Los fantasmas de los medios hegemónicos, el desvarío opositor y el mimetismo como forma de hacer creer lo que, en verdad, no ocurre.
Por Miguel Russo
Dentro de los dislates informativos de los últimos tiempos, hay uno que se lleva el sitio de honor: “Hasta mañana, si es que hay mañana”, dicho por un periodista saludando a sus espectadores al final del noticiero es la invitación lisa y llana a descreer de todo lo anoticiado hasta el momento. Es decir: la duda sobre el mañana es bastante superflua como para editorializarla. Ni hablar de la versión más compactita (se sabe, “mañana” puede ser entendido como el día siguiente al de hoy o como futuro incierto) de Joaquín Morales Solá que, serio y circunspecto, perpetró un salvaje “hasta el próximo lunes, si es que hay lunes” al término de su Desde el llano. (El lunes al que se refería Morales Solá es mañana mismo. Así que será cosa de aprovechar bien este domingo.)
Todo había arrancado el domingo pasado, cuando el pobre Jorge Lanata amaneció (según sus propias palabras, emitidas en tono lúgubre y con música de circunstancia de fondo ese mismo 12 a la noche por Periodismo para todos en El Trece) con la infausta noticia de que el Gobierno proponía una intervención al Grupo Clarín con el fin de sacarlo para siempre del aire/éter/papel. La noticia en cuestión la había escrito (el empleo de los verbos es imprescindible en castellano, de modo que se usa “escribir” aquí por una convención gramatical) el mencionado Morales Solá en La Nación bajo el título “Ante un terrorismo simbólico de Estado” (http://www.lanacion.com.ar/1581135-ante-un-terrorismo-simbolico-de-estado). Allí decía: “Fuentes oficiales confirmaron que veedores e interventores están siendo preparados para desembarcar en Clarín. ¿Para qué lo harían? ¿Acaso sólo para meter la mano en la caja de la empresa? Improbable. Las primeras decisiones de esas eventuales intervenciones serían el desplazamiento de Jorge Lanata, cuyas investigaciones desquiciaron a la Presidenta, y el control kirchnerista de las redacciones del diario Clarín, de Canal 13, de TN y de Radio Mitre”. De las “fuentes oficiales” que confirmaron la versión poco y nada se supo. Por el contrario, todas las “fuentes oficiales” coincidieron que esa temeraria afirmación era un disparate. De todos modos, eso no incidió en lo más mínimo ante el hecho concreto del amanecer preocupado de Lanata. No había retorno. Mejor dicho, nadie en el Grupo Clarín esperaba retorno. Todo lo contrario: “Si esto llega a suceder, si me borran de un plumazo, no lo dejen pasar. Hagan algo”, dijo Lanata mirando a cámara, fijo, los ojos levemente húmedos, antes de estirar su brazo hacia el interruptor de la lámpara y apagar la luz de su programa.
Al día siguiente (que lo hubo, por supuesto, como cualquier habitante del planeta Tierra pudo dar fe), la mentada invasión no se había producido. Hubo, sí, un Alfredo Leuco gimoteando por la “cantidad de rejas puestas ante los medios gráficos independientes para frenar el avance de las hordas afines al Gobierno”. Hubo, sí, un Marcelo Longobardi que, en idéntico gimoteo, habló del “horror revivido” al volver a ver las puertas de la radio cerradas con llave (se supone que para impedir el ingreso de las mismas “hordas” mencionadas por Leuco). Hubo, sí, un “hoy somos un ejército”, escuchado en boca del conductor de un noticiero y de una infinidad de figuras políticas de la oposición augurando la barbarie (su mayor expresión fue el DNU de Mauricio Macri –ver nota "El protagonista oculto del último show mediático de Clarín"–). De la intervención, ni noticias. Nada. Un onomatopéyico “cri, cri, cri” ante las puertas cerradas con llave y las rejas y las lágrimas.
Entonces, la oposición, apocalíptica, hizo su verano: “Con nuestra lucha mancomunada, hemos impedido la intervención y defendido la mayor de las libertades: la de estar informados”.
Ahora bien: hubo una noticia falsa (publicada en La Nación) llevada al paroxismo como noticia verdadera (desde Periodismo para todos), denunciada como agresión inminente (por canales, radios y medios gráficos del Grupo Clarín y espadas amigas) que, por no ser, no existió, aunque la oposición casi en conjunto se atribuyera el logro de haberla impedido.
De todos modos, el diputado bonaerense PRO Julio Garro siguió su avance: “Elaboramos un proyecto de ley junto a los miembros del bloque Pro Peronismo para proteger la libertad de expresión y de prensa en el ámbito de la provincia de Buenos Aires, ya que consideramos que toda persona es libre de expresar y difundir en cualquier momento, información, opiniones o ideas de toda índole, sin ninguna restricción directa o indirecta, ni censura de ninguna clase” (no mencionó si esa libertad permite también la de las mentiras). De todos modos, la diputada nacional PRO Gabriela Michetti dijo a Radio América que “encontramos una manera constitucional para hacer un fuero especial de la Ciudad para que se defienda a los periodistas y a las empresas” (admitiendo que “esto le viene bien a Clarín”). De todos modos, el diputado nacional PRO por la Ciudad, Pablo Tonelli, fustigó: “Sigue circulando la versión de que la Comisión Nacional de Valores va a intervenir Clarín. Hay medidas preparatorias sobre eso”. Y los legisladores Graciela Ocaña y Daniel Amoroso (ambos de Confianza Pública –sic–) señalaron su indignación a coro: “Ninguna autoridad de la primera línea del Gobierno salió a poner fin a los rumores y especulaciones”. Seguidos todos muy de cerca por el denarvaísta José “Pepe” Scioli: “La intervención del Gobierno al Grupo Clarín es el avance más grave realizado por el kirchnerismo sobre la libertad de expresión y el sistema democrático”. Y Lilita, la eterna Lilita, la omnipresente Lilita aprovechó la invitación de A dos voces para dar una clase magistral sobre la actitud del gobierno nacional: “Estamos, técnicamente, ante una dictadura”. Claro que antes de la lección ejemplificadora, la que pondría blanco sobre negro los motivos de su alocada afirmación, se mimetizó en maestra y reprendió a los díscolos Marcelo Kiner Bonelli y Edgardo Simarcelo Alfano con un cortante “¿me escuchan, chicos?” ante la insistencia de los dos “profesionales” en prestarle más atención al minuto a minuto que le informaban las cucarachas en sus oídos que a las “certezas” carriotistas.
Así, hubo lunes y martes y miércoles y la semana continuó. ¿Invasión? No, no hubo. ¿Intervención? No, tampoco. Y llegó el jueves y el viernes y el sábado, y el show desprestigiante de la política sólo quedaba en eso, en show. Un show desinflado, es cierto, un show que, como toda película de Hollywood, no termina con pantalla en negro. Pero un show que, a contramano del diccionario, reformula las palabras. Por eso “recinto” es “bóveda” para el show. Por eso la lucha por los derechos humanos es “romper las pelotas con eso de la identidad” para el show. Por eso, ante el show, no es ocioso abrir Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll. Y leer:
–Cuando uso una palabra –dijo Humpty Dumpty con algo de desprecio– significa lo que me dé la gana que signifique. Ni más, ni menos.
–El problema –dijo Alicia– es el de si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
–El problema –dijo Humpty Dumpty– es el de saber quién manda. Eso es todo.
Fuente: Miradas al Sur.
Todo había arrancado el domingo pasado, cuando el pobre Jorge Lanata amaneció (según sus propias palabras, emitidas en tono lúgubre y con música de circunstancia de fondo ese mismo 12 a la noche por Periodismo para todos en El Trece) con la infausta noticia de que el Gobierno proponía una intervención al Grupo Clarín con el fin de sacarlo para siempre del aire/éter/papel. La noticia en cuestión la había escrito (el empleo de los verbos es imprescindible en castellano, de modo que se usa “escribir” aquí por una convención gramatical) el mencionado Morales Solá en La Nación bajo el título “Ante un terrorismo simbólico de Estado” (http://www.lanacion.com.ar/1581135-ante-un-terrorismo-simbolico-de-estado). Allí decía: “Fuentes oficiales confirmaron que veedores e interventores están siendo preparados para desembarcar en Clarín. ¿Para qué lo harían? ¿Acaso sólo para meter la mano en la caja de la empresa? Improbable. Las primeras decisiones de esas eventuales intervenciones serían el desplazamiento de Jorge Lanata, cuyas investigaciones desquiciaron a la Presidenta, y el control kirchnerista de las redacciones del diario Clarín, de Canal 13, de TN y de Radio Mitre”. De las “fuentes oficiales” que confirmaron la versión poco y nada se supo. Por el contrario, todas las “fuentes oficiales” coincidieron que esa temeraria afirmación era un disparate. De todos modos, eso no incidió en lo más mínimo ante el hecho concreto del amanecer preocupado de Lanata. No había retorno. Mejor dicho, nadie en el Grupo Clarín esperaba retorno. Todo lo contrario: “Si esto llega a suceder, si me borran de un plumazo, no lo dejen pasar. Hagan algo”, dijo Lanata mirando a cámara, fijo, los ojos levemente húmedos, antes de estirar su brazo hacia el interruptor de la lámpara y apagar la luz de su programa.
Al día siguiente (que lo hubo, por supuesto, como cualquier habitante del planeta Tierra pudo dar fe), la mentada invasión no se había producido. Hubo, sí, un Alfredo Leuco gimoteando por la “cantidad de rejas puestas ante los medios gráficos independientes para frenar el avance de las hordas afines al Gobierno”. Hubo, sí, un Marcelo Longobardi que, en idéntico gimoteo, habló del “horror revivido” al volver a ver las puertas de la radio cerradas con llave (se supone que para impedir el ingreso de las mismas “hordas” mencionadas por Leuco). Hubo, sí, un “hoy somos un ejército”, escuchado en boca del conductor de un noticiero y de una infinidad de figuras políticas de la oposición augurando la barbarie (su mayor expresión fue el DNU de Mauricio Macri –ver nota "El protagonista oculto del último show mediático de Clarín"–). De la intervención, ni noticias. Nada. Un onomatopéyico “cri, cri, cri” ante las puertas cerradas con llave y las rejas y las lágrimas.
Entonces, la oposición, apocalíptica, hizo su verano: “Con nuestra lucha mancomunada, hemos impedido la intervención y defendido la mayor de las libertades: la de estar informados”.
Ahora bien: hubo una noticia falsa (publicada en La Nación) llevada al paroxismo como noticia verdadera (desde Periodismo para todos), denunciada como agresión inminente (por canales, radios y medios gráficos del Grupo Clarín y espadas amigas) que, por no ser, no existió, aunque la oposición casi en conjunto se atribuyera el logro de haberla impedido.
De todos modos, el diputado bonaerense PRO Julio Garro siguió su avance: “Elaboramos un proyecto de ley junto a los miembros del bloque Pro Peronismo para proteger la libertad de expresión y de prensa en el ámbito de la provincia de Buenos Aires, ya que consideramos que toda persona es libre de expresar y difundir en cualquier momento, información, opiniones o ideas de toda índole, sin ninguna restricción directa o indirecta, ni censura de ninguna clase” (no mencionó si esa libertad permite también la de las mentiras). De todos modos, la diputada nacional PRO Gabriela Michetti dijo a Radio América que “encontramos una manera constitucional para hacer un fuero especial de la Ciudad para que se defienda a los periodistas y a las empresas” (admitiendo que “esto le viene bien a Clarín”). De todos modos, el diputado nacional PRO por la Ciudad, Pablo Tonelli, fustigó: “Sigue circulando la versión de que la Comisión Nacional de Valores va a intervenir Clarín. Hay medidas preparatorias sobre eso”. Y los legisladores Graciela Ocaña y Daniel Amoroso (ambos de Confianza Pública –sic–) señalaron su indignación a coro: “Ninguna autoridad de la primera línea del Gobierno salió a poner fin a los rumores y especulaciones”. Seguidos todos muy de cerca por el denarvaísta José “Pepe” Scioli: “La intervención del Gobierno al Grupo Clarín es el avance más grave realizado por el kirchnerismo sobre la libertad de expresión y el sistema democrático”. Y Lilita, la eterna Lilita, la omnipresente Lilita aprovechó la invitación de A dos voces para dar una clase magistral sobre la actitud del gobierno nacional: “Estamos, técnicamente, ante una dictadura”. Claro que antes de la lección ejemplificadora, la que pondría blanco sobre negro los motivos de su alocada afirmación, se mimetizó en maestra y reprendió a los díscolos Marcelo Kiner Bonelli y Edgardo Simarcelo Alfano con un cortante “¿me escuchan, chicos?” ante la insistencia de los dos “profesionales” en prestarle más atención al minuto a minuto que le informaban las cucarachas en sus oídos que a las “certezas” carriotistas.
Así, hubo lunes y martes y miércoles y la semana continuó. ¿Invasión? No, no hubo. ¿Intervención? No, tampoco. Y llegó el jueves y el viernes y el sábado, y el show desprestigiante de la política sólo quedaba en eso, en show. Un show desinflado, es cierto, un show que, como toda película de Hollywood, no termina con pantalla en negro. Pero un show que, a contramano del diccionario, reformula las palabras. Por eso “recinto” es “bóveda” para el show. Por eso la lucha por los derechos humanos es “romper las pelotas con eso de la identidad” para el show. Por eso, ante el show, no es ocioso abrir Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll. Y leer:
–Cuando uso una palabra –dijo Humpty Dumpty con algo de desprecio– significa lo que me dé la gana que signifique. Ni más, ni menos.
–El problema –dijo Alicia– es el de si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
–El problema –dijo Humpty Dumpty– es el de saber quién manda. Eso es todo.
Fuente: Miradas al Sur.
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