En los inicios del siglo XX, una mujer conocida como la Negra Carolina abrió un
bar con el sello de su azarosa vida errante.
bar con el sello de su azarosa vida errante.
Según lo describió alguna vez Eugene O’Neill (1888-1953; premio Nobel de Literatura en 1936) el lugar era “un antro de marineros borrachos, burreros empedernidos, mujeres que se ofrecían y homosexuales que pedían”. Y en ese sitio “el único sobrio era un pianista que sacaba la melodía a martillazos”. Cuando vivió esa experiencia, el futuro gran dramaturgo estadounidense tenía 21 años y no soñaba con aquel premio ni tampoco con los cuatro Pulitzer que lograría después. Estaba en Buenos Aires (había llegado integrando la tripulación de un carguero noruego) y su vida de aventurero tenía como referencia a las calles y plazas de la Ciudad y a ese bar de Pedro de Mendoza casi Almirante Brown llamado “The Droning Maud”, pero más conocido como “el boliche de la Negra Carolina”.
Es que en esos tiempos del Primer Centenario, el barrio de La Boca y su puerto eran una especie de colmena bulliciosa plena de comerciantes y trabajadores. Por eso, en aquel lugar y casi frente al histórico trasbordador que permitía cruzar a la isla Maciel, Carolina Maud había instalado su bar, uno más de los que había abierto en su azarosa vida errante. También, aunque ella no lo sabía, sería el último.
Carolina había nacido en New Orleans, una ciudad más conocida por ser cuna del jazz que por el entones lejano desastre del huracán Katrina. Hija de esclavos libertos (su papá había sido cocinero y su mamá, lavandera), desde los 13 años se ganaba la vida como camarera. Con esa experiencia trajinada en mesas y mostradores y cerca del medio siglo de vida recaló en Buenos Aires, donde se jactaba de haber sido amiga de Josephine Baker, aquella “diosa de ébano” que con su aire felino cautivaba a los hombres desde los escenarios.
Vecino a los muelles, “el zumbido Maud” atraía a propios y extraños. No sólo a aquel joven O’Neill. La Negra Carolina también aludía a otro visitante que solía frecuentar esas mesas de madera cubiertas de cicatrices. Se llamaba John Griffith London, pero el mundo iba a conocerlo como Jack London (1876-1916) el autor de “Colmillo blanco”, la historia de aquel perro lobo de Alaska, convertido en figura de la literatura universal.
El final del “The Droning Maud” llegó en 1927 cuando la Negra Carolina quedó internada en el Hospital Argerich. Enferma y sin familiares, el único que la acompañó hasta ese lugar fue el poeta y periodista Héctor Pedro Blomberg, un hombre del barrio de Monserrat, autor de canciones tan populares como “La pulpera de Santa Lucía”, la obra que inmortalizó el gran cantor Ignacio Corsini.
Carolina Maud murió ese año en aquel hospital porteño.Con los años, la boca del Riachuelo dejó de ser el puerto de entrada para Buenos Aires. Y la actividad de los muelles pasó a otra área de la Ciudad. Pero en el barrio de La Boca quedaron otros lugares que también forman parte de la
leyenda. Como el caso de ese desvío ferroviario que se convirtió en símbolo de la zona y que miles de turistas del mundo graban cada día en sus cámaras digitales.
Al lugar se lo conoce como Caminito, que originó ese famoso tango relacionado con el romance que vivió un poeta llamado Gabino Coria Peñaloza, al que se le sumó la música de Juan de Dios Filiberto, un compositor boquense. El sitio se convirtió en mito con el color que le aportó otro grande: Benito Quinquela Martín. Pero esa es otra historia.
Carolina había nacido en New Orleans, una ciudad más conocida por ser cuna del jazz que por el entones lejano desastre del huracán Katrina. Hija de esclavos libertos (su papá había sido cocinero y su mamá, lavandera), desde los 13 años se ganaba la vida como camarera. Con esa experiencia trajinada en mesas y mostradores y cerca del medio siglo de vida recaló en Buenos Aires, donde se jactaba de haber sido amiga de Josephine Baker, aquella “diosa de ébano” que con su aire felino cautivaba a los hombres desde los escenarios.
Vecino a los muelles, “el zumbido Maud” atraía a propios y extraños. No sólo a aquel joven O’Neill. La Negra Carolina también aludía a otro visitante que solía frecuentar esas mesas de madera cubiertas de cicatrices. Se llamaba John Griffith London, pero el mundo iba a conocerlo como Jack London (1876-1916) el autor de “Colmillo blanco”, la historia de aquel perro lobo de Alaska, convertido en figura de la literatura universal.
El final del “The Droning Maud” llegó en 1927 cuando la Negra Carolina quedó internada en el Hospital Argerich. Enferma y sin familiares, el único que la acompañó hasta ese lugar fue el poeta y periodista Héctor Pedro Blomberg, un hombre del barrio de Monserrat, autor de canciones tan populares como “La pulpera de Santa Lucía”, la obra que inmortalizó el gran cantor Ignacio Corsini.
Carolina Maud murió ese año en aquel hospital porteño.Con los años, la boca del Riachuelo dejó de ser el puerto de entrada para Buenos Aires. Y la actividad de los muelles pasó a otra área de la Ciudad. Pero en el barrio de La Boca quedaron otros lugares que también forman parte de la
leyenda. Como el caso de ese desvío ferroviario que se convirtió en símbolo de la zona y que miles de turistas del mundo graban cada día en sus cámaras digitales.
Al lugar se lo conoce como Caminito, que originó ese famoso tango relacionado con el romance que vivió un poeta llamado Gabino Coria Peñaloza, al que se le sumó la música de Juan de Dios Filiberto, un compositor boquense. El sitio se convirtió en mito con el color que le aportó otro grande: Benito Quinquela Martín. Pero esa es otra historia.
Por Eduardo Parise
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