron a ver otros planteos. Como el caso Viola, en Tucumán. Vigo Leguizamón también patrocina a la viuda de Viola, María Cristina Picón. Ese pedido no prosperó. El abogado llegó a pedir hasta la extradición de Fidel Castro para comprobar que la guerrilla argentina había sido entrenada en Cuba. Quería probar que al haber participado un Estado extranjero, se trataba de un crimen de lesa humanidad.


–¿Y Rucci?–

Durante la dictadura hubo una reivindicación de Rucci como un sindicalista argentino, nacional y cristiano, en contraposición al sindicalismo combativo. Se usa su caso para decir: la guerrilla también se ensañó con dirigentes gremiales. Unió a sectores aparentemente irreconciliables: las fuerzas armadas y el sindicalismo de la derecha peronista. Después, previo a la salida del libro Operación Traviata, hubo una campaña muy fuerte para instalar la figura de Rucci. El libro significó la reapertura de la causa y la llegada de su hija al Parlamento.


–Llama la atención el caso de Genta, quizá sólo conocido por la ultraderecha católica.–

Es cierto. Es un ideólogo del ultranacionalismo católico acotado a un sector de la revista Cabildo, por ejemplo. Con una visión apocalíptica del mundo, de descubrir al demonio rojo en cualquier adoquín. Lo que no pertenece a su sector es tildado de comunista, ateo, marxista. Su libro Guerra contrarrevolucionaria tiene nexos muy concretos con la doctrina de seguridad nacional y con las bases de la dictadura nacional. Se asegura que fue asesinado por el ERP 22 de agosto, igual que (Carlos Alberto) Sacheri, otro ideólogo de la derecha. Pero una biografía de Sacheri plantea que él y Genta fueron asesinados por la Triple A, por una enemistad con sectores del lopezreguismo.


–Genta estuvo ligado a sectores de la aeronáutica.–

Sí. Sus seguidores dicen que en Malvinas se habló del factor Genta en los pilotos, una especie de espíritu de cruzada. Los sectores más antidemocráticos de la Fuerza Aérea estuvieron vinculados con las diferentes presiones que recibió Alfonsín en los ’80. En esos años gentismo era sinónimo de golpismo.

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