La autora de esta nota es hija de dos militantes desaparecidos del PRT/ERP, cuyos restos, luego de una infatigable lucha, fueron hallados el año pasado e identificados por el equipo de Antropología Forense en marzo de 2013.
“No son sólo memoria, son vida abierta,
son camino que empieza y que nos llama”
Cirsemaia/Viglietti
son camino que empieza y que nos llama”
Cirsemaia/Viglietti
Mis padres, Sebastián Llorens y Diana Triay, militantes del PRT/ERP, fueron secuestrados el 9 de diciembre de 1975. Estuvieron desaparecidos desde entonces. Tenía un año y medio cuando los secuestraron, y mi hermano Joaquín apenas tres meses. Gracias a personas que nos cuidaron con mucho amor, y a que aún había vestigios de justicia en nuestro país, nosotros fuimos devueltos a nuestra familia.
Crecimos en el miedo, el dolor, la incertidumbre, el amor y la bronca de la ausencia. Por eso nos encontramos a menudo con preguntas sin respuestas. ¿Estaban muertos? Si la muerte es una pregunta ancestral que nos hacemos los humanos, ¿qué es la no muerte? ¿Qué es el desaparecido? ¿Qué es esta ausencia sin certezas?
Y cuando ante esas preguntas había sólo silencios. Cuando ante esas preguntas había cinismos siniestros como “el desaparecido no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido” (Jorge Rafael Videla), la desaparición era una incertidumbre que carcomía las entrañas. Por eso mi abuela materna soñó, hasta su muerte, con timbres. Timbres que en la madrugada sonaban y alimentaban la esperanza de volver a abrazar a su hija.
Cuando tuvimos 20 años participamos en la fundación de H. I. J. O. S. Asumimos nuestra mayoría de edad y la construcción de nuestra identidad. Fue ahí cuando las preguntas se hicieron reclamos y lucha por la memoria y la justicia.
Hoy también nuestros hijos son una fuerza para seguir buscando. Sus preguntas siguen denunciando una historia que, de tanta crueldad, es difícil de explicar y comprender. Una mañana mi hijo de ocho años amaneció preguntando “yo ya eso de los militares lo entendí, pero decime, mamá, los huesitos, ¿dónde están los huesitos de los abuelos?”. Luego, cuando salíamos de hacer una declaración en el juzgado, siguió preguntando: “Entonces, ¿no sabemos dónde están? ¿Pueden estar en cualquier lado? ¿Pueden estar acá, debajo de la vereda?”.
El amor y la lucha de Diana y Sebastián, que los mantuvo unidos aún en la muerte, siguieron latiendo bajo la tierra. En ese descampado donde los arrojaron al lado del camino, en medio de lagunas que se fueron rellenando con escombros, desde el año 2008 viene creciendo el Barrio Sarmiento. Un barrio donde 700 familias, principalmente de inmigrantes y campesinos del interior, vienen enfrentando la exclusión y a la vez construyendo un futuro digno para sus hijos. Es decir, los “huesitos”, como semillas, estuvieron creciendo en ese barrio. Y desde este barrio comienzan a ser rescatados de la desaparición para transitar el camino que los devuelve a la muerte.
Fueron niños de este barrio los que ocasionalmente encontraron restos humanos y uno de los pobladores se animó a denunciarlos. La policía forense los retiró el 26 de octubre del 2012, y el equipo de Antropología Forense los identificó el 1º de marzo del 2013 e informó que entre los cuatro cuerpos encontrados estaban los de mis padres. El juez Daniel Rafecas, con una resolución implacable, el viernes 3 de mayo declaró públicamente que ya no son más desaparecidos, que son muertos asesinados por las mafias organizadas del Ejército, la policía y la triple A, que venían operando desde antes del proceso, con los mismos procedimientos y la misma crueldad que los caracterizó durante la dictadura.
De esta manera, por fin, nos encontramos con una certeza que abre puertas. Una posibilidad tangible de despedida, de poder llorar a nuestros muertos, uno de los derechos humanos innegables ya enunciados desde la tragedia de Antígona que se conoce como “derecho al duelo”. Mi abuela paterna, Nelly Ruiz de Llorens, que con sus 92 años sigue luchando, puede luego de tantas pérdidas y tantas búsquedas infructuosas despedirse de su hijo. Y podemos despedirnos los hijos, hermanos, hermanas, sobrinos, sobrinas, tías abuelas, primos, nietos, nietas, compañeros, vecinos. En fin, toda una sociedad que necesita despedirlos.
Esta despedida implica emociones ambiguas y aparentemente contradictorias, porque es un encuentro y una despedida a la vez. El encuentro produce una “extraña alegría”, como dijo mi tío Bernardo; la alegría de encontrar la verdad de lo ocurrido luego de tantas tinieblas e incertidumbres. Una emoción indescriptible de verlos nuevamente a través de lo que sus restos nos hablan. En cambio la despedida es un dolor, por la pérdida que vuelve a hacerse presente en un duelo con toda la intensidad, “como si se hubieran muerto ayer”.
Las puertas de la Justicia se abren un poco más. Hay caminos para investigar, al haber cuerpos que delatan, hay centros clandestinos que pueden ser señalados, hay asesinos que pueden ser revelados, y que podrán tener el juicio y el destino que les corresponda.
Este encuentro con Sebastián y Diana nos enfrenta, a su vez, a las tramas invisibles de la vida. A esas coincidencias significativas que nos iluminan. En el Barrio Sarmiento, donde fueron hallados sus restos, los vecinos desde el comienzo cuentan con el apoyo de Sercupo (Servicio a la Cultura Popular), organización que forma parte del Movimiento Nacional Campesino Indígena. El trabajo de Sercupo consiste básicamente en apoyar la formación y capacitación en torno a la defensa y exigibilidad de derechos, formación de grupos de trabajo, conformación y puesta en marcha de un centro comunitario, etcétera.
Y es justamente en el Movimiento Campesino donde junto con mi esposo César Marchesino venimos participando desde hace un par de años, compartiendo saberes, luchas y resistencias. De hecho, como si fuera una premonición, meses antes de que fueran encontrados los restos de Sebastián y Diana, César caminó las calles del barrio, entrevistando a los vecinos, y volvió a casa conmovido de la fuerza que había en ese lugar para construir futuros sobre tantas injusticias.
Los compañeros del barrio y del Movimiento Campesino nos han acompañado ahora. Nos abrieron los brazos y nos consolaron cuando los familiares fuimos a reconocer la tierra que los había acogido durante tantos años. Así, en el encuentro con ellos, en las palabras, en los sueños compartidos, el dolor se fue mitigando. Como dijo una de las compañeras: “Para nosotros, este hallazgo es doblemente importante. Por un lado es la posibilidad dolorosa y esperanzada a la vez de que los familiares tengan la oportunidad de despedir a sus muertos. Por el otro, significa que Diana y Sebastián, entre muchos otros, no lucharon en vano ya que aquí estamos nosotros continuando la lucha por derechos básicos como vivienda, salud, educación, identidad”.
Los desaparecidos son un duelo que necesita realizar toda la sociedad. Por este motivo, el 28 de mayo, en un acto público, el secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda, restituirá los restos de Sebastián Llorens y Diana Triay. El acto se realizará en el Centro Comunitario “Los Sin techo” del Barrio Sarmiento, partido de Esteban Echeverría. Será un modo simbólico de unir las luchas del pasado y el presente, que más allá de todos los intentos de acallarlas, “desaparecerlas” o asesinarlas, resurgen con toda su fuerza.
En Córdoba, realizaremos una despedida pública el 31 de mayo, en la Universidad Nacional de Córdoba, la casa que los acogió en la juventud y que hoy los sigue acompañando. De esta manera, como dice el himno guaraní, “…he de hacer que la voz vuelva a fluir por los huesos y haré que vuelva a encarnarse el habla después de que se pierda este tiempo y un nuevo tiempo amanezca”.
Crecimos en el miedo, el dolor, la incertidumbre, el amor y la bronca de la ausencia. Por eso nos encontramos a menudo con preguntas sin respuestas. ¿Estaban muertos? Si la muerte es una pregunta ancestral que nos hacemos los humanos, ¿qué es la no muerte? ¿Qué es el desaparecido? ¿Qué es esta ausencia sin certezas?
Y cuando ante esas preguntas había sólo silencios. Cuando ante esas preguntas había cinismos siniestros como “el desaparecido no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido” (Jorge Rafael Videla), la desaparición era una incertidumbre que carcomía las entrañas. Por eso mi abuela materna soñó, hasta su muerte, con timbres. Timbres que en la madrugada sonaban y alimentaban la esperanza de volver a abrazar a su hija.
Cuando tuvimos 20 años participamos en la fundación de H. I. J. O. S. Asumimos nuestra mayoría de edad y la construcción de nuestra identidad. Fue ahí cuando las preguntas se hicieron reclamos y lucha por la memoria y la justicia.
Hoy también nuestros hijos son una fuerza para seguir buscando. Sus preguntas siguen denunciando una historia que, de tanta crueldad, es difícil de explicar y comprender. Una mañana mi hijo de ocho años amaneció preguntando “yo ya eso de los militares lo entendí, pero decime, mamá, los huesitos, ¿dónde están los huesitos de los abuelos?”. Luego, cuando salíamos de hacer una declaración en el juzgado, siguió preguntando: “Entonces, ¿no sabemos dónde están? ¿Pueden estar en cualquier lado? ¿Pueden estar acá, debajo de la vereda?”.
El amor y la lucha de Diana y Sebastián, que los mantuvo unidos aún en la muerte, siguieron latiendo bajo la tierra. En ese descampado donde los arrojaron al lado del camino, en medio de lagunas que se fueron rellenando con escombros, desde el año 2008 viene creciendo el Barrio Sarmiento. Un barrio donde 700 familias, principalmente de inmigrantes y campesinos del interior, vienen enfrentando la exclusión y a la vez construyendo un futuro digno para sus hijos. Es decir, los “huesitos”, como semillas, estuvieron creciendo en ese barrio. Y desde este barrio comienzan a ser rescatados de la desaparición para transitar el camino que los devuelve a la muerte.
Fueron niños de este barrio los que ocasionalmente encontraron restos humanos y uno de los pobladores se animó a denunciarlos. La policía forense los retiró el 26 de octubre del 2012, y el equipo de Antropología Forense los identificó el 1º de marzo del 2013 e informó que entre los cuatro cuerpos encontrados estaban los de mis padres. El juez Daniel Rafecas, con una resolución implacable, el viernes 3 de mayo declaró públicamente que ya no son más desaparecidos, que son muertos asesinados por las mafias organizadas del Ejército, la policía y la triple A, que venían operando desde antes del proceso, con los mismos procedimientos y la misma crueldad que los caracterizó durante la dictadura.
De esta manera, por fin, nos encontramos con una certeza que abre puertas. Una posibilidad tangible de despedida, de poder llorar a nuestros muertos, uno de los derechos humanos innegables ya enunciados desde la tragedia de Antígona que se conoce como “derecho al duelo”. Mi abuela paterna, Nelly Ruiz de Llorens, que con sus 92 años sigue luchando, puede luego de tantas pérdidas y tantas búsquedas infructuosas despedirse de su hijo. Y podemos despedirnos los hijos, hermanos, hermanas, sobrinos, sobrinas, tías abuelas, primos, nietos, nietas, compañeros, vecinos. En fin, toda una sociedad que necesita despedirlos.
Esta despedida implica emociones ambiguas y aparentemente contradictorias, porque es un encuentro y una despedida a la vez. El encuentro produce una “extraña alegría”, como dijo mi tío Bernardo; la alegría de encontrar la verdad de lo ocurrido luego de tantas tinieblas e incertidumbres. Una emoción indescriptible de verlos nuevamente a través de lo que sus restos nos hablan. En cambio la despedida es un dolor, por la pérdida que vuelve a hacerse presente en un duelo con toda la intensidad, “como si se hubieran muerto ayer”.
Las puertas de la Justicia se abren un poco más. Hay caminos para investigar, al haber cuerpos que delatan, hay centros clandestinos que pueden ser señalados, hay asesinos que pueden ser revelados, y que podrán tener el juicio y el destino que les corresponda.
Este encuentro con Sebastián y Diana nos enfrenta, a su vez, a las tramas invisibles de la vida. A esas coincidencias significativas que nos iluminan. En el Barrio Sarmiento, donde fueron hallados sus restos, los vecinos desde el comienzo cuentan con el apoyo de Sercupo (Servicio a la Cultura Popular), organización que forma parte del Movimiento Nacional Campesino Indígena. El trabajo de Sercupo consiste básicamente en apoyar la formación y capacitación en torno a la defensa y exigibilidad de derechos, formación de grupos de trabajo, conformación y puesta en marcha de un centro comunitario, etcétera.
Y es justamente en el Movimiento Campesino donde junto con mi esposo César Marchesino venimos participando desde hace un par de años, compartiendo saberes, luchas y resistencias. De hecho, como si fuera una premonición, meses antes de que fueran encontrados los restos de Sebastián y Diana, César caminó las calles del barrio, entrevistando a los vecinos, y volvió a casa conmovido de la fuerza que había en ese lugar para construir futuros sobre tantas injusticias.
Los compañeros del barrio y del Movimiento Campesino nos han acompañado ahora. Nos abrieron los brazos y nos consolaron cuando los familiares fuimos a reconocer la tierra que los había acogido durante tantos años. Así, en el encuentro con ellos, en las palabras, en los sueños compartidos, el dolor se fue mitigando. Como dijo una de las compañeras: “Para nosotros, este hallazgo es doblemente importante. Por un lado es la posibilidad dolorosa y esperanzada a la vez de que los familiares tengan la oportunidad de despedir a sus muertos. Por el otro, significa que Diana y Sebastián, entre muchos otros, no lucharon en vano ya que aquí estamos nosotros continuando la lucha por derechos básicos como vivienda, salud, educación, identidad”.
Los desaparecidos son un duelo que necesita realizar toda la sociedad. Por este motivo, el 28 de mayo, en un acto público, el secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda, restituirá los restos de Sebastián Llorens y Diana Triay. El acto se realizará en el Centro Comunitario “Los Sin techo” del Barrio Sarmiento, partido de Esteban Echeverría. Será un modo simbólico de unir las luchas del pasado y el presente, que más allá de todos los intentos de acallarlas, “desaparecerlas” o asesinarlas, resurgen con toda su fuerza.
En Córdoba, realizaremos una despedida pública el 31 de mayo, en la Universidad Nacional de Córdoba, la casa que los acogió en la juventud y que hoy los sigue acompañando. De esta manera, como dice el himno guaraní, “…he de hacer que la voz vuelva a fluir por los huesos y haré que vuelva a encarnarse el habla después de que se pierda este tiempo y un nuevo tiempo amanezca”.
Fuente: Miradas al Sur.
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