Festivales de cortos filmados por los chicos o programas que incorporan la proyección de films a los temas de la currícula. Una opción que gana terreno.
Por Luciana Malamud y Lorena TcachSon
muchas las escuelas que buscan alternativas pedagógicas y encuentran en el cine una forma diferente de enseñar. Y a los alumnos les encanta ejercitar la mirada crítica y que, alguna vez, alguien escuche lo que tienen para decir. Un programa del Gobierno de la Ciudad y un encuentro intercolegial e interzonal funcionan como ejemplos de los resultados posibles y positivos.El tradicional Colegio Deán Funes de la ciudad de Córdoba logró lo impensable: que 300 adolescentes, alumnos de escuelas de todo el país, compartieran un auditorio en silencio durante varias horas, y que además, aplaudieran a la directora de la institución por haberlos invitado a participar de un encuentro de cine para jóvenes. “Cine Tiza, Primer Festival Intercolegial de Cine del Mercosur” es el nombre que eligieron los organizadores para que chicos de la Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay mostraran los cortometrajes que realizaron durante el año con sus profesores.Identidad, Diversidad Cultural, Derechos Humanos y Medio Ambiente fueron los temas sobre los cuales debían narrar las historias, en formato documental o de ficción. Lejos de los prejuicios, las inquietudes de los chicos quedaron plasmadas en las cintas: la deforestación en el pueblo de Arroyo Cabral, la desertificación en Misiones, la discriminación entre tribus urbanas, y las dificultades que enfrentan a la hora del amor o de relacionarse con sus padres.“Fue una experiencia refuerte. Y verla ahora en la pantalla es increíble”, dice una de las chicas del Instituto 25 de Mayo, de General Deheza, una de las autoras de Cuatro jóvenes, cuatro historias y una realidad que habla sobre las tribus urbanas. “Nunca pensamos que podíamos hacer algo así”, admite otra joven del colegio Fray M. Esquiú de Las Albahacas, Río Cuarto, una de las responsables del video No matarás sobre la tala de árboles. Los alumnos coinciden en que todo el proceso de producción fue divertido y de aprendizaje, ya que tuvieron que resolver unas cuantos imprevistos. “Eso también nos ayudó a crecer, porque pudimos sortear los obstáculos”, dice Javier, de General Deheza. Con más o menos experiencia, trabajar en equipo los ayudó a conocer mejor a sus compañeros, a respetarse y ocupar cada uno su rol de guionista, cameraman o director. “Ese respeto por la decisión del otro fue uno de los mayores aprendizajes”, repetían las docentes, que compartieron las noches de cine con sus alumnos. “Fue una construcción colectiva, se generó una cadena de confianzas y responsabilidades que permitió la realización del festival –dice Graciela, directora de la escuela anfitriona–. Es una forma diferente de aprender, disfrutando al hacer cosas con ganas.” Los jóvenes, por su parte, confesaron haber aprendido más de historia o geografía con este trabajo que en las clases durante el año. “Las producciones muestran las preocupaciones de los chicos, sus dolores y alegrías”, prosigue Graciela, que en su mensaje de bienvenida les habló de forma inusual: “Entrar en la cultura de la imagen es una forma de acercarnos más a ustedes como docentes. Gracias por enseñarnos”.El alma mater del encuentro fue José Gali, realizador de 28 años y ex alumno del colegio, quien había organizado un encuentro similar en Oberá, Misiones. Gali llevó la propuesta a Graciela y junto a un equipo de veinteañeros concretaron lo que parecía un sueño. “Esta herramienta requiere de un trabajo en equipo, de diálogo, de respeto, de buscar el consenso”, dice en relación a la producción de un documental. Y sobre eso trabajó en todos los casos. El debate, los talleres para docentes y los intercambios entre escuelas fueron parte de la riqueza del festival que tuvo también como sede la Ciudad Universitaria y el Centro cultural Graciela Carena.En Buenos Aires y casi al mismo tiempo del Festival en Córdoba, se congregaban decenas de alumnos secundarios para ver la compleja película Persona, de Ingmar Bergman, para luego debatir, hablar de las contradicciones y hacer una evaluación estética. El film fue uno entre los más de 50 que se proyectaron en 2009 dentro del programa Formación de espectadores del Ministerio de Educación de la Ciudad, que apunta a evitar la dispersión típica de los adolescentes, a que adviertan una construcción dentro de la película y a que puedan analizar diversas temáticas.La idea, de las periodistas Ana Durán y Sonia Jaroslavsky, era formar espectadores críticos. Luego se unió Hugo Salas como coordinador del área de cine y le incorporó el debate posterior a la proyección. Miles de jóvenes asistieron a las funciones en el Centro Cultural Rojas, el British Arts Centre, la Alianza Francesa y el Goethe Institut, entre otros.La elección de las películas pretende evitar el cine “infanto-juvenil” y las dispersiones del ruido ambiente, la gaseosa y el pochocho. Nora Busquet, de 17 años y alumna del Centro Educativo de Nivel Secundario (CENS) N° 23, señaló antes de ver Código desconocido, de Michael Haneke, que “no voy mucho al cine, no es algo que me atraiga. Trabajo, estudio y después, ya no me queda tiempo para casi nada más”. Por eso valora la oportunidad que le brinda el programa: “Es una experiencia muy diferente”.Cada función tiene distinto público: a veces los chicos extienden el debate y discuten entre ellos, y otras no alcanzan a leer los subtítulos. Como dice Salas: “No se trata de entender las películas, o de discutir información, sino de que tengan una experiencia estética, de que les pase algo. Si la película no logra comunicarse con los espectadores, difícilmente los movilice”.Los organizadores aprovechan los grupos reducidos para lograr un trabajo más intensivo en el debate posterior. Mariela Benito, del Comercial 17, se imaginaba “una película aburrida; al principio me costó engancharme, después me gustó más. Me preocupó, me dio angustia. En realidad me hizo pensar”.Los maestros también asisten a las funciones, participan del debate y luego trabajan en el aula con unos cuadernillos especiales para tratar cuestiones estéticas, políticas y sociales, de manera que el material fílmico no quede sólo como una salida divertida. “Al principio los chicos no hacen mucha conexión con lo que ven, hablan, se hacen chistes, pero a los cinco minutos, están todos enganchados. En general es un cine al que cuesta entrar. Los hace pensar y es lo que proponemos –sostiene la docente Isabel Fernández–, que muevan las neuronas, aunque después hagan preguntas raras.”
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