A pesar de que señala que todas las canciones del disco tienen que ver con ese sentimiento, el cantante afirma que en el arranque estuvo la figura de Nicolino Locche: “El decía que no necesitaba pegar para ganar, que no iba a lastimar a su contrincante”.
El hecho matriz es que Gustavo Cordera se ha desprendido de la teta de Bersuit Vergarabat –en cuya figura central se transformó no bien el grupo se echó a rodar– y sus efectos. Que como efecto, precisamente, ha grabado su primer disco solista –Suelto– y que éste, como el de algunos de sus ¿ex? compañeros, implica un reacomodamiento total y absoluto en una de las bandas de rock –o algo así– más populares de la historia del género. Pero es imposible abordarlo en toda su dimensión si primero no se hace un stop en Nicolino Locche. Sí, Nicolino, el boxeador. Musa padre del primer hijo redondo del pelado. “Locche, como todas las cosas que tienen fantasía, siempre fue denostado por gran parte del periodismo porque no noqueaba. No pegaba. Pero era amado por la gente, porque era un payaso increíble. Solamente pegó en esa pelea, en Japón, porque Lectoure le dijo ‘tenés que pegar para ganar’... él decía que no necesitaba pegar para ganar, y que no iba a lastimar a su contrincante. No deseaba lastimar. Quería solamente ganar la pelea... entonces, los rivales enloquecían y se iban. Era absurdo pelear con un mago”, dice él.
Esa pelea del intocable, la de Japón, en 1968, contra el pobre Paul Fuji, resucitó en forma de canción. Al pelado se le ocurrió que la mejor forma de ser campeón ante una mujer era esquivándola y así –“Para no lastimarme/ aprendí a esquivar/ me siento campeón/ como Locche en Japón”, en “Aprendí a esquivar”– elevó la primera coordenada base del disco: la invencibilidad de la mujer como hecho incontrastable de la vida. “Es nuevo este arte, porque es un arte el de no querer pelear contra la fuerza femenina. Con la mujer, solamente podés perder: no hay otro resultado. Las invasiones que se hicieron a China, cuando la princesa amarilla fue emperatriz –durante 80 años– fueron asimiladas por las mujeres. Durante un día o dos, el ejército invasor se fundía con ellas y no sabía, ni siquiera, qué estaba haciendo ahí. No ofrecían ninguna resistencia: los agarraban, se los cogían, les deban de comer y los tipos eran totalmente absorbidos y después luchaban para China. El ejemplo es que uno es campeón cuando esquiva a una mujer; enfrentarla es un absurdo. Nadie ha ganado una sola pelea contra una mujer jamás.”
–Un disco de amor, al cabo.
–Sí. El amor es el objeto de cada canción, visto desde un lugar distinto. Digo, el reservorio de canciones de amor en castellano tiene dos variantes muy fuertes: una es el enamoramiento, el momento en que depositás una ilusión sobre alguien que desconocés, y eso se disipa tan pronto como conocés a la otra persona. Se termina. Y la otra, el darse cuenta lo que la querías cuando todo terminó: la victimización, la demanda, la autocompasión. Este disco, de alguna manera, trasciende esas dos instancias y ancla en una nueva: lo que ocurre en una pareja cuando pasó por el enamoramiento, por todas las miserias (el celo, la competencia, la posesión, el “me cagó la vida”) para llegar a la celebración y al agradecimiento, que para mí son las formas del amor.
–Síntesis a la que llega en “Confío”, donde define al mejor estado de pareja como “dos buenos amigos que comparten la libertad”...
–Es que el amor es una conquista, no es una cosa hormonal. No ocurre por el “te amo”... eso es justamente la ausencia del amor, es una energía más posesiva, más sexual. El amor ocurre cuando se trasciende eso: el amor es libertad, es liberación. No tiene nada que ver con la posesión. Creo que el disco tiene ese recorrido.
–¿Por qué la necesidad de grabar un disco solista?
–De alguna manera quise diluir la dependencia con Bersuit, porque ha llegado a su fin. No solamente mi disco solista lo está mostrando, también el de Albertito, el de Juan, el de Osky y Dani, que es sorprendente, el de Pepe con el Cóndor –de cumbia–, el de Carlos. La cuestión es que cada uno asume un lugar que es el de protagonista y no el de acompañante del Pelado Cordera, líder de Bersuit y modelo identificatorio. Creo que el organismo Bersuit se tiene que transformar en algo generoso, como esas murgas uruguayas que fueron fundadas en 1930 y siguen vivas por cuarta o quinta generación, como Falta y Resto. Esta murga es un organismo que trascendió a los personajes que la fundaron, y yo creo que Bersuit va a lograr eso: que sus integrantes vayan mutando, inclusive yo. Creo que es el mejor regalo que me puedo hacer.
–Más allá de esta cuestión colectiva, se intuye la autoexigencia de mostrar algo personal que era inviable a través del “organismo” Bersuit.
–Es factible, porque en el último disco de Bersuit yo me sentí insatisfecho. La verdad es que no me representó. Me parece que fue una reacción y, como toda reacción, es explosiva pero poco profunda. Ese fue el primer llamado de atención. Necesité encarar esto sin la dinámica intrincada que había en el grupo, en ese momento.
–¿Razones afectivas, artísticas, de cansancio?
–Y... veinte años de trabajo juntos. Para que haya una transformación tiene que haber conflicto, si no no la hay. Me parece que el grupo está pidiendo una refundación y estos proyectos están abriendo la posibilidad de que, cuando volvamos a estar juntos, recuperemos el espíritu de comunión y de amistad, que siempre fue el fuego de esta banda.
–¿Cómo se denomina al período, entonces: impasse, separación, divorcio?
–Floración. Es como cuando se está cortando el cogollo de la planta y hay que volver a plantar una nueva semilla para que haya nuevos cogollos. Igual, la participación mía en sus discos, y la de ellos en el mío –la producción de Suelto les pertenece a Osky Righi y Pepe Céspedes– hace que la banda siga funcionando de otra manera. De última, es algo que tiene que ver con el amor también. Con la celebración y la libertad.
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