(Nova Res) - El aislamiento de las personas con enfermedades mentales ha sido la respuesta de la sociedad occidental al problema de la locura, de lo que no cierra. Y el símbolo de esta respuesta es el manicomio. En 1978 una ley en Italia dictaminó que no hubiera más manicomios en ese país, pero se encontraron con un problema: los internados, que estaban allí más por pobres que por locos, quedaron completamente desamparados y costó mucho revertir la situación.
Distinto fue el impacto en el departamento de Trieste, donde a instancias del psiquiatra Franco Basaglia (1924-1980) se venía practicando desde principios de esa década el modelo de “puertas abiertas”: instituciones donde los pacientes podían entrar y salir libremente, donde toda la comunidad podía participar y donde se contemplaba el derecho al trabajo remunerado a través de la creación de “empresas sociales”.
¿Es viable ese modelo de atención de la salud mental? Dos especialistas triestinos –Raffaele Dovenna, asesor del área de Salud Mental de ese departamento, y Pasquale Evaristo, director del centro de Salud Mental de Domio– cuentan acerca de las ya casi cuatro décadas de experiencia en ese lugar de Italia.
¿Qué sucedió en Italia cuando se prohibieron los hospitales psiquiátricos?
R. Dovenna: Había que reemplazar a los manicomios, y la Ley Nº180 delegaba a las regiones la facultad de hacerlo cada cual a su manera. En algunos lugares lo hicieron con muchas clínicas privadas, pero lo específico de Trieste fue construir servicios públicos fuertes de salud mental, con atención las 24 horas, con camas, con una presencia muy fuerte en la comunidad. Pero hay experiencias muy buenas en otros lugares, sólo que en Trieste ya contábamos con el antecedente de Franco Basaglia y su proceso de desmanicomialización.
Dado el prejuicio social hacia la locura, ¿qué generó en el resto de la comunidad el modelo de “puertas abiertas”?
R.D.: Se hizo un trabajo muy fuerte en la comunidad cuando se empezó a vaciar el manicomio. Las “puertas abiertas” eran un modelo de entrada y de salida, una forma de que la comunidad entrara al hospital y de que éste saliera afuera para hacer conocer los servicios. Incluso, antes de la apertura del último centro de salud mental se hicieron asambleas barriales para explicar a los vecinos de qué se trataba. Y para disminuir esta ansiedad de que “llegan los locos”. Pero es fundamental la presencia en la comunidad de servicios que den respuestas tanto en salud mental como en otras cosas. Por ejemplo, a la señora mayor que viene a darse una inyección, aunque eso no tenga que ver con la salud mental.
¿Curan las instituciones de salud mental?
R.D.: Curan, sí, en el sentido de dar cuidado [N.d.R.: en italiano, la palabra curare significa “cuidar”]. Podemos hablar de muchas formas de protección de la persona. El objetivo es hacer que la persona viva bien, aún con su malestar. Hay situaciones muy pesadas y difíciles, pero en muchas otras, la gente trabaja y pudo formar una familia. Entonces, yo creo que sí, que cura.
¿Cómo puede evaluarse el éxito de estas instituciones?
P. Evaristo: Es mensurable, aunque no tenemos tantas posibilidades de hacerlo porque somos una estructura pública que no tiene todo el dinero que quiere o que puede, sino el que le dan. Pero participamos en un estudio a nivel nacional del Instituto Mario Negri de Milán, el más prestigioso a nivel sanitario en Italia, que determinó que el nivel de los servicios de salud mental de Trieste está por encima del resto de Italia, donde ya es bastante bueno. Eso significa algo.
R.D.: La Organización Mundial de la Salud tiene a Trieste como zona piloto desde hace muchísimos años, y dice que este es el modelo más valorable para cuidar la salud mental.
¿Conviven un sistema público y otro privado de salud mental?
P.E.: No existen instituciones privadas de salud mental en Trieste ni en la región.
R.D.: Cuando se hacen centros públicos que atienden bien a la gente y satisfacen sus demandas, los privados no tienen cabida; sólo aparecen cuando las instituciones públicas no cumplen las funciones que tienen que cumplir.
¿Cuál es el rol de las cooperativas de trabajo?
R.D.: Que cada uno tuviera su derecho a trabajar. En principio se implementaron para resolver un problema: los pacientes trabajaban dentro del manicomio para conseguir cigarrillos. Hasta hubo una especie de moneda local que usaban para comprar cosas en un despacho. La “Cooperativa de Trabajadores Unidos” fue la primera y hoy tiene 260 trabajadores, ya es una empresa. Eran cincuenta pacientes dentro del manicomio que luchaban para que se les reconociera como trabajadores con derecho a un sueldo digno. Después se hizo una ley que dio facilidades impositivas a estas cooperativas sociales, de las que ahora hay doce.
¿Cómo funcionan?
R.D.: La ley dice que cada una de estas cooperativas tiene que tener al menos un 30 por ciento de los trabajadores en situación de malestar.
¿Qué contras tiene este modelo de salud mental?
P.E.: Siempre hay quienes no están contentos. El trabajo en salud mental no es algo puntual; en algunos casos puede durar toda la vida de una persona. Ante alguien con un brote psicótico, cuya familia está en dificultades económicas, no estamos sólo ante una enfermedad: es la propia vida de esa persona la que se modifica. Si usted mañana tiene un problema y lo traemos al centro de salud, tal vez su padre, su hijo o su amigo diga “¿Por qué, si no era tan grave? Yo preciso que trabaje, que mantenga a la familia”… Hay cosas que no siempre dependen de la realidad objetiva. Uno se está ocupando de un tratamiento, pero para esa persona eso es simplemente su realidad.
¿Y qué tipo de problemas genera eso?
P.E.: Tuvimos un muchacho con un problema psicótico que se mató. Ahora su padre hizo una causa contra los servicios de salud. Pero su hijo se mató el mismo día que el padre fue al juez para pedir que le prohibieran a su hijo manejar dinero. El muchacho estaba comenzando a trabajar. El padre no quería que su hijo se matara, quería controlarlo. Pero lo puso en una situación que la que se dijo “¿Qué vida es esta si no puedo manejar mi libertad?” Lo que el padre cree es que o bien la terapia o bien alguien del servicio no fue capaz de ayudar al hijo. No podemos cambiar la idea de la gente.
Los psiquiatras, que tienen un enfoque más tendiente a lo farmacológico, ¿cómo encajan ellos en este modelo?
P.E.: Trabajan en nuestro servicio, y aunque algunos sean más partidarios que otros de las soluciones farmacológicas, cuando hay una fuerza de trabajo que la sociedad reconoce no pueden ir totalmente en contra. Estar en un servicio público implica hacer lo que hay que hacer.
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