Es la "Padre José María Llorens", y fue elegida como la mejor del país. Está en un barrio pobre, y tiene un índice muy bajo de chicos que repiten: apenas el 0,5%.
En esta escuela no hay timbre ni se toma asistencia porque, aseguran, no es necesario. Un alumno es responsable de los horarios y de avisar a sus compañeros y profesores cuándo es hora de salir al recreo; y cada estudiante coloca en el pizarrón un cartón con su nombre para controlar las faltas.
El número de chicos que repiten es "ínfimo". Esa conducta basada en la educación personalizada, con participación comunitaria, permitió al colegio Padre José María Llorens a ganar el Premio a la excelencia educativa "Domingo Faustino Sarmiento" que otorga el Senado de la Nación.
Esta es una escuela estatal de gestión privada -el total de los subsidios que recibe el colegio son del Estado provincial-, vinculado a la orden religiosa Compañía de María, que funciona en el barrio San Martín, al oeste de la capital mendocina. Aquí tienen 261 estudiantes de nivel inicial y primario, y otros 140 en el tercer nivel de la educación general básica (EGB) y Polimodal, que cursan Humanidades y Ciencias Sociales con orientación en Desarrollo Sociocomunitario.
El entorno es un conglomerado pobre de unas 40 mil personas que evolucionó de la villa miseria que fue al actual barrio en que se convirtió. Ese progreso tiene un artífice principal, el ya extinto cura Llorens, quien dedicó su vida a esa misión.
Esta realidad no invalida otra. La zona sigue siendo difícil, a veces muy conflictiva. Sin embargo, en medio de esta situación, en la escuela se logró una repitencia de apenas el 0,5 por ciento, cuando la media provincial de octavo año es del 19 por ciento.
"La diferencia la hacen los chicos con su participación en la educación, la solidaridad entre todos, las experiencias grupales", recalcó María Fernández de Ruiz, asesora y rectora del colegio. Y explicó a Clarín cómo lograron estos resultados: "Es un trabajo con claridad de metas, una tarea continua y de constante reflexión sobre las prácticas, corrigiendo lo que no era bueno y aportando lo que nos parecía de mayor eficiencia".
Fernández de Ruiz hace notar que de esta metodología participa un equipo docente y una conducción que "pone mucho énfasis en la capacitación en servicio, con material bibliográfico, con propuestas personalizadas para desarrollar una cultura de participación comunitaria". Directivos y docentes realizan una tarea de trabajo con cada alumno e insisten en la necesidad de valorar el desempeño y el respeto por el otro.
En las aulas se percibe el orden. Y el silencio cuando se dictan las clases. Los chicos de distintas edades realizan tareas en dos módulos diferentes. En uno, se realiza el trabajo personal en el que cada cual aprende y plantea sus inquietudes. En el otro, se concreta la experiencia de grupos en los que se realizan comentarios acerca de los temas tratados.
"Acá es más ordenado porque en otras escuelas se pelean mucho", afirmó David, alumno de segundo año. Su compañero Enzo apuntó que aprenden porque "hay más responsabilidad" en la enseñanza.
Las aulas del colegio son distintas a las de otras escuelas. Las paredes están limpias de leyendas y graffiti, y los bancos no tienen siquiera manchas de correctores. "Aquí cada uno es responsable de lo que realiza y en cada curso hay una cartelera que menciona quién se hace cargo de la limpieza y de los materiales que necesitan los profesores para trabajar", explican Yamila (12) y Daiana (18), alumnas que ya preparan el viaje de egresados.
La modalidad de trabajo se basa, además de la solidaridad y la participación, en la confianza entre los alumnos. "Se estimula la autoestima y el reconocimiento del lugar del otro", sostiene la rectora.
Los padres también se involucran y los profesores trabajan con las familias. "Nosotros les hacemos notar que los papás son fundamentales en la educación de sus hijos", puntualizó.
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