Con el mismo modelo de zapatos pero uno de color negro y el otro beige, los pies de Mex Urtizberea recorren los pasillos de Canal 7, donde todos los días conduce el ciclo Mañana vemos. Es un día de la última semana de mayo y en la Ciudad de Buenos Aires el cielo está encapotado, por ese motivo, Mex Urtizberea sugiere, desde su programa, que las mujeres salgan a la calle, soplen al viento y espanten a las nubes. El humor, la buena onda, la broma, el absurdo, son ingredientes infaltables en la personalidad del músico, actor y humorista argentino Ignacio Urtizberea.
La vida pública de Mex comenzó a partir de la música, su siempre vigente primer amor. El amor fue tan grande que un día partió a París con el sueño de hacer jazz. Pero terminó pegando carteles para la campaña de Jean-Marie Le Pen para sobrevivir. Un año después, retornó a la Argentina y volvió a dar clases de piano.
Tendrían que pasar algunos años para descubrir, de la mano de Alfredo Casero, su veta de actor, profesión que lo llevaría a estar en programas como De la cabeza, Cha cha cha, Medios locos, Magazine for fai y La kermex.
Urtizberea propone hacer la nota en un restaurante cercano a Canal 7, “porque necesito comer bien”, justifica y agrega: “Hay que empezar hacer las cosas bien, alimentarse bien, dormirse temprano y regar las plantas. Hay una serie de cosas que hacen bien, como planchar. Planchar para uno y planchar para afuera”. Así es Mex, un tipo que tanto adentro como afuera de un escenario o de un estudio de televisión le gusta hacer reír.
- ¿Cómo es hacer un programa de actualidad diario con humor?
- Algunas veces, trato de ir por la ironía; otras, hablo en serio y, muchas, bromeo. Mañana vemos es una estructura de magazine, un formato que nunca había hecho en mi vida. Sólo contaba con la experiencia de Animados, el programa que había compartido con Lalo Mir y Ernesto Tenembaum por Radio Mitre. Con respecto a la información, trato de hacer algo con otra mirada al meter el humor, el absurdo. La verdad es que estoy contento y muy agradecido de poder estar todas las mañanas.
- ¿Cuándo piensa en los contenidos a desarrollar, cuánto hay de guión y cuánto de improvisación?
- Hay un guión, pero a mí no me escriben. Intento llevar adelante a la gente con los temas como vayan surgiendo. Es cierto que algunos días uno esta más inspirado que otros, por lo que, si eso no sucede, meto la mano en el tacho y utilizo algo que ya está escrito. Trabajo mucho con la gente del equipo. Todos tienen un rol, una personalidad y una identidad que se va desarrollando con el transcurso de los programas, lo que genera adhesiones y una gran complicidad entre nosotros y para con el público. Hay que estar atento porque, un programa que va todos los días, te quema la cabeza.
- A la hora de crear, ¿de cuánto lo libera no pensar en el rating?
- Creo que si trabajara en un canal que me exigiera todo el tiempo estar ahí arriba y marcar y marcar, me volvería loco. Estar en Canal 7 es una tranquilidad porque no se fijan, no están pendientes del rating, pero ojo, que a mí sí me importa. Estoy atento a los números de las mediciones y me fijo qué cosas no funcionan. Tratamos de mejorar y de que nos vea más gente. Podemos probar, experimentar, porque estamos en un canal que está naciendo y está bueno lo que se está haciendo. Están armando una programación en la que empiezan a venir figuras como Natalia Oreiro, Soledad Pastorutti, Adrián Paenza y otra gente. Ellos vienen acá porque tienen ganas de formar parte de un proyecto que no responde a la industria. Trabajar en el canal es un respiro para muchos de los que están en este medio, por eso, de a poco, uno ve figuras que se van pasando.
- ¿La televisión le trajo efectos nocivos?
- Siempre hice todo lo que me gustaba, aunque no digo que siempre me haya resultado fácil. Si algo no va, me dedico a otra cosa. De hecho, me pasé años sin hacer televisión. Luego empecé con De la cabeza y Cha Cha Cha, más tarde vinieron los otros. Todos los programas que hice, me honran. Fueron un lujo. Estuve allí y eso es maravilloso.
- Usted dijo en varias oportunidades que su papá, Raúl, periodista y conductor, andaba siempre enojado con el medio a punto tal que tenía úlceras ¿Se imaginaba haciendo televisión?
- No, nunca imaginé que iba a formar parte de la televisión. Era lo último que pensaba hacer en mi vida. Pero bueno, la tele llegó a través de Alfredo Casero. Con Alfredo nos conocimos cuando actuábamos en el Parakultural. Fue allí donde nos conocimos y nos gustamos. Me invitó para que lo acompañara como pianista al programa De la cabeza. Luego, el director artístico de América TV me contrató para seguir trabajando en el canal. A partir de ese momento, me cambió la vida, yo vivía de dar clases de piano.
- ¿Iba a ser músico?
- Sí, me iba a dedicar a la música de lleno, de chico siempre había querido eso.
- Siguiendo su vocación por la música, se fue a vivir a París.
- Fui a París a tocar porque aquí no podía vivir de eso. En Buenos Aires, no había un mercado para los que queríamos hacer música. Y como todos los que yo admiraba tocaban en Paris, me fui para allá. París siempre tuvo toda una historia con el jazz de los cincuenta, de los yanquis que se fueron a exiliar allá. París es una ciudad maravillosa para la música. Bah, para todo. Recuerdo que en el año 85 saqué un pasaje de ida con la madre de mi hija, que en ese momento tenía seis meses, y nos tomamos un avión de Aeroflot, la compañía rusa. El avión era una especie de colectivo 62 con muchas salas y unas aeromozas rusas con unos bigotes notorios. Estaban buenas. Pero, cuando llegué, me encontré que el circuito del jazz se manejaba con mucha anticipación, todo era muy lento y muy serio. Sólo toqué seis veces porque era muy difícil todo.
- ¿Y cómo sobrevivió?
- Me conecté con un tipo que le daba laburo a todos los marginados y sudakas. El tipo me dio afiches de la campaña de Le Pen para que pegara en las calles y repartiera en los hoteles. Recuerdo que vivía en el barrio 18, de París, a dos cuadras del Sacre Coeur, en Montmartre, y me tocó colocar los afiches en el barrio número ocho. Así conocí París, trabajando. Hasta que un día decidí hacer unos volantes que decían “musicien argentin”. Pegué los volantes en todas las casas de música. Me llamaron dos hombres: un chileno, que me pedía albergue en mi casa, apelando a la solidaridad de país vecino, y Roberto, un albañil italiano que vendió todos sus elementos de trabajo, la mezcladora, la pala y el pico, para comprarse instrumentos de música. Roberto quería ser una estrella. Me citó en su casa, me pasó unos temas inmundos que cantaba con su voz rasposa y me invitó a que lo acompañara con el piano.
- ¿Lo hizo?
- Le dije que no, que no lo iba a poder hacer. Para mí, sonaba horrible. Volví a casa y me agarró una espasmofilia, me quedé duro con los brazos para adelante, estuve en coma cuatro, durante varias horas. Era una época en la que estaba como loco, de aquí para allá, y me afectó. En ese momento, decidí que me volvía para la Argentina, pero necesitaba la plata para los pasajes. Me volvió a llamar Roberto y me dijo: “Tengo un trabajo en el que hay muchísima guita”. “Vamos para arriba Roberto”, le contesté. Me llevó a trabajar a una pizzería que quedaba bien en las afueras de París. Íbamos en un Fiat Topolino, al que le sacábamos el techo para que entraran los instrumentos.
- ¿Cómo le fue?
- A la pizzería no iba nadie. Los dueños se emborrachaban todas las noches para no angustiarse. Tocábamos para ellos. Uno de los dueños, un italiano de Sicilia, igual a Antonio Gassman, me pedía que le cantara la canzonetta de la mafia. Luego, borracho como estaba, colocaba 500 francos adentro del vaso que yo tenía arriba de mi piano. Yo, los sacaba y los ponía a secar. Con esa plata vivía más de una semana. Después, los fines de semana, empezó a invitar a gente del lugar y nos presentaba: “Roberto de Italia y Mex de Argentina”. Hasta que, una tarde, llegó una clienta que cuando se enteró de que era argentino, me pidió que tocara samba. Yo no sabía nada de portugués, pero el siciliano me dijo “tenés que cantar”. A partir de ese momento, el local se empezó a llenar, las parejas me venían a escuchar. Yo sanateaba en una especie de carioca con ritmo de Garota de Ipanema o Aguas de Marzo. Gassman estaba chocho conmigo. Junté la plata y me volví.
- ¿Qué hizo cuando llegó a la Argentina?
- Empecé a dar clases de música y a dedicarme a hacer música para mí, que era lo que siempre había querido.
- Volvamos al humor. ¿Cree qué el humor permite abordar temas vedados?
- Sí, el humor habilita muchísimo. Mediante el humor, uno puede decir las cosas más duras, esas cosas que, quizá, no podría pronunciar desde la seriedad. Y, por otro lado, es más profundo, como la ironía.
- Algunos critican a los humoristas por alivianar los temas.
- A veces, debe pasar. Pero, en realidad, si uno piensa en Tato Bores, era un humorista que, al mismo tiempo que ridiculizaba situaciones, te transmitía cosas profundas. No es liviandad cuando se llega a través del humor, al contrario. De hecho, un dibujo realizado desde el humor, puede ser letal. Tenemos el ejemplo de lo que sucedió hace poco con Hermenegildo Sabat. Un dibujo puede ser ingenuo pero puede irritar mucho.
- A los argentinos, ¿los ve dramáticos o con sentido del humor?
- El argentino siempre tuvo y tiene mucho humor. Enseguida encuentra la forma de parodiar o de burlarse de un hecho terrible.
- ¿Eso no le gusta?
- No me gusta que se burlen del otro. Uno siempre da el ejemplo de la cámara oculta o también las cachadas o las burlas. No es lo mismo cargar a alguien que está en inferioridad de condiciones que cargar a alguien con el que se está de igual a igual. Es muy de cobarde meterse con el otro, pero esa actitud es la que le causa gracia a los argentinos. No lo hago, y no por una cuestión intelectual, sino porque me hiere. No me río cuando alguien se cae al piso; quizá, lo normal es que otro se ría y seguro que no es por ser mala persona. La gente se ríe cuando las cosas salen de lo normal, cuando no es algo previsto.
- ¿Cuánto lo ayuda la gestualidad para expresar el humor?
- Los gestos funcionan. Antes, tenía bastante prejuicio para usar el cuerpo pero, realmente, me di cuenta de que mi cuerpo tenía su gracia. Al ser pequeñito, es más manejable. Además, con el tiempo, me fui dando cuenta de que hay cosas más efectivas que otras, con el cuerpo voy siendo más payaso. Tampoco soy Jim Carrey.
- Va a trabajar en la tira El exitoso señor Pells. ¿Cuál va a ser su papel?
- Mi papel es de un amigo-socio de Mike Amigorena, el protagonista. Soy el abogado y lo represento. El personaje es una porquería de persona, un oportunista. La verdad que es muy divertido, estoy muy contento con el proyecto. Sale al aire a fines de junio.
- Y los proyectos para un futuro más lejano, ¿cuáles son?
- Hacer cine. Escribí tres guiones de cine y me gustaría dirigirlos. Pero la realidad es que hacer una película lleva un año y, para eso, tendría que dejar muchas cosas. En algún momento lo voy a hacer porque el cine me gusta mucho. El cine reúne todo lo que me gusta, hacer música y actuar. Pero es difícil, más en este país.
Data base
Ignacio Urtizberea nació el 25 de octubre de 1960. Creció tocando la batería y el piano. De joven escuchaba a Los Gatos y Almendra en un tocadiscos a pila que le habían regalado de chiquito. Inició su carrera musical como plomo de Músicos Independientes Asociados (MIA), la agrupación integrada por los hermanos Vitale, entre muchos otros músicos. En MIA tocó el saxo e hizo los coros. Vivió durante muchos años de las clases de música. En 1985, partió hacia París con la ilusión de triunfar en el universo del jazz, lo que no ocurrió. En televisión, integró el elenco de De la cabeza y Cha cha cha. Fue el conductor de Magazine for fai, donde los principales protagonistas eran niños que realizaban diferentes sketchs. En 2004, condujo un programa de entrevistas y musicales, La kermex, junto a su hija, Violeta. En cine, participó en Valentín y Un mundo menos peor. También grabó su propio disco Que la bese. Actualmente, conduce todos los días, por Canal 7, Mañana vemos.
Por Alicia Vergili
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