miércoles, 12 de mayo de 2010

EL CUERPO DE LA POBREZA



Por Vicente Zito Lema


Ser en la pobreza, en la desmesura sufriente de un ser entre las sombras de su existencia. En la desmesura absoluta de las pasiones tristes que lo desviven y en la desesperación tan ávida como lejana de la felicidad, un territorio más que utópico, apenas ilusorio.
Ser en la pobreza, en la irracionalidad de una época de pobreza que deviene por fuera del sentido trasmitido como lo vero humano. Ser en la pobreza, con una lógica y en una estrategia para responder a una necesidad urdida en el consumo de la vida, donde la pobreza también se consume como fruto maldito, como vacío descarnado del otro, como certeza del peligro que encarna el otro... en tanto espejo de una existencia sólo posible en el horror.
Ser en la pobreza, ser madera en la hogera sin límites, donde siempre sopla el viento que aviva las llamas pero también alerta a la vida; ser en la pobreza, como si alguien, pese a todo, pudiera sastisfacer un mandato propio de los antiguos dioses, de los héroes sin tiempo...
Ser en la pobreza, cuando la vida y la muerte, en tanto actos del bien y del mal que la corporizan, la vuelven pensable, tangible, fatalmente material. Ser en la pobreza, estar allí, sin otra salida que quemar las naves y decir
-entre risas, pánico y desafíos-: ¡vengan por mí, yo ya fui!
Hay un aire que asfixia, un agua que ahoga, una luz que oscurece sin escándalo. Sin que se altere el dictado manifiesto de la ley: pulcro en las formas, corrupto en su génesis, siniestro en su anclaje... Se permite una sospecha de la verdad, sólo en los límites que imponen las estrategias legitimadas por el poder sobre el saber científico: impolutas, objetivas, desapasionadas... sin espacio para involucrarse con la verdad de ese cuerpo que se observa y se investiga mientras el cuerpo se martiriza.
Hay, en definitiva, un mundo de lo real que apesta por sus cuatro costados, una luz de lo impuesto de lo real que oscurece la luz de la vida, sin que la belleza deje de suspirar entre las nubes de un cielo que brilla lejos de esa tierra opacada, privada de amor, en la que apenas acontece el ser de la pobreza, sin más consuelo que una rápida agonía.
Es un espacio cotidiano, ganado por el miedo, paralizado por el terror, acrítico, donde todo se naturaliza con una ligereza que espanta, donde la representación de la vida se confunde con la vida misma, en el espasmo angustiante de la existencia. El dolor del ser en la pobreza será minimizado, o peor aún, encerrado en la categoría de castigo divino, de aprendizaje cruel pero merecido. En cuanto a la humillación que sufre el ser en la pobreza, se provoca un fenómeno de descalificación a partir del propio lenguaje. La palabra se tensa como un látigo para azotar el alma... sin escándalo.
Más allá de escondrijos y urdimbres del pensamiento, se trata de entender que el ser de la pobreza se manifiesta en la realidad social como el ser en el cuerpo (un cuerpo que en armonía bienechora pudo convertirse en la casa del alma...).
He ahí sin tapujos la realidad del ser en la pobreza, aquello que lo constituye y también lo diferencia: su existencia se da en el espacio y en las prácticas de un cuerpo, que lo produce y lo contiene en sí, el cuerpo de la pobreza. Para el ser, puesto allí y sin poder salir de allí, por fuera del cuerpo de la pobreza no habrá existencia. (Por más que lo necesite, aunque su deseo se convierta en plegaria, en blasfemia o en delirio.)
Todavía más: ese cuerpo, humano y no humano, nunca acabado en su martirio y en su aprendizaje, resulta el verdadero ser, la realidad manifiesta de la pobreza en la construcción trágica de la existencia.
Ese cuerpo de la pobreza, ese sujeto sin metáforas ni lenguaje que lo encubran, es un espacio permanente de la contradicción, donde se produce a cara de perro el histórico combate entre la vida y la muerte (que en algún discurso se personifica en Eros y Tánatos, creando y destruyendo, o si se recurre a la música habrá que memorar los acordes de la luz y las tinieblas. ¡Fragor!, ¡Fragor!)
Hay un cuerpo como lluvia de cenizas. Hay un cuerpo material para que la idea de la pobreza desnude su impotencia. El cuerpo del ser en la derrota: el cuerpo del fracaso de la historia como sueño humano. Ese cuerpo excluído de los atributos de su mismidad, porque el reconocimiento del cuerpo del otro se agotó en la práctica de la usura.
Hay un cuerpo que anda por el mundo, sin espacio en el mundo. Sombra y fantasma. Un cuerpo demandado, sometido, ultrajado, amputado, violado, abusado, despreciado, disciplinado, torturado, condenado en el hacer y en el no hacer. (¡Palos por si bogas y palos por si no bogas!)
Ese cuerpo testigo de la vida como agonía de la vida.
Ese cuerpo sujeto de la agonía, ese cuerpo territorio de la agonía, como si fuera todo el cielo y toda la tierra...
Ese cuerpo que narra -minucioso, exasperante...-
la historia del propio dolor humano.
Ese cuerpo de la pobreza sirviente de otras vidas que existen a partir de su vida, y al que se le exige (mientras se lo aleja, se lo exilia, se lo niega) la más preciada conducta de vida en el vivir de otra vida, privilegiada como única y elegida vida, desde el bien de la razón y el bien del corazón. O sea: un espacio de representación, unas reglas de acción legitimadas por sí y en sí, que rechazan drásticamente todo lo que huela a cuestionamiento, a simple diferencias en el saber y en los sentimientos, ni siquiera se podrá imaginar por fuera de lo imaginado sin que ocurra el castigo.
El cuerpo de la pobreza ha sido puesto fuera del tiempo. Ha sido puesto fuera de sí. Es un acontecimiento sin especificidad ni distinción. Amorfo y eterno.
Ese cuerpo de hombre, de niño... Ese cuerpo de mujer irrepetible pasará a ser una ola en el mar, un cuerpo en el sinfín de los cuerpos, en el agotamiento de la pobreza.
Un cuerpo de mujer, maldito y malnacido, objeto de la ira de cualquier dios que se precie, pasto donde come el Maligno, cama donde fornican todos los demonios de la tierra y del infierno.
Ese cuerpo de la mujer de la pobreza, primero violado en la impunidad de la cultura y después despreciado y penado si no acepta los efectos secundarios de “la susodicha violación según la boca de la dicente”, que “aquí fecha la denuncia sin aportar mayores pruebas”, más que “su ropa desgarrada, moretones fuertes en la cara y varias cuchilladas en el cuerpo de la susodicha”...
Ese cuerpo, esa pobreza, esa mujer (y ahora se habla de la figura de Madre y el cuestionamiento de las conductas puestas fuera del imaginario representativo -¡Oh, Mater amantísima!-), que se deberá juzgar, castigar, demonizar, desde la Ley, la religión y la moral, cuando somete su cuerpo sometido a un nuevo sometimiento.
Trastocada la realidad desde su representación cultural la violada violará y la víctima es victimaria; todas las fuerzas del mundo caen sobre el cuerpo de la pobreza, si vende o si alquila su cuerpo, o lo permuta (sea en una parte o en el todo, sea el vientre o la vagina, por hora, por días, hasta que la muerte separe su cuerpo, o hasta la mismísima eternidad), si castiga su cuerpo, si entrega a la muerte su cuerpo o los frutos de su cuerpo...
El cuerpo de la pobreza será el horror -y el alma de ese cuerpo también será penada, por el peor pecado cometido con horror-, si abortó a su hijo aún en el trance del crimen que sufrió, si abandona a su hijo en el terror de la pobreza que la invalida, si lo vende o lo alquila por dinero o por desesperación... Así también se prolongará el horror si se aprovecha del humilde, del frágil fruto de ese vientre y lo obliga a trabajar, a mendigar, a robar, a dejarse violar y quedarse con las migajas en el tan provechoso, como protegido, comercio de la prostitución... O si grita o llora a más no poder por ese hijo que pierde el cuerpo de la pobreza, la mujer de la pobreza más pobre, en el medio de una noche sin belleza, ni piedad, ni olvido, esa noche que siempre será la noche... Sin escándalo.
El que pregunta ya sabe. El que calla también sabe.
¿Quién se arroga lanzar la primera piedra?
O mejor: ¿quién se arrima al cuerpo de la pobreza para destruir, junto a él, la pobreza que vive para que viva la riqueza, esa riqueza que sólo vive en la riqueza, viviendo de la pobreza, así como el mal vive en el mal y la muerte en la muerte, así como el mal y la muerte existen en la riqueza...?
Hemos vivido y ahora podemos preguntar:
¿Quién habla del amor desde el desamor...?
¿Quién exige lo justo al que fue obligado a sobrevivir en la perpetuidad de lo injusto?
¿Quién trasciende la agonía cuando la soledad llama a la soledad?
¿Cómo pedir palabras al sufriente en su lengua cortada, decisión crítica al que fue saqueado hasta en su conciencia y obligado a bajar la cabeza hasta que sus ojos se confunden con el suelo?
¿Gestos de piedad a quien fue llevado a las rastras al matadero, como si allí lo esperara la pira de la bendición?
¿Qué fue de la dicha? ¿Cómo se perdió la inocencia prometida? ¿Acaso nuestra alma daba para más...?
Las nubes... Las nubes... Esas nubes que mueven el cielo sin glorias.

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