Cuenta una anécdota escolar popular que habiéndole preguntado el alumno a la maestra cómo se forma el femenino, la maestra respondió: “Partiendo del masculino la letra ‘o’ final se sustituye por la ‘a’ “. El alumno confundido repreguntó: “¿Y el masculino cómo se forma?”. Tajante, la docente contestó: “El masculino no se forma, existe”.
El tema pasa de ingenioso a preocupante si se considera que la lengua influye en nuestra concepción del mundo y que es uno de los medios a través de los cuales se aprende a comunicar y se aprehenden valores, prejuicios, ideología, estereotipos y actitudes que forman vínculos entre las personas. Así, el androcentrismo del lenguaje niega la existencia de las mujeres, profundiza la invisibilidad, la exclusión y el desprecio e instala la consideración de las mujeres como subordinadas o dependientes de los varones.
Eulàlia Lledó Cunill (doctora en filología románica por la Universidad de Barcelona, investigadora de los sesgos sexistas y androcéntricos de la literatura y de la lengua) señala que “las lenguas son amplias y generosas, dúctiles y maleables, hábiles y en perpetuo tránsito; las trabas son ideológicas”, y propone que se incorporen versiones femeninas para identificar cargos (gerenta, oficiala, fiscala, concejala, etc.) desautorizando los obstáculos u objeciones planteados desde argumentos estrictamente lingüísticos.
De lo simbólico a lo real. El Primer Encuentro Feminista de Latinoamérica y del Caribe celebrado en julio de 1981, en Bogotá, Colombia, estableció que el 25 de noviembre fuera declarado Día Internacional contra la Violencia hacia la Mujer, en conmemoración del día en que fueran asesinadas tres hermanas activistas políticas (Patria, Minerva y María Teresa Mirabal) en la República Dominicana, en 1960, por parte de la policía del dictador anticomunista Rafael Trujillo. Recién el 17 diciembre de 1999, la ONU se sumaría a la declaración. La Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra las Mujeres (Cedaw por sus siglas en inglés) de las Naciones Unidas ha sido ratificada por 186 países.
Latinoamérica ostenta al mismo tiempo una de las tasas más altas de asesinatos por violencia de género y los mayores grados de participación política femenina del mundo, con varios países que han tenido o tienen a una mujer como presidenta.
Sin embargo, es importante identificar que la información disponible sobre violencia contra las mujeres en los países latinoamericanos y del Caribe es deficiente y no existe ningún estudio comparativo periódico. Y aunque en varios de estos países los Estados han aumentado las medidas de prevención incorporando nuevas leyes y brindando mayor protección y recursos, los niveles de violencia figuran en aumento, sobre todo porque la línea de referencia inicial es demasiado baja. Podría interpretarse que un incremento en las denuncias y las encuestas, debería ser leído como indicador de éxito en la lucha contra la violencia hacia las mujeres. Puesto que el miedo y la vergüenza impiden que muchas mujeres denuncien la violencia, los datos recogidos resultan inconsistentes para estadísticas, aunque plantean un piso.
Según un informe presentado en 2012 por ONU-Mujeres donde Michelle Bachelet, ex presidenta de Chile, es la secretaria general Adjunta y Directora Ejecutiva, como parte de las estrategias de respuesta a la violencia contra las mujeres, diversos países han creado oficinas encargadas de atender cuestiones de género dentro de las fuerzas policiales y comisarías con personal exclusivamente femenino. Éste es el caso de 13 países latinoamericanos, donde luego de que se abriera este tipo de comisarías, aumentó la visibilidad de la violencia contra las mujeres y los niveles de denuncias.
La Comisión Mujeres de Naciones Unidas señaló en un informe reciente que por lo menos una de cada tres mujeres y niñas ha sido agredida física o abusada sexualmente en su vida. Del 45% al 60% de los homicidios contra mujeres se realizan dentro de la casa y la mayoría los cometen sus cónyuges.
En Argentina, la Ley 26.485 identifica cinco tipos de violencia de género (física; psicológica; sexual; económica y patrimonial; y simbólica) y seis modalidades (doméstica; institucional; laboral; contra la libertad reproductiva; obstétrica; y mediática).
En lo referente a femicidios domésticos (perpetrados por algún miembro de la familia), un informe internacional elaborado en 2010 por el Centro Reina Sofía, cuatro países de América Latina se encuentran entre los 10 países con mayor prevalencia en el mundo: la República Dominicana (21,47); Panamá (14,75); Puerto Rico (11,75) y Costa Rica (9,51). A modo comparativo, las tasas de España (3,49) la sitúan un punto por debajo de la media europea.
Todo es violencia. Entre otras formas de violencia de género, en el Estado Plurinacional de Bolivia, la ley de tierras de 1996 reconoce la igualdad de derechos de las mujeres sobre la tierra, pero según las prácticas hereditarias tradicionales, la tierra se hereda de padre a hijo. En la comunidad de Tarairí, un grupo de mujeres se organizó con el apoyo de la líder de la Asamblea del Pueblo Guaraní, Alejandrina Avenante, para exigir igualdad de derechos. A pesar de la resistencia inicial de las autoridades, las mujeres lograron reformar las prácticas tradicionales que les impedían heredar.
En Colombia, según indicó en un informe el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el hecho de que Colombia haya sufrido conflictos armados y graves violaciones a los derechos humanos ha desencadenado una prolongada crisis humanitaria: “La violencia sexual ejercida por grupos armados es hoy día una práctica corriente”. De acuerdo a una encuesta realizada en 2010, en 407 municipios con presencia habitual de agentes armados, 95.000 mujeres fueron violadas entre 2001 y 2009.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe analizó las encuestas de hogares y observó que las mujeres tienen más probabilidades de vivir en un hogar pobre que los hombres. La diferencia es particularmente marcada para aquellas mujeres en edad de trabajar que viven en zonas rurales. Por ejemplo, se estima que por cada 100 hombres, hay 110 mujeres entre 20 y 59 años de edad que viven en hogares rurales pobres en Colombia, mientras que en Chile, la proporción llega a 114 mujeres por cada 100 hombres.
Más de 300 millones de mujeres en el mundo padecen problemas de salud y discapacidades permanentes debido a complicaciones durante el embarazo o el parto. Se estima que hasta 70 por ciento de estas muertes podrían evitarse si las mujeres tuvieran acceso a servicios de salud materna y reproductiva, así como a planificación familiar adecuada. Alentada por la Estrategia Global del Secretario General de las Naciones Unidas para la Salud de Mujeres, Niñas y Niños, campaña lanzada en septiembre de 2010, la mortalidad materna volvió a ser prioridad. Se estima que sólo en 2008, unas 358.000 mujeres murieron durante el embarazo o el parto. Esta cifra ha disminuido anualmente un 2,3 por ciento desde 1990, muy por debajo del objetivo de reducirla en un 5,5 por ciento propuesto para 2015.
De acuerdo a datos del Observatorio de Igualdad de Género de la Cepal, en Latinoamérica mueren cada año 4.000 mujeres en los cuatro millones de abortos ilegales que se registran. Se registran altísimos índices de maternidad adolescente que en Nicaragua, Honduras o Panamá casi multiplican por 10 a los de España o Portugal.
Sin cifras oficiales, en Argentina, la Casa del Encuentro, un centro de asistencia, orientación y prevención integral de violencia sexista y trata de personas observó que en este país más de 4,5 millones de mujeres padecen algún tipo de violencia y en su informe lo identificó con el cuarto puesto entre países con mayor cantidad de femicidios de Latinoamérica; penoso ranking que lidera México, seguido de Guatemala y Costa Rica. Mientras que en Argentina el promedio de femicidios presenta uno cada 37 horas, en México se asesina una mujer cada 6. En este último, más del 85 por ciento de los casos denunciados de agresiones contra mujeres, quedan impunes.
Análisis
La violencia paso a paso
La Dra. Lenore Walker describió en 1979 cómo es el ciclo de la violencia de género de su trabajo con mujeres. En su primera fase, la identifica de “Acumulación de la Tensión”, en la que la víctima percibe claramente cómo el agresor va volviéndose más susceptible, respondiendo con más agresividad y encontrando motivos de conflicto en cada situación. La segunda, supone el “Estallido de la Tensión”, en la que la violencia finalmente explota, dando lugar a la agresión. En la tercera fase, denominada de “Luna de Miel” o “Arrepentimiento”, el agresor pide disculpas a la víctima, le hace regalos y trata de mostrar su arrepentimiento. La expresión de arrepentimiento mantiene en la víctima la ilusión del cambio, pero va reduciéndose con el tiempo, siendo cada vez más breve y llegando a desaparecer.
Fuente: Miradas al Sur.
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